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Irapuato
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Noviembre 26. San Leonardo de Puerto Mauricio florycanto fecha de inscripción en el santoral: 26 de noviembre n.: 1676 - †: 1751 - país: Italia canonización: B: Pío VI 19 jun 1796 - C: Pío IX 29…Más
Noviembre 26. San Leonardo de Puerto Mauricio
florycanto

fecha de inscripción en el santoral: 26 de noviembre
n.: 1676 - †: 1751 - país: Italia
canonización: B: Pío VI 19 jun 1796 - C: Pío IX 29 jun 1867
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

Elogio:
En Roma, en el convento de San Buenaventura, san Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la predicación, en la publicación de libros de piedad y en dar más de trescientas misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional.

Patronazgos: patrono de las misiones populares.

refieren a este santo: Beato Leopoldo de Gaiche


Leonardo nació en Porto Maurizio, en la Riviera italiana, en 1676. En el bautismo recibió el nombre de Pablo Jerónimo. Su padre, Domingo Casanova, era un excelente cristiano que trabajaba en la marina. Cuando su hijo mayor cumplió trece años, Domingo le confió al cuidado de su acaudalado tío Agustín, que vivía en Roma. Este envió al joven al Colegio Romano de los jesuitas. Pablo se sintió pronto llamado a la vida religiosa y decidió ingresar en la orden de San Francisco. Pero su tío, que quería que fuese médico, se opuso a ello y acabó por echarle de su casa. Pablo se refugió con otro pariente suyo, Leonardo Ponzetti, y allí permaneció hasta que su padre le otorgó el permiso de hacerse fraile. A los veintiún años, tomó el hábito de San Francisco en el noviciado de Ponticelli y adoptó el nombre de Leonardo como muestra de agradecimiento a Ponzetti. Después de terminar sus estudios en el Colegio de San Buenaventura del Palatino, recibió allí mismo la ordenación sacerdotal en 1703. Dicho convento era la principal casa de Ia «Riformella» (retoño de la rama de los «Riformati» franciscanos). San Leonardo supo combinar durante toda su vida el trabajo misional con la más estricta observancia monástica, y largos períodos de soledad. Según decía él mismo, «la predicación hacía que viviese para Dios y la soledad hacía que viviese en Dios».

En 1709, san Leonardo y otros frailes, encabezados por el P. Pío, fuero en enviados a tomar posesión del monasterio de San Francisco Monte, en Florencia, que el gran duque Cosme I de Médicis había regalado a la «Riformella». La comunidad se sujetó a las normas de San Francisco en toda su austeridad; por ejemplo, no aceptaba renta ninguna del gran duque, ni recibían estipendio alguno por la misa y predicación, contentándose con las limosnas que los frailes pedían de puerta en puerta. El convento se pobló rápidamente y se convirtió en un gran centro religioso del que Leonardo y sus hermanos salían a predicar por toda Toscana, con gran fruto. Un párroco de Pistoia escribió al guardián del convento: «Bendita sea la hora en que se me ocurrió pedir al P. Leonardo. Sólo Dios sabe el bien que ha hecho aquí. Su predicación llega al fondo de todos los corazones ... Todos los confesores de la región han tenido mucho trabajo». San Leonardo fue nombrado guardián de San Francisco del Monte, y estableció en las montañas cercanas la ermita de Santa María del Encuentro para que cada uno de los religiosos pudiese retirarse a ella dos veces al año. A propósito de eso decía: «Vamos a hacer el noviciado para el paraíso. He predicado muchas misiones a otros y ahora voy a predicar una al hermano Leonardo». En la ermita impuso el santo la estricta clausura. Los monjes que se retiraban a ella debían guardar silencio casi constantemente; sólo podían comer pan, verduras y frutos; estaban obligados a tomar diariamente una disciplina; debían consagrar nueve horas al oficio divino y otros ejercicios espirituales y el resto del tiempo al trabajo manual.

San Leonardo trabajó muchos años en Toscana, aunque con frecuencia se le invitaba a predicar en otras partes. La primera vez que fue a predicar en Roma, se entretuvo tanto tiempo en la Ciudad Eterna, que el duque de Médicis le envió un navío por el Tíber para que volviese a Toscana. Al cabo de seis años de misionar en los alrededores de Roma, el santo fue nombrado guardián de San Buenaventura en 1736, a los sesenta años de edad. En una ocasión, dio una misión de tres semanas en Civita Vecchia. En ella predicó especialmente a los soldados, a los marineros, a los presos y a los esclavos de las galeras. Hizo también «una visita a un capitán que se empeñó en que fuese a su navío. Allí encontramos a tres o cuatro de los que habían asistido a los sermones, y parecían dispuestos a abandonar sus errores. Los pobrecillos habían quedado más conmovidos por lo que habían visto y oído, pues apenas entendían el idioma. Lo que demuestra que la gracia es realmente la que mueve los corazones». Un año más tarde, san Leonardo dejó de ser superior. Fue entonces a predicar en Umbría, Génova y las Marcas. Las gentes acudían en tal cantidad que, con frecuencia, tenía que predicar fuera de las iglesias. A fin de llamar la atención de los pecadores empedernidos y de los que no se interesaban por la misión, el santo se disciplinaba en público algunas veces. Pero subre todo recurría al Viacrucis, y a él se debe en grao parte la popularidad de esa devoción. Con frecuencia la imponía como penitencia, y la predicaba continuamente. En todas sus misiones ponía las estaciones del Viacrucis. Según se dice, las erigió en 571 poblaciones de Italia. Solía también difundir la exposición del Santísimo Sacramento y la devoción al Sagrado Corazón y a la Inmaculada Concepción de María. Como se sabe, esas devociones estaban entonces mucho menos popularizadas que en la actualidad. San Leonardo se esforzó particularmente por conseguir la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Él fue el primero que sugirió la idea de sondear la opinión de los cristianos sobre ese punto, sin reunir un concilio ecuménico, como se hizo un siglo más tarde.

Benedicto XIV profesaba gran respeto al santo. En 1744, de concierto con la República de Génova, a la que pertenecía la isla de Córcega, el Pontífice envió allá a san Leonardo a restablecer la paz y el orden. El pueblo no le recibió bien, pues le tomó por un agente del «dogo», disfrazado de misionero. Evidentemente, la misión de san Leonardo tenía algo de político, ya que los desórdenes de Córcega habían sido provocados en gran parte por el descontento contra el dominio genovés. La situación política, el temperamento turbulento de los corsos (que acudían a los sermones de san Leonardo con las armas en la mano), y la configuración montañosa del país, hicieron de esa misión la más difícil de cuantas tuvo que predicar san Leonardo. Éste escribió muchas cartas desde Córcega. En una de ellas decía: «En cada parroquia encontramos pleitos de lo más terribles; pero generalmente acabamos por restablecer la paz y la calma. Sin embargo, en tanto que la justicia no sea suficientemente fuerte para desarraigar las 'vendettas', el bien que hagamos será sólo transitorio ... Durante estos tres años de guerra, el pueblo no ha recibido instrucción alguna. Los jóvenes son disolutos, alocados y no se acercan a los sacramentos. Muchos de ellos ni siquiera cumplen con la Pascua y, lo que es aún peor, nadie les llama la atención por ello. En la primera oportunidad que tenga de ver a los obispos, les diré lo que pienso ... Pero, aunque el trabajo es muy duro, la cosecha es abundante ...»

La fatiga, las intrigas y la constante vigilancia sobre sí mismo, acabaron con la salud del santo, que tenía ya sesenta y seis años. Al cabo de seis meses estaba ya tan enfermo, que hubo que enviar un barco de Génova para que volviese al continente. Su diagnóstico sobre el estado de Córcega había sido correcto, pues el Papa le escribió poco después: «La situación en Córcega está peor que nunca, de suerte que no conviene que volváis». Al mismo tiempo que predicaba en las iglesias, san Leonardo solía dar retiros a religiosas y laicos. Así lo hizo sobre todo en Roma durante los meses de preparación para el año jubilar de 1750. En ese año, san Leonardo vio realizarse una de sus más caras ambiciones, ya que Benedicto XIV le permitió erigir las estaciones del Viacrucis en el Coliseo. Con tal ocasión, predicó a una numerosa y ferviente multitud un sermón que se conserva todavía. Por entonces escribió: «Me estoy haciendo viejo. Mi voz tenía la misma potencia que hace dos años, pero me cansé mucho. De todas maneras consuela ver que el Coliseo ha dejado de ser un sitio de atracción para convertirse en un verdadero santuario ...» En la primavera del año siguiente, san Leonardo partió de Roma para predicar en Lucca y otros sitios. El Papa le ordenó que no hiciese el viaje a pie, sino en coche. El santo había sido un enérgico misionero durante cuarenta y tres años, y sus fuerzas empezaban a decaer. Por eso, y debido a la hostilidad e indiferencia que encontraba en ciertas ciudades, sus últimas misiones fueron relativamente poco fructuosas. A principios de noviembre, san Leonardo se dirigió al sur y entonces comprendió que su carrera había terminado. El coche en que iba se descompuso, de suerte que tuvo que hacer a pie una parte del viaje. Los franciscanos de Espoleto trataron de detenerle cuando pasó por allí, pero no lo consiguieron. El 26 de noviembre llegó a Roma y tuvo que meterse en cama en el convento de San Buenaventura. Poco antes de recibir los últimos sacramentos, escribió al Papa que había cumplido su promesa de ir a morir a Roma. A las 9, llegó Mons. Belmonte del Vaticano con un mensaje muy afectuoso del Pontífice. El santo murió antes de media noche.

A pesar de su increíble actividad, san Leonardo encontró tiempo, en los intervalos de soledad y contemplación que él apreciaba tanto, para escribir numerosas cartas, sermones y tratados devotos. La obra titulada «Resoluciones», que trata de los medios de alcanzar la perfección, no sólo vale por sí misma, sino también por lo que nos revela sobre el santo. El cardenal Enrique de York, hijo de la reina Clementina, de la que san Leonardo había sido director espiritual, promovió su causa de beatificación, que tuvo lugar en 1796. Fue canonizado en 1867.

Los materiales biográficos sobre San Leonardo son muy abundantes. Nada tiene eso de extraño, ya que el santo vivió en una época reciente, alcanzó gran fama y llevó una vida muy activa. En 1796 el P. Giuseppe da Masserano, postulador de la causa de batificación, publicó una biografía, que ha sido traducida a muchos idiomas. Otra biografía muy conocida, la de Salvatore di Ormea, vio la luz en 1851. Pero probablemente la más popular de todas es la biografía francesa del P. Léopold de Chérancé (1903). Los escritos y cartas de san Leonardo son básicos para comprender su espíritu y actividades. La colección publicada en Roma, en 1853-1854, estaba muy lejos de ser completa. En 1872 fueron publicadas ochenta y seis de las cartas del santo a su penitente Elena Colonna, con el título de Soavitá di spirito di S. Leonardo. Los PP. Inocenti (1925 y 1929) y Ciro Ortolani da Pesaro (1927) publicaron otras cartas. Muchos artículos del Archivum Franciscanum Historicum han enriquecido nuestros conocimientos sobre san Leonardo. Hay un buen artículo del P. M. Bihl en Catholic Encyclopedia.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
Irapuato
San Siricio, papa
En el cementerio de Priscila, en la vía Salaria Nueva, en Roma, san Siricio, papa, a quien alaba san Ambrosio como verdadero maestro, ya que, consciente de su responsabilidad sobre todos los obispos, les dio a conocer los documentos de los Padres y los confirmó con su autoridad apostólica. († 399)
San Alipio, diácono y monje
En Adrianópolis, de Paflagonia, san Alipio, diácono …Más
San Siricio, papa

En el cementerio de Priscila, en la vía Salaria Nueva, en Roma, san Siricio, papa, a quien alaba san Ambrosio como verdadero maestro, ya que, consciente de su responsabilidad sobre todos los obispos, les dio a conocer los documentos de los Padres y los confirmó con su autoridad apostólica. († 399)

San Alipio, diácono y monje

En Adrianópolis, de Paflagonia, san Alipio, diácono y estilita, que murió casi centenario. († c. 614)

San Conrado de Constanza, obispo

En Constanza, de Suabia, en Germania, san Conrado, obispo, óptimo pastor de su grey, el cual hizo generosa providencia de sus bienes en favor de la Iglesia y de los pobres. († 975)

San Nicón «Metanoeite», monje

En Lacedemonia, del Peloponeso, san Nicón, monje, que después de una vida cenobita y eremítica transcurrida en Asia, trabajó con celo evangélico para llevar a la vida cristiana a los habitantes de la isla de Creta, recién liberada del yugo de los sarracenos, y luego recorrió Grecia predicando la penitencia, hasta que falleció en el monasterio de Esparta, fundación suya. († 998)

San Belino de Padua, obispo y mártir

En los bosques cercanos a Fratta, en el territorio de Rovigo, pasión de san Belino, obispo de Padua y mártir, defensor eximio de la Iglesia, que, cruelmente malherido por unos sicarios, murió a consecuencia de las lesiones recibidas. († 1151)

Beato Poncio de Faucigny, religioso

En el monasterio de Sixt, de Canónigos Regulares, en Saboya, hoy Francia, beato Poncio de Faucigny, que fue primero abad en Abbondance y, renunciando al cargo, quiso morir como un sencillo religioso. († 1179)

San Silvestre Gozzolini, abad y fundador

Junto a Fabriano, en el Piceno, san Silvestre Gozzolini, abad, que, habiendo calado a fondo la vanidad de todas las cosas del mundo, a la vista de la sepultura abierta de un amigo fallecido poco antes, se retiró al eremo, donde cambió varias veces de lugar para permanecer más oculto a los hombres, y por fin, en un lugar apartado próximo a Montefano, trazó las bases de la Orden de Monjes Silvestrinos, bajo la Regla de san Benito. († 1267)

Beata Delfina, viuda

En Apt, de la Provenza, beata Delfina, esposa de san Elzear de Sabran, con el cual prometió guardar la castidad, y después de su muerte permaneció en la pobreza y en la oración. († c. 1360)

Beatos Hugo Taylor y Marmaduco Bowes, mártires

En York, en Inglaterra, beatos mártires Hugo Taylor, presbítero, y Marmaduco Bowes, que en tiempo de la reina Isabel I fueron llevados al suplicio del patíbulo, acusados, el primero, joven aún, de haber entrado en Inglaterra siendo sacerdote, y el segundo, en cambio ya anciano, por haberle ayudado. († 1585)

San Humilde Pirozzo, religioso

En Bisignano, lugar de Calabria, san Humilde (Lucas Antonio) Pirozzo, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, famoso por su espíritu de profecía y frecuentes éxtasis. († 1637)

San Leonardo de Porto Maurizio, religioso presbítero (4 coms.)

En Roma, en el convento de San Buenaventura, san Leonardo de Porto Maurizio, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, que, desbordante de celo por las personas, empleó casi toda su vida en la predicación, en la publicación de libros de piedad y en dar más de trescientas misiones en la Urbe, en la isla de Córcega y por toda Italia septentrional. († 1751)

Santos Tomás Dinh Viet Du y Domingo Nguyen Van Xuyên, presbíteros y mártires

En la ciudad de Nam Dinh, en Tonquín, santos Tomás Dinh Viet Du y Domingo Nguyen Van Xuyên, presbíteros de la Orden de Predicadores y mártires, que por decreto del emperador Minh Mang fueron decapitados al mismo tiempo. († 1839)

Beata Cayetana Sterni, viuda y fundadora

En Bassano, cerca de Vicenza, en Italia, beata Cayetana Sterni, religiosa, que, habiendo enviudado siendo aún joven, se entregó al servicio de los pobres, y fundó la Congregación de Hermanas de la Divina Voluntad para atender a los menesterosos y enfermos. († 1889)

Beato Santiago Alberione, presbítero y fundador

En Roma, beato Santiago Alberione, presbítero, que, solícito por la evangelización, se dedicó por entero a poner al servicio de la sociedad los instrumentos de comunicación social para promover la verdad de Cristo, e instauró, además, la Pía Sociedad de San Pablo. († 1971)