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Viganò debe ser cesado, preferiblemente ayer

Viganò debe ser cesado, preferiblemente ayer

Carlos Esteban
15 marzo, 2018

Es incomprensible que hoy, jueves 15 de marzo, Monseñor Dario Viganò siga al frente de la comunicación del Vaticano.

Es un escándalo cada hora que pasa sin que el hombre que ha preparado la más infame y manipuladora de las ‘fake news’ siga al frente de lo que pretendía ser un esfuerzo por modernizar y hacer más transparente la información procedente de la Santa Sede.

Es indignante que permanezca un día más en su puesto quien ha dejado a Su Santidad, quien recientemente iniciaba una cruzada contra las ‘fake news’, a los pies de los caballos con el burdo intento de manipulación y tomadura de pelo frente a la prensa internacional.

No hay explicación posible que pueda salvarle. No solo se valió de una carta del Papa Emérito Benedicto XVI rechazando prologar unos opúsculos sobre la teología de Francisco el pasado enero para, retorciendo absolutamente su sentido y obviando su finalidad, presentarla como un absurdo espaldarazo a la legitimidad de Francisco, que no lo necesita en absoluto, sino que lo ha hecho aplicando los trucos más bajos, más ‘soviéticos’, tomando por idiotas a los medios y, por ende, al mundo entero.

Nada puede justificar que en la foto que hizo circular de la famosa carta colocara los libritos -‘volumeti’, los llama Benedicto- de tal forma que no pueda leerse el final; llega incluso a difuminar el último párrafo de la primera página para hacer ilegible el contenido y que no se descubra el pastel.

En su mensaje a los periodistas con motivo de la Quincuagésimo Segunda Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales el pasado 24 de enero, Su Santidad centró su discurso en una denuncia contra las ‘fake news’, convertidas en objeto de debate desde la campaña electoral americana, definiéndolas como “informaciones infundadas, basadas en datos inexistentes o distorsionados, que tienen como finalidad engañar o incluso manipular al lector para alcanzar determinados objetivos, influenciar las decisiones políticas u obtener ganancias económicas”.

El infame numerito de Viganò responde milimétricamente a esta definición, aun cuando no podamos especular sobre la finalidad. No es, por lo demás, en esta ocasión un desbarre que solo hayan recogido los ‘sospechosos habituales’ de la ‘catosfera’, ni siquiera más añosas publicaciones especializadas, sino que ha saltado a las páginas de los principales diarios -como el New York Times- y denunciada por las más prestigiosas agencias de prensa, como Reuters o Associated Press.

El descrédito para la comunicación del Vaticano -al fin, de la propia Iglesia- es incalculable, pues no solo ha quedado expuesto en un deliberado intento de engaño, sino que también delata, amén de la torpeza insondable de Viganò, una preocupante inseguridad por parte de un sector influyente de la Curia.

Viganò es la consecuencia de uno de los primeros proyectos de Francisco: modernizar las comunicaciones del Vaticano. A tal efecto formó la llamada ‘comisión Lord Patten’, porque al frente de ella puso a Lord Christopher Francis Patten, ex presidente de la BBC. Esta comisión redactó un informe sobre las reformas que consideradas imprescindibles y, para llevarlas a la práctica, Francisco creó en abril de 2015 otra comisión, formada por cinco personas dirigidas por Viganò. Su proyecto fue aprobado por unanimidad.

‘Modernizar’ las comunicaciones puede significar muchas cosas. Puede querer decir explotar más eficazmente las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías, dar mayor importancia a la necesidad de llegar a todas partes con un mensaje claro y sin ambigüedades, incluso buscar todas las formas lícitas de lograr un impacto positivo.

Pero si por ‘moderno’ entendemos solo ‘de ahora’, ‘modernizar’ también puede ser eso mismo contra lo que alertaba el Santo Padro: tergiversar, manipular, retorcer la verdad para que parezca favorecer las tesis que deseamos imponer. Ese parece ser el estilo de Viganò, absolutamente incompatible no solo con el mensaje de Francisco sino con todo lo que el Evangelio representa.

El Vaticano ha reconocido el error, ha admitido que se difuminó la parte ‘incómoda’ de la carta, haciendo aún más desesperada la defensa de Viganò. Recuperar la credibilidad de las fuentes oficiales vaticanas no va a ser fácil, pero el primer paso, el paso necesario sin el que nada puede resultar creíble, es la salida inmediata de Viganò y la creación de una estructura de comunicación que no trate en ningún caso de ser ‘moderna’ en ese sentido peyorativo del que hablábamos antes.