Algunos rechazan de plano lo que ha dicho siempre la Iglesia. Pero otros no ven problema en que se diga lo contrario. La contradicción no les dice nada. Así han sido educados y han llegado a los cargos de mando que ejercen. Son materialmente modernistas, sin duda. ¿Han dejado de ser católicos en sus corazones? La Fe es dura de matar.

Tradicionalista o Modernista, falso dilema

Enviado por Moderador el Lun, 08/13/2012 - 16:50.
Ser tradi hoy

Artículo
MARCELO GONZÁLEZ

El verdadero problema con este mundo nuestro no está en que es irracional; ni siquiera está en que es razonable. La clase más común de problema es que resulta casi razonable, pero no tanto.
G.K.Chesterton, Ortodoxia.


A propósito de una discusión sobre dichos de Mons. Cordileone, nuevo Arzobispo de San Francisco, se generó un intercambio respecto a la exactitud de la traducción de los textos. Hasta ahí nada que merezca destacado aparte. Pero, en cierto momento, un lector anónimo terció entre las partes con el siguiente comentario:

Creo que ambos se equivocan. El primer comentario y el que comenta sobre ese comentario.
Primero porque es irrelevante el asunto. Este obispo Cordileone debe tener excelentes intenciones.

Seguramente buena voluntad, pero es un Obispo de la Iglesia Conciliar. De modo que entrar en detalles de si dijo de uno u otro modo lo que dijo... es lo mismo que tomar una declaración de un protestante sobre temas de moral y ver que lo que dice va de la mano de los Diez Mandamientos. Seguramente estaremos de acuerdo con él en eso, pero el tipo seguirá siendo lo que es: Protestante y por lo tanto NO CATÓLICO.

Aquí es igual. Es Conciliar, entonces es NO CATOLICO. Porque es modernista y un modernista no se que será, pero católico no es. Y no lo digo yo lo dice San Pio X.


Hasta aquí deberíamos objetar con la Iglesia, que no hay que mirar a quien lo dice, sino a aquello que se dice. Y si Mons. Cordileone o cualquier otro dice algo que es conforme a la Fe, lo dicho no puede ser despreciado como algo sin valor.

El comentario continúa, pero nos interesa destacar este punto solamente para no alargar. No obstante lo cual me permito citar algo extensamente a Chesterton

El verdadero problema con este mundo nuestro no está en que es irracional; ni siquiera está en que es razonable. La clase más común de problema es que resulta casi razonable, pero no tanto. La vida no es algo ilógico; y sin embargo es una trampa mortal para los expertos en lógica. Lo que sucede es que parece un poco más matemático y regular de lo que realmente es. Su exactitud es obvia, pero su inexactitud está oculta; su insensatez está al acecho. Daré un burdo ejemplo de lo que quiero decir. Supongan que una criatura matemática de la luna tuviese que investigar el cuerpo humano. Observaría de inmediato que lo esencial de ese cuerpo es que todo está duplicado. Una persona es, en realidad, dos personas; el de la derecha es exactamente igual al de la izquierda. Después de anotar que hay un brazo a la derecha y otro a la izquierda, una pierna a la derecha y otra a la izquierda, podría continuar investigando y seguiría hallando a cada lado el mismo número de dedos, el mismo número de dedos gordos en los pies, un par de ojos, un par de orejas, un par de agujeros en la nariz y hasta un par de hemisferios cerebrales. Por último, presumiría que es una ley y, al hallar el corazón en un lado, deduciría que hay otro en el lado opuesto. Y justo en ese momento, cuando más creyera que está en lo cierto, estaría equivocado.

G.K.Chesterton, Ortodoxia.”Las paradojas del Cristianismo”


El autor de nuestro comentario, tal vez sin saberlo, concluye que el cuerpo humano tiene dos corazones. Aplica una ley deductiva donde solo cabe una observación inductiva.

Concluye en una negación de la validez de toda la jerarquía católica, Papa incluido. Es decir, concluye en la desaparición de la Iglesia visible, o dicho de otro modo, en que las puertas del infierno han prevalecido.

¿Dónde queda la Iglesia, si aceptamos la tesis siguiente: tal obispo pertenece a la Iglesia conciliar, por lo tanto no es católico? No hace falta destacar que el juicio, desde este punto de vista, puede hacerse extensible prácticamente a toda la jerarquía de la Iglesia en situación canónica “regular”.

“Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos” (Mt. 28,20).

Así termina el Evangelio de San Mateo, con una promesa que está inmediatamente asociada a la acción evangelizadora de la Iglesia: “Id y predicad a todas las naciones…” etc.

La cual pasaría a ser una promesa -según las consecuencias de la tesis planteada por el anónimo comentarista- restringida casi al orden personal, no ya al eclesiástico, a la Iglesia con una jerarquía reconocible. Más bien a individuos y a su fe personal, o a pequeños grupos aislados de toda forma de jerarquía.

La visibilidad de la Iglesia puede sufrir un opacamiento, pero no puede desaparecer.

Según se desprende de la trayectoria que recorrerá la bala disparada por el comentarista, la jerarquía ha caído. Solo resisten algunos católicos fieles, algunos de ellos formando en torno a algunos sacerdotes “comunidades autocéfalas”, que perecerán al morir el sacerdote porque no habrá sucesor, o tendrán como sucesor a otro ordenado sabe Dios por quién y en qué circunstancias.

Dice el comentarista del caso:

Es Conciliar, entonces es NO CATOLICO. Porque es modernista y un modernista no se que será, pero católico no es. Y no lo digo yo lo dice San Pio X”.

Habría que definir exactamente el alcance de la expresión “iglesia conciliar”, que a fuer de exactos existe, al menos en los dichos de gran parte del clero. Surge de ellos que hay algo que es al menos distinto, y yo diría más que distinto, diferente de la Iglesia Católica que hemos conocido hasta el CVII.

Para no pertenecer a la “iglesia conciliar”, ¿es necesario condenar de plano el CVII? ¿O puede uno distinguir entre lo que hay en él de católico, aceptándolo, y rechazar lo que tiene de no católico como lo hacen los católicos sensatos siguiendo el instinto de la Fe? ¿O la pertenencia a la llamada “iglesia conciliar” se da de forma inexorable?

Volveremos sobre el tema. Pero resulta indispensable sentarse a pensar con la cabeza.

¿Podemos leer aquello que sea confuso o tenga formulaciones contradictorias a lo largo de los documentos conciliares en un sentido ortodoxo? ¿Es lo mismo la ambigüedad que el error? Pregunto esto no porque considere que sea el modo conveniente de solucionar el problema del CVII, sino en cuanto a lo que puede y debe hacer un católico mientras tanto.

El CVII está allí, y causó estragos. ¿Ante él, solo cabe un rechazo de plano a riesgo de ser modernista si no se toma esta actitud?

Pienso que el católico esclarecido puede legítimamente considerar que el CVII es insalvable más por razones prácticas que teóricas. Desenredar la trama de confusiones es tarea más que humana, y además inútil. Pero eso no hace ilícito distinguir. Y habrá quien conforme a su situación y posibilidades busque rescatar lo rescatable. ¿Es modernista por eso? ¿Precisamente por distinguir lo aceptable de lo inaceptable? Más bien parece lo contrario.

Pongo un ejemplo: la expresión “pueblo de Dios” no es la más exacta para referirse a la Iglesia. El Magisterio ha acuñado “cuerpo místico de Jesucristo”, con un sentido mucho más claro y definido. Uno puede decir “pueblo de Dios” sin negar el sentido de “cuerpo místico”. O puede hacerlo negándolo. En el primer caso, la elección es inadecuada, pero no necesariamente es la intención de quien la usa negar una verdad de la Fe.

Y así ad infinitun. O ad nauseam, porque es agobiante tener que luchar trinchera a trinchera, pulgada a pulgada en el terreno doctrinal, dado que el CVII ha hecho caer todas las certezas. Reina la confusión, ya nadie sabe nada o casi todos confunden todo.

Yo creo que hay que poner a un costado el CVII y atenerse a lo dicho por la Iglesia antes, y esperar que la Iglesia resuelva el problema. Que no lo hará por medio de una declaración, salvo hechos extraordinarios, sino por una lenta corrección de los errores doctrinales en curso. Lo cual llevará muchas décadas. Prefiero un CVII olvidado antes que un CVII condenado.

Desde este punto de vista, materialmente, no cabe duda de que hay una enorme mayoría del clero que es neomodernista. Materialmente. Son producto de la confusión que reina en la Iglesia. Su heterodoxia o confusión material, ¿basta para declararlos herejes formales? Si así fuera, la única voz autorizada para hacerlo es la de la Iglesia jerárquica, que está altísimamente inficionada de los mismos errores y confusiones.

La experiencia nos indica que muchos son formalmente neomodernistas. Es nuestro derecho no seguirlos, pero no declararlos herejes. No podemos constituirnos en una jerarquía supletoria.

La situación es espantosa, dan ganas de llorar. Pero, ¿es como dice el comentarista o se saltea un paso? ¿Acaso ha visto tantos órganos duplicados que al llegar al corazón deduce que tiene que haber dos, como dice Chesterton en su analogía? Al menos debería, si no es posible comprobar la existencia de dos corazones en el cuerpo humano, suspender el juicio y no aplicar como ley deductiva lo que ha recopilado como dato para una mera aproximación inductiva.

San Pío X dice que los modernistas no son católicos. Si hoy reinara San Pío X, después de conminarlos a abrazar la sana doctrina y repudiar el error, (cosa que hizo en su tiempo en forma insistente y amorosa antes de la condena), y frente a la negativa pertinaz al mandato de la autoridad de la Iglesia, deberíamos seguir la consecuencia natural: considerarlos modernistas formales, por lo tanto, no católicos, y seguramente la misma autoridad que los declarase tales los pondría de patitas en la calle fuera de sus sedes.

Claro que hoy, hasta la cabeza sufre la contaminación. No hay autoridad en ejercicio, y por lo tanto la ley eclesiástica parece más bien la ley del “viva la Pepa”.

Para colmo, quien tenga la oportunidad de presentar a algunos de estos sacerdotes y obispos objeciones a los dichos del Concilio y del Magisterio Conciliar amparado (no podría ser de otra manera) en los dichos de Magisterio de siempre, se encontrará con individuos que no reconocen el principio de contradicción, por lo tanto lo contrario(¡espantosa decadencia pero terrible realidad!) no les hace mella.

Algunos rechazan de plano lo que ha dicho siempre la Iglesia. Pero otros no ven problema en que se diga lo contrario. La contradicción no les dice nada. Así han sido educados y han llegado a los cargos de mando que ejercen. Son materialmente modernistas, sin duda. ¿Han dejado de ser católicos en sus corazones? La Fe es dura de matar.

De entre los católicos que viven en la regularidad canónica material, además, hay una porción que parece pequeña pero significativa del clero que sufre lo que se llama el “espíritu del Concilio”, y hace malabares para no actuar como este espíritu les manda, porque saben que está mal. Lo saben con diverso grado de certeza. Algunos solo tal vez por algo que se llama “sensus fidei”.

Actúan así, tanto en la doctrina como en la liturgia. Son el clero -y los fieles en algunos casos- resistentes, algunos que caminan sobre sus pasos hacia la Fe católica íntegra, que respetan, cuando no aman y hasta practican más o menos ocultamente la liturgia tradicional, según sea su posibilidad de resistir o ser pulverizados por sus tiránicos obispos, o los más tiránicos aún consejos presbiteriales.

Porque también debemos observar una realidad, a riesgo de caer en la simplificación de que el cuerpo humano tiene dos corazones. Esta realidad es la presión casi insoportable que ponen los cuerpos colegiados a aquellos clérigos, rasos o jerárquicos, que quieren seguir sosteniendo la doctrina tradicional, la vestimenta tradicional, la liturgia tradicional.

¿Hemos de considerar a estos resistentes como modernistas y por lo tanto no católicos?

Sobre el Vicario de Cristo no es lícito hacer juicio. Sí es lícito exponer la contradicción de sus palabras con lo que la Iglesia ha dicho siempre. Y esto, en realidad, deben hacerlo las personas intelectualmente preparadas. Los que estamos de a pie, podemos valernos del juicio de los que saben, a fin de no sacar conclusiones erradas. Pero todo será una aproximación al juicio que la Iglesia haga en el futuro sobre personas, dichos y hechos.

Los tradicionalistas han desarrollado a lo largo de los años de perseverante lucha tantos méritos como vicios. O tal vez más méritos que vicios. Es natural que así sea, y es natural que estos vicios se adviertan y corrijan.

Uno de ellos es la tendencia a que cada uno formule juicios sobre las antedichas situaciones como si estuviese al alcance de todos advertirlas y analizarlas. Y menos aún, juzgarlas. Bien diferente es atenerse a lo seguro ante la duda, alejarse de las novedades, advertir a otros de ellas, comprobar sus frutos, etc. Hablo del fiel llano, inclusive de muchos sacerdotes que no tienen por qué sentirse en la obligación de emitir juicio sobre todos los temas, sino más bien exhortar a guardar lo que la Iglesia manda, lo cual ya los pondrá en dura lucha.

El santo Cura de Ars decía que de la santidad del sacerdote está en proporción con la santidad de los fieles. Si los sacerdotes son los primeros en hacer juicios ligeros e innecesarios, tendrán fieles criticones y casquivanos. Y bajo esa forma tan perniciosa de la casquivanidad que es la del casquivano intelectualizado, no pocas veces, serán como luteranos justificándose con “la fe” y no considerando siquiera las obras.

Porque aquel que sustituye su santificación personal por una suerte de juicio feroz contra todo y todos, llegando así a la conclusión de que ha hecho lo que Dios manda, en realidad no solo ha omitido mucho de lo que Dios manda, sino que ha hecho cosas que Dios prohibe expresamente.

Por lo tanto, invito al autor del comentario a retirarse de este tipo de juicios, como mínimo ligeros, pero sobre materias tan graves que pueden llegar a constituir faltas de la misma gravedad. Por lo que hace a los que son objeto del juicio, tanto como a los que los escuchan y pueden llegar a adherir a la misma conclusión.

No serán nuestros bramidos los que salven a la Iglesia, sino Dios por su infinita misericordia, por las promesas, y nosotros por la fidelidad a lo que El nos manda. Que consiste no solo en creer sino en obrar conforme a la Fe.