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Festividad de Santo Tomás de Aquino

Festividad de Santo Tomás de Aquino

Néstor, el 28.01.22 a las 6:20 PM

Según Benedicto XVI el cristianismo es la religión del Logos. El prólogo de San Juan nos muestra al Logos que en el principio y desde siempre está junto a Dios y es Dios, y que se hizo carne y habitó entre nosotros.

“Logos” en griego quiere decir muchas cosas (palabra, norma, medida, ley), pero todas tienen que ver con la razón, la inteligencia. La Palabra en Dios no es una voz ni un sonido, sino algo espiritual, algo que tiene que ver con el intelecto, es aquello que procede de la Inteligencia divina al conocerse Dios perfectamente a Sí mismo y en Él mismo a todas las cosas.

El cristianismo, según esto, es la religión de la razón, porque es la religión de la Inteligencia divina, de la Palabra que ha creado el mundo (Fiat lux), ha revelado el plan de Dios a los profetas, y se ha hecho hombre en la plenitud de los tiempos en Jesucristo.

De esa Inteligencia divina participa toda creatura inteligente, angélica o humana, y las mismas leyes esenciales y naturales que rigen a los entes irracionales son una irradiación del Plan que subsiste eternamente en la Mente de Dios.

Lejos de ser, entonces, la religión de la fe contraria a la razón, el cristianismo es la religión de la fe que es la respuesta de la inteligencia y la voluntad del hombre, movidas por la gracia de Dios, a la Revelación que procede de la Inteligencia y la Voluntad divinas.

Por eso no es de extrañar tampoco que haya sido en Europa occidental donde se desarrolló, a partir del Renacimiento, la ciencia moderna. Curiosamente, para los aficionados a la “leyenda negra”, luego de mil años de civilización católica.

Los griegos llegaron hasta donde llegaron, pero fue después de mil años de catolicismo que se pudo aplicar el método experimental. El P. Stanley Jaki, doctor en Teología y en Física, lo explica muy bien: para los griegos, el mundo, en el fondo autosuficiente como Dios mismo, se regía por leyes necesarias que la sola razón especulativa debería poder descubrir, para los cristianos, el mundo, fruto de una libre iniciativa del Creador, es algo contingente que no se puede, en su detalle, calcular “a priori”, sino que exige el recurso a la experiencia.

Lástima que el P. Jaki se entusiasma demasiado con el tema de la contingencia del mundo y así llega a darle cierta preferencia al voluntarismo escotista y nominalista sobre el intelectualismo realista de Santo Tomás.

Ya en 1277 el Obispo de París, Esteban Tempier, condenaba unas doscientas y pico de tesis de los “averroístas latinos”, que siguiendo la interpretación averroísta de Aristóteles hacían del mundo una emanación necesaria de Dios y negaban la Libertad divina. Pero Tempier, fervoroso agustiniano, mezcló dos o tres tesis de Santo Tomás en la condena, pues estaba convencido de que el tomismo no se alejaba lo suficiente del necesitarismo averroísta.

De hecho, en 1322, cuando se canoniza a Santo Tomás, se anula la condena de Tempier por lo que tocaba a esas dos o tres tesis tomistas.

Esa convicción nacida de la condena de 1277, según la cual en el tomismo no se defendía suficientemente la Libertad divina, llevó a Duns Escoto y a su sucesor, Guillermo de Ockham, a afirmar el primado de la voluntad sobre la inteligencia, y hacer depender las esencias mismas de las cosas creadas de la Voluntad divina, el primero, o negarlas sin más, el segundo.

Se pasó así del reconocimiento de la contingencia del mundo, que es absolutamente imprescindible para el cristiano y para todo hombre razonable, a un contingentismo que destruye todo nexo racional necesario y relativiza por eso mismo todo razonamiento humano. Es decir, con el voluntarismo y el subsiguiente nominalismo se abrió la puerta a la Modernidad.

De hecho eso ayudó, “per accidens”, al surgimiento de las ciencias modernas, por la consiguiente concentración en lo empírico de los autores nominalistas previos a Galileo, como por ejemplo Buridán. Tal vez en una cultura que hubiese permanecido realista las ciencias experimentales habrían demorado un poco más en aparecer, pero el costo en términos de destrucción cristiana y humana de Occidente habría sido sin duda muchísimo menor.

El nominalismo declara imposible la Metafísica como ciencia, cierra a la inteligencia humana el camino hacia Dios, que queda en todo caso como objeto de un puro fideísmo, elimina la noción de la naturaleza humana y con ello el fundamento mismo de la dignidad de la persona humana y de sus derechos y deberes.

En Santo Tomás la contingencia de las cosas no consiste en que sus esencias puedan ser distintas de como son, por ejemplo, que el perro pueda ser reptil o que el triángulo pueda tener cuatro lados, sino en que esas esencias no tienen ninguna necesidad de existir, y sólo vienen a la existencia en virtud de una libre decisión del Creador.

Tampoco es que las esencias de las cosas se le “impongan” a Dios, como parece que temían los herederos de la condena de Tempier. Las esencias de las cosas son los modos posibles en que puede ser participada e imitada la Esencia divina, y por tanto, no pueden ser otros que los que son, como la misma Esencia divina no puede ser otra que la que es: Dios es el Ser Necesario.

La libertad absoluta no existe, es absurda y contradictoria, sería la libertad de existir o no existir y de ser libre o de no serlo, de modo que en el primer caso habría que existir antes de existir, y en el segundo, habría que ser libre antes de ser libre.

Hay ciertos “no poderes” en Dios que son justamente signo de su Omnipotencia y Perfección absolutas: no poder pecar, no poder fallar, no poder ignorar nada, no poder ser malo, no poder no ser Dios, no poder no ser, no poder cambiar, no poder dejar de existir, etc.

Además, si bien las esencias de las cosas son necesarias y no pueden ser distintas de como son, las cosas pueden perder la esencia que tienen y adquirir otra (cambio sustancial) y además hay muchos accidentes contingentes en las cosas que pueden no darse en ellas o darse de otra manera (cambio accidental).

Por eso en el tomismo hay lugar tanto para una metafísica que procede por razonamiento deductivo (siempre partiendo, como es obvio, de la experiencia) como para una ciencia particular experimental que contrasta con la experiencia las hipótesis acerca del modo en que “funcionan” las cosas de este mundo.

El mundo actual presenta la paradoja más desconcertante. La frase de Heidegger según la cual nunca se supo tantas cosas acerca del hombre y nunca se supo tan poco acerca del hombre es más actual aún hoy día. Estamos en un estadio avanzadísimo de la descomposición que comenzó en 1277, a raíz de la condena de Tempier.

Los avances científicos y tecnológicos actuales son algo absolutamente asombroso, y nos quedamos cortos. Al mismo tiempo, un ataque de estupidez en grado de locura parece haberse apoderado de nuestras sociedades. El contraste no puede ser más agudo.

En el siglo XIII, cuando la Iglesia hacía frente a la ofensiva musulmana que era tanto militar como intelectual, y que enarbolaba a Aristóteles como bandera de guerra contra el cristianismo, y mientras la mayoría de los teólogos católicos seguían pensando en hacer frente a ese ataque basados exclusivamente en el platonismo heredado de San Agustín, la Providencia divina suscitó al Doctor Angélico, que con su inteligencia ya prodigiosa en lo natural, y potenciada más aún por la gracia sobrenatural, vivida en grado de santidad, además, realizó la síntesis suprema del pensamiento humano y cristiano, no sólo para la contingencia histórica de su tiempo, como pretenden algunos, sino para los siglos futuros, pues resolvió los problemas no con ingeniosidades del momento para salir del paso, sino penetrando más que sus geniales predecesores, en los que se apoyaba, en las esencias eternas de las cosas.

Que por la intercesión de Santo Tomás de Aquino esa misma Providencia divina se apiade de la Iglesia y del mundo en el tiempo actual, y suscite, si no un genio comparable al Angélico, que en estos tiempos tendría mucho de milagro de los más sobrenaturales, sí una gran cantidad de fieles seguidores que profundicen día tras día en sus obras inmortales y guarden para las generaciones futuras, si no llega antes la Parusía, el tesoro de la luz divina en estos tiempos de la más negra oscuridad. Así sea.

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