Mascarada
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La táctica pontificia de la ambigüedad y los dobles discursos sigue vigente pero a niveles ya de tanta desvergüenza que difícilmente pueda alguien no apercibirse de la situación. Y pongo dos ejemplos. No me cabe duda alguna que el “casamiento” sodomítico oficiado en Santiago del Estero y publicitado en medios de prensa nacionales algunos días antes de su escandalosa celebración, fue conocido y aprobado, al menos tácitamente, por Francisco. El neocon dirá: “De ninguna manera. Francisco no tiene tiempo para estar enterado de lo que ocurre en todas las diócesis del mundo e intervenir cuando se cometen desatinos en ellas”. Y yo les respondo: Sin embargo, Francisco sí ha tenido tiempo suficiente para enterarse de la muerte de un cantante de rock y de hablarle por teléfono a la abuelita del camporista Larroque en el día de su cumpleaños.
Los que tratamos de endulzar el trago amargo que significó la elección de Bergoglio al solio petrino, nos consolábamos pensando que, al menos, iba a ser un bien para el país pues frenaría al kirchnerismo. Ludovicus comenzó a sospechar de entrada que no iba a ser así, y tuvo razón: los Kirchner tienen en Francisco a su principal aliado y, en gran medida, están vivos y seguirán vivos gracias a él.
La catástrofe que los Kirchner significaron para Argentina, es la catástrofe que Bergoglio significa para la Iglesia universal.
2. Hace pocos días se conoció la nominación de Mons. Blase Cupich, un oscuro obispo de una diócesis perdida del estado de Washington, para la sede de Chicago, ocupada hasta ahora por el cardenal George, conocido por sus posturas conservadoras.
¿Por qué Cupich en Chicago? Sencillo. Porque Cupich es un retoño de Bergoglio.
Y aquí van algunos datos: cuando la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos se embarcó en la denominada “guerra cultural” contra el gobierno de Obama, fue este obispillos uno de los pocos disidentes de esta política. Por ejemplo, en 2010, los obispos americanos adoptaron una clara posición contraria a la ley de salud pública promulgada por el gobierno que, entre otras cosas, obligaba a los hospitales católicos a implementar métodos anticonceptivos. Cupich aclaró que él no se opondría a esas prácticas sino que apostaría a profundizar el diálogo con el gobierno. Cuando los obispos se opusieron abiertamente a la posibilidad del matrimonio sodomita, el Bergoglito yankee sacó una carta pastoral declarando que estaba mal “incitar la hostilidad hacia las personas homosexuales y promover una agenda que lesionara la dignidad de la humana”. También, frustró varios actos y demostraciones pro-vida en su diócesis, ordenándole a sacerdotes y seminaristas no ir a rezar frente a las clínicas donde se realizan abortos, ya que esas son “acciones inútilmente provocativas”. Finalmente, de un documento escrito en junio último por Mons. Cupich, puede sacarse en limpio la cruzada pro-vida que debe sostener la Iglesia católica debe ser amplia: servir a los pobres y marginados, cuidar el planeta y alertar sobre las distorsiones de la economía.
Todas estas palabras palabras y medidas nos suena mucho a los argentinos: son, sin más, lo mismo que hizo Bergoglio mientras fue arzobispo de Buenos Aires
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