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Niklas Luhmann, profeta no escuchado por Sandro Magister

(s.m.) Cualquier cosa, excepto sinodal. Ésta es la imagen que la Iglesia está dando de sí misma, después de cuatro semanas de debates a puertas cerradas entre 365 obispos y no obispos, de “conversaciones en el Espíritu” entregadas a un informe final tan enciclopédico como esquivo, pero con el papa Francisco que mientras tanto se ha ocupado, en pleno absolutismo monárquico, de publicar sus respuestas a un aluvión de preguntas más teatrales que de fondo, sobre convivientes, homosexuales, transexuales que tratan de comuniones, bautismos, matrimonios y padrinos diversos.

Pero más aún es la imagen de una Iglesia que pierde de vista lo esencial, es decir, la cercanía con Dios que es el corazón del “Credo” cristiano. Y esto sucede precisamente cuando la fe entre los hombres se debilita y se extingue, y Dios mismo se desvanece, también en aquello que se creía que eran catolicismos florecientes. ¿Por qué?

Lo impactante es que desde hace algún tiempo la Iglesia recuerda esta prioridad absoluta no sólo por la voz de Joseph Ratzinger, teólogo y Papa, sino también, de manera muy original, por la de un no creyente como su compatriota Niklas Luhmann. (1927-1998), uno de los pensadores más importantes y controvertidos de la segunda mitad del siglo XX.

De Luhmann se conmemora el vigésimo quinto aniversario de su muerte. Y precisamente en los últimos días se ha publicado en Italia un perfil claro de él en la serie Clásicos Contemporáneos de IBL Libri, firmado por uno de sus estudiosos más atentos, Sergio Belardinelli, profesor, en la Universidad de Bolonia, de Sociología de los Procesos culturales y desde 2008 a 2013 coordinador científico del Comité para el Proyecto Cultural de la Conferencia Episcopal Italiana.

Para Luhmann, la política, la economía, el arte, la ciencia, la religión, los medios de comunicación y muchos otros campos deben considerarse sistemas sociales autónomos, cada uno de ellos especializado en resolver un orden específico de problemas, en una sociedad cada vez más compleja como la actual.

Y para la religión la función específica es comunicar apertura a la trascendencia, a ese Dios que nos ayuda a comprender que todo es contingente y, por tanto, a contrarrestar cualquier forma de fundamentalismo, de moralismo y de política que someta la religión a su propio servicio. Una religión en la que “todo depende de la fe”, ciertamente no una especie de agencia de solidaridad social contra las distorsiones del mercado capitalista, como hoy también la Iglesia católica esta tentada a serlo.

Esto es lo que escribe y sostiene Luhmann en un ensayo publicado también por primera vez este año en edición italiana por Franco Angeli: “La religione della società” [La religión de la sociedad].

Le damos la palabra al profesor Belardinelli, para ilustrar el pensamiento de su gran maestro, de sorprendente actualidad para la Iglesia actual.

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PARA UN CRISTIANISMO EN EL QUE “TODO DEPENDE DE LA FE”
por Sergio Belardinelli


Resulta cuanto menos sorprendente que alguien hable de religión mirando no tanto al misterio, al mito, a lo sagrado, a los ritos, al revoltijo del corazón humano, sino más bien a una forma de comunicación, la comunicación religiosa, la cual tendría que ver principalmente con la irrepresentabilidad del mundo, como horizonte último del sentido en su conjunto, y cuyo código específico sería “trascendencia/inmanencia”.

Pero esto es exactamente lo que hizo Niklas Luhmann, para quien la función social de la religión sería simplemente la de mantener abierta la comunicación incluso en lo que normalmente va más allá de sus límites.

Hay que alejarse entonces de la idea de que la religión ha sufrido una pérdida de función en la sociedad moderna. “La tesis de la pérdida de función –escribe en La religión de la sociedad– da por sentado que la religión desempeña muchas funciones, algunas de las cuales le han sido arrebatadas”. Sin embargo, si, como afirma Luhmann, la religión desempeña sólo la función comunicativa antes indicada, entonces no solamente no podríamos hablar de una pérdida de función, sino que incluso tendríamos que “tratar con la posibilidad de que, al retirarnos de muchas otras áreas funcionales, renunciando al 'control social' y a la legitimación del poder político, las 'oportunidades' de la religión crecen”.

Esto no significa, para Luhmann, que deba haber un “renacimiento” de las conductas de vida determinadas por la religión, ni que la fe en Dios o la distinción entre lo sagrado y lo profano, tan apreciada por la sociología clásica -ver Durkheim y Simmel- vuelvan a resurgir, ya que más bien se disuelven. Sin embargo, la función y el código de la religión siguen siendo criterios para reconocer el sistema religioso y sus límites.

En definitiva, no toda extravagancia puede ser considerada religión, y si ciertamente el espacio que según Luhmann le queda a la religión no es el que las religiones mismas suelen atribuirse, también es cierto que es suficiente una mirada a la trascendencia/inmanencia como código del sistema religioso para comprender cuán útil podría ser la posición luhmanniana justamente para una religión que quiere estar a la altura de los tiempos en los que es llamada a actuar.

Lo mismo podría decirse de Dios, considerado por Luhmann una simple “fórmula de contingencia”. Quizás ningún teólogo lo aceptaría, pero en términos sistémicos este Dios representa la forma bastante audaz con la que la religión justifica la contingencia del mundo y la perfección de un ser totalmente trascendente pero también en todas las cosas, que por eso mismo podrían permanecer de manera diferente a como son, mostrando así su contingencia constitutiva.

Ciertamente podemos estar de acuerdo en que esta forma de hablar de Dios es bastante inusual; sin embargo, llama la atención lo estimulante que resulta intelectualmente precisamente para aquellos que todavía consideran la cuestión de Dios como una cuestión seria.

En una sociedad secularizada, donde los sistemas sociales se especializan cada uno según su propia función, Dios podría ayudar a comprender la contingencia de todo lo que es y sucede, y por lo tanto a contrarrestar cualquier forma de fundamentalismo, de moralismo y de política que utilice la religión tal vez al servicio de una sociedad más cohesionada.

Pero para que este Dios esté presente de alguna manera en la sociedad, es necesaria sobre todo la fe. Tal como dice Luhmann, la formulación más eficaz de una religión mundial como el cristianismo “podría ser que en materia de religión todo depende de la fe”.

La fe es el verdadero “medio” religioso de una religión mundial como el cristianismo. Una fe que, purificada de sus codificaciones morales, políticas y confesionales, y concentrada en la trascendencia, podría precisamente por eso volver a convertirse en generadora de formas de vida también relevantes para la sociedad. Para lograr este objetivo, las Iglesias cristianas tal vez no necesiten un andamiaje institucional demasiado poderoso, pero ciertamente necesitan de Dios, de la fe y de una conciencia clara de su propia función en un mundo en el que creyentes y no creyentes deben, ante todo, aceptar la idea de vivir basándose en que son diferentes.

¿Puede la teoría sistémica de Niklas Luhmann ser de alguna ayuda a este respecto?

Creo que sí, pero con la condición de no pedirle lo que ella no puede dar. En otras palabras, no debemos olvidar que estamos hablando de una teoría que intenta “reflejar” lo que evolutivamente se muestra en el desarrollo de la sociedad, “observar" sus sistemas desde fuera. La teoría no dice cómo deberían funcionar los sistemas que observa. Simplemente los observa, explicando sus códigos y funciones.

En el caso de la religión, Luhmann nos dice que su código es trascendencia/inmanencia y que su función es representar lo irrepresentable, el sentido mismo de todo, incluso del sinsentido, comenzando por la muerte.

Pues bien, el hecho de que al observar la religión nos diga esto me parece una aportación importante y sorprendente, sobre todo hoy, tentados como estamos de atribuir a la religión las más diversas funciones, hasta el punto de convertirla en una especie de agencia de solidaridad social contra las distorsiones del mercado capitalista.
El modo en el que Luhmann habla de la religión podría incluso representar una especie de saludable recordatorio de lo esencial -es decir, de la trascendencia/inmanencia- y un estímulo para quienes “la religión significa mucho más de lo que la teoría pueda decir”.

La teoría observa la sociedad, no el corazón de los hombres, que sólo puede ser observado por Dios. En cuanto al sistema religioso, dicho en términos sistémicos, depende sólo de su vitalidad operativa en la comunicación religiosa y en la articulación religiosa del sentido, es decir , depende de la capacidad de desempeñar una función crucial para la sociedad.

En términos no sistémicos, pero en principio no en conflicto con la teoría sistémica, la religión está llamada a cultivar sobre todo lo que la hace ser lo que es: la articulación teórica y práctica de una relación con Dios -la trascendencia-, capaz de darle un color diferente a los acontecimientos y a las cosas de un mundo que, al ser cada vez más colorido y poblado de formas también religiosas, precisamente por eso los empuja a la diferenciación, respetando la diversidad propia y de los demás.

Publicado originalmente en italiano el 13 de noviembre de 2023, en Niklas Luhmann, profeta inascoltato | Diakonos.be