Dignitas infinita. Eminencia, de lo que ya no puede hablar, mejor es callar

jueves, 11 de abril de 2024

Dignitas infinita. Eminencia, de lo que ya no puede hablar, mejor es callar

Pregunté en estos días a varios amigos su primera opinión sobre Dignitas infinita, la última emanación del cardenal Fernández. Todos sin excepción, me dijeron que no la habían leído y que no lo leería, pues carecía de todo interés. Me pregunté entonces si valía la pena dedicar mi tiempo a escribir sobre el documento y distraer la atención de los lectores sobre estas cuestiones. El cuestionamiento es sincero, aunque hace algunos años hubiese parecido disparatado, y lo es porque estamos frente a un hecho indiscutible: el pontificado de Francisco está acabado, perimido; lo único que podrá hacer hasta que llegue el momento de su partida a la Casa del Padre es durar y, mejor aun, mantenerse en silencio. Ya sabemos lo que sucede cuando actúa: basta ver el caos que ha provocado en los últimos días en el vicariato de Roma.

Siendo honestos, hay que decir que el documento es menos malo de lo que podría haber sido. Dice unas cuantas verdades de sentido común católico —ningún católico jamás pensó que estaba bien la maternidad por subrogación, por ejemplo—, aunque las dice de un modo superficial, a lo Tucho. Un elenco de estos aspectos positivos del documento fueron comentados por el Prof. Roberto de Mattei en un artículo aparecido ayer en Rorate Coeli.

Pero por más bueno que pudiera ser el documento, lo cierto es que la figura del cardenal Víctor Fernández perdió toda autoridad desde el momento en que emitió Fiducia supplicans con la necesaria explicación posterior, y que provocó levantamientos episcopales de dimensiones continentales, y luego que se conoció su libro oculto en el que se revelaba su gusto por el erotismo y su placer por desgranar relatos escabrosos. Un cardenal pornógrafo y que provoca divisiones en la Iglesia pocas veces vistas, no puede estar al frente del dicasterio que defiende la ortodoxia de la fe. Debería renunciar y conseguir ubicación como capellán de un convento de monjas (no de frailes, para evitar confusiones). Si no lo hace, es simplemente porque no tiene dignidad —ni finita ni infinita—, y porque se sostiene en su puesto exclusivamente por la voluntad tiránica y omnímoda de su valedor. En estas circunstancias, aunque Tucho escribiera una nueva Pascendi no sería tomado seriamente ni por tradis ni por progres. Por eso, lo mejor que puede hacer es permanecer en silencio; sin hablar ni escribir, porque todo acerca de lo cual hable y escriba quedará manchado y perderá cualquier tipo de eficacia. Permanezca callado, Eminencia; es el mejor obsequio que puede hacerle a la Iglesia luego del enorme daño que le propició.

Lo primero que hace ruido en el documento es el nombre. ¿Es que puede atribuirse al hombre alguna calificación infinita? ¿Puede el hombre, sin caer en contradicción, siendo ser finito tener un atributo ontológico infinito? No soy teólogo, pero suena raro, muy raro.

Un segundo elemento que más que ruido, provoca un estruendo, es la insistencia en relacionar la dignidad del hombre con la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. De hecho, este documento de las Naciones Unidas se menciona en 11 ocasiones a lo largo de todo el escrito de Tucho. La argumentación del cardenal Fernández es que si bien la cuestión de la dignidad humana siempre fue defendida por el Iglesia, es en realidad con la Declaración de los Derechos Humanos cuando llega a su esplendor. Dice que se trata de un “nuevo principio de la historia humana, por el que el ser humano es más ‘digno’ de respeto y amor cuanto más débil, miserable y sufriente, hasta el punto de perder la propia ‘figura’ humana, que ha cambiado la faz del mundo” (n. 19). Es notable que Su Eminencia omita referirse a todo lo que hizo la Iglesia en favor de los más débiles, miserables y sufrientes desde sus mismo inicios. ¿Es que habrá que recordarle los Hechos de los Apóstoles en los que se trata la necesidad de los diáconos, o a San Vicente de Paul, por poner sólo dos ejemplos de entre los cientos que podríamos mencionar? Resulta entonces que una declaración constitucionalmente atea, como es la Declaración de los Derechos Humanos que nunca menciona a Dios, y que fue resistida oficialmente por la Iglesia, con el nuevo pontificado de Francisco se convierte en piedra angular de una parte relevante de su magisterio.

Y creo no exagerar cuando hablo de la concepción que subyace del pontificado de Francisco como fundacional de una nueva Iglesia, concubina del mundo. Dice el documento: “En este horizonte, su encíclica Fratelli tutti constituye ya una especie de Carta Magna de las tareas actuales para salvaguardar y promover la dignidad humana” (n. 6). Olvidémonos del De hominis opificio de San Gregorio de Nisa, y olvidémonos del “Agnosce, o christiane, dignitatem tuam” del Sermón 21 de San León Magno, cuya fiesta celebramos hoy. La carta magna sobre la dignidad del hombre no viene dada por los Padres y la Tradición de la Iglesia, sino por… Fratelli tutti de Bergoglio! Parece un chiste.

El documento, decíamos más arriba, es muy superficial, con una inexplicable abundancia de palabras y expresiones entrecomilladas, y comete errores groseros, siendo el más notable de ellos la referencia a la pena de muerte. Dice en el n. 34 que ésta “viola la dignidad inalienable de toda persona humana más allá de cualquier circunstancia”. Es decir, la pena de muerte es condenada por Fernández porque la considera intrínsecamente inmoral, con lo cual estamos ante un serio problema puesto que la enseñanza milenaria de la Iglesia, hasta el Papa Francisco, siempre consideró lícita la aplicación de la pena de muerte en casos extremos. Más aún, en los mismos Estados Pontificios se aplicó hasta el año 1870, con una decapitación en Palestrina, y muy conocida es la figura de Mastro Titta y sus labores en Piazza del Popolo. ¿Qué hacemos entonces con los papas y santos que sentenciaron a reos a la pena de muerte? ¿Los des-canonizamos? Me recuerda el grotesco kirchnerista de querer cambiar la historia según los gustos políticamente correctos de la época. La pena de muerte, en todo caso, puede ser inoportuna en la actualidad, pero el rabioso canibalismo institucional de Francisco y los suyos no puede llegar al extremo de condenar a todos los Papas y doctores que lo precedieron.

Algo análogo sucede cuando habla de la guerra. Transpirando un emotivismo completamente inapropiado para un documento de la Santa Sede, se afirma: “Ninguna guerra vale las lágrimas de una madre que ha visto a su hijo mutilado o muerto; ninguna guerra vale la pérdida de la vida, aunque sea de una sola persona humana, ser sagrado, creado a imagen y semejanza del Creador; ninguna guerra vale el envenenamiento de nuestra Casa Común; y ninguna guerra vale la desesperación de los que están obligados a dejar su patria y son privados, de un momento a otro, de su casa y de todos los vínculos familiares, de amistad, sociales y culturales que se han construido, a veces a través de generaciones. […] Ante esta realidad, hoy es muy difícil sostener los criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible “guerra justa”» (n. 39). En pocas palabras, el Papa Francisco, a través de Tucho, se carga la doctrina secular no sólo de la Iglesia sino del mismo ordenamiento jurídico, negando y condenando el derecho a la legítima defensa que tienen las naciones y negando también el concepto de “guerra justa”. Sería, según ellos, una nueva equivocación de Santo Tomás y de tantos otros santos y doctores, que el brillante intelecto de Tucho Fernández, basado en Fratelli tutti, ha venido a esclarecer. Parece un chiste…

Finalmente, el documento tiene también algunas curiosidades. Por ejemplo, afirma con acierto en el n. 57 que la consistencia científica de la teoría de género es discutida en la comunidad de expertos. Pero ¿por qué en todos los documentos de Francisco, y este mismo documento, no se pone en duda ni se alude a la fortísima discusión que hay en la comunidad científica sobre las causas antrópicas del cambio climático? Misteriosas preferencias pontificias.

En conclusión, no diría yo que Dignitas infinita sea un documento malo. Es un documento superficial y mediocre; una oportunidad perdida de haber dicho las buenas cosas que dice en un lenguaje claro y contundente, alejado del emotivismo como anclaje ético y desprendido de las circunstancias pasajeras de un pontificado que será caracterizado por la confusión y el caos.

P.S.: En ocasión de la presentación de Dignitas infinita en conferencia de prensa, al cardenal Tucho Fernández se le volaron algunas plumas. Un periodista le preguntó si no era ya tiempo de que el dicasterio de Doctrina de la Fe cambiara la enseñanza según la cual todos los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados”.

Fernández no respondió inicialmente a la pregunta con una simple afirmación o negación, sino que contestó que la frase en cuestión es una “expresión fuerte que habría que explicar, sería bueno que encontráramos una expresión aún más clara”. ¿Más clara aún? ¿Es que, acaso, es una expresión confusa?

Y continuó: “Lo que queremos decir es que la belleza del encuentro entre el hombre y la mujer, que es la mayor diferencia, es la más bella”. […] “El hecho de que puedan encontrarse, estar juntos, y que de este encuentro pueda nacer una nueva vida, esto es algo que no se puede comparar con ninguna otra cosa. Entonces, ante esto, los actos homosexuales tienen esta característica de que no pueden igualar de ninguna manera esta gran belleza”.

En pocas palabras, el problema de la homosexualidad es un problema estético; ¡y nosotros que creíamos que era antropológico y teológico! Rogamos a Su Eminencia que nos ahorre un nuevo libro con descripciones de estas bellezas disminuidas.


Dignitas infinita. Eminencia, de lo que ya no puede hablar, mejor es callar
jamacor
Miles - Christi Para su conocimiento en todos los artículos pongo la fuente: la URL correspondiente. Gloria TV me la transforma en el título del artículo.
Miles - Christi
Cuando se publica un texto de otro autor corresponde dar a conocer su nombre y precisar la fuente. El autor es el bloguero argentino Wanderer y este es el enlace a la publicación original: Dignitas infinita. Eminencia, de lo que ya no puede hablar, mejor es callar
bear
Pobre tipo, da pena ajena.
Marcelo Fernando de Argentina
No estoy de acuerdo. DI es el peor y más grave documento. Ningún otro llegó a afirmar la identificación del hombre con un atributo de Dios. Fiducia supplicans es una maravilla en comparación con DI