Para mí, “vivir es Cristo” (Fil I, 21), decía San Pablo. “Dios, en efecto, nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo”(Ef I, 5). Debemos vivir, amar, sufrir y morir en Cristo. A través de todos los acontecimientos de este mundo, Dios trabaja “para configurarnos con su Hijo” (Rom VIII, 29). La santidad cristiana es una identificación con Cristo.
Ahora bien, los grandes medios queridos por Dios para comunicarnos esta vida “en Cristo” son los sacramentos. Con razón, la tradición cristiana siempre gustó considerarlos como los canales de la gracia que brota del costado abierto de Jesús. Por ellos corren hasta nosotros los beneficios todos de la redención, que fueron globalmente adquiridos en la cruz. (De la introducción)