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Mi casa inmortal

Mi casa inmortal

Fray Luke VanBerkum OP
12 de abril de 2018
Muerte, Pascua, cantando el Evangelio

Ésta es la tercera publicación de nuestra serie más reciente, referente al reciente álbum autotitulado Tomistas Bucólicos.
La serie continuará cada martes y jueves durante el Tiempo de la Pascua. Este Post se refiere a la canción “Angel Band,” que puedes ver aquí.

Fanfarrias de órganos, instrumentos de cuerda, solos de trompeta, magnífica música de polifonía de pascua, ¿No? ¿Qué tal un poco de bluegrass?

O lleva mi anhelante corazón hacia Él

Quién se desangró y murió por mí

Cuya sangre ahora limpia todo pecado,

Y me da la victoria.

En “Angel Band,” se nos presenta una canción de victoria, una canción impregnada de la esperanza de Pascua. La luz de la Pascua ha cambiado nuestra visión por completo. Ya no nos limitamos a mirar la Cruz como una ejecución espeluznante; más bien, vemos a Jesús y su Cruz ensangrentada, levantados como señal de victoria sobre la muerte. Con esto en la mente, escuchamos nuevamente el primer verso:

Mi último sol se hunde raudo,

Mi raza está casi corriendo

Mis mayores sufrimientos ya han pasado.

Mi triunfo ha comenzado.

En Jesús, la vida ha triunfado definitivamente sobre la muerte, pero aún debemos emprender la carrera para que esto se cumpla en nosotros.
La carrera no es fácil, como la cruz atestigua. Hay sufrimientos que ofrecer al Señor, hay pecados que desechar y la muerte al final de nuestra vida.
Pero, San Pablo nos exhorta: “Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios.” (Hebreos 12, 1-2).
Jesús lo soportó todo, nos dice San Pablo, porque sabía la alegría que hay en compartir la vida de Dios y porque quería hacerla posible para nosotros.
Podemos compartir esa vida celestial, incluso ahora, porque “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom. 5, 5).
Con el amor de Dios en nuestros corazones, empezamos a cantar mientras comenzamos a vivir esa maravillosa vida que Jesús ganó para nosotros y mientras esperamos su plenitud en el cielo:

Casi me he ganado mi casa celestial

Mi espíritu canta en voz alta

He aquí que vienen los santos,

Escucho el ruido de las alas.

Esto es vivir con la esperanza de la Pascua. Esta canción, como si se cantara en el lecho de muerte después de una larga, pero fructífera carrera, es una expresión de gozosa expectativa del cielo y de confianza en la misericordia de Dios.
Habiendo soportado el sufrimiento, mientras esperábamos el cielo, aguardamos el coro de los ángeles de Dios, es decir, a los heraldos de Su misericordia, para guiarnos a través de la muerte hacia la vida eterna, donde cantaremos para siempre con ellos la alabanza de Dios. Como escribió otro compositor:
“Porque Él dará orden sobre tí a Sus ángeles de guardarte en todos tus caminos.

Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie.

Pisarás sobre el león y la víbora, hollarás al leoncillo y al dragón.

Pues él se abraza a mí, yo he de librarle; le exaltaré, pues conoce Mi Nombre.

Me llamará y le responderé; estaré a su lado en la desgracia, le libraré y le glorificaré.

Hartura le daré de largos días, y haré que vea mi salvación.
(Ps. 91, 11-13).

Por la gracia de Dios, incluso si llevamos una vida de lucha, pisotearemos la serpiente del pecado en nuestros corazones.
Y así preparados, seremos conducidos, perfeccionados por Su gracia, a nuestro hogar inmortal.