¡El Horror! Periodista de Buenos Aires describe a Bergoglio

Foto: El arzobispo de Buenos Aires se arrodilla para recibir la bendición de los ministros protestantes 2006 Junto al Franciscano Raniero Cantalamesa

Marcelo González, de Panorama Católico Internacional dice:
De todos los candidatos impensables, Jorge Mario Bergoglio es quizás el peor. No porque profese abiertamente doctrinas contra la fe y la moral, sino porque, a juzgar por su actuación como arzobispo de Buenos Aires, la fe y la moral parecen haberle sido indiferentes.
Enemigo jurado de la misa tradicional, no ha permitido sino parodias en manos de enemigos declarados de la liturgia antigua. Ha perseguido a todo sacerdote que se empeñó en usar sotana, predicar con solidez o que se haya interesado en la Summorum Pontificum.
Famoso por la inconsistencia (a veces ininteligibilidad de sus alocuciones y homilías), dado al uso de expresiones vulgares, demagógicas y ambiguas, su magisterio no puede decirse que sea heterodoxo sino inexistente por lo confuso.
Su entorno en la Curia de Buenos Aires, salvo algunos clérigos, no se ha caracterizado por la virtud de sus acciones. Muchos están gravemente sospechados de inconducta moral”.

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Vaya de verdad que si uno se pone a investigar y no tragar camellos encuentra otras personas distinguidas como este periodista Argentino y como Lucrecia que describen las dos caras que se esconden detras del Cardenal Jorge Bergolio.
Y aqui vemos otro testimonio: www.intereconomia.com/…/los-peones-berg… PEDACCHIO ESPÍA DEL CARDENAL BERGOGLIO «De Roma viene lo que a Roma va». Roma depende en sus …Más
Vaya de verdad que si uno se pone a investigar y no tragar camellos encuentra otras personas distinguidas como este periodista Argentino y como Lucrecia que describen las dos caras que se esconden detras del Cardenal Jorge Bergolio.
Y aqui vemos otro testimonio: www.intereconomia.com/…/los-peones-berg… PEDACCHIO ESPÍA DEL CARDENAL BERGOGLIO «De Roma viene lo que a Roma va». Roma depende en sus decisiones de la información que recibe y de cómo se prioriza la difusión y procesamiento de esa información. Lo sabe muy bien un gran ambicioso de poder, el Cardenal Arzobispo de Buenos Aires. El Cardenal Bergoglio sabe decir mentiras con verdades a medias –o infladas, o disimuladas, según convenga en cada caso. Pero no duda, cuando se hace necesario, en mentir pura y simplemente. Lo cierto es que para tejer su red de poder e influencia sobre los obispos y sus nombramientos, así como sobre los sacerdotes y seminarios, sabe disparar difamaciones o calumnias y, por sobretodo, sabe direccionarlas arteramente. Lo hace a partir de adiestrados informantes quienes, violando la confidencialidad a la que los obliga el secreto pontificio, le informan acerca de todo lo que llega a Roma sobre los temas o personas que le interesan. Después, esos mismos informantes se encargan de «informar» o «cajonear la información» a las autoridades romanas, priorizando las agendas de manipulación del Cardenal –«El Jesuita», como lo llama el título de una obra comisionada para exaltarlo. Uno de los pivotes más importantes en esta manipulación de información es un sacerdote argentino, «plantado» por el Cardenal en el servicio de la Congregación de Obispos, y adonde se maneja toda la información relacionada con los obispos del mundo entero –aunque lo que interesa de modo particular al Cardenal sea Latinoamérica y, por sobretodo, lo referente a los obispos argentinos. Las infidencias de este sacerdote de la arquidiócesis de Buenos Aires son conocidas ya por muchos, aunque al parecer no se hace nada al respecto. No es el único informante del Cardenal, pero es quizás el más notorio. Y dado su puesto de trabajo, uno de los más peligrosos. Lo cierto es que alguien tiene en conciencia la obligación de expresar lo que tantos callan, por miedo, o por temor de ver arruinada su carrera. El adiestrado espía que obtiene y provee información a importantes contactos romanos es el sacerdote Fabián Pedacchio, no hace mucho hecho capellán de Su Santidad, y oficial de la Congregación para los Obispos. El Cardenal Bergoglio logró posicionarlo en este puesto clave en la Congregación que gobierna a los obispos cuando este Dicasterio estaba a cargo del Cardenal Re, que en su tiempo fue muy favorable a Bergoglio y hasta podría decirse un adicto. Que después haya cambiado de actitud porque Bergoglio «brucciava piazza» es otra historia que tal vez merezca ser contada antes del Juicio Final. Quien quiera escuchar a los sacerdotes, ex-compañeros de Pedacchio, aprenderá pronto que no fueron precisamente sus méritos sacerdotales los que le ganaron tal promoción a la Congregación de los Obispos. Tampoco es necesario indagar mucho para enterarse que el presbítero Pedacchio habla por teléfono con frecuencia con su Cardenal y patrón, para informarlo de todas las cartas o misivas que llegan a la Congregación, incluso las reservadas bajo sigilo. Así es como Bergoglio se entera de todo lo que le resulta útil, pero en especial todo lo referente a las promociones episcopales. Y entonces instruye al informante Pedacchio para que aliente a favor de un candidato favorable a sus esquemas, o para que esparsa convenientemente suciedad, o al menos sugerencias denigratorias, contra otro que no le responde. Pero la cosa no queda sólo en llamadas teléfonicas. Llegado el caso, cuando el tema es realmente importante, el presbítero Pedacchio llega incluso a enviar faxes a su Arzobispo con los informes y la documentación secreta que su jefe le reclama. Aunque en su momento Bergoglio aspiró a suceder como Papa a Juan Pablo II, ahora le interesa en particular América Latina. Por ello Pedacchio se interesa en particular, claro está, por Argentina, el Episcopado que Bergoglio busca controlar con celo paternal. Pedacchio no siempre puede acceder a esta información de vital importancia, a pesar de sus espionajes, porque la Argentina no es el territorio del que se ocupa oficialmente. Pero sí lo logra en el caso del Paraguay, que es la esfera de la que está encargado. Pedacchio es un hombre de fina capacidad de observación. Y logra infiltrarse a veces en otros «territorios» episcopales. También es una persona atenta a todo lo que oye, incluso en los pasillos, y sabe llevar registro de qué obispos entran y salen de la Congregación. Tienen alguna notoriedad, por ejemplo, los relatos que envía a su Jefe cada vez que pasa por la Congregación para los Obispos algún «enemigo» como el arzobispo argentino Aguer, o cualquier otro que no le da al Cardenal el instrumento que él ambiciona y sabe manejar muy bien: «el voto cautivo» en la Conferencia Episcopal. Claro que el Cardenal paga un precio por la labor de este informante. Porque, como todo informante, tiene la necesidad de parecer útil y de halagar a su patrón, por lo que no pocas veces debe agregar o incluso inventar en sus informes. Al parecer, ha recibido la orden de captar cuanto chismorreo o «pettegolezzo» llega por mail o correo electrónico, incluso cuando llega sin firma, como una denuncia anónima, e imprimirlo y presentarlo a las autoridades competentes para al menos ir sembrando las sospechas y la desconfianza hacia alguien al que quiere destruir o al menos congelar en su labor episcopal o sacerdotal. La eficiente labor de Pedacchio es completada por otros informantes clave. Por ejemplo, «El Jesuita» se entera de quién entra y sale del Vaticano, gracias a otra «planta» en la Secretaría de Protocolo de la Secretaría de Estado. Se trata de otro sacerdote argentino, también de la archidiócesis de Buenos Aires, Guillermo Karcher. La manipulación de la información a las autoridades de la Santa Sede no termina aquí. Porque Bergoglio quiere que esas mismas autoridades vean «confirmadas» estas informaciones de modo indirecto, vía Internet. El encargado de «ensuciar informáticamente» o de llevar a cabo el terrorismo informático es su Obispo Auxiliar Eduardo García. Es él quien se encarga de manejar la opiniología sobre obispos, prelados y sacerdotes en Internet. Es así como Bergoglio va generando una red de mentira, intriga, espionaje, desconfianza y, más efectivo que nada, miedo. Es la opinión de un funcionario argentino que trabaja en el Vaticano y quien, lógicamente por miedo, prefiere no ser citado: Bergoglio «es alguien que por sobre sobre todo sabe infundir miedo». Por eso tiene una influencia en la Santa Sede que sorprende a muchos. Pese a que cuiddadosamente trabaja por impresionar a todos con un aire de santón, austero y mortificado, es un hombre de mentalidad de poder. Y siempre lo fue. Al Cardenal le interesa mucho América Latina. A lo largo de los años construyó poder en el CELAM, aunque recientemente éste se ha visto algo menguado porque el Cardenal Ouellet, justamente el nuevo Prefecto de la Congregación para los Obispos, ha llegado a ser Presidente de la Comisión para América Latina –y, ciertamente, este digno Prelado nada tiene que ver con las intrigas de «El Jesuita». Pero le quedan a Bergoglio poderosos agentes en el CELAM. En especial, el obispo Lozano (Gualeguaychú, Argentina), y el arzobispo Andrés Stanovnic (Corrientes, Argentina), un «dócil» en extremo a las posiciones bergoglianas y durante años el candidato que le hubiera gustado al Cardenal Bergoglio imponer como Presidente del CELAM. Aunque no ha logrado este propósito, tiene la esperanza de que lo suceda como el futuro arzobispo de Buenos Aires. El Cardenal sabe que sus horas de poder directo en este mundo están contadas. Pero trabaja ardua y astutamente para que incluso después de su retiro por edad, e incluso después de que el Señor lo haya llamado a rendir cuentas de su administración, sus «plantas» y herederos sigan reteniendo en la Iglesia lo que más le interesa: el Poder.
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✍️ Dice el Señor; Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.
"PERPLEJIDAD, una carta al Papa Francisco"
Escrito por: Lucrecia Rego de Planas el 26 Sep 2013 -

Comparto con ustedes la carta que envié esta mañana a nuestro Papa Francisco. Confío en que la recibirá en un par de días más a partir de hoy.
Huixquilucan, …Más
✍️ Dice el Señor; Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

"PERPLEJIDAD, una carta al Papa Francisco"
Escrito por: Lucrecia Rego de Planas el 26 Sep 2013 -


Comparto con ustedes la carta que envié esta mañana a nuestro Papa Francisco. Confío en que la recibirá en un par de días más a partir de hoy.

Huixquilucan, México, a 23 de septiembre del 2013

Muy querido Papa Francisco:

Me da mucho gusto tener esta oportunidad para saludarte.

Seguramente no te acordarás de mí y lo comprendo, pues, viendo a tanta gente cada día, debe ser muy difícil para ti recordar a todas las personas con las que has dialogado y convivido en algún momento de tu vida.

A lo largo de los últimos 12 años, coincidimos, tú y yo, varias veces, en algunas reuniones, encuentros y congresos eclesiales que se llevaron a cabo en ciudades de Centro y Sudamérica con distintos temas (comunicación, catequesis, educación), lo cual me dio la oportunidad de convivir contigo durante varios días, durmiendo bajo el mismo techo, compartiendo el mismo comedor y hasta la misma mesa de trabajo.

En aquel entonces, tú eras el Arzobispo de Buenos Aires y yo era la directora de un importante medio de comunicación católico. Ahora, tú eres nada más y nada menos que el Papa y yo soy… sólo una madre de familia, cristiana, con un esposo muy bueno y nueve hijos, que da clases de Matemáticas en la Universidad y que trata de colaborar lo mejor que puede con la Iglesia, desde el lugar en que Dios le ha puesto.

De aquellas reuniones en las que coincidimos hace ya varios años, recuerdo que en más de una ocasión te dirigiste a mí diciéndome:
– "Niña, decime Jorge Mario, que somos amigos", a lo que yo respondía asustada:
– "De ninguna manera, Sr. Cardenal! ¡Dios me libre de tutear a uno de sus príncipes en la Tierra!

Ahora, en cambio, sí me atrevo a tutearte, pues ya no eres el Card. Bergoglio, sino el Papa, mi Papa, el dulce Cristo en la tierra, a quien tengo la confianza de dirigirme como a mi propio padre.

Me he decidido a escribirte porque estoy sufriendo y necesito que me consueles.

Te explicaré lo que me sucede, tratando de ser lo más breve posible. Sé que te gusta consolar a los que sufren y ahora, yo soy uno de ellos.

Cuando te conocí por primera vez, siendo el cardenal Bergoglio, y durante esas convivencias cercanas, me llamaba la atención y me desconcertaba que nunca hacías las cosas como los demás cardenales y obispos. Por poner algunos ejemplos: eras el único entre ellos que no hacía la genuflexión frente al sagrario ni durante la Consagración; si todos los obispos se presentaban con su sotana o traje talar, porque así lo requerían las normas de la reunión, tú te presentabas con traje de calle y alzacuellos. Si todos se sentaban en los lugares reservados para los obispos y cardenales, tú dejabas vacío el sitio del cardenal Bergoglio y te sentabas hasta atrás, diciendo “aquí estoy bien, así me siento más a gusto”. Si los demás llegaban en un coche correspondiente a la dignidad de un obispo, tú llegabas, más tarde que los demás, ajetreado y presuroso, contando en voz alta tus encuentros en el transporte público que habías elegido para llegar a la reunión.

Al ver esas cosas, ¡qué vergüenza contártelo!, yo decía para mis adentros:
– “Uf… ¡qué ganas de llamar la atención! ¿por qué no, si quiere ser de verdad humilde y sencillo, mejor se comporta como los demás obispos para pasar desapercibido?”.

Mis amigos argentinos que también asistían a esas reuniones, notaban de alguna manera mi desconcierto, y me decían:

No– "No eres la única. A todos nos desconcierta siempre, pues sabemos que tiene los criterios claros, ya que en sus discursos formales muestra unas convicciones y certezas siempre fieles al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia; es un valiente y fiel defensor de la recta doctrina. Pero… al parecer, le gusta caerle bien a todos y estar bien con todos, así que puede un día decir un discurso en la TV en contra del aborto y, al día siguiente, en la misma TV, aparecer bendiciendo a las feministas pro-aborto en la Plaza de Mayo; puede decir un discurso maravilloso contra los masones y, unas horas después, estar cenando y brindando con ellos en el Club de Rotarios.”

Mi querido Papa Francisco, ése fue el Card. Bergoglio que conocí de cerca: un día charlando animadamente con Mons. Duarte y Mons. Aguer acerca de la defensa de la vida y de la Liturgia y, ese mismo día, en la cena, charlando, igual de animadamente, con Mons. Ysern y Mons. Rosa Chávez acerca de las comunidades de base y las terribles barreras que significan “las enseñanzas dogmáticas” de la Iglesia. Un día, amigo del Card. Cipriani y del Card. Rodríguez Maradiaga, hablando de la ética empresarial y en contra de las ideologías de la Nueva Era y, un rato después, amigo de Casaldáliga y Boff hablando de lucha de clases y de "la riqueza" que las técnicas orientales pueden aportar a la Iglesia.

Con estos antecedentes, comprenderás que abrí unos ojos enormes en el momento que escuché tu nombre después del “Habemus Papam” y, desde ese momento (antes de que tú lo pidieras) recé por ti y por mi querida Iglesia. Y no he dejado de hacerlo ni un solo día, desde entonces.

Cuando te vi salir al balcón, sin roquete y sin muceta, rompiendo el protocolo del saludo y la lectura del texto en latín, buscando con ello diferenciarte del resto de los Papas de la historia, dije sonriendo preocupada para mis adentros:

– “Sí, no cabe duda. Se trata del cardenal Bergoglio”.

Durante los días que siguieron a tu elección, me diste varias oportunidades para confirmar que eras el mismo a quien yo había conocido de cerca, siempre buscando ser diferente, pues pediste zapatos distintos, anillo distinto, cruz distinta, silla distinta y hasta habitación y casa distinta al resto de los Papas, que siempre se habían acomodado humildemente a lo ya existente, sin requerir de cosas “especiales” para ellos.

En esos días estaba yo tratando de recuperarme del dolor inmenso que sentía por la renuncia de mi queridísimo y admiradísimo Papa Benedicto XVI, con quien me identifiqué desde el inicio de manera extrema, por su claridad en sus enseñanzas (es el mejor profesor del mundo), por su fidelidad a la Sagrada Liturgia, por su valentía en defender la recta doctrina en medio de los enemigos de la Iglesia y por mil cosas más que no enumeraré. Con él en el timón de la Barca de Pedro, yo sentía que pisaba sobre tierra firme. Y con su renuncia, sentí que la tierra desaparecía bajo mis pies, pero la entendí, pues realmente los vientos estaban demasiado tempestuosos y el papado significaba algo demasiado rudo para sus fuerzas disminuidas por la edad, en la terrible y violenta guerra cultural que estaba librando.

Me sentía como abandonada en medio de la guerra, en pleno terremoto, en lo más feroz de un huracán y fue cuando llegaste tú a sustituirlo en el timón. ¡Tenemos capitán de nuevo, demos gracias a Dios! Confié plenamente (sin ninguna duda de por medio) en que, con la asistencia del Espíritu Santo, con la oración de todos los fieles, con el peso de la responsabilidad, con la asesoría del equipo de trabajo en el Vaticano y con la consciencia de estar siendo observado por todo el mundo, el Papa Francisco dejaría atrás las cosas especiales y las ambivalencias del Card. Bergoglio y tomaría de inmediato el mando del ejército, para, con fuerzas renovadas, continuar los pasos en la lucha intensa que su predecesor venía librando.

Pero, para mi sorpresa y desconcierto, mi nuevo general, en lugar de tomar las armas al llegar, comenzó su mandato utilizando el tiempo del Papa para telefonearle a su peluquero, a su dentista, a su casero y a su periodiquero, atrayendo las miradas hacia su propia persona y no hacia los asuntos relevantes del papado.

Han pasado seis meses desde entonces y reconozco, con cariño y emoción, que has hecho trillones de cosas buenas. Me gustan mucho (muchísimo) tus discursos formales (a los políticos, a los ginecólogos, a los comunicadores, en la Jornada de la Paz, etcétera) y tus homilías en las Fiestas Solemnes, porque en ellas se nota una minuciosa preparación y una profunda meditación de cada palabra empleada. Tus palabras, en esos discursos y homilías, han sido un verdadero alimento para mi espíritu. Me gusta mucho que la gente te quiera y te aplauda. ¡Eres mi Papa, el Jefe Supremo de mi Iglesia, de la Iglesia de Cristo!

Sin embargo, y esta es la razón de mi carta, debo decirte que también he sufrido (y sufro) con muchas de tus palabras, porque has dicho cosas que las he sentido como estocadas en el bajo vientre a mis intentos sinceros de fidelidad al Papa y al Magisterio.

Me siento triste, sí, pero la mejor palabra para expresar mis sentimientos actuales es la perplejidad. No sé, de verdad, qué debo hacer, no sé qué debo decir y qué callar, no sé hacia dónde tirar ni hacia dónde aflojar. Necesito que me orientes, querido Papa Francisco. De verdad estoy sufriendo, y mucho, por esa perplejidad que me tiene inmóvil.

Mi grave problema es que he dedicado gran parte de mi vida al estudio de la Sagrada Escritura, de la Tradición y el Magisterio, con el objetivo de tener razones firmes para defender mi fe. Y ahora, muchas de esas bases firmes resultan contradictorias con lo que mi querido Papa hace y dice. Estoy perpleja, de verdad, y necesito que me digas qué debo hacer.

Me explico con algunos ejemplos:

No puedo aplaudirle a un Papa que no hace la genuflexión frente al Sagrario ni en la Consagración como lo marca el ritual de la Misa, pero tampoco puedo criticarlo, pues ¡Es el Papa!
Benedicto XVI nos pidió, en la Redemptionis Sacramentum, que informáramos al obispo del lugar de las infidelidades y abusos litúrgicos que viéramos. Pero… ¿debo informar al Papa, o a quién, por encima de él, que el Papa no respeta la liturgia? ¿O al Papa no se le reporta? No sé qué debo hacer. ¿Desobedezco las indicaciones de nuestro Papa emérito?

No puedo sentirme feliz de que hayas eliminado el uso de la patena y los reclinatorios para los comulgantes; y menos me puede encantar que no bajes nunca a dar la comunión a los fieles, que no te llames a ti mismo “el Papa” sino sólo “el obispo de Roma”, que no uses ya el anillo de pescador, pero tampoco puedo quejarme, pues ¡eres el Papa!

No puedo sentirme orgullosa de que le hayas lavado los pies a una mujer musulmana en el Jueves Santo, pues es una violación a las normas litúrgicas, pero no puedo decir ni pío, pues ¡Eres el Papa, a quien respeto y le debo ser fiel!

Me dolió terriblemente cuando castigaste a los frailes franciscanos de la Inmaculada porque celebraban la Misa en el rito antiguo, pues tenían el permiso expreso de tu predecesor en la Summorum Pontificum. Y castigarlos, significa ir en contra de las enseñanzas de los Papas anteriores. Pero ¿a quién le puedo contar mi dolor? ¡Eres el Papa!

No supe qué pensar ni qué decir, cuando te burlaste públicamente del grupo que te mandó un ramillete espiritual, llamándoles “ésos que cuentan las oraciones”. Siendo el ramillete espiritual una tradición hermosísima en la Iglesia, ¿qué debo pensar yo, si a mi Papa no le gusta y se burla de quienes los ofrecen?

Tengo mil amigos “pro-vida” que, siendo católicos de primera, los derrumbaste hace unos días al llamarles obsesionados y obsesivos. ¿Qué debo hacer yo? ¿Consolarlos, suavizando falsamente tus palabras o herirlos más, repitiendo lo que tú dijiste de ellos, por querer ser fiel al Papa y a sus enseñanzas?

En la JMJ llamaste a los jóvenes a que “armaran lío en las calles”. La palabra “lío”, hasta donde yo sé, es sinónimo de “desorden”, “caos”, “confusión”. ¿De verdad eso es lo que quieres que armen los jóvenes cristianos en las calles? ¿No hay ya bastante confusión y desorden como para incrementarlo?

Conozco a muchas mujeres solteras mayores (solteronas), que son muy alegres, muy simpáticas y muy generosas y que se sintieron verdaderas piltrafas cuando tú le dijiste a las religiosas que no debían tener cara de solteronas. Hiciste sentir muy mal a mis amigas y a mí me dolió en el alma por ellas, pues no tiene nada de malo haberse quedado soltera y dedicar la vida a las buenas obras (de hecho, la soltería viene especificada como una vocación en el Catecismo). ¿Qué les debo decir yo a mis amigas “solteronas”? ¿Que el Papa no hablaba en serio (cosa que no puede hacer un Papa) o mejor les digo que apoyo al Papa en que todas las solteronas tienen cara de religiosas amargadas?

Hace un par de semanas dijiste que “éste, que estamos viviendo, es uno de los mejores tiempos de la Iglesia”. ¿Cómo puede decir eso el Papa, cuando todos sabemos que hay millones de jóvenes católicos viviendo en concubinato y otros tantos millones de matrimonios católicos tomando anticonceptivos; cuando el divorcio es “nuestro pan de cada día” y millones de madres católicas matan a sus hijos no nacidos con la ayuda de médicos católicos; cuando hay millones de empresarios católicos que no se guían por la doctrina social de la Iglesia, sino por la ambición y la avaricia; cuando hay miles de sacerdotes que cometen abusos litúrgicos; cuando hay cientos de millones de católicos que jamás han tenido un encuentro con Cristo y no conocen ni lo más esencial de la doctrina; cuando la educación y los gobiernos están en manos de la masonería y la economía mundial en manos del sionismo? ¿Es éste el mejor tiempo de la Iglesia?

Cuando lo dijiste, querido Papa, me aterré pensando si lo decías en serio. Si el capitán no está viendo el iceberg que tenemos enfrente, es muy probable que nos estrellemos contra él. ¿Lo decías en serio porque así lo crees sinceramente o fue “sólo un decir”?

Muchos grandes predicadores se han sentido desolados al saber que dijiste que ya no hay que hablar más de los temas de los cuales la Iglesia ya ha hablado y que están escritos en el Catecismo. Dime, querido Papa Francisco, ¿qué debemos hacer, entonces, los cristianos que queremos ser fieles al Papa y también al Magisterio y a la Tradición? ¿Dejamos de predicar aunque San Pablo nos haya dicho que hay que hacerlo a tiempo y destiempo? ¿Acabamos con los predicadores valientes, los forzamos a enmudecer, mientras apapachamos a los pecadores y con dulzura les decimos que, si pueden y quieren, lean el Catecismo para que sepan lo que la Iglesia dice?

Cada vez que hablas de “los pastores con olor a oveja”, pienso en todos aquellos sacerdotes que se han dejado contaminar por las cosas del mundo y que han perdido su aroma sacerdotal para adquirir cierto olor a podredumbre. Yo no quiero pastores con olor a oveja, sino ovejas que no huelen a estiércol porque su pastor las cuida y las mantiene siempre limpias.

Hace unos días hablaste de la vocación de Mateo con estas palabras: “Me impresiona el gesto de Mateo. Se aferra a su dinero, como diciendo: ‘¡No, no a mí! No, ¡este dinero es mío!”. No pude evitar comparar tus palabras con el Evangelio (Mt 9, 9), contra lo que el mismo Mateo dice de su vocación: “Y saliendo Jesús de allí, vio a un hombre que estaba sentado frente al telonio, el cual se llamaba Mateo, y le dijo: Sígueme. Y éste se levantó y le siguió.”
No puedo ver en dónde está el aferramiento al dinero (tampoco lo veo en el cuadro de Caravaggio). Veo dos narraciones distintas y una exégesis equivocada. ¿A quién debo creer, al Evangelio o al Papa, si quiero (como de verdad quiero) ser fiel al Evangelio y al Papa?

Cuando hablaste de la mujer que vive en concubinato después de un divorcio y un aborto, dijiste que ahora vive en paz”. Me pregunto: ¿Puede vivir en paz una mujer que está voluntariamente alejada de la gracia de Dios?
Los Papas anteriores, desde San Pedro hasta Benedicto XVI, han dicho que no es posible encontrar la paz lejos de Dios, pero el Papa Francisco lo ha afirmado. ¿Qué debo apoyar, el magisterio de siempre o esta novedad? ¿Debo afirmar, a partir de hoy, para ser fiel al Papa, que la paz se puede encontrar en una vida de pecado?

Después, soltaste la pregunta pero dejaste sin respuesta lo que debe hacer el confesor, como si quisieras abrir la caja de Pandora, sabiendo que hay cientos de sacerdotes que, equivocadamente, aconsejan seguir en concubinato. ¿Por qué mi Papa, mi querido Papa, no nos dijo en pocas palabras lo que se debe aconsejar en casos como éste, en lugar de abrir la duda en los corazones sinceros?

Conocí al cardenal Bergoglio en plan casi familiar y soy testigo fiel de que es un hombre inteligente, simpático, espontáneo, muy dicharachero y muy ocurrente. Pero, no me gusta que la prensa esté publicando todos tus dichos y ocurrencias, porque no eres un párroco de pueblo; no eres ya el arzobispo de Buenos Aires; ahora eres ¡el Papa! y cada palabra que dices como Papa, adquiere valor de magisterio ordinario para muchos de los que te leemos y escuchamos.

En fin, ya escribí demasiado abusando de tu tiempo, mi buen Papa. Con los ejemplos que te he dado (aunque hay muchos otros) creo que he dejado claro el dolor por la incertidumbre y perplejidad que estoy viviendo.

Sólo tú puedes ayudarme. Necesito un guía que ilumine mis pasos con base en lo que siempre ha dicho la Iglesia, que hable con valentía y claridad, que no ofenda a quienes trabajamos por ser fieles al mandato de Jesús; que le llame “al pan, pan y al vino, vino”, ‘pecado’ al pecado y ‘virtud’ a la virtud, aunque con ello arriesgue su popularidad. Necesito de tu sabiduría, de tu firmeza y claridad. Te pido ayuda, por favor, pues estoy sufriendo mucho.

Sé que Dios te ha dotado de una inteligencia muy aguda, así que, tratando de consolarme a mí misma, he podido imaginar que todo lo que haces y dices es parte de una estrategia para desconcertar al enemigo, presentándote ante él con bandera blanca y logrando así que baje la guardia. Pero me gustaría que nos compartieras tu estrategia a los que luchamos de tu lado, pues, además de desconcertar al enemigo, también nos estás desconcertando a nosotros y ya no sabemos hacia dónde está nuestro cuartel y hacia dónde está el frente enemigo.

Te agradezco, una vez más, todo lo bueno que has hecho y dicho en las fiestas grandes, cuando tus homilías y discursos han sido hermosos, porque de verdad me han servido muchísimo. Tus palabras me han animado e impulsado a amar más, a amar siempre, a amar mejor y a enseñarle al mundo entero el rostro amoroso de Jesús.

Te mando un abrazo filial muy cariñoso, mi querido Papa, con la seguridad de mis oraciones. Te pido también las tuyas, por mí y por mi familia, de la cual te anexo una fotografía, para que puedas rezar por nosotros, con caras y cuerpos conocidos.

Tu hija que te quiere y reza todos los días por ti,

Lucrecia Rego de Planas