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Libano
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EL VÍNCULO ENTRE EL HOMBRE Y EL MUNDO SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 52 El mundo mismo, en la concepción de Florenskij, está llamado a convertirse en el cuerpo espiritualizado del hombre, cuya interioridad …Más
EL VÍNCULO ENTRE EL HOMBRE Y EL MUNDO SEGÚN PAVEL FLORENSKY _ 52

El mundo mismo, en la concepción de Florenskij, está llamado a convertirse en el cuerpo espiritualizado del hombre, cuya interioridad ha de transfigurar y asimilar la realidad externa del espacio y del tiempo, convirtiéndolas en elementos de su propia vida personal objetiva. Ha afirmado nuestro autor, efectivamente, que «todo aquello que consideramos como la “naturaleza exterior”, toda la “realidad empírica”, comprendido en ella nuestro “cuerpo”, no es más que la superficie de separación de las dos profundidades del ser: la del yo y la del no-yo. De este modo, es imposible decidir si nuestro “cuerpo” pertenece al yo o al no-yo».
Para Florenskij, comenta Kijas:
«si es acertado decir que el ser humano está en el mundo, es igualmente justo decir que el mundo está en el ser humano, porque los dos están configurados de la misma manera: “No hay nada en el mundo que no esté presente, bajo un aspecto reducido, aunque sólo sea en germen, en el ser humano; y, en el ser humano, no hay nada que no se pueda encontrar, en dimensiones más grandes, pero separado, en el mundo circunstante’’. En esta perspectiva, el ser humano se presenta como «la suma del mundo», y el mundo como “el desarrollo del ser humano”. Entre el ser humano y el universo, ambos a la vez microcosmos y macrocosmos, no existe ya casi diferencia ni distanciamiento; el culto que se desarrolla en el mundo es propio también a la naturaleza humana».
Florenskij, siguiendo también en esto la tradición patrística, considera al hombre como un “microcosmos”, y, por tanto, al cosmos como un “macro-anthropos”: es el reflejo especular del hombre y del cosmos, que se puede contemplar en las más diversas dimensiones; En su estudio Macrocosmos y microcosmos, afirma, efectivamente, nuestro autor:
«Por diversos caminos llega siempre el pensamiento a la misma conclusión: el parentesco ideal entre el mundo y el hombre, su condicionamiento mutuo, su interpenetración del uno por el otro, su esencial vinculación. Gnoseológicamente, todo lo que conocemos es asimilado por nosotros, y transformado en nosotros mismos (...). Biológicamente, todo lo que nos rodea es nuestro cuerpo, la continuación de nuestro cuerpo, el conjunto de nuestros órganos llevados a plenitud. Económicamente, todo aquello que elaboramos, producimos y consumimos se convierte en nuestro dominio. Psicológicamente, todo lo que sentimos es una encarnación simbólica de nuestra vida interior, un espejo de nuestro espíritu. Metafísicamente, es verdaderamente lo mismo que nosotros, porque si fuera otra cosa, no podría estar unido a nosotros. En fin, religiosamente, el mundo, la Imagen de la Sofía, es Madre, Novia y Esposa de la Imagen de Cristo, el Hombre, es semejante a él, y espera de él atención, ternura y la fecundidad en el espíritu».
Si el hombre está emparentado con el cosmos, la tarea del hombre será, en el campo del conocimiento, de la teodicea, descubrir en los símbolos reales del mundo la presencia del misterio que se hace en ellos rostro y mirada. El conocimiento simbólico del mundo, que es espejo del hombre, será la vía para llegar al conocimiento de la propia interioridad noumenal. Y, viceversa, el conocimiento de los símbolos encarnados de la propia interioridad llevará al conocimiento de la realidad viviente del mundo, en cuanto que este último es la prolongación del hombre. Un mismo misterio divino se esconde detrás de la interioridad profunda del hombre y la “interioridad” que configura el cosmos como una creación viva, y, por tanto, también animada. Este misterio es la fuente de todo simbolismo: «el fundamento de la simbólica no es el arbitrio convencional, sino la naturaleza misteriosa de nuestro ser». El lenguaje de los símbolos está enraizado «en nuestros más profundos fundamentos, y a nosotros no nos corresponde crearlo, en el auténtico sentido de esta palabra, porque esto significaría crear la realidad». El lenguaje simbólico es profundamente antinómico: por una parte, «sin este contacto con fuerzas universales que transcienden al individuo no es posible el lenguaje simbólico», y, por otra, «este lenguaje procede por su propia esencia de las entrañas de la persona». Refleja, por tanto, la antinomia del mismo Ser espiritual que llena al mismo tiempo el universo y el corazón del hombre: «en Él somos, nos movemos y existimos».