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Jerusalén: Via Dolorosa

Jerusalén: Via Dolorosa

J. Gil


Etiquetas: Cruz, Via Crucis, Tierra Santa, Año de la fe,Huellas de nuestra fe
Huellas de nuestra fe


¿Quieres acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas (Vía Crucis, IX estación, punto 3).

Procesión del Viernes Santo por la Vía Dolorosa, en la que participan los fieles de Jerusalén. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.

A lo largo de los siglos, así han contemplado los santos —y, con ellos, muchedumbres de cristianos— la muerte redentora de Jesús en la cruz y su resurrección: el misterio pascual, que está en el centro de nuestra fe (Cfr.Catecismo de la Iglesia Católica, n. 571). Con el paso del tiempo, la meditación de aquellos hechos ha cuajado en algunas devociones, entre las que destaca el vía crucis.

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Como sabemos, este ejercicio tiene por objeto considerar con espíritu de compunción y compasión la última y más dolorosa parte de los padecimientos del Señor, acompañándolo espiritualmente en el camino que recorrió, cargado con la Cruz, desde el Pretorio de Pilato hasta el Calvario, y allí, desde que fue enclavado en el patíbulo hasta su deposición en el Sepulcro.

La práctica del vía crucis se fundamenta en la veneración por los Santos Lugares, donde no hacía falta imaginarse los escenarios de la Pasión, sino que se tenían a la vista y se recorrían físicamente. Una leyenda piadosa —recogida en De transitu Mariae, un apócrifo siriaco del siglo V— cuenta que la Santísima Virgen caminaba a diario por los sitios donde su Hijo había sufrido y derramado su sangre (Cfr. Dictionnaire de spiritualité, II, col. 2577). Por mano de san Jerónimo, ha llegado hasta nosotros el testimonio de la peregrinación a Palestina que la noble santa Paula realizó entre los años 385 y 386: en Jerusalén, «con tanto fervor y empeño visitaba todos los lugares, que, de no haber tenido prisa por ver los otros, no se la hubiera arrancado de los primeros.

En la Ciudad Vieja, la Vía Dolorosa está señalada en árabe, hebreo y latín. Firma: Leobard Hinfelaar.
Prosternada ante la cruz, adoraba al Señor como si lo estuviera viendo colgado de ella. Entró en el sepulcro de la Anástasis y besaba la piedra que el ángel había removido de aquel. El sitio mismo en que había yacido el Señor lo acariciaba, por su fe, con la boca, como un sediento que ha hallado las aguas deseadas. Qué de lágrimas derramara allí, qué de gemidos diera de dolor, testigo es toda Jerusalén, testigo es el Señor mismo a quien rogaba» (San Jerónimo, Epitaphium sanctae Paulae, 9).

Esquema del recorrido de la Via Dolorosa.

También conocemos bastantes detalles de algunas ceremonias litúrgicas que se tenían en Jerusalén en la misma época, gracias a la peregrina Egeria, que viajó a Tierra Santa a finales del siglo IV. Muchas consistían en la lectura de los relatos evangélicos relacionados con cada lugar, el rezo de algún salmo y el canto de himnos. Además, al describir las funciones sagradas del Jueves y Viernes Santo, narra que los fieles iban en procesión desde el monte de los Olivos hasta el Calvario: «se va hacia la ciudad a pie, con himnos, y se llega a la puerta en la hora en que empieza a reconocerse un hombre de otro; después, en el interior de la ciudad, todos, ninguno excluido, grandes y pequeños, ricos y pobres, están presentes; nadie deja de participar, especialmente ese día, en la vigilia hasta la aurora. De esa forma se acompaña al Obispo desde Getsemaní hasta la puerta, y de ahí, atravesando toda la ciudad, hasta la Cruz» (Itinerarium Egeriae, XXXVI, 3 (CCL 175, 80)).

Según otros testimonios posteriores, parece que fue precisándose poco a poco el camino por el que Jesús había pasado a través de las calles de Jerusalén, al mismo tiempo que se determinaban también las estaciones, es decir, los sitios donde los fieles se detenían para contemplar cada uno de los episodios de la Pasión. Los cruzados —en los siglos XI y XII— y los franciscanos —desde el XIV en adelante— contribuyeron en gran medida a fijar esas tradiciones. De esta forma, en la Ciudad Santa, durante el siglo XVI ya se seguía el mismo itinerario que se recorre actualmente, conocido como Vía Dolorosa, con la división en catorce estaciones.

Costumbre
A partir de entonces, fuera de Jerusalén se extendió la costumbre de establecer vía crucis para que los fieles considerasen esas escenas, a imitación de los peregrinos que iban personalmente a Tierra Santa: se difundió primero en España —gracias al beato Álvaro de Córdoba, dominico—, de ahí pasó a Cerdeña, y más tarde al resto de Europa. Entre los propagadores de esta devoción, san Leonardo de Puerto Mauricio ocupa un puesto destacado: de 1731 a 1751, en el curso de unas misiones en Italia, erigió más de 570 vía crucis; y cuando Benedicto XIV hizo colocar el del Colosseo, el 27 de diciembre de 1750, fue el predicador durante la ceremonia. Los Romanos Pontífices también han fomentado esta práctica piadosa concediendo indulgencias a quienes la realizan.

La contemplación de los padecimientos del Señor empuja al arrepentimiento de los propios pecados, y esto mueve al desagravio y a la reparación

La contemplación de los padecimientos del Señor empuja al arrepentimiento de los propios pecados, y esto mueve al desagravio y a la reparación. Si las escenas se reviven en la Vía Dolorosa, la inmediatez puede ayudar a que el alma se encienda aún más en amor a Dios. Ciertamente, resulta imposible saber si ese itinerario coincide con el trayecto exacto del Señor, pues el trazado de las calles data en líneas generales de la reconstrucción romana de Jerusalén realizada en tiempos de Adriano, en el año 135. Sería necesaria una investigación arqueológica que alcanzase el nivel de la ciudad en la primera mitad del siglo I, y ni siquiera así se resolverían todos los interrogantes. Al margen de esta falta de certeza, la Vía Dolorosa es el vía crucis por excelencia, el que han recorrido los cristianos durante siglos. En cuanto a las catorce estaciones, la mayoría están tomadas directamente del Evangelio, y otras nos han llegado por la tradición piadosa del pueblo cristiano. Las seguiremos de la mano de san Josemaría, que las meditó con viveza singular.

I estación: condenan a muerte a Jesús

Cada viernes, a las tres de la tarde, se celebra en Jerusalén una procesión que recorre la Vía Dolorosa. La encabeza el Custodio de Tierra Santa o uno que le representa, acompañado por numerosos peregrinos, fieles residentes en Jerusalén y frailes franciscanos. El punto de partida es el patio de la escuela islámica de El-Omariye, situada en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Puesto que en el siglo I se elevaba allí la torre Antonia, que acogía a la guarnición romana acuartelada en la ciudad, tradicionalmente se identifica con el pretorio donde se realizó el juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato.

Patio de la escuela islámica de El-Omariye. Firma: Israel Tourism (Flickr).

Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos se burla: ecce rex vester! (Jn 19, 14). Los pontífices responden enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Jn 19, 15). ¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza (Vía Crucis, I estación, punto 4).

II estación: Jesús carga con la cruz

Saliendo de la escuela y atravesando la Vía Dolorosa, se llega al convento franciscano de la Flagelación. Se trata de un complejo construido en torno a un amplio claustro, con el Studium Biblicum Franciscanum en el frente y dos iglesias a los lados: a la derecha, la de la Flagelación, reconstruida en 1927 sobre las ruinas de otra del siglo XII; y a la izquierda, la de la Condenación, levantada en 1903. En el muro exterior de esta iglesia, en la calle, está señalada la segunda estación: y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota (Jn 19, 17).

Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado. Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con la Voluntad amabilísima del Padre (Vía Crucis, II estación, punto 2).

El arco del Ecce homo atraviesa la Vía Dolorosa y es en realidad el vano central de un arco de triunfo. Firma: Benjamin E. Wood (Flickr).
Un poco más adelante, cruza la Vía Dolorosa un arco de medio punto con un corredor construido encima. Se conoce popularmente como el arco del Ecce homo, y recuerda el lugar donde Pilato presentó a Jesús al pueblo después de la flagelación y la coronación de espinas. En realidad, es el vano central de un arco de triunfo del que se conserva también la puerta del lado norte en el interior del convento de las Damas de Sión: hace las veces de retablo en la basílica del Ecce homo, terminada en el siglo XIX.

Del mismo modo que ese elemento se consideraba perteneciente a la torre Antonia, varios enlosados de piedra en la misma zona solían identificarse con el lugar llamado Litóstrotos (Jn 19, 13): sobre todo, son visibles en la iglesia de la Condenación y el convento de las Damas de Sión. En efecto, tanto el arco como los pavimentos son de origen romano, pero habría que datarlos algo más tarde, en la época de Adriano.

Cuando se recorre la Vía Dolorosa, al pasar por este punto viene a la mente lo mucho que Cristo había sufrido ya antes de cargar con la cruz: Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena que azoten a Jesús.

Atado a la columna. Lleno de llagas.
Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad.
Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto (Santo Rosario, II misterio doloroso).

Después, llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte (Mc 15, 16) —Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos (Mc 15, 18). Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen. Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre (Ibid., III misterio doloroso).

El corazón se estremece al contemplar la Santísima Humanidad del Señor hecha una llaga (...). Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche; cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías (Vía Crucis, I estación, punto 5).

III estación: cae Jesús por primera vez

La Vía Dolorosa continúa en ligero descenso hasta cruzarse con una calle que viene de la puerta de Damasco; se llama El-Wad —el valle— y sigue el antiguo lecho del torrente Tiropeón. Girando a la izquierda, casi en la esquina, se encuentra una pequeña capilla, perteneciente al Patriarcado Armenio católico, con la tercera estación.

La escena que se contempla en la tercera estación está representada en el retablo de la capilla. Firma: Alfred Driessen.

El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a sus miembros llagados.
A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo.

Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el Señor se desploma extenuado.
Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos por qué pesa tanto la Cruz de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y también la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de contrición verdadera, que nos saca de la postración del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos: una vez y siempre (Ibid., III estación ).

IV estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre

La tercera estación y la cuarta están pegadas y pertenecen al Patriarcado Armenio católico. Firma: J. Paniello.
Avanzando pocos metros, se llega a la cuarta estación, donde hay una iglesia, también de los armenios, en cuya cripta hay adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Nuestra Señora no abandona a su Hijo durante la Pasión; de hecho, la veremos más adelante en el Gólgota.
Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde Él pasa.

Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor (...). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.

De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre (Ibid., IV estación ).

V estación: Simón ayuda a llevar la cruz de Jesús

Interior de la capilla de la quinta estación. Firma: J. Paniello.
Enseguida se deja la calle de El-Wad y se gira a la derecha, para tomar de nuevo la Vía Dolorosa. Este tramo es muy característico de la Ciudad Vieja: estrecho y empinado, con escalones cada pocos pasos y numerosos arcos que cruzan la calle por arriba, uniendo los edificios de los dos lados. Justo en el arranque, a mano izquierda, hay una capilla que ya en el siglo XIII era de los franciscanos, donde se recuerda la quinta estación: a uno que pasaba por allí, que venía del campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que le llevara la cruz (Mc 15, 21).

En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo que supone esta ayuda. Pero a Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de amor para derramar copiosamente su gracia sobre el alma del amigo (...).

A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia... no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz! (Vía Crucis, V estación ).

VI estación: una piadosa mujer enjuga el rostro de Jesús

Poco sabemos de esta mujer. Una tradición basada en textos apócrifos la identifica con la hemorroisa de Cafarnaún, llamada Berenice; al traducirse su nombre al latín, se convirtió en Verónica. En el medievo se sitúa su casa aquí, hacia la mitad de la calle, donde hoy existe una pequeña capilla con entrada directa desde la vía y encima una iglesia grecocatólica.

Una mujer, Verónica de nombre, se abre paso entre la muchedumbre, llevando un lienzo blanco plegado, con el que limpia piadosamente el rostro de Jesús. El Señor deja grabada su Santa Faz en las tres partes de ese velo.

Columna junto a la sexta estación. Firma: Leobard Hinfelaar.

El rostro bienamado de Jesús, que había sonreído a los niños y se transfiguró de gloria en el Tabor, está ahora como oculto por el dolor. Pero este dolor es nuestra purificación; ese sudor y esa sangre que empañan y desdibujan sus facciones, nuestra limpieza. Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos pareciendo más y más a Ti. Seremos otros Cristos, el mismo Cristo, ipse Christus (Ibid., VI estación).

VII estación: cae Jesús por segunda vez

La capilla de la séptima estación, que está dividida en dos ambientes, también es propiedad de la Custodia de Tierra Santa. Firma: Israel Tourism (Flickr).
Al final de la subida, la Vía Dolorosa desemboca en el Khan ez-Zait —el mercado del aceite—, el animado y concurrido zoco que viene de la puerta de Damasco. Delimita los barrios musulmán y cristiano, y coincide con el antiguo Cardo Massimo, la calle principal de la Jerusalén romana y bizantina. La séptima estación se encuentra en el cruce, donde hay una capillita propiedad de los franciscanos.

Cae Jesús por el peso del madero... Nosotros, por la atracción de las cosas de la tierra. Prefiere venirse abajo antes que soltar la Cruz. Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba (Ibid., VII estación, punto 1).

VIII estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

En el lugar de la octava estación, hay una piedra redonda de pequeñas dimensiones, con una cruz y una inscripción labradas: Jesucristo vence. Firma: Alfred Driessen.
A pocos metros del lugar de la segunda caída, tomando la calle de San Francisco, que sube en dirección oeste y prolonga la Vía Dolorosa, se llega a la octava estación. Entre las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas (...).

Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados, que son la causa de la Pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina:
—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos... Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco qué se hará? (Lc 23, 28.31). Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometido, si Él, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su mirada amabilísima.¡Qué poco es una vida para reparar! (Ibid., VIII estación ).

IX estación: Jesús cae por tercera vez
Para ir a la novena estación, quizá antiguamente había un paso más directo, pero hoy en día es necesario volver sobre los propios pasos hasta el zoco, seguirlo unos metros en dirección sur, y tomar una escalera que se abre en el lado derecho de la vía. Al final de un callejón, una columna señala la tercera caída. Está colocada en una esquina, entre un acceso a la terraza del convento etíope y la puerta de la iglesia copta de San Antonio.

El Señor cae por tercera vez, en la ladera del Calvario, cuando quedan sólo cuarenta o cincuenta pasos para llegar a la cumbre. Jesús no se sostiene en pie: le faltan las fuerzas, y yace agotado en tierra (Ibid., IX estación ).
Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar! Bien. Pero no olvides que el espíritu de penitencia está principalmente en cumplir, cueste lo que cueste, el deber de cada instante (Ibid., IX estación, punto 5).

Desde la novena estación, se puede llegar al patio de la basílica del Santo Sepulcro a través de la terraza del convento etíope. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.

El sitio donde se recuerda la última caída del Señor queda a pocos metros de la basílica del Santo Sepulcro. De hecho, las últimas cinco estaciones de la Vía Dolorosa se encuentran en su interior. Para ir allí, una opción es volver al zoco y recorrer algunas calles hasta llegar a la plazoleta que se abre frente a la entrada, en la fachada sur; es el itinerario habitual de la procesión de los viernes. La otra opción, más corta, consiste en cruzar la terraza del convento etíope —que a su vez es la cubierta de una de las capillas inferiores de la basílica—, y descender atravesando el edificio, que tiene una salida directa a la plaza, junto al lugar del Calvario. Lo visitaremos, para meditar las siguientes escenas de la Pasión, en el próximo artículo.

Enlaces de interés:
Vídeo de la Custodia de Tierra Santa sobre la Vía Dolorosa
Página de la Custodia de Tierra Santa sobre la Vía Dolorosa

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