El número de personas que llena o deja de llenar un templo no es un indicativo de éxito. La Iglesia no es un circo, un cine o un concierto, cuya calidad se cifra en entradas vendidas. El éxito de la Iglesia es que en ella está Jesús vivo, sacrificándose en la cruz realmente por nosotros, perdonándonos y dejándose comulgar, así como en mantener intacto el depósito de la fe según la vaya desplegando el Espíritu Santo, sin ceder a las inercias ultraconservadoras ni mucho menos a las modernistas, es decir, como lo están haciendo muy bien todos los papas que el Señor nos viene concediendo. Dejemos al Espíritu de Dios que meta en los templos a la gente que él quiera, según los planes de Dios para cada época y no seamos ciegos ni estemos tristones ante las maravillas y milagros que el Señor nos está proveyendo cada día. Donde no tiene que haber un lugar libre no es en los bancos sino en nuestro corazón: todo debe ser de Dios y para Dios. Así sea y que la Virgen nos lo procure.