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El argumento de la repugnancia

Por The Catholic Thing* | 19 abril, 2020

Por David Carlin

Hace muchas décadas, cuando era un joven profesor de filosofía en un college de mujeres católicas (que hace tiempo dejó de existir), a veces preguntaba, con el fin de estimular una discusión en clase, «¿Qué tiene de malo la homosexualidad?» Al hacer la pregunta, tenía en mente – y los estudiantes sabían que tenía en mente – la conducta homosexual, no simplemente una orientación homosexual. En aquellos días, no era necesario hacer esa distinción un tanto pedante.

La pronta respuesta de las estudiantes fue siempre la misma: «Es repugnante». Eso prácticamente acababa con la discusión en la clase. Si trataba de prolongar la discusión preguntando, «Pero por qué es asqueroso», la respuesta sería «Simplemente lo es» o «¿No es obvio?»

Ya no estoy enseñando. Me retiré hace dos años después de una larga carrera. Pero si hoy entrara en una clase de la universidad y hiciera esa pregunta, me dirían: «No seas tonto. No hay nada malo con la homosexualidad.»

Supongamos que intento prolongar la discusión diciendo: «Hay algunas personas, ya sabes, que piensan que el sexo entre gays y lesbianas es repugnante».

«Bueno», me dirían, «esa gente es homofóbica, odia».

En este punto probablemente dejaría el tema, abandonaría mi intento de provocar una discusión. Porque si fuera más lejos, correría el riesgo de ofender profundamente a algún estudiante que, lleno de un espíritu de justa indignación, iría al rector de la universidad diciendo: «Tengo un profesor de filosofía homofóbico que insinúa, y más que insinuar, que está bien odiar a gays y lesbianas. Si no quieres compartir su falta debes despedirlo».

Y luego la universidad, obedeciendo a las reglas federales, tendría que investigarme durante los próximos seis meses más o menos. Y aunque la universidad, después de la investigación, no me despidiera, podría exigirme que emitiera una declaración dejando claro que no tengo ninguna objeción a los homosexuales o a la homosexualidad.

Hemos recorrido un largo camino desde los días en que mis universitarias católicas eran unánimes en su sentimiento de que la homosexualidad es «repugnante».

Hubo un tiempo en que «el argumento de la repugnancia» se consideraba generalmente como un buen argumento contra ciertas prácticas. Por ejemplo, a finales de la era victoriana. A menudo me encuentro leyendo libros que fueron escritos a finales del siglo XIX o muy temprano en el siglo XX, libros escritos en su mayoría por escritores ingleses. Esos viejos escritores no dudaron en expresar su repugnancia por la conducta homosexual, que rutinariamente llamaban el «vicio antinatural», o si el escritor era algo así como un erudito clásico, el «vicio griego».

Estos eruditos clásicos amaban a Platón, y obviamente les dolía encontrar que Platón aprobaba, o al menos toleraba, los sentimientos y las relaciones pederásticas. Pero no eran simplemente platónicos. También eran cristianos, y por ello encontraban repugnante lo que su buen amigo Platón encontraba más o menos tolerable.

Un ejemplo muy llamativo de esta actitud victoriana de repugnancia se encuentra en Lord Acton, el católico inglés que fue profesor de historia moderna en la Universidad de Cambridge. Discretamente aludiendo a las relaciones homosexuales del Rey Jaime I de Inglaterra, Acton habla de «la odiosa suciedad de su vida privada».

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Pero no fue sólo la homosexualidad lo que provocó el disgusto en los victorianos. La embriaguez también les repugnaba. Al igual que la prostitución. El borracho no era, como solemos verlos ahora, un desafortunado hombre (o mujer) preso de una enfermedad sobre la que tiene poco control. No, para los victorianos era un ser humano repugnante, una desgracia para la raza humana. Al igual que la prostituta. Ella era a los ojos victorianos un repugnante ejemplo de la humanidad caída. Y lo era no sólo a los ojos de las vírgenes y las matronas castas, sino también a los ojos de los hombres casados y solteros que la usaban y le pagaban.

Los victorianos también estaban disgustados por el aborto y por los médicos que lo practicaban.

Para ser justos con los victorianos, hay que señalar que no sólo sentían asco de los borrachos y las prostitutas, sino que también trataban de redimirlos. Fueron los victorianos los que impulsaron el movimiento de la templanza, y no sólo en beneficio de las esposas e hijos de los borrachos, sino también en beneficio del propio borracho. Y fueron los victorianos los que, como el Primer Ministro Gladstone, trataron de rescatar a las prostitutas y hacer de ellas mujeres semihonestas.

Los modernos hemos dejado atrás la mentalidad victoriana. Lejos de estar disgustados con la homosexualidad, hemos decidido (o al menos la Corte Suprema de los Estados Unidos, hablando en nuestro nombre, ha decidido) que la Constitución contiene, al menos por implicación, un derecho a las relaciones homosexuales y un derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. Aplaudimos el matrimonio homosexual. Creemos que es algo bueno y hermoso. Y si algunos americanos (por ejemplo, católicos y evangélicos a la antigua) siguen pensando que la conducta homosexual es repugnante, bueno, pensamos que son repugnantes – y peor que repugnantes.

Y lejos de ser repugnante por el aborto, lo honramos. Nosotros (o al menos la Corte) hace tiempo que lo hemos elevado al nivel de un derecho humano fundamental. Y uno de nuestros dos grandes partidos políticos ha hecho de este derecho su valor más importante. Es para el Partido Demócrata hoy lo que la anti-esclavitud fue para el Partido Republicano en los días de Lincoln.

En cuanto a la prostitución, los pensadores más «avanzados» entre nosotros están abogando por su legalización. Después de todo, es su cuerpo, no el de nadie más. ¿Por qué no puede alquilarlo por dinero? Eso está en consonancia con el espíritu de nuestro sistema económico de libre empresa, ¿no?

Para terminar, permítanme decir algo que probablemente haría que me despidieran si todavía estuviera enseñando. Encuentro la homosexualidad repugnante. Encuentro la embriaguez repugnante. Encuentro la prostitución repugnante. Encuentro la adicción a las drogas repugnante. El aborto me parece repugnante.

En cuanto a la gente que no encuentra estas cosas repugnantes, yo las encuentro repugnantes.

Acerca del autor:

David Carlin es profesor de sociología y filosofía en la“CommunityCollege” de Rhode Island y autor de “The Decline and Fall of theCatholicChurch in America”.

*The Awakening of Conscience by William Holman Hunt, 1853 [Tate, London]. Hunt depicted a man and his “mistress” in the moment of her “sudden spiritual revelation. Rising from her lover’s lap, she gazes into the sunlit garden beyond, which is reflected in the mirror behind her. The mirror image represents the woman’s lost innocence, but redemption, indicated by the ray of light in the foreground, is still possible.”
infovaticana.com/…/el-argumento-de…
Jroe
En filosofía existe este término por eso lo utiliza y es perfectamente válido.
Juancaliche1 shares this
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Sor FaustinaMore
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Sor Faustina