jamacor
408
LA CASA. ... mis pensamientos no son vuestros pensamientos...(Is 55) En estos días de verano se nota que hay mucha menos gente en la ciudad. Y no son pocos los que aprovechan para hacer algunas …Más
LA CASA.

... mis pensamientos no son vuestros pensamientos...(Is 55)

En estos días de verano se nota que hay mucha menos gente en la ciudad. Y no son pocos los que aprovechan para hacer algunas reparaciones de más entidad en sus viviendas.
Imaginémonos a nosotros mismos como una casa viva, sugiere Lewis. Hemos llamado a Dios para que repare esta vieja vivienda nuestra, que hace aguas por todas partes. Al principio es posible que comprendamos lo que está haciendo. Nos parece que va a arreglar los desagües, las goteras del techo, las grietas, etcétera: nosotros ya sabíamos que esos trabajos eran necesarios y, por lo tanto, era lo que esperábamos que hiciera. Pero al cabo de un tiempo vemos cómo Dios comienza a tirar abajo las paredes de un modo que duele terriblemente y que parece no tener sentido. No entendemos qué hace. Le hemos llamado para unos arreglos... ¡y está derribando la casa! ¿Qué pretenderá?
La explicación es que Dios desea construir una casa diferente de aquella que nosotros pensábamos: levanta un ala nueva aquí, cambia el suelo allí, traza jardines... Estábamos convencidos de que nos iba a convertir en un pequeño chalé, sin más pretensiones..., pero Él está construyendo un palacio. ¡Tiene pensado venir a vivir en él! El Señor se toma en serio nuestra santidad.
Dios tiene grandes planes para nosotros, muy por encima de lo que nosotros podemos pensar. ¡Nos llama a la santidad en medio de nuestros quehaceres! Nos llama a una verdadera intimidad con Él en medio del mundo. ¡Y nos conoce bien! Nadie mejor que el Señor sabe de qué barro estamos hechos. Sabe bien lo que hay en lo profundo del corazón, lo que damos de sí. Escribe san Juan que no necesitaba el testimonio de nadie pues sabía, sabe, lo que hay dentro de cada hombre (Jn 2). Conoce lo que hay en cada persona: los egoísmos, los rencores, la sensualidad... las torpezas que anidan en el corazón humano: El que de vosotros esté sin pecado que tire la piedra el primero. Y se fueron marchando uno tras otro, comenzando por los más viejos (Jn 5). ¡Los conocía bien! ¡Nos conoce bien!
Sin embargo, esa mirada de Cristo que llega al fondo del alma, a pesar de todo, está llena de esperanza, de aliento. Es una mirada redentora, como vemos constantemente en el Evangelio.
Viendo a la muchedumbre, se enterneció de compasión por ella, porque estaban todos fatigados y decaídos como ovejas sin pastor (Mt 9). Él no apagará el pabilo que aún humea, ni la caña cascada que apenas se sostiene (Mt 12). Su conocimiento de las personas no es frío, como el de un observador que advierte de modo implacable las imperfecciones y defectos. El suyo es, por el contrario, un conocimiento amoroso, propio del pastor que da la vida por sus ovejas, y llama a cada una por su nombre (Jn 10). El Señor aprovecha cualquier sentimiento bueno que surge en el alma para hacerla mejor. Señala san Agustín que «algunas veces Dios nos da su gracia, no solo sin tener nosotros ningún mérito bueno, sino teniendo, por el contrario, muchos méritos malos». Y añade el Santo: «esto lo podemos ver todos los días»1. Tenemos buenas experiencias.
Mis caminos no son vuestros caminos... Lo que habíamos forjado en nuestra imaginación, con tanta ilusión, se queda pequeño, poco tiene que ver con los proyectos del Señor, que son siempre más grandes, más altos y más bellos. En cada hombre y en cada mujer con los que se cruza cada día, tiene puestas sus esperanzas. ¡Quiere hacer de cada alma un palacio! ¡Y quiere venir a habitar en él! ¡Y nosotros nos conformábamos con una casucha miserable, con una borda de pastor...!
No nos extrañe, pues, que, si queremos seguirle de cerca, derribe algún muro maestro, una pared que a nosotros nos parecía intocable. Tengamos confianza. Él es buen arquitecto y buen constructor. No pongamos demasiados obstáculos a su tarea. Dejémosle obrar en nosotros. Él sabe bien lo que hace. No hay nada intocable. «Algunos piensan que Dios, después de la creación, se ha “retirado” y ya no muestra interés alguno por nuestros asuntos de cada día. Según este modo de pensar, Dios no podría intervenir en el tejido de nuestra vida cotidiana; sin embargo, en las palabras de Jesucristo encontramos la respuesta contraria. Un hombre abierto a la presencia de Dios se da cuenta de que Dios obra siempre y de que también actúa hoy; por eso debemos dejarle entrar y facilitarle que obre en nosotros. Es así como nacen las cosas que abren el futuro y renuevan la humanidad»2.
«Dejarle entrar» y «facilitarle que obre en nosotros» es nuestra colaboración con el Espíritu Santo en la tarea de nuestra santificación. Dejarle entrar, dejarle obrar. No tengamos miedo.

1.- San Agustín, Tratado de la gracia y del libre albedrío, 6, 13.
2.- «Dejar obrar a Dios». Artículo del Cardenal Joseph Ratzinger sobre san Josemaría Escrivá. En L‘Osservatore Romano. 6-X-2002.

Cfr. El día que cambié mi vida

Para poder hablar de Dios, lo primero es Hablar con Dios y querer escucharle : Nueva Evangelización