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Francisco y la carta más alta

Francisco y la carta más alta

Carlos Esteban
12 febrero, 2018


Un Papa no es un político que vaya a dimitir tras destaparse un escándalo. Es el Vicario de Cristo, y la abdicación de su predecesor ya resultó una conmoción enorme para la Iglesia. Pero es difícil prever que todo vaya a seguir en el Vaticano como hasta ahora tras el escándalo de la carta.


El calamitoso ‘affaire’ de la carta de la víctima de abusos sexuales que el Papa niega haber recibido y su responsable de Protección a la Infancia, miembro de su exclusivo consejo de nueve cardenales, Cardenal O’Malley, asegura haberle entregado en mano, ha logrado lo que nadie creía posible: que los grandes medios, sus principales aliados, hayan dado resueltamente la espalda al Papa.

Los católicos alarmados por el rumbo de las reformas emprendidas en este pontificado sufrían una doble incomprensión. Por un lado, la opinión católica convencional seguía viendo la más leve crítica a un Papa reinante como una especie de apostasía menor o, en el mejor de los casos, algo que no se hace ‘delante de las visitas’. La ‘papolatría’ se ha inoculado entre los católicos con fuerza durante los últimos pontificados, y es difícil de sacudir.

Por el otro lado, el elemento ‘progresista’ dentro y, sobre todo, fuera de la Iglesia no solo no encontraba objeción en las innovaciones, sino motivos para celebrar la (enésima) ‘apertura’ de la Iglesia al mundo. ¿Amoris Laetitia? ¡Ya era hora de que la Iglesia admitiera la comunión de los divorciados! ¿Bendecir los curas uniones homosexuales? ¡Qué menos! ¿Reconocimiento de obispos cismáticos chinos nombrados por el Partido Comunista? Bueno, todo el mundo sabe que los chinos son los que mejor aplican la Doctrina Social de la Iglesia, como ha dicho el mismo Arzobispo Marcelo Sanchez Sorondo.

Pero esto no tiene nada que ver; esto de la carta no amenaza la doctrina de siglos ni siembra la confusión en lo que debemos creer como católicos ni pone a todo un rebaño de fieles perseguidos en manos de sus perseguidores. Sencillamente, ha puesto contra Francisco, de un día para otro, a todos sus aliados mediáticos más ‘fieles’.

Ninguno le ha apoyado en esto; pocos le creen, siquiera. Ya citamos el otro día a James Martin, pero The Guardian tampoco le ofrece el beneficio de la duda, y el Boston Globe, el diario que destapó los primeros escándalos de abusos clericales hace ya décadas, titula que ‘Una carta de 2015 desmiente las excusas de desconocimiento del Papa sobre abusos clericales’.

Nadie va a tocar ese asunto ni con un palo. ¿Ponerse en contra de una víctima de abusos sexuales cuando era niño, a favor de los encubridores? No, la posibilidad es cero.

¿Cómo podría salir de esta? O’Malley podría decir que quizá se equivocó al recordar que le había dado la carta al Papa, o que exageró al decir que lo había hecho ‘en mano’. O el Papa podría decir que, si la recibió, no lo recuerda.

Pero no se trata solo de que cualquiera de esas excusas va a sonar poco verosímiles; es que el asunto ha llevado a rastrear el historial de Francisco en lo relativo a esta cuestión y, la verdad, no sale de la investigación como un apasionado debelador de los abusos, pese a su Comisión de Protección a la Infancia -creada ad hoc para tratar casos así- y a su propaganda política de ‘tolerancia cero’. La Comisión de marras, por cierto, no ha servido para nada, y no se han renovado los cargos, dejándola así morir dulcemente.

El propio ‘caso Barros’, por ejemplo. Francisco le nombró obispo de Osorno no solo contra el parecer de una mayoría de obispos chilenos, sino también contra el consejo, en 2015, de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El diario católico italiano La Nuova Bussola Quotidiana cuenta que la Congregación, entonces a cargo del Cardenal Muller, “había llevado a cabo una investigación preliminar sobre Barros y otros obispos cercanos a Karadima que había llevado a la decisión de relevarle de su puesto”.

Pero, añade el diario, “con una carta firmada por el Papa en enero y enviada a los obispos de Chile, quedó bloqueada la investigación y poco después Barros fue promovido a obispo de Osorno”.

El incidente tuvo otros daños colaterales. Tres sacerdotes implicados en la investigación fueron inmediatamente destituidos de sus puestos en la Congregación para la Doctrina de la Fe, según informa el periodista italiano Marco Tossati. Cuando, tras tres meses de intentarlo sin éxito, Muller logró encontrarse con el Papa para preguntarle por la desconcertante triple orden de despido, cuenta Tossati que la respuesta fue: “Soy el Papa, no tengo que dar razón de ninguna de mis decisiones. He decidido que se tienen que ir y se tienen que ir”.

¿Dónde, exactamente, está la ‘tolerancia cero’? ¿Qué resultados puede ofrecer la nueva política? No precisamente el caso de Battista Ricca, el prelado de fama escandalosa al que Francisco ha promovido, poniéndole al cargo de las finanzas vaticanas.

El caso Ricca fue el que motivó la celebérrima pregunta retórica “¿quién soy yo para juzgar?” en su primera rueda de prensa en el aire, a pocas semanas de su nombramiento. Se consultó al Papa sobre su promoción en aquel momento porque los amoríos homosexuales del prelado eran cualquier cosa menos discretos, pero Francisco insistió que no se había “probado” nada contra él.

Pero su historial como pontífice en el asunto de los abusos clericales, si parece contradecir sus palabras, casa aparentemente muy bien con su actuación como Arzobispo de Buenos Aires. Según informa The Wall Street Journal, el entonces arzobispo Jorge Bergoglio se negó, en sus 21 años de mandato, a entrevistarse con víctimas de abusos clericales que intentaron contactar con él a partir de 2002, cuando el Papa y toda la jerarquía hacía extraordinarios esfuerzos por responder a las quejas de los agraviados.

Un Papa no es un político que vaya a dimitir tras destaparse un escándalo. Es el Vicario de Cristo, y la abdicación de su predecesor ya resultó una conmoción enorme para la Iglesia. Pero es difícil prever que todo vaya a seguir en el Vaticano como hasta ahora tras el escándalo de la carta.