Kevin Angel
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Evangelio según San Marcos 6, 14-29. (05/02/2016) El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso …Más
Evangelio según San Marcos 6, 14-29. (05/02/2016)

El rey Herodes oyó hablar de Jesús, porque su fama se había extendido por todas partes. Algunos decían: "Juan el Bautista ha resucitado, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos:
Otros afirmaban: "Es Elías". Y otros: "Es un profeta como los antiguos".
Pero Herodes, al oír todo esto, decía: "Este hombre es Juan, a quien yo mandé decapitar y que ha resucitado".
Herodes, en efecto, había hecho arrestar y encarcelar a Juan a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, con la que se había casado.
Porque Juan decía a Herodes: "No te es lícito tener a la mujer de tu hermano".
Herodías odiaba a Juan e intentaba matarlo, pero no podía,
porque Herodes lo respetaba, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo protegía. Cuando lo oía quedaba perplejo, pero lo escuchaba con gusto.
Un día se presentó la ocasión favorable. Herodes festejaba su cumpleaños, ofreciendo un banquete a sus dignatarios, a sus oficiales y a los notables de Galilea.
La hija de Herodías salió a bailar, y agradó tanto a Herodes y a sus convidados, que el rey dijo a la joven: "Pídeme lo que quieras y te lo daré".
Y le aseguró bajo juramento: "Te daré cualquier cosa que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".
Ella fue a preguntar a su madre: "¿Qué debo pedirle?". "La cabeza de Juan el Bautista", respondió esta.
La joven volvió rápidamente adonde estaba el rey y le hizo este pedido: "Quiero que me traigas ahora mismo, sobre una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista".
El rey se entristeció mucho, pero a causa de su juramento, y por los convidados, no quiso contrariarla.
En seguida mandó a un guardia que trajera la cabeza de Juan.
El guardia fue a la cárcel y le cortó la cabeza. Después la trajo sobre una bandeja, la entregó a la joven y esta se la dio a su madre.
Cuando los discípulos de Juan lo supieron, fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.

Palabra del Señor.
Kevin Angel
¡Qué extraordinario fue el testimonio de vida de Juan el Bautista que lo confundieron con el Salvador del mundo! Piense especialmente en el tiempo que Juan dedicaba a la oración, la meditación profunda en la Sagrada Escritura y en la libertad y el gozo que experimentaba al practicar el arrepentimiento. ¡Así fue como pudo llevar a tanta gente a creer en la misericordia de Dios!
Por esta relación …
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¡Qué extraordinario fue el testimonio de vida de Juan el Bautista que lo confundieron con el Salvador del mundo! Piense especialmente en el tiempo que Juan dedicaba a la oración, la meditación profunda en la Sagrada Escritura y en la libertad y el gozo que experimentaba al practicar el arrepentimiento. ¡Así fue como pudo llevar a tanta gente a creer en la misericordia de Dios!

Por esta relación tan personal que tenía con el Altísimo, Juan pudo reconocer que Jesús era el Mesías prometido y el enviado por Dios a bautizar con el Espíritu Santo. Así se dio cuenta de que, por muy importante que él fuera, su bautismo no era nada más que una preparación para este Bautismo más importante que Jesús ofrecería, es decir, la inmersión completa en el Espíritu y la vida misma de Dios, una inmersión que desencadenaría el poder divino para vivir tal como vivió el Mesías.

Ahora bien, así como Dios llamó y envió al Bautista, también nos llama y nos envía a cada uno de sus fieles a preparar el camino para que muchas personas más tengan la gloriosa experiencia de conocer y recibir a Cristo en su vida, y el Señor sabe que solamente podemos cumplir este cometido si hacemos lo posible por imitar a Jesús, como lo hizo Juan, y si confiamos en el poder transformador del Espíritu Santo.

Para el Bautista, esto significó orar con fe y devoción y arrepentirse de corazón de cualquier falta o error, pero también implicó una inquebrantable decisión de obedecer la llamada de Dios lo mejor posible; significó dejar de lado sus propios planes y razonamientos y disponerse a seguir la guía de Dios, por radical que ésta fuera.

Es posible que todo esto parezca un poco exagerado, pero en realidad no lo es, especialmente si lo comparamos con todo lo que hemos recibido de Dios. Cuando hacemos nuestra parte, el Espíritu Santo hace la suya, y nos ayuda a crecer en la fe, confiar cada día más en Dios e imitar a Jesús en nuestra forma de actuar y de relacionarnos con los demás.


“Espíritu Santo, Señor mío, ven y haz tu morada en mi corazón. Transfórmame y enséñame a ser como Jesús, para que muchos sepan lo maravilloso y amoroso que es nuestro Dios. Ven, Espíritu Santo, y ayúdame a ser portador de Cristo para la salvación de quienes no te conocen.”