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Sentir la llamada. Vocación Monástica en Zenarruza. "Los monjes siguen las huellas de quienes, en tiempos pasados, fueron llamados por Dios al combate espiritual en el desierto. Como ciudadanos del …Más
Sentir la llamada. Vocación Monástica en Zenarruza.

"Los monjes siguen las huellas de quienes, en tiempos pasados,
fueron llamados por Dios al combate espiritual en el desierto. Como ciudadanos del cielo se hacen extraños a la conducta del mundo.
Ejercitados en la soledad y el silencio anhelan la paz interior en la que se engendra la sabiduría y se niegan a sí mismos para seguir a Cristo"

(Constitución 3.3)

El monje es un hombre que renuncia completamente al modo ordinario
de vivir la vida humana y social y sigue el llamamiento de Cristo al
"desierto" y a la "soledad", es decir, a una tierra desconocida para él no
frecuentada por otros hombres. Su camino por el desierto no es una
mera evasión del mundo y sus responsabilidades.

No bastan las razones meramente negativas para justificar el camino
monástico en la soledad. La renuncia monástica es la respuesta a un
llamamiento positivo de Dios, inexplicable, científicamente indemostrable
y, sin embargo, capaz de ser experimentado por la fe y la sabiduría de
la Iglesia.

"La vida cisterciense es cenobítica (=comunión de vida). Los monjes cistercienses buscan a Dios y siguen a Cristo bajo una Regla y un Abad en una comunidad estable, escuela de caridad fraterna" (Constitución 3.1)

Los monjes se esfuerzan por vivir en comunión con todo el pueblo de Dios, y participar el vivo deseo de la unión de todos los cristianos. Con su vida monástica llevada con fidelidad, y por la secreta fecundidad apostólica que les es propia, sirven al pueblo de Dios y a todo el género humano" (Constitución 3.4)
"Según nuestra Regla, nada debemos anteponer a la obra de Dios. Así quiso denominar nuestro Padre Benito a las solemnes alabanzas que cada día se celebran en el oratorio" (Elredo de Rieval).

Basta con acercarse con ojos y corazón abiertos a un monasterio cisterciense para convencerse de que la divina liturgia es el alma de la vida del monje; y que la misma oración silenciosa gira en torno a ella. La celebración de la Eucaristía y el canto de los salmos, intercalados con otras lecturas bíblicas y de la tradición eclesial, trazan el camino a recorrer del monje hacia Dios.

Esta oración litúrgica es un quehacer vital que nos introduce en el ritmo cósmico. La luz natural va marcando las etapas y los momentos de nuestra alabanza.

Habitualmente se tiende a confundir la humildad con una falta de autoestima o incluso con un gusto por ser blanco de humillaciones.

En nuestras constituciones se describe el trabajo como participación en la "obra divina de la creación y restauración".

Por lo tanto, cuando trabajamos debemos ser conscientes de que colaboramos en esa actividad creadora de Dios, unidos con él. Los dones que hemos recibido del Padre los ponemos al servicio de la comunidad, involucrándonos de manera seria, responsable y creativa en su construcción y desarrollo, llevándonos hacia la madurez personal. Lógicamente, el trabajo tiene una clara dimensión socioeconómica: al ganarnos nosotros mismos la vida no somos una carga para nadie, nos ponemos en comunión con los trabajadores, podemos ayudar a otros más necesitados y así colaborar en la búsqueda de un mundo más justo.
La regularidad y cotidianeidad del trabajo, evitando tanto la variedad y novedad constante como el activismo y la agitación, ayudan de manera excelente a crear un clima de paz y unidad interior que, a su vez, permite estar atento a la presencia de Dios. Es así como se hace del trabajo una oración.

"En Dios vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28).
Toda nuestra vida se desarrolla en la presencia de Dios.

Esto no significa que estemos constantemente rezando o pensando en Dios, sino que sepamos reconocerle en el día a día, encontrarle en lo que está delante de nosotros, en todas partes y ocasiones, incluso las más cotidianas y "mundanas", en todos los hombres, en toda la creación; y, además, tener la convicción de que a través de todos esos momentos, cosas y personas, nos está hablando, comunicando su mensaje a cada uno de nosotros en nuestro hoy.

Es el Dios vivo que está íntimamente presente y actuante en el mundo y la historia, sustentándolo, dinamizándolo y recreándolo todo.

Pero para hacernos conscientes de esa presencia en nuestras vidas, necesitamos de la soledad. Ayudados por el silencio, la oración y la lectura, debemos adentrarnos en nuestro interior para descubrir en lo más hondo de nosotros mismos, en nuestras entrañas, a ese Dios que nos habita y nos hace desarrollar y ser lo que realmente somos. Sólo dando este paso, que requiere tiempo y esfuerzo, podremos proyectarnos hacia fuera y ver el mundo, al otro, de una forma renovada: desde Dios, con Dios, en Dios.

Publicado el 07/12/2012 por Jose Maria Muñoz