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Callo, pues, pero no cierro los ojos

Callo, pues, pero no cierro los ojos

Luis Fernando, el 2.08.18 a las 11:46 PM

Escrito el 31 de marzo del 2016… para responder a una plegaria de hoy.

El gran silencio

Una de las características de los profetas es que no callan ante el error, no callan ante los poderosos, no callan ante los malos pastores que conducen al pueblo de Dios a sendas de muerte en vez de a pastos de vida.

Ahora bien, hay ocasiones en que a pesar del error, a pesar del mal consejo, a pesar de la necedad, el profeta calla. Porque la mayor característica, muy por encima de las ya señaladas, del profeta, es que habla o calla conforme a la voluntad de Dios. Al fin y al cabo, lo que tiene que decir no es suyo. Se le da decirlo. O callarlo.

Así lo dice el Qohélet:

Ecc 3,1-8
Todo tiene su momento y hay un tiempo para cada cosa bajo el cielo. Tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado, tiempo de matar y tiempo de curar, tiempo de derruir y tiempo de construir, tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de llevar luto y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recoger piedras, tiempo de abrazar y tiempo de dejarse de abrazos, tiempo de buscar y tiempo de perderse, tiempo de guardar y tiempo de desechar, tiempo de rasgar y tiempo de coser, tiempo de callar y tiempo de hablar, tiempo de amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz.

No es cosa fácil callar cuando uno siente ríos de fuego en su interior. Fuego que ha de arrasar a los impíos que se reparten los despojos de la fe del pueblo de Dios mientras fornican con los amos del mundo. Pero mejor callar, aunque sea la verdad, que hablar a destiempo y pecar. Como dice el salmista

Salm 39,2-4
Yo me decía. «Vigilaré mis caminos para no pecar de lengua; pondré mordaza a mi boca mientras esté frente a mí el impío». Guardé silencio, callé sin provecho; y se recrudeció mi dolor. Mi corazón ardía dentro de mí; en mi meditación se encendía el fuego, hasta que desaté mi lengua.

Parece sensato en este tiempo malo, en este tiempo de apostasía, en este tiempo de acoso a la fe entregada a los santos, hacer caso a Jeremías:

Lam 3,26
Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

Pues, como dijo Job a Yavé:

Job 42:2-3
Comprendo que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta inalcanzable.
«¿Quién es éste que empaña mis designios con palabras sin sentido?».
Cierto, he querido explicar sin comprender las maravillas que me superan y que ignoro.

Pero el silencio no es ceguera, no olvidemos:

2ª Tes 2,3-4
Que de ningún modo os engañe nadie, porque primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es adorado, hasta el punto de sentarse él mismo en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios.

Es claro. Se sienta en el templo de Dios, que es la Iglesia, y al mismo tiempo que arremete contra la ley de Dios, ante el mundo parece como si fuera Dios. Tan bueno como Él. Tan misericordioso como Él.

Callo, pues, pero no cierro los ojos.

Santidad o muerte.

Luis Fernando Pérez Bustamante