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Himno de los Mártires de Barbastro - versión corta. Jesús ya sabes, soy tu soldado siempre a tu lado presto a luchar, contigo siempre y hasta que muera una bandera y un ideal. ¿Y qué ideal? (Bis) …Más
Himno de los Mártires de Barbastro - versión corta.

Jesús ya sabes, soy tu soldado
siempre a tu lado presto a luchar,
contigo siempre y hasta que muera
una bandera y un ideal.

¿Y qué ideal? (Bis)
Por Tí Rey mío, la sangre dar.


Venga a mis miembros sagrada ropa
soy de tu tropa, mi Capitán
Venga a mis manos arma tajante:
voy adelante, al gran ideal

¿Y qué ideal? (Bis)
Por Tí Rey mío, la sangre dar.


Con tus auxilios seré potente
David valiente contra Goliat
Sabré pararle su golpe rudo
con el escudo de mi ideal

¿Y qué ideal? (Bis)
Por Tí Rey mío, la sangre dar.


Virgen María, Reina del Cielo,
Dulce Consuelo dígnate a dar
cuando en la lucha tu fiel soldado
caiga abrazado con su ideal

¿Y qué ideal? (bis)
Por tí mi Reina, la sangre dar.


El 25 de octubre de 1992 el Papa Juan Pablo II beatificó a aquellos héroes, pronunciando en su alocución, emotivas palabras que inflamaron los corazones de quienes se hallaban presentes en la ceremonia.
Dijo el Santo Padre:

“Los mártires de Barbastro, siguiendo a su fundador San Antonio María Claret, que también sufrió un atentado en su vida, sentían el mismo deseo de derramar la sangre por amor de Jesús y de María, expresada con esta exclamación tantas veces cantada:
‘Por ti, mi Reina, la sangre dar’”.

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Querido Lector:
Me llamo-------------. Soy seminarista mártir por la gracia de Dios. Mis hermanos y yo queremos contarle lo que vivimos en aquellos días en nuestra España del año 36.
Queremos hablar de nuestro cautiverio, de nuestro encarcelamiento, simplemente por el hecho de ser fieles a la llamada de Jesús, a la Virgen, al Papa, a nuestra España católica, a nuestra Congregación querida, entregando nuestras vidas hasta el final y derramando nuestra sangre joven; vidas repletas de ilusiones. La mayor de ellas era llegar a abrazar el sacerdocio; poder celebrar la Santa Misa, aunque sólo fuera por una vez. Pero el Señor nos tenía preparada una palma mayor, de la que todos nos considerábamos indignos.
Vivimos momentos de verdadera angustia, pero también de mucha unión, paz y serenidad interior, porque, cuando uno se entrega a Dios, Dios se le entrega a Él por completo. Dios toma en serio nuestra palabra. Ya nos lo decían nuestros Superiores: “No se improvisan las grandes entregas, ni tampoco se improvisan las grandes caídas. Sean fieles en lo pequeño, aquí y ahora”.
Nos acusaban de tener armas. Nuestros perseguidores lo ignoraban, pero… sí, teníamos el Arma más grande. Teníamos a Jesucristo vivo en nuestros corazones. Por eso tuvimos la fuerza suficiente para morir perdonándoles, y gritar con todas nuestras energías en los labios los nombres benditos de Jesús y María.
Después de lo sucedido en Barbastro muchas personas se convirtieron. Muchos abrazaron la fe. ¡Qué importante el valor del testimonio! ¿Por qué Dios se valió de nosotros? No lo sé, por pura bondad suya.
Usted también está dedicando mucho de su tiempo y esfuerzo para que el mundo, para que nuestra España de hoy conozca el testimonio de sus mártires, demostrando que es posible llegar a ser santos viviendo heroicamente la vida ordinaria. Al igual que nosotros, está acercando almas al Corazón de Jesús, para que más le amen y le sigan. Dios se está sirviendo de usted.
Rogaremos a Dios por usted y por los suyos. ¡Ánimo, Hermano! ¡Nos veremos en el Cielo! “¡POR TI MI REINA, LA SANGRE DAR!
Dominio público