es.news
164

Evidencia de cónclave. Esas preguntas demasiado olvidadas sobre Dios y sobre el hombre

Por Sandro Magister

Son suficientes y avanzan estos dos últimos actos del pontificado de Francisco, la laberíntica reforma de la curia y el surrealista proceso por los desastres financieros de la Secretaría de Estado para comprender cuán mal se está desarrollando el ocaso, y precisamente en dos puntos claves de la agenda que el cónclave de 2013 había encomendado al nuevo Papa que llegaba “desde el fin del mundo”.
Ese cónclave pasará a la historia como el más mediocre y mundano del siglo pasado, jugado en temas terrenales como los poderes de la curia, la impaciencia contra los candidatos italianos, las rivalidades entre el centro y la periferia, los descalabros financieros. En otras palabras, esos mismos temas que habían enturbiado el pontificado de Benedicto XVI y dejado de lado sus prioridades, predicadas incansablemente por él a una Iglesia demasiado distraída para captar su seriedad.
Las prioridades a las que apuntaba Joseph Ratzinger eran y son las cuestiones capitales sobre los que la Iglesia vive o muere. Eran las que él había indicado en la memorable homilía “pro eligendo pontifice” del 18 de abril de 2005, en vísperas de su elección como Papa. Eran las que había reiterado en su conmovedora carta a los obispos del 10 de marzo de 2009: “En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios. No a un dios cualquiera, sino al Dios que habló en el Sinaí; al Dios cuyo rostro reconocemos en el amor llevado hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), en Jesucristo crucificado y resucitado. […] Conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: Ésta es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia y del Sucesor de Pedro en este tiempo”.
¿Pero hoy? Las que llevan la voz cantante en las crónicas de la Iglesia son las cuestiones impuestas por la cultura dominante: el clero casado, las mujeres sacerdotes, la homosexualidad convertida en virtud, la democracia en lugar de la jerarquía. Con su “Camino sinodal”, la Iglesia de Alemania es el emblema de esta sumisión al espíritu de los tiempos, débilmente reprochada por el papa Francisco en público y en privado -la última vez, el pasado 28 de marzo, al dar audiencia al preocupado jefe de los obispos de Polonia-, pero sin que los protagonistas de la empresa den un paso atrás, desde el cardenal de Múnich, Reinhard Marx, al presidente de los obispos alemanes, Georg Bätzing, al cardenal y relator general del sínodo sobre la sinodalidad, Jean-Claude Hollerich, todos dando por muerta la moral sexual preservada en el Catecismo de la Iglesia Católica, y no sólo ella.
En un futuro cónclave, no hay duda de que algunos cardenales impulsarán temas similares en el centro de la discusión para la elección del nuevo Papa. Oscureciendo de nuevo las verdades cuestiones sobre los que la Iglesia se sostiene o se cae.
Pero el 1 de julio de 2009, pocos días antes de que Benedicto XVI escribiera la citada carta a los obispos de todo el mundo, hubo un cardenal que se expresó en asombrosa sintonía con él, en una conferencia que tuvo este título:
> Le priorità del pontificato di Benedetto XVI
El Papa se confiesa. Un cardenal lo explica

Ese cardenal fue Camillo Ruini, ahora de noventa y un años, quien como vicario de la diócesis de Roma y presidente de la Conferencia Episcopal Italiana impulsó un “proyecto cultural” para la Iglesia en la sociedad actual, cuyas cumbres fueron dos grandes conferencias internacionales, la primera en 2009 sobre “Dios hoy. Con él o sin él, todo cambia” y la segunda en 2012 sobre “Jesús nuestro contemporáneo”, confirmando cuánto creía realmente en estas prioridades.

Que siguen siendo válidas hoy, para Ruini como para otros cardenales electores, a pesar de la difusión de una vaga religión natural cuyo emblema es el llamamiento firmado el pasado 4 de octubre por el papa Francisco junto al patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I, al patriarca de Moscú, Cirilo, al gran imán de Al-Azhar Ahmad Al-Tayyeb y otros líderes religiosos en la víspera de la conferencia de Glasgow sobre el cambio climático, en cuyas 2350 palabras la mención a “Dios” no aparece ni una sola vez, ni las palabras “creador”, “Creado”, “criatura”.

El siguiente texto es el comentario del cardenal Ruini a un reciente y estimulante ensayo de Roberto Volpi, un especialista en ciencias estadísticas, titulado “Dios en lo incierto” y dedicado precisamente a las preguntas últimas sobre Dios y el hombre, a la luz de las teorías de la probabilidad, de los últimos descubrimientos de la ciencia y siguiendo la estela de las reflexiones de Ratzinger y, antes incluso, del gran matemático y filósofo cristiano Blaise Pascal.
Se reproduce aquí la primera mitad del texto de Ruini, ya publicado el 22 de febrero por el diario il Foglio, la dedicada a la pregunta sobre Dios, a partir de la “apuesta” de Pascal, de la invitación de Ratzinger al hombre de hoy a vivir “como si Dios existiera” y de las preguntas científicas sobre el Big Bang que dio origen al universo.
Dentro de pocos días Settimo Cielo reproducirá la segunda mitad del texto, dedicada a la pregunta sobre el hombre.
¡Feliz lectura!

LA PREGUNTA SOBRE DIOS
por Camillo Ruini

“Dios en lo incierto” es el título del libro del estadístico Roberto Volpi, publicado a finales de 2021, que he leído con gran atención y placer. El autor se plantea las dos preguntas fundamentales que están, o al menos deberían estar, en el centro de nuestro interés. La primera es la pregunta sobre Dios, la segunda es la pregunta sobre el hombre, a la que alude el subtítulo del libro: “La otra apuesta del Sapiens”.
El abordaje de ambos problemas es ante todo el del estadístico, es decir, la evaluación de probabilidades. Volpi se vincula, pues, con la famosa apuesta sobre Dios propuesta hace cuatro siglos por Blaise Pascal, actualizándola en el contexto actual, con sus conocimientos científicos enormemente incrementados. También elige como interlocutor predilecto a Joseph Ratzinger, el Papa emérito, relanzando, "sin partidismos", el gran desafío entre la creación y la evolución, entre Dios y el azar. La primera parte del libro y la conclusión están dedicadas a la pregunta sobre Dios, la segunda, tercera y cuarta partes a la pregunta sobre el hombre.
En la primera parte y en la conclusión, además de Dios, Volpi habla de la teoría de la probabilidad que se originó a partir de la práctica de las apuestas, principalmente por ese gran filósofo y matemático que fue Pascal. Aplicándola a Dios, Pascal proyecta sus “fundamentos culturales más profundos”, lo convierte en disciplina y en ciencia, la sitúa en una dimensión filosófica que no habría asumido si se hubiera limitado al cálculo combinatorio.
Otro mérito de Pascal es intuido de que no es posible calcular las probabilidades de ganar si no se han calculado primero las probabilidades de perder. Incluso existencialmente, debemos aceptar plenamente la incertidumbre, la probabilidad de perder, si queremos cultivar la esperanza de ganar. La probabilidad es la ciencia, el método científico que acepta la incertidumbre. En un mundo cada vez más complejo, en el que el territorio de lo probable es mucho más extenso que el de lo cierto y el de lo imposible, la probabilidad es el método más eficaz e indispensable, el único que permite obtener resultados completos y consistentes.
Volviendo a la pregunta sobre Dios, Pascal parte de dos premisas. Tanto la existencia como la inexistencia de Dios no puede ser probada por la razón humana, pues el mismo hecho de vivir obliga al hombre a elegir entre vivir como si Dios existiera o vivir como si no existiera. Esto también es cierto cuando cree que no elige, porque creer que no elige es equivalente a elegir no creer. También según Pascal, debemos centrarnos en la existencia de Dios porque si se gana se gana todo, es decir, una infinidad de vida dichosa, si se pierde no se pierde nada. Esta última afirmación ha sido muy criticada, pero, en opinión de Volpi, Pascal juzga que no hay nada que perder “según la vara de medir de sus ideas morales, de su conciencia”.
Veamos ahora cómo actualiza Volpi la apuesta de Pascal. La primera y fundamental incertidumbre se refiere a la pregunta: ¿cómo nació nuestro universo? Para responder, sólo se puede partir del Big Bang, pero enseguida surge la otra pregunta: ¿cómo nació el Big Bang? De éste no sabemos nada y nunca podremos saber nada comprobable científicamente, sólo podemos formular hipótesis y conjeturas.
Actualmente la menos improbable es la hipótesis cuántica, pero hay otras y todas quedarán para siempre como hipótesis. Además de estas, existe la que podemos llamar “la hipótesis Dios”, que ciertamente está más allá de la ciencia, más aún, más fuera de la ciencia, porque sobre la hipótesis cuántica y sobre las otras se pueden formular teorías, conjeturas y valoraciones científicas, sobre la hipótesis de Dios no se puede.
Por eso la gran mayoría de la comunidad científica excluye la hipótesis de Dios, pero, observa Volpi, las cosas no son así. Razonando en lo que había antes del Big Bang, de hecho debemos forzosamente entrar en el terreno de la probabilidad; tanto la hipótesis cuántica (y las demás de tipo científico) como la hipótesis Dios sólo pueden evaluarse en términos probabilísticos, con las herramientas preparadas por esa ciencia que es la probabilidad.
Además, desde este punto de vista la hipótesis Dios sería claramente preferida, porque está totalmente definida en sí misma y no necesita estar vinculada a sub hipótesis, mientras que la hipótesis cuántica necesita muchas sub hipótesis, cada una de las cuales es muy poco probable.
Pero en realidad nunca se podrá llegar a saber cuál de las dos hipótesis tiene éxito, ya que ambas no son verificables. En consecuencia, ninguna apuesta es factible. O más bien, concluye Volpi, siempre se puede hacer una apuesta y es la de Pascal, una apuesta cuyo corredor y juez es nuestra conciencia: mucho en el plano moral, nada nada en el plano científico.
Después el discurso vuelve a Joseph Ratzinger, quien considera que puede demostrar no la existencia sino la “razonabilidad” de Dios. Ratzinger tiene la inteligencia para cambiar los términos del discurso: cualquiera puede discutir la razonabilidad de Dios, incluso aquéllos que no tienen fe, porque esa razonabilidad se manifiesta en el curso de la historia. De hecho, en cuanto se abre paso la idea de Dios, todo el inmenso bagaje de los mitos fundacionales politeístas se derrumba como un castillo de naipes: es desmentido por la simpleza y la racionalidad del relato bíblico de la creación, que lleva de nuevo al mundo y al hombre de vuelta a la razón y a la palabra de Dios. Esto es “el iluminismo” decisivo de la historia, que entrega el mundo a nuestra razón y ancla esta razón a la razón creadora de Dios.
Volpi termina observando que desde que Ratzinger dejó la cátedra de Pedro la llamada a la razonabilidad de Dios se ha desvanecido, ha perdido vigor en la Iglesia. Pero quizás precisamente en esta referencia haya algo que pueda poner en tela de juicio los esquemas del eterno partido entre creyentes y no creyentes, ampliando la audiencia de quienes miran con respeto y consideración a lo “sagrado”, sin por ello repudiar el “siglo”.
Personalmente, no puedo hacer otra cosa que apreciar estos discursos. Combinan el rigor científico con una gran apertura mental y manifiestan una clara simpatía por el enfoque cristiano del problema de Dios, tal como lo media hoy Joseph Ratzinger. Para ello emplean la lógica de la probabilidad, muy importante actualmente, con una actualización sustancial respecto a Pascal.
Impregnado de este espíritu propongo algunas consideraciones respecto a la pregunta sobre Dios: tanto para Volpi como para Pascal la hipótesis Dios, o más simplemente la existencia de Dios, no puede ser probada por nuestra razón. Esto es ciertamente cierto siempre que se trate de ciencia, de la razón científica. Si, en cambio, nos referimos a otros usos de la razón, por ejemplo, a la razón filosófica, y sobre todo a la razón tout court, es decir, a esa capacidad de conocer que nos distingue de los demás animales, la cosa ya no es pacífica: al contrario, ha sido y sigue siendo objeto de un gran debate. La misma Iglesia, en particular en el Concilio Vaticano I de 1870 y más tarde también en el Concilio Vaticano II, tomó posición al afirmar que Dios “puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas”. Además, este era ya el pensamiento de San Pablo en la carta a los Romanos.
Sin embargo, sería profundamente erróneo ver aquí un contraste total. De hecho, en los mismos concilios se especifica que en la condición actual del género humano no basta la razón, sino que se requiere la revelación divina para que la existencia de Dios pueda ser conocida por todos con firme certeza y sin mezcla de errores. En realidad, no podemos tratar a Dios como un objeto entre otros, como algo que podemos dominar con nuestra razón.
La certeza respecto a Dios es profundamente distinta de cualquier certeza respecto al mundo: para alcanzarla debemos ponernos en juego nosotros mismos, no sólo nuestra razón, sino nuestra libertad y nuestras opciones de vida. Es una certeza racional, pero también libre, para la que es crucial asumir una actitud de “escucha humilde”, como subrayó Joseph Ratzinger. Una certeza, lo digo como creyente, por la cual Dios obra en el interior de nosotros.
Siempre siguiendo a Ratzinger, considero válido el segundo supuesto de Pascal, es decir, que estamos obligados a elegir entre vivir como si Dios existiera o vivir como si no existiera. De hecho, el agnosticismo puede ser sostenido teóricamente, pero en la práctica no existe un espacio real de neutralidad con respecto a Dios, por el motivo ya aducido por Pascal.
Hasta aquí nos hemos ocupado de la pregunta sobre Dios, ahora veamos cómo responde Roberto Volpi a la otra gran pregunta, la pregunta sobre el hombre...

[La continuación en un futuro post de Settimo Cielo]

Publicado originalmente en italiano el 7 de abril de 2022, en Prove di conclave. Quelle domande troppo dimenticate su Dio e sull’uomo

Traducción al español por: José Arturo Quarracino