saavv
288

2. RECUERDOS DEL AMIGO - CAPITULO 2º DEL EVANGELIO DE SAN MARCOS

MARCOS 2, 1-12

“Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa. Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres. Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: ¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?

Jesús advirtiendo enseguida que pensaban así, le dijo: ¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: Tus pecados te son perdonados, o levántate, toma tu camilla y camina? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados, dijo al paralítico: Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.

Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios diciendo: Nunca hemos visto nada igual”.


Fueron muchas las personas que confundieron a Jesús con un médico o un curandero. Principalmente cayeron en este error los escribas y sabios de la Ley que, aferrados a sus estudios, no podían ver otra cosa. Aparentemente, cuando Jesús sanaba, sólo curaba el cuerpo; pero también curaba el alma, aunque esto no lo percibían todos.

Como si lo estuviera viendo ahora, recuerdo que un día en Cafarnaúm, cuando Jesús estaba hablando a la gente, dentro de la casa de Simón y Andrés; le llevaron un paralítico para que lo curara. Sus acompañantes no lo pudieron introducir ni por la puerta ni las ventanas, por la multitud de personas que se habían congregado para escucharle. Ante esta dificultad decidieron subir al paralítico a la terraza y abriendo un hueco en ella, le descolgaron en la camilla en la que yacía.

Viendo Jesús su fe, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados.

Algunos de los presentes pensaron: Este hombre no quiere que le perdones los pecados; sino que le cures de su enfermedad.

Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: ¿De qué sirve tapar una enfermedad con una venda? ¿Acaso por ocultarla sanará? ¿O por no verla dejará de existir? Toda enfermedad externa, tiene un origen interno. Si yo sano por dentro, es para que los enfermos tengan también vida por fuera.

Viendo que sus palabras no convencían a todos, continuó diciendo: Ya sé que están pensando: La teoría se demuestra con la práctica. Por eso, para que vean que mis palabras son verdad, dirigiéndose al hombre paralítico le dijo: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y a la vez que decía esto, tomó de la mano al paralítico, lo ayudó a incorporarse y esté salió por su propio pie de la casa.

Luego, viendo los rostros escandalizados de los escribas y fariseos, por lo que acababa de decir y hacer les dijo: Curar una enfermedad no es difícil, lo puede hacer cualquiera. Resucitar un muerto, algunos elegidos. Perdonar los pecados, sólo Dios. Saquen ustedes mismos la conclusión.

MARCOS 2, 13-17

“Jesús salió nuevamente a la orilla del mar; toda la gente acudía a él, y él les enseñaba. Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él se levantó y lo siguió.

Mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos lo que lo seguían. Los escribas del grupo de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, decían a los discípulos: ¿Por qué come con publicanos y pecadores?

Jesús, que había oído, les dijo: No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores”.


Cierto día, caminando Jesús por la orilla del mar de Galilea, sus pies tropezaron con un caracol marino. Se agachó, lo recogió y lo retuvo entre sus manos mirándolo con intensidad. Nosotros, viéndole tan ensimismado en el caracol le preguntamos: ¿En qué piensas?

En el animalito que vivió aquí,
nos respondió. Se parece mucho a las personas.

Le miramos con asombro, no entendíamos su comparación. Entonces nos dijo: Hay muchas personas que, como el animalito que vivió aquí, se construyen un caparazón más duro que este. Lo hacen para defenderse de las críticas, de las burlas, de los reproches de los demás; y terminan arrastrando, a lo largo de toda su vida, ese peso enorme que los impide ser felices.

Tras esta explicación, uno de nosotros le preguntó: ¿Y qué se puede hacer ante esto? Como Jesús no respondiera a la pregunta, él continuó dando su opinión: Cada uno es libre para hacer lo que quiera con su vida.

¡No!
Respondió cortante Jesús. ¡Nadie puede estropear su vida! El Padre Dios nos ha puesto en el mundo para la felicidad y todos debemos ayudarnos a ser felices. Y en cuanto a lo que se puede hacer con quien está dentro de un caparazón como este: Ayudémosle a que él mismo lo rompa y salga a fuera.

En ese momento vio a Leví el de Alfeo, un recaudador de impuestos que estaba sentado haciendo cuentas en la entrada de su casa, y sin más le dijo: ¡Sígueme!

Este, dejó a un lado sus dineros y le invitó a pasar a su casa. Al punto se nos unieron otros muchos recaudadores, compañeros de él, y gente de mala fama. Con todos ellos comió, bebió y charló Jesús.

Al ver esto, algunos escribas fariseos, nos preguntaron: ¿Por qué vuestro Maestro come y bebe con pecadores?

Pedro les respondió: Porque quiere romper el caparazón de vergüenza y miedo, que todos les hemos obligado a ponerse, y del que no les dejamos salir.

Jesús, después de escuchar a Pedro, y dirigiéndose a quienes nos habían preguntado dijo: El médico no cura a los sanos; sino a los enfermos. ¿No necesitarán ustedes ser curados? Yo no he venido a llamar a los justos; sino a los pecadores, a ustedes también.
MARCOS 2, 18-20

“Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: ¿Por qué tus discípulos no ayunan como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?

Jesús les respondió: ¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo. Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán”.


Nuestro Maestro, a diferencia de Juan el Bautista y los fariseos, nunca concedió gran importancia al ayuno; aunque él lo practicaba con frecuencia. Por eso tampoco a nosotros nos obligó a ayunar. Esto hizo que algunos le criticaran por tener una actitud tan tolerante y permisiva.

Cierto día, que los fariseos le recriminaban porque nosotros no ayunábamos, Jesús les preguntó: ¿Y por qué tienen que ayunar?

Ellos le respondieron: Porque lo manda la Ley.

Jesús, mirándoles de arriba abajo, les contestó: La Ley no es la única norma de la vida. Dios está por encima de la Ley. ¿A caso no rezamos en los salmos: Los sacrificios no te satisfacen, sólo un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias?

Viendo que no quedaban convencidos con la respuesta continuó diciendo: ¿Por qué es más fácil ayunar de carne, que ayunar de burlas? ¿Por qué cuesta menos comer una vez al día, que comerse los insultos que pugnan por salir de la boca? Entiendan esto: El verdadero sacrificio es la humildad. El verdadero ayuno que Dios quiere es el del orgullo.

MARCOS 2, 21-22

“Nadie le echa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!”.

No era fácil seguir a Jesús en sus pensamientos y argumentaciones. Él siempre miraba más alto y más profundo que todos nosotros juntos. Él miraba en el corazón de Dios. Por eso nos hablaba siempre con imágenes, ejemplos, parábolas que no siempre comprendíamos del todo, dejándonos así la turbación en la cabeza y la inquietud en el corazón.

A veces teníamos que pedirle la explicación de alguna parábola, que se nos hacía especialmente incomprensible. Esto a Jesús no le agradaba. Él era partidario de presentarnos el alimento y luego que cada uno, según su entender, saboreara y comiera lo que pudiera. No quería, como hacen algunos pájaros con sus polluelos, darnos sus enseñanzas masticadas y comidas anteriormente por él.

Recuerdo que una vez, nos puso el ejemplo del ama de casa que jamás remienda un vestido viejo con un pedazo de tela nuevo; porque cuando lo lava, lo nuevo tira de lo viejo y el roto es mayor. No entendimos el ejemplo ni la enseñanza, quizá porque ninguno éramos ama de casa. Jesús vio la perplejidad en nuestros rostros y nos puso otro ejemplo más de acuerdo con nuestra experiencia. Entonces nos habló del vino nuevo que ningún tabernero pone en odres viejos, porque el vino nuevo es tan fuerte, que rompe los odres viejos y todo se pierde.

Después de ponernos estos dos ejemplos, como nos quedamos callados, Jesús comprendió que aún no le habíamos entendido y nos los explicó: Miren, lo antiguo es bueno y quien lo desprecie es un insensato; pero lo nuevo también es bueno. Cada cosa tiene su tiempo y lugar.

Uno, entonces, le dijo: Perdona Jesús, pero no te entendí bien. ¿Qué tenemos que elegir lo viejo o lo nuevo?

Jesús le respondió a él y a todos: ¿Quién habló de elegir? El Padre del Cielo ha creado todo y todo es bueno. Cada uno ha de vivir en su tiempo, en su lugar y en su momento; pero sin despreciar nada, sin absolutizar nada. Por eso les digo a todos: Ustedes son vino nuevo, no se guarden en odres viejos.

MARCOS 2, 23-28

“Un sábado en que Jesús atravesaba unos sembrados, sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le dijeron: ¡Mira! ¿Por qué hacen en sábado lo que no está permitido?

Él les respondió: ¿Ustedes no han leído nunca lo que hizo David, cuando él y sus compañeros se vieron obligados por el hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en el tiempo del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió y dio a sus compañeros los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer los sacerdotes?

Y agregó: El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del hombre es dueño también del sábado”.


Jesús siempre fue un gran amigo. Siempre nos defendió a nosotros, sus discípulos, que para él éramos sobre todo amigos. No le respondimos todos de igual manera y esto Jesús lo sabía; pero no le importó.

Cierto sábado, los fariseos nos acusaron ante Jesús de no seguir fielmente la Ley. Habíamos estado arrancando unas espigas y comiendo sus granos porque teníamos hambre. Entonces Jesús nos defendió argumentando con un ejemplo del rey David, que sacó de la Escritura. Pero lo que les dijo no les convenció, por lo que volvió a argumentarles, y lo hizo con una pregunta: Díganme: ¿Acaso los amigos del rey no tienen más privilegios ante el rey que las demás personas?

Lo que dices es cierto
- le reconocieron los fariseos - pero la Ley debe ser Ley para todos.

Jesús, entonces les replicó: Sí, para todos es la Ley; menos para el que hizo la Ley. El Hijo del hombre es dueño de la Ley y del sábado.

Quizá, al leer esto, alguno piense que Jesús era un transgresor de la Ley. ¡No! Jesús amaba la Ley y la respetaba; aunque no de la misma manera como lo hacían los fariseos. Para él la Ley era una ayuda, no un obstáculo a la libertad. No era algo que cumplir, sino alguien a quien amar.

Un día, los fariseos le dijeron a Jesús: Tus discípulos siendo judíos, viven como los gentiles, no cumplen la Ley.

Entonces Jesús les preguntó: ¿Y qué es la Ley?

La voluntad de Dios
, le contestaron sin dudar.

¿Y cómo puede Dios tener tantas voluntades?, volvió a preguntarles Jesús.

Dios no tiene más que una voluntad y esta, está contenida en la Torah, le replicaron.

Si es así, ¿por qué ustedes tienen, entonces, tantas escuelas y tantas opiniones sobre la Ley?, les reclamó Jesús.

No sabiendo que responderle se callaron. Entonces Jesús dijo a todos los que allí estábamos: Cuídense de no identificar sus deseos, palabras o acciones con la voluntad de Dios. No tomen su Nombre en vano.

Al escuchar esto, uno de entre la gente le preguntó: ¿Cómo podremos saber lo que Dios quiere de nosotros?

Jesús le respondió: Despoja tu corazón de todo deseo y dile humildemente: Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad.