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Visitó el infierno en una experiencia casi mortal: por la oración de un desconocido... volvió a vivir. El juicio místico de la doctora Gloria Polo Golpeada por un rayo, yacía en una camilla y se …More
Visitó el infierno en una experiencia casi mortal: por la oración de un desconocido...

volvió a vivir.
El juicio místico de la doctora Gloria Polo

Golpeada por un rayo, yacía en una camilla y se enfrentaba a un terrible repaso de los mandamientos que ella vivía con tibieza. Fue "devuelta", dice, con la misión de dar testimonio.


Actualizado 1 febrero 2013

Fernando de Navascués / ReL
Gloria Polo, a pesar de sus orígenes humildes, llegó a subir a una magnífica posición social en la sociedad colombiana.

Tenía todo lo que quería: un marido, dos hijos, un buen trabajo–es dentista-, admirada por todos, dinero, liderazgo… hasta que un día le cayó un rayo.

Textual: “Un viernes por la tarde estaba con mi sobrino en la Universidad Nacional en Bogotá. Llovía muy fuerte, mi sobrino y yo íbamos debajo de un paraguas muy pequeño. Como podíamos, saltábamos los charcos, hasta que nos cayó un rayo. Nos dejó carbonizados; mi sobrino fallece allí. En cambio a mí el rayo me entra. Me quema de forma espantosa todo mi cuerpo, por fuera y por dentro. Todo mi cuerpo está reconstruido. Es misericordia de nuestro Señor. Me carboniza, prácticamente se me desaparece toda mi carne y mis costillas; el vientre, las piernas... sale el rayo por el pie derecho, se me carboniza el hígado, se me queman los riñones, los pulmones…”

El túnel de luz, los parientes fallecidos
Decir que aquello cambió su vida sería una perogrullada, pero realmente lo fue, no sólo en lo físico sino en lo psíquico y en lo espiritual.

En cuanto le cayó el rayo, tuvo una de esas experiencias extrañas de las que de vez en cuando se habla: vio un túnel de luz y se encontró con sus familiares; abrazos, saludos, luz, mucha luz, paz, serenidad… hasta que escuchó la voz de su marido que le decía: “¡Gloria! Por favor, no se vaya. ¡Mire, Gloria regrese! Los niños, Gloria. No sea cobarde”.

En aquel lugar encontró paz, serenidad, goce; se estaba bien, incluso, con uno mismo. Sin embargo, volvió.

Volver a un cuerpo destrozado
El regreso fue dramático. Los médicos, la ambulancia, los dolores... Con todo, lo peor fue saberse con el cuerpo destrozado, su vanidad: “Una mujer con criterios de mundo, la mujer ejecutiva. La intelectual, la estudiante y la esclavizada del cuerpo, de la belleza y de la moda: cuatro horas diarias de ejercicios aeróbicos. Esclavizada para tener un cuerpo hermoso. Masajes. Dietas...”

Inmediatamente fue llevada al hospital pero en plena operación volvió a “salirse del cuerpo”.

Una vida para vivirla a tope
Ya volveremos ahí, pero ahora demos unas pinceladas sobre su vida. Como ya dijimos, Gloria nació en una familia humilde de Colombia. Su madre debió ser una auténtica santa: sacó adelante a sus siete hijos a pesar del marido que tenía, borracho, mujeriego, maltratador… Gloria llegó estudió, se hizo dentista y consiguió una envidiable posición social.

En esa cumbre, en donde todo es vanidad y apariencia, Gloria dedicaba horas y horas a hacer deporte, masajes y vestía a la última y sin el menor decoro. Es paradójico que su culto al cuerpo, el verdadero centro de su vida, acabara fulminado por un rayo.

Misa por apariencia social
Como cristiana, dejaba mucho que desear. Ciertamente acudía a Misa los domingos, pero no dejaba de ser también una postura social. Las Misas a las que acudía eran tan cortas como su fe: ahí empezaba, ahí acababa.

Claro, que de su alejamiento de Dios también tenía la culpa algún que otro cura. Cuando era estudiante, recuerda Gloria, escuchó de la boca de un sacerdote que el Infierno y los demonios no existían. Esto le impactó y la alejó todavía más de una vida cristiana. Con toda lógica se cuestionó que para qué preocuparse de lo que hagamos y cómo seamos, al final sólo hay Cielo.

La caída en el Infierno
Volvamos a la mesa de operaciones. En plena intervención empezó a tener otra experiencia similar a la anterior. Sólo que esta vez eran las puertas del dolor y del sufrimiento las que se abrían. No eran esos momentos de placer y armonía que vivió antes.

Veía a los demonios que venían a recogerme. En ese instante, empecé a ver cómo de la pared del quirófano brotaban muchísimas personas. Aparentemente comunes y corrientes, pero con una mirada de odio tan grande, una mirada espantosa, y yo me doy cuenta en ese instante que a todas ellas les debo algo; que el pecado no fue gratis. En ese susto tan terrible, yo salí corriendo y atravesé la pared del quirófano. Aspiraba a esconderme entre los pasillos del hospital, pero cuando salí caí en el vació”.

La visión le condujo “por una cantidad de túneles que van abajo. Al principio tenían luz y eran luces como panales de abeja. Donde había muchísima gente. Pero voy descendiendo y la luz se va perdiendo y empiezo andar en unos túneles de tinieblas espantosas. No se pueden comparar. Ellas mismas ocasionan dolor. Horror. Vergüenza. Huelen mal. Y yo termino ese descenso por entre todos esos túneles y llego a una parte plana. Veo cómo en el piso se abre una boca grandísima y siento un vació impresionante en mi cuerpo. Lo más espantoso de ese hueco era que no se sentía ni un poco del amor de Dios, ni una gota de esperanza”.

Millares de personas en el Infierno
Con toda su alegre y despreocupada vida perdida en algún lado, empezó a gritar: “¡Almas del purgatorio, por favor, sáquenme de aquí!” En medio de esos gritos y ese dolor descubre a millares y millares de personas, sobre todo jóvenes. Era el rechinar de dientes, alaridos y lamentaciones.

Gloria no entendía qué hacía allá: “Yo, tan santa. Jamás he robado, yo nunca he matado, yo le daba limosnas a los pobres, yo sacaba muelas gratis a los que necesitaban. ¿Qué hago aquí? Yo iba a Misa los domingos, a pesar de que me consideraba atea nunca falté; si en mi vida falte cinco veces a misa fue mucho. Yo soy católica, por favor, yo soy católica, sáquenme de aquí”.

De repente se escuchó una voz dulce y todo se inundó de amor y de paz. Incluso, todas las criaturas salieron despavoridas. Una voz que le pidió: “Muy bien, si tú eres católica dime los mandamientos de la Ley de Dios”.

No has amado ni a Dios ni a los hombres
A partir de ese momento comenzó un repaso de su vida a la luz del Decálogo. Mandamiento a mandamiento, fue descubriendo que había pecado gravemente en cada uno de ellos:
- El primero. Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo
- ¡Muy bien! -y le preguntan: ¿Y tú los has amado?
- ¡Yo sí, yo sí, yo sí!
Pero la voz le respondíó:
- ¡No! ¡Tú no has amado a tu Señor sobre todas las cosas, y muchísimo menos a tu prójimo como a ti misma! Tú te hiciste un dios que acomodaste a tu vida sólo en momentos de extrema necesidad: te postrabas ante él cuando eras pobre, cuando tu familia era humilde, cuando querías ser profesional. ¡Ahí sí orabas todos los días, y te postrabas horas enteras suplicando a tu Señor! ¡Orando y pidiéndole para que él te sacara de esa pobreza y te permitiera ser profesional y ser alguien! Cuándo tenías necesidad y querías dinero. ¡Esa era la relación que tú tenías con el Señor!

Y era verdad. Gloria confiesa que Dios era como “cajero automático”. En el mismo momento en que tenía lo que quería se olvidaba de Él. Jamás fue agradecida, ni con Dios ni con los hombres.

Ni siquiera con sus padres. Jamás reconoció su esfuerzo, su amor y su entrega. Es más, llegaba a avergonzarse de su madre, por su humildad y su pobreza. Esposa y madre renegona, ni qué decir del resto de personas. Todo un corazón de piedra.

El repaso de los mandamientos
Continuó el examen con el resto de los mandamientos. Con el segundo, resultó que desde pequeña ya juraba en falso con total de salvarse de castigos y conseguir lo que quería. Con el tercero sintió un inmenso dolor: “La voz me decía que yo dedicaba cuatro y cinco horas a mi cuerpo y ni siquiera diez minutos diarios de profundo amor al Señor, de agradecimiento o de una oración”.

Del cuarto mandamiento, honrar a Padre y Madre, el Señor le mostraba cómo fue de desagradecida con ellos, “cómo maldecía y renegaba cuando no me podían dar todo lo que mis amiga tenían, y cómo fui una hija que no valoraba lo que tenía. Llegué al punto de decir que esa no era mi mamá, porque me parecía muy poquita cosa para mí”.

El ambiente familiar tampoco ayudaba mucho. Su padre presumía delante de su madre de lo mujeriego que era, de lo mucho que fumaba y bebía: “Me empecé a llenar de rabia, de resentimiento y empecé a ver cómo el resentimiento me llevaba a la muerte espiritual, sentía una rabia espantosa al ver cómo mi papá humillaba a mi mamá delante de todo el mundo”. Cuando Gloria comenzó a tener una autonomía económica quiso divorciar a sus padres: “¡Sepárese de mi papá, es imposible que usted aguante un tipo así, sea digna, hágase valer, mamá!”.

Como la madre no quiso “empecé a defender el aborto, el divorcio y a defender la ley del Talión, el que me la hace me la paga, nunca fui infiel físicamente, pero dañé a mucha gente con mis consejos”.

Los abortos que ella pagó
Cuando llegamos al quinto mandamiento, el Señor le mostró cómo había pecado en aquello que más abomina: el aborto. Gloria vio a una niña de catorce años abortando, era una sobrina suya: “No sean bobitas –les decía a sus sobrinas-, si sus mamás les hablan de virginidad y de castidad es porque están pasadas de moda. Ellas hablan de una Biblia de hace dos mil años, y los curas no se han querido modernizar. Ellas hablan de lo que decía el Papa, pero ese Papa está pasado de moda”. Sólo que algunas de ellas quedaron embarazadas. Embarazos que finalizaron en aborto. Abortos que pagó ella.

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