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jamacor
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La felicidad depende de la calidad de nuestras relaciones personales. Relaciones personales. La felicidad depende de la calidad de nuestras relaciones personales. O eso dicen algunos estudios. Debemos …Más
La felicidad depende de la calidad de nuestras relaciones personales.

Relaciones personales. La felicidad depende de la calidad de nuestras relaciones personales. O eso dicen algunos estudios. Debemos distinguir entre contactos y amistades. Entrevista a Ferran Ramón-Cortés, formador en habilidades sociales y director del Instituto de Comunicación 5 Faros.
Acaba de publicar Más amistades y menos Likes. Nos dice, entre otras cosas, que la agenda profesional no tendría que alterar la agenda personal o familiar.

MáS AMISTADES Y MENOS LIKES

Ferran Ramon-Cortés

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Fragmento

Son casi las ocho de la tarde. Estoy en un bar, tomando un té que no me apetece y que no me dejará dormir, con una «amiga» de Facebook que me aseguró que no podíamos dejar de quedar porque tenía algo que me iba a interesar («fascinar» es la palabra que usó, creo). Acepté, y no sé por qué. No la conozco de nada, y lo que me cuenta no me interesa en absoluto. Pero aquí estoy, dedicándole una preciosa hora de mi vida. La tengo delante, mirándome a los ojos y hablándome, y no consigo escucharla. Estoy enfadado porque estoy perdiéndome unas maravillosas bravas con un querido amigo mallorquín, y esto me corroe. (Esta mañana me ha enviado un mensaje para anunciarme que estaba en la ciudad, pero no vamos a poder vernos porque estoy aquí, en el bar, escuchando a mi «amiga» de Facebook y su marciana propuesta.) Vivo la escena como si fuera una película, y solo acierto a hacerme una sencilla pregunta:

¿Qué hago aquí?

Una pregunta que me lleva a otra todavía más importante:

¿Cómo he llegado hasta aquí?

La cena estaba organizada desde hacía tiempo. Con los amigos del colegio. Hemos estado compartiendo mensajes de wasap para calentar el ambiente. Promete ser una velada especialmente divertida. Y de repente empiezo a encontrarme mal. Los cuatro días de asfixiante trabajo están pasándome factura. Rememoro la semana. Se me aparecen unos cuantos —muchos— compromisos, que sin duda podía haber evitado. Y unas cuantas horas nocturnas contestando correos inútiles. Envío un mensaje al grupo: no voy a la cena. Y el resto de la noche me lo paso viendo las fotos que van colgando, con sus delirantes comentarios. Me voy a dormir triste. Lo que ha consumido mi energía no vale la pena. Esa cena, sí. Y no es la primera vez que no voy, es la segunda. Y por lo mismo. Me quedo con la sensación de que algo muy valioso se me escapa de las manos.

Vuelvo a hacerme la misma pregunta (esta vez, con la boca pequeña):

¿Cómo he llegado hasta aquí?

Estos son hechos reales. Y lo que desenmascaran es algo que me pasa y nos pasa a muchos: que, secuestrados por contactos inútiles, por personas que no nos interesan, por constantes wasaps, e-mails y mensajes de todo tipo y estilo, estamos descuidando nuestras verdaderas relaciones.