Los sacramentales - El agua bendita

–Un cura me dijo que después del Concilio ya estas cosas, agua bendita y demás, no tienen sentido.
–Dígale que se lea la constitución Sacrosanctum Concilium (60-61) del Vaticano II, y que nos explique cómo del Concilio, que elogia los sacramentales, pueden proceder su menosprecio y su desaparición.

El agua bendita es un sacramental, instituido por la Iglesia, y usada con fe y devoción, purifica al cristianos de sus faltas veniales. Las bendiciones de personas y de cosas van acompañadas de algunos signos, y los principales son la imposición de manos, la señal de la cruz, el agua bendita y la incensación (Bendicional 26). El agua bendita es constituida por la bendición del sacerdote o del diácono (ib. 1224-1225), y como todos los sacramentales, «tiende como objetivo principal a glorificar a Dios por sus dones, impetrar sus beneficios y alejar del mundo el poder del maligno» (ib.11),
El agua bendita «gozó siempre de gran veneración en la Iglesia y constituye uno de los signos que con frecuencia se usa para bendecir a los fieles» y también a los objetos. «Evoca en los fieles el recuerdo de Cristo… que se dio a sí mismo el apelativo de “agua viva”, y que instituyó para nosotros el bautismo, sacramento del agua, como signo de bendición salvadora» (ib. 1223).
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Esta transformación del mundo por la gracia de Cristo es elocuentemente anunciada en Caná, donde el Nuevo Adán convierte el agua en vino (Jn 2,1-11). En el pozo de Jacob se manifiesta Jesús a la samaritana (Jn 4,6), y después a todo el pueblo, como fuente inagotable de una agua que da la vida eterna: «si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (7,37-39).

San Cirilo de Alejandría considera el agua, en el orden de la naturaleza, como «el más hermoso de los cuatro elementos» que constituyen el mundo (Catequesis III,5). Y en el orden de la gracia, sabemos que Dios elige el agua no sólo como medio de salvación en el Bautismo, sino también como materia imprescindible de la Eucaristía. Ya a mediados del siglo II, San Justino, al describir la celebración de la Eucaristía, testimonia que se realiza con «pan, vino y agua» (I Apología 67). Tertuliano (+220) refiere el lavatorio de manos en la celebración del sacrificio eucarístico (Apologia 39), rito, por cierto, que sigue vigente en el Novus Ordo de la Misa (n. 24), aunque no pocos sacerdotes lo omiten, rompiendo una tradición de al menos dieciocho siglos. «El sacerdote, a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: Lava me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me».
Al principio del siglo II se halla ya, sin embargo, en la Iglesia la primera fórmula conocida de bendición del agua, mezclada con la sal, y está prescrita por el papa San Alejandro (105-115) para aspersión de las habitaciones (A. Gastoué, Dict. Spiritualité IV, 1982). El agua bendita es, pues, uno de los muchos casos en que la Iglesia, realizando históricamente un misterio de encarnación, cristianiza –asume, purifica y eleva– antiguos ritos paganos, que también usaban el agua y la sal. Ninguna religión, ciertamente, tiene tantos motivos como el Cristianismo para venerar el agua y para convertirla, con la gracia de Cristo, en uno de sus sacramentales más preciosos. Posteriormente, esta tradición se expresa con relativa plenitud en las Constituciones Apostólicas (380), en las que hallamos preciosas fórmulas de bendición del el agua bautismal (VII,43), y también del agua y el aceite (VIII, 29):
«Es el obispo el que bendice el agua o el aceite. Pero si él se encuentra ausente, que lo haga el presbítero, asistido por el diácono. Pero si el obispo se encuentra allí, que el presbítero y el diácono lo asistan. Y que diga así:
«Señor del universo, Dios que todo lo puedes, Creador de las aguas y dador del aceite, misericordioso y amigo de los hombres, tú, que das el agua que sirve como bebida y para las purificaciones y “el aceite que alegra el rostro” [Sal 103,15] para nuestro gozo y alegría [Sal 44,8.16], tú mismo, ahora, por Cristo, santifica esta agua y este aceite, en nombre de aquel (o aquella) que los ha traído, y concédeles la fuerza de dar salud, de evitar las enfermedades, de alejar los demonios, de proteger la casa, de apartar de cualquier asechanza. Por Cristo, “nuestra esperanza” [1Tim 1,1], por quien te sean dados gloria, honor y veneración, en el Espíritu Santo, por los siglos. Amén».

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Knights4Christ
Yo les recomiendo que consigan también a un buen sacerdote que les haga el exorcismo del Agua y de la Sal. Busquen la oración y llévenla consigo ese día para facilitar que el sacerdote lo pueda hacer. Si no la encuentran Generalmente los sacerdotes que celebran la Misa Tridentina tienen las oraciones. 😊
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Comentario del Padre José María Iraburu autor del Articulo:
"Señalo una aplicación práctica de esta doctrina verdadera. Busque usted un bote o botella de cristal limpio y digno, hágase una estampa con la oración «Dios todopoderoso, fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo, bendice + esta agua, que vamos a usar con fe para implorar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la ayuda de …Más
Comentario del Padre José María Iraburu autor del Articulo:

"Señalo una aplicación práctica de esta doctrina verdadera. Busque usted un bote o botella de cristal limpio y digno, hágase una estampa con la oración «Dios todopoderoso, fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo, bendice + esta agua, que vamos a usar con fe para implorar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la ayuda de tu gracia contra toda enfermedad y asechanza del enemigo. Concédenos, Señor, por tu misericordia, que las aguas vivas siempre broten salvadoras, para que podamos acercarnos a ti con el corazón limpio y evitemos todo peligro de alma y cuerpo. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén». La perduración de la estampa será más segura si la plastifica. Y en algún momento oportuno, acérquese con la estampa y el frasco lleno de agua a un sacerdote: «padre, bendígame esta agua, por favor». Si consigue su intento, bendiga al Señor y dé gracias al sacerdote. Y si se ve rechazado, bendiga al Señor y no sienta rabia contra el cura, sino una gran compasión, porque la mala doctrina lo ha deformado, y rece por su conversión a la plena fe de la Iglesia."