Había una vez un barco...

Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado en el muelle. La vida a bordo tenía distinción. Los oficiales estaban ataviados con uniformes de distintos colores –negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros–, a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…). Las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. En realidad, la vida a bordo resultaba fácil porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente. Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto. Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”. Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, ya de edad avanzada, que subió con cierta dificultad la escalera que conduce al puesto de mando. Y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, ¡rumbo a la mar!”. Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”. Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, se va a hundir el barco!”. En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía. Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”; pero, al fin y al cabo, los barcos están hechos para navegar. Y empezó a cambiar el reglamento.

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The program of Pope Francisco
Susy Longoria
Jesús, quiere dejarnos claro cuál debe ser nuestra postura frente a lo que Dios nos vaya pidiendo en la vida, y nos invita a estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque sea difícil y dolorosa. Se muestra decidido a afrontar su pasión y a dar la vida por Amor a cada uno de los hombres. Por otra parte, en respuesta al pedido de los dos discípulos, también nos enseña que la humildad debe …Más
Jesús, quiere dejarnos claro cuál debe ser nuestra postura frente a lo que Dios nos vaya pidiendo en la vida, y nos invita a estar dispuestos a aceptar la voluntad de Dios, aunque sea difícil y dolorosa. Se muestra decidido a afrontar su pasión y a dar la vida por Amor a cada uno de los hombres. Por otra parte, en respuesta al pedido de los dos discípulos, también nos enseña que la humildad debe ser algo característico de sus seguidores, quienes debemos moldearnos a su voluntad.

Fuente
Píldoras de Fe
Susy Longoria
Gracias a ti Marcelino, la parábola del barco en verdad es hermosa. 🤗
Marcelino Champagnat
Gracias, Susy.
🤗 👍 🤗