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Entrevista a Mons. Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares (España)

TRANSCRIPCIÓN NO OFICIAL: Combatimos el mal - como príncipe del mal

Introducción a la entrevista:

Vida Humana Internacional-Austria y el Apostolado Mundial de Fátima, entre otras instituciones, organizaron en Fátima (Portugal), del 2 al 7 de octubre del presente año 2015 el VII Congreso Internacional de Oración por la Vida, “Para que tengan vida” (Juan 10, 10). Los organizadores del citado Congreso invitaron al Obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla a que impartiera una conferencia, el domingo día 4, bajo el título “La familia, santuario de la vida (EV 92)”. Aprovechando la ocasión tuvo lugar la entrevista a Mons. Reig que a continuación reproducimos.

PREGUNTAS:

1) Monseñor, usted defiende los derechos de la vida, del matrimonio y de la familia y habla con claridad ¿Por qué esto no suele ser frecuente?

Cuando hablo intento que en mis palabras resuene la voz del Señor, que decía; “vosotros sed aquellos que digan sí, o que digan no”. Es el modo que Jesús nos ha enseñado. Yo no pretendo compararme con ninguna otra persona, ni siquiera con mis hermanos obispos a los cuales quiero y estimo a todos. El pueblo fiel, necesita en estos momentos complejos escuchar palabras sencillas que puedan llegar a su corazón. Palabras que nos ha puesto en nuestros labios el mismo Evangelio, la predicación de Jesús, y la misma Iglesia, que es nuestra madre. Yo pretendo simplemente continuar la tradición de la Iglesia Católica, explicar las verdades de la fe, no condenando nunca a ninguna persona, simplemente mostrando con cariño aquello que el Señor nos ha enseñado, porque lo que está en juego es nuestra propia salvación. Las palabras del obispo tienen que ser siempre palabras del pastor que conduce con cariño, que conduce con paciencia y con amor a aquellos que han sido engendrados por Cristo en el bautismo y que tienen derecho a escuchar de los obispos y de los pastores la verdad del Evangelio.

2) Actualmente la propuesta de la Iglesia Católica no es acogida en los países de Occidente. Algunos piensan que la solución pasa por centrarse solamente en las cuestiones sociales y ecológicas ¿Cómo promover una nueva primavera en la que el mundo acoja a Cristo y a su Iglesia en plenitud?

La nueva primavera siempre en la Iglesia Católica, en todas las generaciones y en todos los momentos de la historia, viene por la santidad de sus hijos. La santidad de los hijos hace resplandecer la verdad que es personal, que es Jesucristo viviendo en nosotros por obra del Espíritu Santo; y también cuando resplandece la verdad entran en contraste los propios errores, es como la luz que disipa las tinieblas y hace que desaparezcan toda las sombras. La Iglesia tiene que combatir el mal, tiene que estar continuamente proponiendo el camino de Jesucristo para los fieles; eso hace que tenga la misión de denunciar muchas veces proféticamente, como lo hacía Jesús, aquellas cosas que dañan a sus hijos y que pueden llevarlos por el camino de la perdición. No se trata simplemente de un combate contra nadie, combatimos el mal, combatimos a aquel que como príncipe del mal puede llevar engañados a tantas personas. Con un amor infinito, con una misericordia grandísima por todas las personas y de una manera particular por aquellos que engañados por el demonio, pueden seguir caminos de perdición. Por tanto, sí una denuncia profética y una denuncia del mal, sí también a un amor cada vez más grande, como Jesucristo, por aquellos que hayan podido ser engañados y hayan podido caer en los pecados o los caminos que no conducen a la paz del corazón.

La nueva primavera a la Iglesia y al mundo viene siempre de la mano de Dios. Dios ha creado al mundo, el universo, o lo que ahora llamamos incluso los universos y es una obra de su magnificencia, de su magnanimidad. Dios verdaderamente es rico en su amor y en su misericordia. Por eso ha creado tantos planetas, tantas galaxias que ni siquiera caben en nuestra cabeza. Nosotros debemos tener un gran aprecio por la obra de la creación porque es la obra de Dios, que tiene además como importancia ser el primer libro que Dios nos ha entregado, el libro de la naturaleza, donde vemos la huella de Dios creador. Más allá de la obra creada, en ese conjunto de realidades hermosas, quiso poner al hombre, varón y mujer, en la cúspide de la creación. En la cúspide de la creación para que fuera la voz de esas mismas creaturas y pudieran ser todos los universos un canto de alabanza al creador.

La diversificación sexual, varón-mujer, responde al designio amoroso de Dios. Junto a la creación, varón y mujer, el Señor dijo: “…dejará a su padre, a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, El Señor a continuación los bendijo y les dijo: “creced y multiplicaos”. Esa es la voluntad de Dios, y por tanto los esposos, siempre mirando la intención creadora de Dios, tienen que abrirse generosamente a la vida. “Cultivad la tierra y dominadla”. Muchas veces estas palabras, han podido ser no bien entendidas, pero ya el papa Francisco, nos advierte como Benedicto XVI y el mismo San Juan Pablo II, que ese cuidado de la tierra y someterla no es más que ponerla al servicio de lo que son las necesidades, tanto de la creación- porque hay que cuidar la casa común-como del hombre y de la mujer, que son la cúspide de la creación. No se trata de destruir la creación sino de cultivarla y cuidarla para que cumpla los fines que han sido pensados por el Creador. Por tanto, todo lo que venga por ese camino, es un camino bueno. Pero, insisto, lo más importante en la persona es lo que redunda en lo específicamente humano, que es la unidad cuerpo espíritu, o lo que llamaba Benedicto XVI, la consistencia ontológica del alma. Es decir, que el Señor ha creado el alma y nos la ha infundido a cada uno de nosotros, es decir, que su misma realidad nos lo ha hecho participar, y de ahí la grandeza de lo humano.

Por tanto, tiene que ir todo en la misma dirección: cuidar la casa común, pero cuidar de los bienes de la persona. Y de los bienes de la persona, dentro de una jerarquía de valores, los principales son los bienes del Espíritu. Por tanto, la cultura tiene que responder al afán de lo que es la propia vida en el Espíritu, la vida que llamamos interior, que ahora mismo es un déficit en medio de nosotros, y las respuestas no sólo están en el campo de que cuidemos la casa común, cuidemos el ambiente, el hábitat humano, sino que cuidemos también, en lenguaje del papa San Juan Pablo II, la verdadera ecología humana, es decir, el hábitat en el que hombre, varón y mujer, puede desarrollarse. ¿Cuál es la verdadera ecología humana? “La verdadera ecología humana es la familia”. Así lo ponía de manifiesto San Juan Pablo II en su encíclica Centessimus annus, 38-39. Por tanto la familia es lo que debemos cuidar en estos momentos, y es lo que culturalmente ha entrado más en crisis, o se ha oscurecido. Para poder cuidar de manera especial la ecología humana, al hombre como persona, varón y mujer, que se custodia en el amor desde la familia, necesitamos mirar al propio hombre desde el mismo Jesucristo, que es el Hombre verdadero.

Dice la Constitución Guadium et Spes del Concilio Vaticano II, en el número 22 que: el Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre. Y ¿qué le ha revelado como misterio al hombre? El Hombre verdadero es Jesucristo. Es el proyecto de Dios creador, que sólo se realiza a sí mismo en el don de sí; por tanto la vocación al amor, y eso nace de la raíz del espíritu, o de lo que que se ha llamado con Benedicto VXI la consistencia ontológica del alma. Sin ella es imposible hacer de la unidad cuerpo- espíritu un don, que se concreta, como hemos dicho antes, tanto en la virginidad, como en la conyugalidad, propia del matrimonio. Por tanto, sí a al cuidado de la casa común, sí a cultivar y hacer prosperar aquellos bienes que nos instalan en este mundo, pero no desmerecer nunca y no dejar de cultivar lo que es específicamente humano que llamamos la ecología humana: y, dentro de la ecología humana, los bienes del espíritu, que son aquellos que sólo están presentes en la persona y que tienen que ver con su vida interior, con su vida en el Espíritu.

3) ¿Qué piensa usted acerca de la tesis de que no hay que oponerse al reconocimiento civil de las uniones entre personas del mismo sexo y que tan solo hay que evitar llamarlas «matrimonio»?

El designio de Dios sobre las personas es un designio que responde a lo que es su voluntad. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y lo ha hecho varón y mujer. No simplemente su imagen y semejanza se agota diciendo que las personas humanas son inteligentes y son libres- esto forma parte de ser imagen de Dios- sino que en la diferencia sexuada, varón- mujer, ha puesto la vocación primordial al amor. Y ésta es la principal huella que tiene la Trinidad en nosotros. Todos hemos sido pensados, hemos sido queridos para amar, y amar con una vocacional esponsal, que desde la primera alianza, que es la creación, Dios ha pensado en el amor esponsal que es entre el varón y la mujer. Dios ha querido la diversificación sexuada varón mujer para recorrer el camino de la reciprocidad mutua y el don. Nos ha creado varón y mujer precisamente para poner en nosotros la vocación al amor que es la vocación a la donación de la propia persona. Este es el designio amoroso de Dios. Todo lo que vaya más allá no responde al designio de Dios.

Y ya una vez conocido el amor de Dios en Jesucristo, y el amor que nos ha manifestado en la cruz, hemos conocido el misterio de lo que significa la virginidad por la causa del reino de los cielos, que es también un amor esponsal, un amor que es de consagración plena, de cuerpo y espíritu a Aquel que como esposo llama a alguien por la causa del reino de los cielos a vivir en la virginidad. Son los dos modos en que vivimos la vocación primordial al amor.

Las personas que se unen “conyugalmente” cuando son el mismo sexo no están cumpliendo el designio amoroso de Dios. No siguen lo que es su propuesta en la diversificación sexuada por los dos significados que el Señor ha querido poner en el cuerpo humano. El cuerpo humano diversificado, varón y mujer, tiene los dos significados de la dimensión que llamamos unitiva y procreativa. Sólo se puede dar esa dimensión unitiva y procreativa en un amor diferenciado sexualmente entre el varón y la mujer; es lo que constituye después la realidad del matrimonio y, por la apertura a la vida, la comunión más amplia que llamamos la familia. Dos personas del mismo sexo no pueden nunca alcanzar la complementariedad sexual, nunca pueden alcanzar lo que es el principio de la procreación que Dios ha querido poner en el gesto humano de la unión entre un varón y una mujer.

4) Usted fue presionado con un procedimiento judicial, que gracias a Dios fue desestimado por los tribunales de justicia de España, por enseñar que los actos sexuales entre personas del mismo sexo son “intrínsecamente desordenados” ¿Cuáles fueron sus supuestos crímenes?

Mi postura no es nunca la de criticar a ninguna persona. Yo lo que pretendo es mostrar simplemente lo que he recibido como hijo de la Iglesia, lo que he recibido como sacerdote, lo que he recibido como obispo. Mi punto de mira, por tanto, nunca está en la crítica a las personas, sino en lo que es el designio amoroso de Dios, lo que es la voluntad misma de Dios sobre las personas. Hemos de distinguir bien entre lo que es la crítica, lo que entendemos que es el desorden o el mal o el mismo pecado y lo que son las propias personas. Creo que es la misma actitud de Jesús. Jesús miraba con cariño a todos los pecadores, comía con ellos. Miró con un cariño especialísimo a la mujer pecadora, pero después esa mirada transformó el corazón de la mujer pecadora, transformó el corazón de aquellos que le escuchaban y comían con Él y decía: ve y no peques más. Por tanto, vuelvo a insistir: amor y misericordia con todas las personas sea cual sea su situación de vida, sea cual sea su modo de conducta, y sea cual sea su modo de pensamiento. Pero también la misma fuerza en alumbrar lo que significa el pecado, lo que significa el desorden que puede llevar a las personas a vivir realidades que no conducen a su propia perfección ni a su bien. Creo que la Iglesia lo que tiene que hacer es alumbrar el camino acompañando a todas las personas como hizo Jesús en el camino de Emaús: abrirles las Escrituras para que puedan conocer la verdad. Mi experiencia me dice que cuando las personas conocen la verdad, inmediatamente nace en su corazón un deseo de abrazarla, de tal manera que es la verdad la que salva, nunca salva la mentira. La Iglesia Católica lo que hace es promover la explicación y el esplendor de la verdad, que no es una verdad abstracta, es una verdad que es personal, Jesucristo, quien nos ha mostrado el propio camino para alcanzar la Vida.

5) Los parlamentos europeos aprueban leyes que criminalizan el criticar la llamada agenda “homosexual”. ¿Cómo deben comportarse los católicos que viven en esos países con libertad religiosa limitada?

Esta es una nueva situación que se ha ido generando porque hay, diríamos, como una agenda global en todos los cinco continentes donde cada vez se están proponiendo más aquellas leyes que van en contra de la dignidad, la sacralidad de la vida humana, de la belleza de lo que es el matrimonio entre el varón y mujer, y lo que es la grandeza y el bien social de la familia. La situación de la Iglesia Católica en medio de esta agenda global, es una situación cada vez más delicada, pero nosotros hemos puesto toda nuestra esperanza en Dios, toda nuestra esperanza en Jesucristo, y por tanto no podemos dejar de continuar promoviendo el bien, la belleza, la grandeza, tanto de la dignidad de la vida humana como del matrimonio y de la familia.

Es verdad que entramos muchas veces en conflicto con este Nuevo Orden Mundial o con lo que es la agenda que ahora mismo se está desarrollando en tantos y en tantos países, y particularmente de donde yo procedo, España. Pero, nosotros hemos de ser como los primeros apóstoles. No querían que los apóstoles predicaran a Jesucristo, es más, los encarcelaron; es más, los azotaron, pero salían contentos por haber podido sufrir por Jesucristo, y decían que no podían callar lo que habían recibido. Hoy la complejidad de esta nueva situación genera un déficit de libertad religiosa, que nosotros hemos de continuar con el mismo coraje, con la misma valentía de los apóstoles. No podemos ser como aquellos que callan, como aquellos que miran hacia otro lado, sino hemos de seguir la ruta de tantos confesores y tantos mártires que han ido jalonando con su santidad todos los momentos de la historia de la Iglesia.

Ahora hemos de continuar el mismo camino y promover que los propios laicos y las organizaciones católicas sepan también defender lo que es la propia libertad de conciencia, lo que es la propia libertad religiosa sabiendo que no hacemos con eso ningún daño, sino simplemente promover el bien que hay en toda persona que tiene en su corazón el deseo de Dios, porque somos constitutivamente religiosos. Querer abolir esa dimensión religiosa o querer ocultarla o velarla con leyes, es, diríamos, un reduccionismo de lo que es la propia persona. Todos deseamos a Dios, deseamos el infinito, por tanto, si somos constitutivamente religiosos, hemos de poder anunciar con libertad la religión: en este caso, la verdad de Jesucristo. No hacerlo es promover que aparezcan formas seudo religiosas o formas de religión que están contaminadas, que no responden a las expectativas del corazón humano. Como católico entiendo que la verdad de Jesucristo es la verdad plena que le da al corazón todo aquello que necesita.

6) Parecería que el Sínodo sobre la Familia ha fomentado el disenso doctrinal incluso entre los obispos y cardenales. ¿Se ha convertido la Iglesia en un reino dividido contra sí mismo?

Ha habido muchos momentos en la historia en que ha sucedido una cierta división, incluso cismas dentro de la Iglesia. Si consideramos históricamente los concilios más importantes, estoy pensando ahora mismo en el concilio de Nicea, en el concilio de Éfeso hubo una gran división entre aquellos que estaban debatiendo las cuestiones diríamos, más sustantivas de la fe: la divinidad de Jesucristo, o la no divinidad de Jesucristo, por ejemplo. Los momentos parecían difíciles, la oración de toda el pueblo santo de Dios, la oración de tantas personas anónimas que levantan su grito al Señor han reconducido todos estos concilios, y al final tanto del concilio de Nicea como del de Éfeso salió la verdadera fe católica, la que está promovida en los propios escritos Evangélicos y en las cartas apostólicas. Hoy estamos aquí en Fátima precisamente cuando ha comenzado el Sínodo, para levantar con el pueblo católico una oración, una oración a nuestra Señora de Fátima para que ocurra los mismo, para que en los debates los padres sinodales puedan quedar alumbrados por la luz misma de la fe y podamos tener una ocasión espléndida para profundizar en las auténticas necesidades del matrimonio y de la familia en estos momentos.

Entiendo que se han planteado después de la Familiaris Consortio, unas cuantas cuestiones que son cuestiones nuevas. Yo lo propongo como una analogía con lo que pasaba en la época del papa León XIII. Él quiso levantar la voz en defensa de los obreros en aquel momento frente a la revolución industrial que generó todo el mundo de lo que llamamos el proletariado. Pues ahora también necesitamos nosotros que los padres sinodales y el Santo Padre, el sucesor de Pedro, levanten la voz en defensa primero de aquellos niños que a veces no se les deja nacer, con la plaga y el crimen del aborto, y que defiendan con gozo el designio de Dios para que las mujeres y los varones puedan unirse en santo matrimonio y que recuperen la dimensión sagrada del matrimonio, para que haya una buena educación afectivo sexual de los adolescentes de tal manera que se puedan después abrir al amor auténtico y verdadero que no descansa en el sentimiento sino en la voluntad, que hace de la persona humana un don para el otro, y un don que, cuando se unen en el matrimonio, recibiendo del sacramento la gracia de Jesucristo y el don de la indisolubilidad, es un amor para siempre. No me he encontrado con ninguna persona, varón o mujer que no deseen un amor auténtico y para toda la vida.

La Iglesia, como madre y maestra debe enseñar a los adolescentes y a los jóvenes para que se preparen bien a recibir el don del sacramento del Matrimonio que les dará nada menos que el amor mismo de Jesucristo en la cruz, donde Él ha amado hasta el extremo de forma exclusiva, hasta la muerte, a su Esposa. Estos son los grandes temas que tiene que debatir el Sínodo, y después, en este complejo momento de una crisis cultural, sería una decadencia del espíritu no alentar a los católicos para que se abran generosamente a la vida. Hay que alentar a la familia católica para que pueda cumplir su propia misión, que no es otra que unirse en un amor fiel para toda la vida, y por ese amor y entrega conyugal abrirse generosamente a la vida, abrazar de corazón la Humanae vitae para que aparezcan de nuevo familias numerosas que vengan a suplir este invierno demográfico que está sufriendo ahora mismo Occidente. La Iglesia tiene que promover que florezca la vida en los matrimonios y que verdaderamente los esposos sean ayudados para cumplir su misión de padres y de madres, que no solo es la procreación cooperando con Dios, sino en la educación de los hijos tanto en las virtudes como en la transmisión de la fe para que puedan vivir con la esperanza de que han venido a este mundo para gozar un día de Dios en el cielo junto con todos los santos.

7) La Iglesia no va a sobrevivir sólo en base al número de clérigos; es primordial orar y trabajar para que Dios nos regale muchas familias católicas santas y jóvenes, abiertas generosamente al don de la vida. Pero este tipo de familias son raras. ¿Qué se puede hacer?

Es verdad que hemos sufrido todos igual en los cinco continentes una gran crisis de vocaciones tanto a la vida consagrada como a la vida sacerdotal, y esto es verdaderamente sustantivo para la Iglesia. La Iglesia católica necesita los sacerdotes y hay que estar continuamente invitando a nuestros jóvenes a que escuchen, en primer lugar, la llamada de Dios. Dios está llamando como creo que en todos los momentos de una manera verdaderamente urgente por la necesidad y la falta de sacerdotes y también de testigos de la consagración a Dios en la vida religiosa. La familias jóvenes no abundan en número de hijos y viven en contraste, especialmente en España donde, a su vez, hay muchas familias que tienen muchos hijos. Hay familias numerosas frente a un número grande de personas que sólo tienen un hijo, o ni siquiera quieren tener hijos. Hoy la crisis más profunda es que hay una baja tasa de la nupcialidad, las personas no quieren casarse, pero es porque les falta fe en el amor auténtico. La gran revelación que puede presentar el sínodo en estos momentos es de nuevo hacer brillar con esplendor la grandeza del amor conyugal esponsal y la grandeza de salir de la trampa de una sociedad obsesivamente consumista que quiere poner el corazón de las personas en las cosas, quiere poner el corazón de las personas incluso en elementos que son menos importantes como es tener una mascota o estar cuidando animalitos, lo cual es digno y es legítimo, yo creo que pueden hacer mucha compañía particularmente a las personas mayores. Pero la grandeza es a la vocación a la paternidad y a la maternidad, porque Dios nos ha pensado para promover la vida humana y poder engendrar desde el amor a niños y niñas preparándoles a ser personas de tal manera que este desierto cultural un buen día, por el testimonio de tantos hijos de familias católicas, pueda ser trasformado en un vergel. Ahora tenemos un momento muy complicado, muy difícil. Parece que vivimos en un desierto cultural y un desierto de la fe, pero otras veces también hemos pasado por esas situaciones. Yo estoy convencido de que si ponemos la mirada en Jesucristo, el desierto puede pasar a ser un vergel.
tdelamoh
Llevo algún tiempo investigando a fondo sobre esa agenda global del Nuevo Orden Mundial, de la que habla Monseñor Reig Plà y me creía un bicho raro por ello.
Agradezco a D. Antonio sus palabras, pues me doy cuenta de que es el Espíritu quien me está guiando, para que pueda conocer y denunciar esos planes tan "discretos" y que tánto mal pueden traer sobre la humanidad.
Germen
MUY BUENA ENTREVISTA... ASÍ CONCLUYE: 👍 🤗
Parece que vivimos en un desierto cultural y un desierto de la fe, pero otras veces también hemos pasado por esas situaciones. Yo estoy convencido de que si ponemos la mirada en Jesucristo, el desierto puede pasar a ser un vergel.