Lecturas y reflexiones +

Primera lectura

2P 3,12-15a.

Esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva.
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro.
QUERIDOS hermanos:
¡Ustedes esperan y apresuran la llegada del Día de Dios! Ese día los cielos se disolverán incendiados y los elementos se derretirán abrasados.
Pero nosotros, según su promesa, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia.
Por eso, queridos míos, mientras esperan estos acontecimientos, procuren que Dios los encuentre en paz con él, intachables e irreprochables, y consideren que la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación.
Así pues, queridos míos, ya que están prevenidos, estén en guardia para que no los arrastre el error de esa gente sin principios ni decaiga su firmeza. Por el contrario, crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén.
Palabra de Dios.
Salmo

Sal 90(89), 2.3-4.10.14 y 16 (R. 1)
R.
Señor, tú has sido nuestro refugio
de generación en generación.

V. Antes que naciesen los montes
o fuera engendrado el orbe de la tierra,
desde siempre y por siempre tú eres Dios. R.
V.
Tú reduces el hombre a polvo,
diciendo: «Retornen, hijos de Adán».
Mil años en tu presencia son un ayer que pasó;
una vela nocturna. R.
V.
Aunque uno viva setenta años,
y el más robusto hasta ochenta,
la mayor parte son fatiga inútil,
porque pasan a prisa y vuelan. R.
V.
Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Que tus siervos vean tu acción
y sus hijos tu gloria. R.
Aclamación

R.
Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón,
para que comprensamos cuál es la esperanza a la que nos llama. R.
Evangelio

Mc 12,13-17

Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Marcos.
EN aquel tiempo, enviaron a Jesús algunos de los fariseos y de los herodianos, para cazarlo con una pregunta.
Se acercaron y le dijeron:
«Maestro, sabemos que eres veraz y no te preocupa lo que digan; porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad. ¿Es lícito pagar el impuesto al César o no? ¿Pagamos o no pagamos?».
Adivinando su hipocresía, les replicó:
«¿Por qué me tientan? Tráiganme un denario, que lo vea».
Se lo trajeron. Y él les preguntó:
«¿De quién es esta imagen y esta inscripción?».
Le contestaron:
«Del César».
Jesús les replicó:
«Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Y se quedaron admirados.
Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina
Marcos 12, 13-17: Los conflictos que enfrenta Jesús (I): La imparcialidad de un corazón centrado en Dios. “Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM
Jesús está en Jerusalén, en la explanada del Templo, donde propone su enseñanza (ver Marcos 11,27). Precisamente en esta ciudad, Jesús se mueve en medio de un campo conflictivo, de fuertes tensiones entre personas que detentan el poder y gente orgullosa.
Frente a Jesús pasan diversos grupos de presión política y religiosa. Los intereses de cada uno de los grupos se van haciendo sentir: las autoridades (11,27), la coalición religioso política de los fariseos y los herodianos (12,13), los saduceos (12,18) y los maestros de la Ley (12,28). En el ir y venir de la plaza del Templo se habla también de los intereses de la potencia dominadora romana, de las fricciones con la autoridad judía, del estado de ánimo del pueblo.
La gente toma partido por algunos de estos grupos o corrientes e incluso está dispuesta a usar la violencia para defender o promover sus intereses. El ambiente conflictivo envuelve a Jesús cuando, al principio del pasaje que leemos hoy se dice: “Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra” (12,13).
Con una pregunta tratan de encasillarlo en alguna de las tendencias políticas conocidas (12,14b). Pero frente a todos ellos Jesús se presenta como determinado solamente por Dios, cuando al final dice: “Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios” (12,17). Este es el tema del pasaje de hoy.
1. La valoración que los adversarios hacen de Jesús y la pregunta (12,13-15)
Los “fariseos y herodianos” ya habían sido presentados al comienzo del evangelio de Marcos como los enemigos de Jesús: “Los fariseos se confabularon con los herodianos contra él para ver cómo eliminarle” (3,6). Y en una ocasión, en la mitad del evangelio, Jesús le pidió a sus discípulos que no imitaran el comportamiento de ellos: “Abrid los ojos y guardaos de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes” (8,15).
Cuando se dice que éstos vinieron “para cazarle en alguna palabra” (12,13a), sabemos que pretenden arrinconarle –como ya se había dicho- “para eliminarle” (3,6). La intención es violenta.
Los adversarios afirman inesperada pero correctamente que Jesús es “veraz”, que no mira “la condición de las personas”, sino que enseña “con franqueza el camino de Dios” (12,15a). Es como si le dijeran, en otras palabras: “Tú no estás preocupado por la apariencia y el poder de los hombres sino que te atienes únicamente a la verdad; tú enseñas el camino recto de Dios sea que le agrade o no a los poderosos y sin mirar las consecuencias que pueda tener para ti; la voluntad de Dios está por encima de tu misma seguridad, comodidad y tranquilidad”. Se reconoce así la imparcialidad de Jesús.
Por primera vez los enemigos de Jesús dicen lo contrario de lo que siempre han afirmado sobre Él: que actúa en contra de Dios (ver 2,17.16; 3,22; 7,5; y la acusación final de 14,64). Pero es claro que se trata de una adulación, no de una convicción, que arrastra hacia la trampa. Jesús es puesto en medio de dos poderes en conflicto:
(1) Si se pronuncia a favor del impuesto de vasallaje, se gana la enemistad del pueblo.
(2) Si se pronuncia en contra, da pretexto para que lo acusen ante el imperio romano y lo eliminen.
2. Una respuesta brillante que causa admiración (12,15-17)
Jesús había planteado antes una pregunta embarazosa (ver 11,30), ahora le devuelven una similar. Pero, a diferencia de la anterior, esta vez Jesús suscita admiración con su respuesta: “Y se maravillaban de él” (12,17b).
Jesús se comporta exactamente como lo han descrito: no trata de ganarse el favor de ninguno. Y lo mejor: tampoco cae en la trampa. Procede así:
(1) Percibe y desvela la hipocresía (12,15a).
(2) Pide que le traigan un “denario” (moneda equivalente a un día de salario) para verlo y les pregunta por la identidad de la figura que aparece acuñada –que debía ser la del emperador Tiberio- y la inscripción –que debía decir “Tiberio César, Augusto hijo de Dios Augusto”- (12,15b-16a).
(3) Frente a la respuesta evidente, hace una declaración que los deja a todos en silencio (12,16b-17a).
Analicemos bien este procedimiento:
(1) Jesús eleva la pregunta a otro nivel: no contrapone a Dios con el emperador, puesto que lo político y lo religioso tienen su propio ámbito de competencia. En otras palabras: la fidelidad a Dios no se demuestra con el rechazo del pago del tributo al emperador.
(2) Jesús acude al mismo comportamiento de quienes lo interrogan y les exige coherencia entre enseñanza y vida. Si ellos tienen la moneda e identifican en ella al emperador, es porque se han estado sirviendo de él, en la práctica viven bajo su señorío; por tanto, ¿si usan su moneda cotidianamente, por qué no la quieren usar para el pago del tributo? Si eso era un problema, ¿por qué no comenzaron por ahí? Hay una incoherencia entre la pregunta y el comportamiento personal.
Cuando Jesús dice “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (12,17a) quiere decir:
(1) Por una parte, que la fidelidad a Dios, a quien Él conoce y anuncia, no excluye el tributo al César. La responsabilidad con Dios no descarta la responsabilidad política ciudadana.
(2) Por otra, y en esto no debe haber equívocos, precisamente porque son diferentes, lo que se le da a Dios no se le debe dar al César: la divinidad y el poder absoluto sólo es de Dios y no de ningún hombre ni autoridad terrena. Las exigencias de Dios superan abismalmente las del César. Si bien Dios respeta el ámbito de las autoridades terrenas, estas últimas se relativizan puesto que nunca deben pretender para sí los atributos de Dios: “¡Dad a Dios lo que es de Dios!”.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Qué nos quiso enseñar Jesús con la expresión: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios?”¿Cómo es posible hacerla vida en el mundo de hoy?
2. A Jesús lo “determinó” únicamente la Voluntad de Dios. ¿En mi vida diaria, qué me impulsa a actuar? ¿De qué tipo son mis motivaciones personales? (humanas, sociales, políticas, de fe, etc.)
3. ¿En qué forma favorezco en mi familia o comunidad la vivencia de una ciudadanía evangélica que no excluya la responsabilidad frente a una política ciudadana?
“Corazón admirable de mi Jesús, me llena de alegría contemplar en ti las grandezas, tesoros y maravillas de todos los seres creados e increados” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”)
Francisco Fernández-Carvajal
Hablar con Dios
9ª semana. Martes
AL CÉSAR LO QUE ES DEL CÉSAR. CIUDADANOS EJEMPLARES
— El cristiano en la vida pública. El cumplimiento ejemplar de nuestros deberes.
— Unidad de vida.
— Nuestra unión con Dios, necesaria para ser mejores ciudadanos.
I. Narra el Evangelio de la Misa1 que se acercaron unos fariseos a Jesús para sorprenderle en alguna palabra, algo con qué poder acusarle. Con este fin, le preguntan maliciosamente si es lícito pagar el tributo al César. Se trataba del impuesto que todos los judíos debían pagar a Roma, y que les recordaba su dependencia de un poder extranjero. No era muy gravoso, pero planteaba un problema político y moral; los mismos judíos estaban divididos acerca de su obligatoriedad. Y quieren ahora que Jesús tome partido a favor o en contra de este impuesto romano. Maestro -le dicen-, ¿nos es lícito dar el tributo al César, o no? Si el Señor dice que sí, podrán acusarle de que colabora con el poder romano, que los judíos odiaban puesto que era el invasor; si contesta que no, podrán acusarle de rebelión ante Pilato, la autoridad romana. Tomar partido a favor o en contra del impuesto significaba, en el fondo, manifestarse a favor o en contra de la legalidad de la situación político-social por la que pasaba el pueblo judío: colaborar con el poder ocupante o alentar la rebelión latente en el seno del pueblo. Más tarde le acusarán, diciendo con falsedad manifiesta: Hemos encontrado a este pervirtiendo al pueblo; prohíbe pagar el tributo al César2.
En esta ocasión, Jesús, conociendo la malicia de su pregunta, les dice: Mostradme un denario. ¿De quién es la imagen y la inscripción que tiene? Ellos contestaron: Del César. Y Jesús les dejó desconcertados por la sencillez y la hondura de la respuesta: Pues bien, dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Jesús no elude la cuestión, sino que la sitúa en sus verdaderos términos. Se trata de que el Estado no se eleve al plano de lo divino, y de que la Iglesia no tome partido en cuestiones temporales cambiantes y relativas. De este modo, se opone igualmente al error difundido entre los fariseos de un mesianismo político y al error de la injerencia del Estado romano –de cualquier Estado– en el terreno religioso3. Con su respuesta, el Señor establece con claridad dos esferas de competencia. «Cada una en su ámbito propio, son mutuamente independientes y autónomas. Sin embargo, ambas, aunque por título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de unos mismos hombres»4.
La Iglesia, en cuanto tal, no tiene por misión dar soluciones concretas a los asuntos temporales. Sigue así a Cristo, quien, afirmando que su reino no es de este mundo5, se negó expresamente a ser constituido juez en cuestiones terrenas6. Así no caeremos nunca los cristianos en lo que Jesucristo evitaba con todo cuidado: unir el mensaje evangélico, que es universal, a un sistema, a un César. Es decir, debemos evitar que cuantos no pertenecen al sistema, al partido o al César, se sientan con dificultades comprensibles para aceptar un mensaje que tiene como fin último la vida eterna. La misión de la Iglesia, que continúa en el tiempo la obra redentora de Jesucristo, es la de llevar a los hombres a ese destino sobrenatural y eterno: la justa y debida preocupación por los problemas de la sociedad deriva de su misión espiritual y se mantiene en los límites de esa misión.
Nos toca a los cristianos, metidos en la entraña de la sociedad, con plenitud de derechos y de deberes, dar solución a los problemas temporales, formar a nuestro alrededor un mundo cada vez más humano y más cristiano, siendo ciudadanos ejemplares que exigen sus derechos y saben cumplir todos los deberes con la sociedad. Es más, en muchas ocasiones, la manera de actuar los cristianos en la vida pública no puede limitarse al mero cumplimiento de las normas legales, de lo que está dispuesto. La diferencia entre el orden legal y los criterios morales de la propia conducta obliga a veces a adoptar comportamientos más exigentes o distintos de los criterios estrictamente jurídicos7: sueldos excesivamente bajos, situaciones injustas no contempladas en la ley, dedicación del médico a los enfermos que lo necesitan por encima de un horario estrictamente exigido por el reglamento o las disposiciones del hospital, etcétera. ¿Se nos conoce en nuestro trabajo –cualquiera que este sea– por ser personas que se exceden, por amor a Dios y a los hombres, en aquello que señala la obligación estricta: horario, dedicación, interés, preocupación sincera por las personas y por sus problemas...?
II. Dad al César lo que es del César... El Señor distingue los deberes relacionados con la sociedad y los que se refieren a Dios, pero de ninguna manera quiso imponer a sus discípulos como una doble existencia. El hombre es uno, con un solo corazón y una sola alma, con sus virtudes y sus defectos que influyen en todo su actuar, y «tanto en la vida pública como en la privada, el cristiano debe inspirarse en la doctrina y seguimiento de Jesucristo»8, que tornará siempre más humano y noble su actuar. La Iglesia ha proclamado siempre la justa autonomía de las realidades temporales, pero entendida, claro está, en el sentido de que «las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores (...). Pero si “autonomía de lo temporal” quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura, sin el Creador, desaparece»9; y la misma sociedad se vuelve inhumana y difícilmente habitable, como se puede comprobar.
El cristiano elige sus opciones políticas, sociales, profesionales, desde sus convicciones más íntimas. Y lo que aporta a la sociedad en la que vive es una visión recta del hombre y de la sociedad, porque solo la doctrina cristiana le ofrece la verdad completa sobre el hombre, sobre su dignidad y el destino eterno para el que fue creado. Sin embargo, son muchos los que en ocasiones querrían que los cristianos tuvieran como una doble vida: una en sus actuaciones temporales y públicas, y otra en su vida de fe; incluso afirman, con palabras o hechos sectarios y discriminatorios, la incompatibilidad entre los deberes civiles y las obligaciones que comporta el seguimiento de Cristo. Nosotros los cristianos debemos proclamar, con palabras y con el testimonio de una vida coherente, que «no es verdad que haya oposición entre ser buen católico y servir fielmente a la sociedad civil. Como no tienen por qué chocar la Iglesia y el Estado, en el ejercicio legítimo de su autoridad respectiva, cara a la misión que Dios les ha confiado.
»Mienten –¡así: mienten!– los que afirman lo contrario. Son los mismos que, en aras de una falsa libertad, querrían “amablemente” que los católicos volviéramos a las catacumbas»10, al silencio.
Nuestro testimonio en medio del mundo se ha de manifestar en una profunda unidad de vida. El amor a Dios ha de llevarnos a cumplir con fidelidad nuestras obligaciones como ciudadanos: pagar los tributos justos, votar en conciencia buscando el bien común, etc. Desentenderse de manifestar, a todos los niveles, la propia opinión –por dejadez, pereza o falsas excusas– a través del voto o del medio equivalente, es una falta contra la justicia, pues supone la dejación de unos derechos que, por sus consecuencias de cara a los demás, son también deberes. Esa dejación puede ser grave en la medida en que con esa inhibición se contribuya al triunfo –en el colegio profesional, en la agrupación de padres de la institución donde estudian los hijos, en la vida política nacional– de una candidatura cuyo ideario está en contraste con los principios cristianos.
«Vivid vosotros –exhortaba Juan Pablo II– e infundid en las realidades temporales la savia de la fe de Cristo, conscientes de que esa fe no destruye nada auténticamente humano, sino que lo refuerza, lo purifica, lo eleva.
»Demostrad ese espíritu en la atención prestada a los problemas cruciales. En el ámbito de la familia, viviendo y defendiendo la indisolubilidad y los demás valores del matrimonio, promoviendo el respeto a toda vida desde el momento de la concepción. En el mundo de la cultura, de la educación y de la enseñanza, eligiendo para vuestros hijos una enseñanza en la que esté presente el pan de la fe cristiana.
»Sed también fuertes y generosos a la hora de contribuir a que desaparezcan las injusticias y las discriminaciones sociales y económicas; a la hora de participar en una tarea positiva de incremento y justa distribución de los bienes. Esforzaos por que las leyes y costumbres no vuelvan la espalda al sentido trascendente del hombre ni a los aspectos morales de la vida»11.
III. ... y a Dios lo que es de Dios. También insiste el Señor en esto, aunque no se lo preguntaron. «El César busca su imagen, dádsela. Dios busca la suya: devolvédsela. No pierda el César su moneda por vosotros; no pierda Dios la suya en vosotros»12, comenta San Agustín. Y de Dios es toda nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras preocupaciones, nuestras alegrías... Todo lo nuestro es suyo. De modo particular esos momentos –como este rato de oración– que dedicamos exclusivamente a Él. Ser buenos cristianos nos impulsará a ser buenos ciudadanos, pues nuestra fe nos mueve constantemente a ser buenos estudiantes, madres de familia abnegadas que sacan fuerzas de su fe y de su amor para llevar la familia adelante, empresarios justos, etc.; el ejemplo de Cristo a todos nos lleva a ser laboriosos, cordiales, alegres, optimistas, a excedernos en nuestras obligaciones, a ser leales con la empresa, en el matrimonio, con el partido o la agrupación a la que pertenecemos. El amor a Dios, si es verdadero, es garantía del amor a los hombres, y se manifiesta en hechos.
«Se ha promulgado un edicto de César Augusto, que manda empadronarse a todos los habitantes de Israel. Caminan María y José hacia Belén... —¿No has pensado que el Señor se sirvió del acatamiento puntual a una ley, para dar cumplimiento a su profecía?
»Ama y respeta las normas de una convivencia honrada, y no dudes de que tu sumisión leal al deber será, también, vehículo para que otros descubran la honradez cristiana, fruto del amor divino, y encuentren a Dios».