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Zombis

Zombis

Pedro L. Llera, el 23.08.23 a las 11:46 AM

Cuando esto escribo, celebramos la fiesta del Inmaculado Corazón de María: el corazón santo y puro de nuestra reina del cielo, que tanto nos ama.

Hace unos días en la homilía de la misa de la Asunción de la Virgen, el sacerdote se encargó de recalcar y subrayar que María era una mujer como cualquier otra y que no había tenido ningún privilegio por parte de Dios. Que la Virgen María haya sido asunta al cielo en cuerpo y alma por el poder de Dios se ve que es muy natural. Que la Virgen María fuera concebida sin pecado original tampoco debe de ser ningún privilegio de Dios. Que María, la Purísima, se mantuviera virgen antes, durante y después del parto también es algo normal y corriente: sobre todo para quienes no tienen la fe de la Iglesia. Así que permítanme que, a modo de humilde reparación, le dedique este artículo a mi Madre del Cielo.

El naturalismo es uno de los vicios de los herejes modernistas.

¿En qué consiste?

Pues en que no hay nada sobrenatural: solo existe lo puramente natural (de ahí lo de «naturalismo»): lo que podemos ver y tocar o lo que la ciencia nos dice que es verdad. Como no creen en el Dios de la Revelación, no creen en ningún más allá ni en nada sobrenatural: no hay cielo ni infierno ni milagros. Por eso, la religión del Anticristo es puramente horizontal, terrenal. Solo les queda la vida en este mundo: no hay esperanza en la vida eterna. De ahí su preocupación enfermiza por la «casa común», por el calentamiento global, por la subida del nivel del mar y la pérdida de biodiversidad. Cuando hablan de salvación, se refieren a la salvación del planeta, de la especie humana en él o del bienestar puramente material… nada de salvación del alma o vida eterna. No se dan cuenta, porque no creen, de que el presente y el futuro del Planeta están en manos del Creador, que Dios gobierna el mundo y el universo con su divina providencia. No es el ser humano quien manda sobre el planeta, sino Dios. Y si Dios quisiera que la casa común y el planeta se fueran al carajo ahora mismo, nadie podría evitar que la voluntad de Dios se cumpliera. Y si Dios quisiera aniquilar al ser humano, lo haría sin esfuerzo alguno y no quedaría de nosotros ni rastro.

Y los herejes, como no creen en el cielo ni en el infierno ni en la vida más allá de este mundo, se obsesionan con esta vida y este planeta, en vez de preocuparse por la salvación de sus almas y por la vida eterna. No se dan cuenta de que en este mundo estamos de paso, como peregrinos que caminan hacia la Patria Celestial; que en este mundo somos extranjeros y que todos los placeres de esta vida son pura vanidad. Los hombres de esta generación perversa e impía se olvidan de que nuestra vida terrenal es pasajera y fugaz. Eso lo sabían ya en la antigüedad. Pero ahora los modernos se olvidaron y dieron la espalda a la sabiduría secular de nuestros padres: despreciaron la herencia de los antepasados y las tradiciones para agarrarse a una especie de adanismo en el que pareciera que la vida en el planeta empezó con esta generación degenerada, depravada y decadente. Por ser más modernos, se creen más sabios que Aristóteles, Santo Tomás de Aquino o San Agustín. La soberbia ha condenado a los sindiós a la ignorancia porque han renunciado a la Verdad y a la Sabiduría, que son nombres y atributos de Dios.

Si pudiéramos ver las almas de las personas que nos cruzamos por la calle, veríamos verdaderas manadas de cadáveres caminando, porque cuando uno está en pecado mortal, el alma está muerta a la vida sobrenatural: no está Dios en el alma y viven esclavos del pecado. Son como zombis: caminan sin más rumbo que la condenación eterna, perdidos, desalmados, crueles, inhumanos, vacíos.

Adulterios, fornicaciones, abortos, eutanasia de viejos y enfermos, robos, corrupción, asesinatos, violaciones, abusos, crueldad… Odio a Dios y al hermano. Rebelión contra Dios: «no obedeceré a Dios, no cumpliré sus mandamientos. Dios no existe, ha muerto, es el mal recuerdo de un pasado oscuro (como si el presente fuera luminoso…). El progreso y la ciencia han matado a Dios». Pero cuando el mundo mata a Dios, lo que queda es un infierno insoportable, muerte y desolación; pornografía, prostitución, explotación y muerte.

Los hombres y las mujeres han apostatado. Y al renegar de Dios, el mundo se ha vuelto un verdadero estercolero: una pocilga, un vertedero, un charco de aguas pútridas, estancadas y pestilentes. El impío moderno no respeta a Dios, ni cumple los mandamientos. El impío moderno dice que cada uno se crea a sí mismo, se posee a sí mismo; es dueño de su vida, autónomo e independiente de Dios: se autodetermina y decide por sí mismo lo que está bien o mal. Los impíos, los sindiós, se creen señores de su propia existencia y elaboran sus proyectos de vida sin contar con que son criaturas y no creadores y que sus vidas están en manos de Dios. Pero ellos creen que no: que son dueños y señores; creen que son como Dios. Y no creen que tengan que obedecer a Dios para nada ni someterse al Señor ni reconocer a Jesucristo como Salvador y Redentor. Ellos se salvan a sí mismos, los muy necios. Esta generación malvada, perversa, asesina, cruel y despiadada tendrá el castigo que se merece. Y entonces llegará el tiempo de las lamentaciones. Los que ahora reís, lloraréis; los que ahora os embriagáis en fiestas sin fin y ahogáis vuestro vacío en orgías satánicas tendréis los que os merecéis: la condenación eterna, si no os arrepentís a tiempo, os confesáis y cambiáis de vida.

El impío moderno legisla su propia moral, crea sus propias normas y su paraíso es el orgasmo y la borrachera. Para ellos, todo aquello que conduce al placer y al amor, será bueno… La conciencia subjetiva del individuo se pone por encima de la Ley de Dios. La ley de Dios se percibe como algo impuesto desde fuera, algo que coarta su libertad de conciencia. «Yo decido, sin ninguna coacción impuesta, qué está bien y qué está mal en cada circunstancia. El Yo del hombre se enfrenta al Yo de Dios. El hombre se autolegisla y se rebela contra la obediencia debida a Dios.

Para el hombre moderno, impío y apóstata, lo único importante es el amor. Todo se justifica si tiene un fin amoroso y placentero.

- ¿Que dos chicos se quieren y mantienen relaciones homosexuales?

- Si se quieren… ¿qué tiene de malo? Cada uno se acuesta con quien quiere y cuando quiere. Cada uno hace con su vida lo que le da la gana y se acuesta con quien le parece…

- ¿Que se quieren casar?

- Pues que se casen.

- ¿Que quieren casarse por la Iglesia o que les bendigan en un templo católico?

- ¿Dónde está el problema? Dios bendice a todos, ¿Por qué no iba a bendecir a sodomitas, lesbianas o lo que sean? Si se quieren… Lo importante es el amor.

- ¿Y los mandamientos de la Ley de Dios?
- Los mandamientos hay que interpretarlos y adaptarlos a las necesidades del hombre moderno. Da igual que haya un mandamiento de la Ley de Dios que diga «no fornicarás». La ofensa a Dios no importa. Ni la desobediencia. Si esta acción en particular resulta que sirve para el amor, entonces puedes realizarla.

El aborto de un niño no deseado que va a ser abandonado y no va a tener amor ni una vida digna: mejor abortarlo, pobrecito. Porque además, la madre tiene derecho a decidir porque es una persona libre y autónoma. Mientras que el no nacido no es persona porque no es autónomo ni libre ni se puede autodeterminar. Y quien no es autónomo no tiene dignidad ni derechos. Ni siquiera es considerado como una persona.

El divorciado vuelto a casar que vive en adulterio a los ojos de Dios y de la Iglesia, si en el segundo matrimonio civil hay amor e incluso hijos a los que amar y atender, su situación irregular sería buena, porque lo importante es el amor.

Voy a permitir que maten al abuelito porque ya no es autónomo y su vida ya no es digna. Pobrecito. No merece seguir sufriendo. Y por amor al abuelito, autorizo a que le apliquen la eutanasia para que tenga una «muerte digna».

El «creo en el amor» es la gran mentira, la gran trampa de la religión de Lucifer. Porque suena a católico, pero es radicalmente anticatólico e inmoral. Podrías matar a un no nacido en nombre del amor y de la compasión; puedes acabar con la vida de ancianos y enfermos, si ellos o su familia consienten la eutanasia; el divorcio y el adulterio pueden ser buenos, si se acabó el primer amor y el segundo (o el tercero o el cuarto) te hace feliz. Porque lo importante es el amor.

A los herejes, les estorba Dios y les fastidia Jesucristo… El mandamiento que los impíos y los herejes pretenden derogar es, ni más ni menos, que el Primero: «Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas». Hoy asistimos a un intento espurio de fusión de todas las espiritualidades en el «amor». Lo más importante ya no es amar a Dios sobre todas las cosas, sino «el amor»: «Creo en el amor», dicen en el video del Papa. Pero, ¿Qué amor? Se trata de un «amor» vago, sentimentaloide, ambiguo; un amor que nadie sabe en qué consiste: ¿filantropía, solidaridad…? Ese amor, la fraternidad, la paz y la tolerancia, tan del gusto de la masonería, no son sino el trasunto satánico de la verdadera Caridad, un trampantojo engañoso del padre de la mentira.

Yo no creo en el amor: creo en Jesucristo
, creo en los artículos del Credo de la Santa Madre Iglesia. Y creo que quien ama a Dios, cumple sus mandamientos y sus mandamientos no son costosos de cumplir, con el auxilio de la gracia.

El cúmulo de males que ha invadido la tierra se debe a que la mayoría de los hombres se ha alejado de Jesucristo y de su ley santísima, tanto en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado. Y nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Señor Jesucristo.

El hombre moderno es la encarnación de la rebelión contra Dios, es hijo de Satanás.

5 Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. 6 Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. 7 El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. Apocalipsis 21.

En el anterior artículo, avisaba a los malos pastores de las consecuencias de sus actos y de sus pecados: de sus infidelidades, fornicaciones y traiciones. Los pastores tienen una buena parte de culpa del desastre que vemos en España y en la Iglesia.

Pero los bautizados han abandonado al Señor en masa, han apostatado. Todo el mundo se divorcia, todo el mundo aborta, todo el mundo aspira a la felicidad del orgasmo sin compromisos, la fiesta y el banquete. Ya nadie va a misa. Ya nadie adora al Señor. Ya nadie cumple los mandamientos. Todo el mundo roba, miente, engaña y adora su propio vientre.

¿Qué os ha hecho Cristo para que lo traicionéis así? ¿Por qué habéis abandonado a Jesús y le habéis dado la espalda?

Abandonasteis al Señor, al Dios de vuestros padres, pero los apóstatas y los pecadores serán aplastados y los que abandonan al Señor perecerán.

Convertíos, arrepentíos de vuestros pecados, cambiad de vida, vivid en gracia de Dios. Si no, moriréis y tendréis vuestra parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda. No tendréis dónde esconderos de Dios. Para Él, nada hay oculto.

Cristo es el Santísimo Sacramento, es la Hostia Santa: adoradlo. Dejad la oscuridad del pecado y dejaos guiar por Cristo hacia la Patria celestial. Confesión y penitencia. Y después, comunión sacramental y vida santa. Nosotros no vamos a quitar el pecado del mundo ni a crear un mundo nuevo o un paraíso terrenal: sólo Cristo quita el pecado del mundo. Cristo es el principio y el fin. Él hace nuevas todas las cosas. Ni ecología sin Cristo ni utopías sin Cristo. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Él es la luz del mundo, el amor redentor que nos salva del pecado y de los zombis que amenazan con devorarnos. No nos salvará la ONU, ni la OMS, ni el Foro de Davos. No nos salvará la Agenda 2030 ni los ecologistas que abrazan los árboles y los monos, mientras se mueren de las ganas de acabar con siete mil millones de humanos que sobramos sobre la faz de la tierra, según estos criminales. Sólo Cristo nos salva del mal del mundo. No hay otro.

Y nosotros, seamos siervos del Señor y cumplamos la voluntad de Dios. No seamos zombis. Que Dios nos llene de su gracia y nos mantenga libres de pecado. Y que Cristo nos dé un corazón humilde, sencillo y lleno de caridad para que seamos luz del mundo y sal de la tierra.

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