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Libre de Genero.

Internet sin género. ¿Es posible vivir sin tener en cuenta nuestra biología?

El video que verán a continuación lo lanza «Copenaghen pride», parece de lo más conveniente y oportuno. ¿Para qué querría internet saber si soy hombre o mujer? Y los ejemplos que ponen son también interesantes. Si yo voy a pedir un café y me preguntan si soy hombre o mujer para poder comprarlo, podría resultar chocante la pregunta.

A raíz de esto, hicieron una extensión de Chrome que elimina la pregunta de sexo para evitar esa pregunta supuestamente incómoda. Parece interesante y a partir de allí saqué estas reflexiones.

¿Es siempre irrelevante saber si somos hombres o mujeres?

En primer lugar, el ejemplo que ponen de ir en persona a un lugar y que te pregunten el sexo es tal vez un poco ridículo: nuestro aspecto exterior hace irrelevante la pregunta. La gente no se molesta ni sorprende porque le pregunten si son hombres o mujeres: se molesta y sorprende porque en persona, esa pregunta es totalmente irrelevante. Nuestro aspecto físico, nuestra voz, nuestra forma de comportarnos, son casi universalmente binarios: femenino o masculino. Y cuando no son binarias, pongamos, en el caso de un transexual, sería descortés preguntar el sexo.

Pero hay otra cosa: los ejemplos son totalmente irrelevantes. Saber si alguien es varón, mujer o cualquiera de los 112 géneros que las Naciones Unidas dicen que hay para venderle un café a alguien es absolutamente intrascendente.

El café no cambiará por cualquier tipo de respuesta que el cliente diga. Pero hay muchas circunstancias en las que no sólo es relevante, sino que es crucial saber si alguien es hombre o mujer, especialmente en formularios de internet.

Pongamos el caso de una competencia deportiva, como una maratón o un torneo de Kick Boxing: ¡Es importantísimo saber si el participante es varón! No sólo puede ganar fácilmente si se inscribe un hombre en una competencia de mujeres, sino que puede provocar severos daños físicos o hasta la muerte.

Nuestra biología nos determina

Nuestra fisiología es determinante. Somos seres «bio-psico-espirituales» y cada una de estas dimensiones nos determina. No somos seres espirituales que tenemos un cuerpo, ni seres corporales que tienen un alma. Somos cuerpo y alma, con un desarrollo psicológico, comportamental, afectivo y de intereses que tienen una base biológica, psicológica y espiritual.

En la vida intrauterina comienza la diferenciación, y si, dentro de 200 años alguien desentierra nuestros huesos y estudia su conformación, la respuesta va a ser la misma: hombre o mujer: cromosoma par 46 XY o XX.

Por supuesto que hay anomalías, como el síndrome de Klinefelter, en el que un hombre puede presentar dos cromosomas X y un Y (XXY) o el pseudohermafroditismo (personas que nacen con genitales masculinos y femeninos al mismo tiempo) pero esas condiciones son patologías (enfermedades) y ocurren con muy poca frecuencia.

Menos del 0,01% de los seres humanos nacen con estas anomalías y son casos que se estudian médicamente, por las complicaciones que puedan traer en la salud. Pero el restante 99,9% de la población humana nace con una biología determinada: varón o mujer. Y esa biología luego va a ser determinante en nuestro comportamiento y en nuestra vida.

¿Somos más iguales que diferentes?

Naturalmente, siendo de la misma especie, somos muy parecidos.
Las diferencias entre hombres y mujeres son aparentemente superficiales, y, como sugiere el video, deberían ser irrelevantes, es decir, no tendríamos que tener en cuenta nuestras diferencias a la hora de hacer la mayor parte de nuestras actividades.

Pero en algunas cosas sí somos diferentes, y esas diferencias son importantísimas, por lo tanto es relevante saber qué somos, si mujeres o varones. Si soy varón, pero me siento mujer, no puedo ir al ginecólogo, por muy mujer que me sienta. Si una mujer se percibe como varón, y comete un delito, puede ir presa a una prisión de hombres, como pasó recientemente en Argentina, o al revés, un violador puede ir a una prisión de mujeres por «declararse mujer» y violar a otras mujeres en la prisión, como ocurrió también recientemente en Inglaterra. El dato de si eres hombre o mujer se puede volver muy importante dependiendo del contexto.

¿Y si nos tratáramos como iguales?

¡Por supuesto que el ideal es que nos tratemos como iguales! ¡Es clave que tratemos a todo ser humano con igual respeto y caridad: todos somos hijos de Dios y con la misma dignidad! Pero el trato no puede ser igual, porque no somos exactamente iguales.

En el trato entre hombres, es normal y frecuente que exista una cierta «tensión física», en el sentido de tener una amenaza de agresión física. Es el modo en el que los hombres nos relacionamos, y a nadie le importa, porque esa «amenaza» latente es en ambos sentidos. Pero, naturalmente, no es el modo en el que trataría a una mujer: la mujer es constitucionalmente más débil que el hombre, y la sola «mención» de la amenaza física ya es abuso y estaría totalmente fuera de lugar.

Somos diferentes, y esas diferencias están llamadas a complementarse, es decir a trabajar juntas para una mejor relación entre las personas. Los hombres y las mujeres tenemos cualidades que son como piezas de un rompecabezas: una no tiene sentido sin la otra. La fuerza física del varón contrasta con la ternura de la mujer. El modo de amar a los hijos es complementario, el modo de ver la sociedad, los trabajos que elegimos, todas nuestras interacciones son complementarias.

Cuanto más tratemos de parecernos, más distintos nos volvemos


En Noruega, donde desde hace muchos años se trabaja en la supuesta «igualdad» entre hombres y mujeres, un documental llega a la siguiente conclusión: cuanto más se traten de eliminar las diferencias de género, es decir, cuanto más igualitaria quiera ser una sociedad, más se van a manifestar las diferencias entre hombres y mujeres.

El autor del documental lo denomina «La paradoja del género»: las mujeres de Noruega, considerado el país más igualitario del mundo por las Naciones Unidas, son las que más eligen carreras y profesiones tradicionalmente ligadas a las mujeres, como enfermería, cuidado de niños, etc, y los hombres eligen carreras habitualmente asociadas a la masculinidad, como ingeniería, construcción, etc.

El arte de aprender a convivir con el otro sexo

La clave de la convivencia es poder ser conscientes de estas diferencias, y saber cómo comportarse al respecto. Hacer de cuenta que las diferencias no existen, o que son irrelevantes, puede llevar a aumentar la llamada «violencia de género» en lugar de disminuirla.

Para poner un ejemplo podríamos decir que mi esposa simplemente no podría comportarse como un hombre, porque no es un hombre y ella tampoco podría esperar que yo, siendo hombre me comporte como mujer, porque evidentemente no lo soy. ¿Qué hay que hacer con las diferencias? ¿Ignorarlas, como parece sugerir el video?

¡Naturalmente que no! ¡Hay que conocer esas diferencias, y ponerlas en juego para que den lo mejor de cada talento particular en una relación pacífica y armoniosa. Claro que esto es difícil, y no siempre es posible. Pero un camino para poder hacerlo es ver buenas relaciones amorosas en una interacción constante. Por eso la importancia de la familia, y del amor entre los padres.

El Papa Francisco dijo en un discurso a la Academia Pontificia para la Vida:

«La reciente hipótesis de reapertura del camino para la dignidad de la persona neutralizando radicalmente la diferencia sexual y por lo tanto el acuerdo del hombre y la mujer no es justa. En vez de combatir las interpretaciones negativas de la diferencia sexual, que mortifican su valencia irreductible para la dignidad humana, se quiere cancelar, de hecho, esta diferencia, proponiendo técnicas y prácticas que hacen que sea irrelevante para el desarrollo de la persona y de las relaciones humanas. Pero la utopía de lo “neutro” elimina, al mismo tiempo, tanto la dignidad humana de la constitución sexualmente diferente como la cualidad personal de la transmisión generativa de la vida. La manipulación biológica y psíquica de la diferencia sexual, que la tecnología biomédica deja entrever como plenamente disponible para la elección de la libertad – ¡mientras no lo es! – corre el riesgo de desmantelar así la fuente de energía que nutre la alianza del hombre y la mujer y la hace creativa y fecunda».

Por eso, la familia es el mejor antídoto contra esta sociedad que pretende borrar toda diferencia entre los hombres y las mujeres. En lugar de enriquecernos, esa pretendida igualdad nos hace más pobres y aislados.