La culpa fue del cha cha cha

La culpa fue del cha cha cha

Jorge, el 3.06.24 a las 11:53 AM

Uno se hace sus preguntas. La esencial, sin duda, es el sentido de nuestro ser Iglesia y qué es lo que Cristo espera de nosotros. Posiblemente, y de forma implícita, se supone que todos lo debemos tener claro, pero quizá no nos viniera mal recordarlo de vez en cuando.

Me atrevo a decir lo que yo entiendo. Creo que nuestro objetivo como Iglesia, como diócesis, como parroquias, solo puede ser este: que todos los hombres se conviertan a Jesucristo, se bauticen, vivan santamente en este mundo y después de esta vida alcancen la felicidad eterna. Y me atrevo a decir que esto no lo escucho en parte alguna y mucho menos expresado con toda claridad y contundencia. No sé si es porque se supone que ya lo sabemos o por ese pudor que nos hace vivir entre complejos por si acaso se meten con nosotros.

Si de esto no se habla, entonces ¿de qué lo hacemos? Me temo que de los medios para conseguir lo que no se sabe muy bien qué.

Se nos van el tiempo, las fuerzas y las pocas ideas que nos quedan sobre todo en la programación de una multitud de reuniones, consejos, permanentes, asambleas, simposios, sínodos, observatorios y foros a todos los niveles. Cualquier sacerdote tiene un calendario abarrotado de encuentros, encuestas y cuestionarios, al grito de “es bueno que nos veamos”. Curiosamente muchos nos decimos que estamos hartos de reuniones, lo cual no es óbice para que de cada una de ellas salgan al menos otras dos o tres.

La cosa debería ser mucho más sencilla. Si nos ponemos de acuerdo en que se trata de convertir, bautizar, vivir santamente y luego llegar al cielo, tenemos al papa y a los obispos para ponerse al frente de la tarea, garantizar la fe y animar, impulsar y dirigir la tarea pastoral. Ellos verán los medios y nos dirán cómo. Los sacerdotes, por supuesto, encantados y dispuestos para colaborar con el obispo, que eso somos, colaboradores, pero no somos los que debemos tomar las decisiones principales simplemente porque no tenemos ni la ordenación episcopal ni el mandato del papa.

Nos reunimos. Vale. Uno quisiera saber para qué.

Uno quisiera que, además de encontrarnos porque es bueno vernos, tratáramos de otras cosas. Por ejemplo, de la necesidad de anunciar el evangelio de la conversión a todos los hombres, de garantizar la santidad de los bautizados ofreciendo oración, liturgia auténtica y formación realmente católica, de crear lazos de comunión entre todos los cristianos y enseñarnos a compartir la vida.

Tristemente demasiadas veces pasamos de puntillas sobre estas cosas. Se hacen planes de catequesis y formación que sigue quien quiere y cómo quiere, la liturgia es manifiestamente mejorable en forma y fondo y cada vez más tenemos temas de los que no se habla por la cosa de no liarla.

Algún día tendríamos que plantearnos, por ejemplo, si merece la pena la clase de religión en los colegios cuando la mitad de nuestros jóvenes se declaran no creyentes. Si está funcionando bien una catequesis de infancia cuando la inmensa mayoría de los niños no vuelven tras su primera comunión. Qué nos pasa para que no se confiese la gente salvo rarísimas excepciones. Por qué los conventos y monasterios se vacían. Cómo es posible una enorme generación de cristianos que desconocen el abc de su propia fe.

Si realmente la misión de la Iglesia es llamar a la conversión, bautizar, la santidad de los convertidos y llegar a la vida eterna, algún día, en una de esas interminables reuniones, quizá fuera el momento de preguntarnos qué nos ha pasado para que, por ejemplo, en España, el número de católicos directamente se haya desplomado.

No. No lo haremos. Seguiremos echando balones fuera en forma de grandes documentos que nadie lee porque a nadie importan, aprobando planes de catequesis con el mismo resultado de los últimos cincuenta años, repitiendo las convocatorias de toda la vida y llamando a vernos porque es importante que nos veamos.

Es muy duro afrontar la realidad. Por eso seguimos como siempre. Los mismos esquemas de hace cincuenta años que han demostrado su fracaso más estrepitoso, siguen marcando la realidad de una iglesia que se nos muere. Me siento joven. Hoy me encuentro con las mismas preguntas que nos hacíamos cuando uno era apenas un pipiolo recién salido del seminario.

La culpa, evidentemente, fue del cha cha cha, que cantaba Gabinete Caligari. O no.

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