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APOCALIPSIS LA REVELACION (LATINO)

Pelicula El Apacalipsis en Espanol

El Apocalipsis y la Teología de la Historia
Un primer aspecto que estudia nuestro autor es la relación del Apocalipsis con lo que se ha dado en llamar «el sentido teológico de la historia».

1. Typo y Antitypo

Entre los discursos de Cristo que consigna el Evangelio se encuentra el denominado «Discurso Esjatológico». Allí el Señor anunció que hacia el fin de los tiempos estallaría una gran tribulación, tras la cual Él reaparecería, lleno de poder y majestad. En el transcurso de dicho sermón, encontramos esta afirmación tan categórica como desconcertante: «En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todas estas cosas sucedan. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 30-31). Aquellos que lo oían murieron y, sin embargo, no llegó el anunciado fin de los tiempos. ¿Se equivocó Cristo? Castellani juzga que acá se esconde la clave que explica el sentido de la interpretación profética. Toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo, llamado typo, y otro remoto, llamado antitypo. El profeta describe sucesos lejanísimos, para los cuales hasta las palabras resultan deficientes, pero proyectándolos analógicamente desde sucesos cercanos. «El profeta se interna en la eternidad desde la puerta del tiempo y lee por transparencia trascendente un suceso mayor indescriptible en un suceso menor próximo; es el modo que existe también analógicamente en los grandes poetas».

De este modo Isaías profetizó la redención de la humanidad en la liberación del pueblo judío del cautiverio babilónico, así como San Juan describió la Segunda Venida en la destrucción de la Roma imperial, y el mismo Cristo previo el fin del mundo en la caída de Jerusalén. Cuando, pues, dijo «no pasará esta generación sin que»... se refería a la vez a los apóstoles allí presentes, con referencia al typo, que es el fin de Jerusalén; y también a la descendencia de los apóstoles, con referencia al antitypo, el fin del mundo. Los apóstoles vieron el fin de Jerusalén, la Iglesia verá el fin del mundo. Así lo puso en claro un gran teólogo, el Cardenal Billot, en su libro La Parousie, donde afirma que el profeta ve el futuro lejano e inescrutable a la luz o por transparencia de un suceso cercano, también futuro, pero más inteligible y obvio. O, si se quiere, en el caso del Apocalipsis, percibiendo el vidente los tiempos propiamente parusíacos, profetiza en esquema todos sus prolegómenos y su germinación histórica latente en las tres primeras visiones que resumen cabalmente la historia de la Iglesia en forma simbólica: el Mensaje a las Siete Iglesias, los Siete Sellos y las Siete Tubas.

El mismo San Juan afirma en el Apocalipsis que la Parusía –palabra griega que aplicada a Cristo significa su presencia justiciera en la historia humana– está cerca. Lo hace desde el comienzo, cuando titula el libro «Revelación de Jesucristo para manifestación de lo que ha de suceder pronto» (Ap 1, 1), hasta el final, donde reiteradamente le hace repetir a Cristo: «Mira, vengo pronto» (Ap 22, 7.12.20).

Digamos una vez más que Cristo no se equivocó. Porque, como señala Castellani, este «vengo pronto» puede ser entendido de tres modos. Ante todo trascendentalmente, en cuanto que el período histórico de los últimos días, o sea el tiempo que corre de la Primera a la Segunda Venida será muy breve, cotejado con la duración total del mundo. Según una antigua tradición judeo-cristiana, «este siglo», es decir, el tiempo que va desde Adán al Juicio Final, tendría una duración de siete milenios, a semejanza de los siete días de la creación: dos milenios corresponden a la Ley Natural, dos milenios a la Ley Mosaica, dos milenios a la Ley Cristiana, siendo el último milenio el de «los tiempos finales», el domingo de la historia, la época parusíaca de los nuevos cielos y de la nueva tierra. Así, pues, en un sentido trascendental, Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.

En segundo lugar, la promesa «vengo pronto» puede ser entendida místicamente, en el sentido de que todos debemos considerarnos próximos al juicio en razón de la muerte, que puede sobrevenir en cualquier momento, resultando siempre sorpresiva e inesperada para las expectativas e ilusiones humanas. La pedagogía de Cristo en el Evangelio fue siempre alertar sobre el carácter imprevisto que tiene la muerte para cada uno de los hombres: «Necio, esta misma noche morirás. Lo que has juntado, ¿para quién será?» (Lc 12, 20). Y no sólo respecto de los hombres individuales sino también en un sentido más universal: «Como sucedió en los días de Noé –dijo Jesús–, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos... Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17, 26-27.30). Lo sensato será, pues, pensar que el fin está siempre cerca, para tener aceite en el candil, como las vírgenes prudentes.

Por fin la expresión «vengo pronto» puede ser interpretada literalmente. Porque ese «pronto» de Cristo, un presente justiciero, se cumplió al poco tiempo en la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio Romano, los dos typos del fin del siglo, o sea, el término del ciclo. Se cumplió en su primera fase para los contemporáneos del Señor, y se cumplirá quizá en su forma plenaria para nosotros, que pensamos menos en los fines últimos que los primeros cristianos, siendo que estamos más cerca que ellos.

2. El estilo profético

Hay exégetas que han interpretado la totalidad del Apocalipsis en un sentido alegórico, lo que se presta a las más fabulosas fantasías. San Agustín y Santo Tomás dejaron una regla de oro para la interpretación de las Escrituras en general, y es que todo lo que en ellas se puede entender en sentido literal, debe ser así comprendido. Por cierto que «literal» no se contrapone a «simbólico». El Apocalipsis es un conjunto de símbolos plásticos, según se estila en todas las literaturas primitivas. Como sabemos, símbolo es una cosa o imagen concreta de algo que no se ve; por ejemplo, el anillo del obispo representa su autoridad. Alegoría, en cambio, es una imagen concreta de un concepto abstracto, como la barquilla del poema de Lope representa la vida humana. Las visiones del Apocalipsis son, por cierto, metafóricas, y no pueden entenderse en un sentido «literalísimo», pero sí en un sentido literal-simbólico. En razón de la teoría del typo y el anti-typo, dicho sentido es doble. Así la Primera Bestia puede significar simultáneamente a Nerón y al Anticristo, la Mujer calzada de luna a la Iglesia y al pueblo de Israel, la Gran Ramera a la Roma Pagana y a la ciudad que será la capital del Anticristo...

El tema central del Apocalipsis es la persecución de los fieles y el triunfo final de Cristo y de la Iglesia. En torno a dicho asunto se concentran las diversas visiones, que se desenvuelven tanto en el cielo como en la tierra y su tiempo histórico, con la ayuda de símbolos plásticos, como la Bestia, la Mujer Coronada, la Gran Ramera, los Dos Testigos. Su género literario tiene algo de polifonía: los espectáculos celestiales se conjugan con las diversas intervenciones de Dios en las vicisitudes religiosas de la historia humana. La contemplación del Trono divino abre la trama del texto sagrado, le confiere un marco litúrgico en toda su extensión, y la clausura en la última visión de la Jerusalén celestial. Mientras tanto, los hombres se debaten en el devenir de la historia. Y así «el autor de este drama divino se mueve continuamente del cielo a la tierra y otra vez al cielo, hasta que la tierra y el cielo quedan unidos y como compenetrados, nuevos cielos y nueva tierra, la Jerusalén Celeste».

La gran dificultad para penetrar en el sentido del Apocalipsis es su estilo. No debe ser interpretado, señala Castellani, como si se tratase de una historia lineal, sino según las leyes propias del hablar profético. Como se sabe, en el Apocalipsis encontramos diversos septenarios: el de las Iglesias, que examina los diversos estadios de la historia de la Iglesia; el de las Trompetas o Tubas, que recorre las sucesivas herejías que se han ido manifestando en el curso de los siglos, hasta la última; el de los Sellos, que describe la curva del progreso y de la decadencia del cristianismo en el mundo; el de las Copas o Redomas, que preanuncia las calamidades de los tiempos postreros, los castigos de Dios a la Gran Apostasía. Dichos septenarios siguen un método recapitulatorio, es decir, en algún momento el escritor detiene su relato y vuelve atrás en una nueva visión; cuando se acerca a la Parusía, recomienza en una inesperada perspectiva, o desde un punto más cercano a ella. La marcha no es así recta ni lineal, sino en espiral. Es el mismo tema general visto desde diferentes enfoques, «sinfonizado» por visiones que lo van explicando cada vez más, hasta la visión de la Jerusalén celestial, que es el objeto y término de las otras. Como dice San Victorino mártir, autor del siglo III: «No hay que buscar en el Apocalipsis el orden [cronológico] sino el sentido». Y San Agustín: «Con muchas palabras repite la misma cosa, cuando procura decir lo mismo de otra manera». Por lo que no hay que perder de vista el sentido de la imagen total.

3. Los signos de los tiempos

De lo que se trata es, fundamentalmente, de percibir los signos de los tiempos. Como Castellani le hace decir al protagonista de su novela teológica Los papeles de Benjamín Benavides: «La Venida Segunda es imprevisible y es previsible a la vez... Es imprevisible desde lejos y en cuanto al tiempo exacto; pero a medida que se aproxime se irá haciendo... no diré cierta, pero sí, como dicen, «inminente». Se olerá en el aire, como las tormentas; pero no por todos, ciertamente, sino por muy pocos».

Le pasa al Apocalipsis lo que a todos los libros proféticos, que sólo se vuelven claros a medida que se van cumpli…
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Apocalipsis la revelacion obra filmica/en castellano audio latino.
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