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No perdamos el camino. Cómo conducirse en la crisis

No perdamos el camino. Cómo conducirse en la crisis

Alonso Gracián, el 23.08.17 a las 2:53 PM
Conducirse en medio de una crisis no es tarea fácil. Pero es posible por la gracia. Lo principal es no perder el camino heredado, y atenerse a él. Teniendo en cuenta la advertencia del Señor: «Sin Mí no podéis hacer nada» (Jn 15, 5).

No desconfiemos de la Iglesia. Es Madre y Maestra, como la Inmaculada Concepción, su figura y signo de predestinación. A ella, que es nuestro faro, confiamos las naves en la tormenta.

Toda crisis es un extravío, un oscurecimiento del camino. Pero la sana doctrina católica es brújula, conforme nos enseñaron:

«¿Qué es la doctrina cristiana? -
Doctrina Cristiana es la doctrina que nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo para mostrarnos el camino de la salvación.» (Catecismo de San Pío X, 3)

De nuestro entendimiento de la crisis depende, en gran parte, que no perdamos el camino.

1.- Si por crisis entendemos un cambio profundo, de consecuencias importantes,entonces hay que permanecer inmóvil, para que lo inmutable prevalezca sobre la mutación. Para ello, es necesario aferrarse a la Tradición y a las tradiciones. Cultivar nuestra mente bíblico-tradicional. Pisar fuerte, donde el Magisterio pisó fuerte.

2.- Si por crisis entendemos la intensificación de los síntomas de una dolencia,entonces hay que mantenerse sano a toda costa. Para ello, es necesario aferrarse a los sacramentos y a los sacramentales. Sea la santa Eucaristía cumbre y fundamento de nuestra vida cristiana, y la confesión, bautismo trabajoso por el que recuperamos el estado de gracia. Una buena provisión de agua bendita es importante, para limpiar el sendero de demonios y que florezcan botánicas, frescor y verdor. Y fomentar el culto de dulía, bandera de catolicidad: que buenas luces proceden de la Comunión de los Santos.

3.- Si por crisis entendemos una situación bélica, de emergencia, dificultad extrema, alerta defensiva ante un invasor, entonces hay que estar tranquilo, mantenerse atento, velar armas, sacar pecho, ponerse la armadura de Dios, saberse de memoria el plan: tener en mente la Pascendi. Para que se cumpla la Escritura:

«Por lo demás, confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; revestios de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que habitan en los espacios celestes. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia» (Ef 6, 10-14)

Para ello es necesario orar, ayunar, dar limosna, estudiar día y noche la verdad y ponerla en la garganta, para que hable por el Victorioso.

4.- Pero si por crisis entendemos una crispación institucional, una infidelidad generalizada, una confusión morrocotuda en ciertas instancias, entonces se precisa fidelidad a ultranza a la Palabra de Dios y a la ley moral. Para ello es necesario renovar nuestra catolicidad; descartar potencias absolutas, poner la autoridad en su lugar. Callar la boca a Ockham y a Lutero, y saber que la obediencia cristiana no es ciega sino sobrenatural. No espúrea, sino justa y medida por la verdad, teniendo a Dios por testigo, y al sentido común por mapa de carreteras.

5.- Mas si por crisis entendemos una reducción de crecimiento espiritual, de estancamiento en la vida cristiana, de paralización de vocaciones, de abandono del precepto dominical, o una minusvaloración pastoral del estado de gracia; entonces hay que poner en su lugar central la primacía de la gracia, la necesidad de la Iglesia para la salvación; y clausurar pelagianismos, remover obstáculos doctrinales, centrarse en lo esencial: la iniciativa de Dios. Para ello es conveniente ser realista, dejar sentado que«es Dios quien da el querer y el obrar según su beneplácito» (Fil 2, 13), y que somos solamente criaturas, causas segundas subordinadas a la Primera, que necesitamos hasta para respirar.

6.- Y si por crisis entendemos un cambio brusco en una enfermedad, sea para bien o para mal, entonces hemos de pedir esperanza, confiar en el poder de Dios, intensificar nuestras plegarias. Para ello es necesario suplicar los dones del Espíritu Santo, y en modo sobrehumano actuar, saber interpretar la situación, buscar providencias. Que Dios todo lo dispone en bien de los que le aman.

—En estas seis acepciones de la crisis, todas presentes y actuales, es necesario cultivar una firme y sólida seguridad, un clasicismo de la virtud, un desenfado tradicional, una potente facilidad de palabra, sobre todo en la inoportunidad. En una palabra: saber conducirse, por gracia, en medio de la crisis, con desenvoltura sobrenatural. Como enfatiza, con soltura, San Cipriano:

«Así que sólo hay un medio de vivir tranquilo y confiado, sólo una firme y sólida seguridad: cuando uno, apartándose de estas inquietudes y borrascas del siglo, se acoge al amparo de un puerto favorable, levanta los ojos al cielo desde la tierra, y después de recibir la gracia de Dios, y puesto el corazón en Él, se gloría de tener por vil todo lo que, en los demás, consideran los mundanos grande y elevado. Nada puede ya apetecer de este mundo quien es superior al mundo. ¡Qué defensa tan firme e inconmovible, qué protección tan celestial, llena de bienes impedecederos, librarse de los lazos y redes del mundo! (A Donato, 14)

Y como no hay mal que por bien no venga, mientras libramos esta batalla, si Dios nos lo concede reaprenderemos a ser católicos. Que es cosa grande y regalada, y gran merced, ser hijo de la Iglesia y de su Madre, la Inmaculada.

David Glez. Alonso Gracián