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Primera Comunión de San Josemaría. San Josemaría recuerda el día de la primera comunión como el momento en que Dios se hizo dueño de su alma. Benedicto XVI también recuerda aquel día como el más …Más
Primera Comunión de San Josemaría.

San Josemaría recuerda el día de la primera comunión como el momento en que Dios se hizo dueño de su alma. Benedicto XVI también recuerda aquel día como el más alegre de su vida.

Los padres de San Josemaría prepararon este recordatorio para su Primera Comunión. Fue el día de de San Jorge, el patrón de su tierra, en la capilla de su colegio, los Escolapios de Barbastro.

Tenía sólo 10 años. Sus padres José y Dolores le explicaron el Catecismo. También le preparó un sacerdote escolapio, de quien aprendió una oración que recordó toda la vida y que después enseñó a cientos de miles de personas. "Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos".

Aquel día no todo salió bien. Como era tradicional, un peluquero le hizo rizos en el pelo con unas tenazas ardiendo. Pero en un descuido, le hizo una pequeña quemadura. El pequeño Josemaría no dijo nada para no preocupar a su madre y ofreció ese dolor a Jesús. Fue un pequeño sacrificio para preparar aquel día tan importante.

Años más tarde contaba que cuando recibió la Sagrada Comunión rezó por sus padres y hermanas, y que pidió a Jesús que le concediese no perderlo nunca.Y así fue: siempre pensó que aquel día el Señor se hizo dueño de su corazón.

"Casualmente", Benedicto XVI pidió algo muy parecido a Jesús el día de su Primera Comunión. Así recordaba aquel día durante un encuentro con niños en la Plaza de San Pedro.

"Recuerdo bien el día de mi primera Comunión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69 años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de mis recuerdos alegres y hermosos, está este pensamiento: comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí.

Y, junto con Jesús, Dios mismo estaba conmigo. Y que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la vida; así me sentí realmente feliz, porque Jesús había venido a mí. Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía 9 años— y que era importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor: "Quisiera estar siempre contigo" en la medida de lo posible, y le pedí: "Pero, sobre todo, quédate tú siempre conmigo".