Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

Oficio, lecturas, reflexiones y laudes +

V. Señor abre mis labios.
R. Y mi boca proclamará tu alabanza.
Ant. Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría.
Salmo 94
INVITACIÓN A LA ALABANZA DIVINA
Animaos unos a otros, día tras día, mientras perdura el «hoy». (Hb 3, 13)
Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos.
Porque el Señor es un Dios grande,
soberano de todos los dioses:
tiene en su mano las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
Suyo es el mar, porque él lo hizo,
la tierra firme que modelaron sus manos.
Venid, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo,
el rebaño que él guía.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto:
cuando vuestros padres me pusieron a prueba,
y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras.
Durante cuarenta años
aquella generación me repugnó, y dije:
Es un pueblo de corazón extraviado,
que no reconoce mi camino;
por eso he jurado en mi cólera
que no entrarán en mi descanso.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
O bien:
Salmo 99
ALEGRÍA DE LOS QUE ENTRAN EN EL TEMPLO

Los redimidos deben entonar un canto de victoria. (S. Atanasio)
Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.
Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con aclamaciones.
Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias y bendiciendo su nombre:
«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.»
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
O bien:
Salmo 66
QUE TODOS LOS PUEBLOS ALABEN AL SEÑOR

Sabed que esta salvación de Dios ha sido enviada a los gentiles. (Hch 28, 28)
Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.

El Señor tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia,
riges los pueblos con rectitud
y gobiernas las naciones de la tierra.
¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
La tierra ha dado su fruto,
nos bendice el Señor, nuestro Dios.
Que Dios nos bendiga; que le teman
hasta los confines del orbe.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
O bien:
Salmo 23
ENTRADA SOLEMNE DE DIOS EN SU TEMPLO

Las puertas del cielo se abren ante Cristo que como hombre sube al cielo. (S. Ireneo)
Se recita la antífona que corresponda y la asamblea la repite.
Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, héroe valeroso;
el Señor, héroe de la guerra.
¡Portones!, alzad los dinteles,
levantaos, puertas antiguas:
va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
El Señor, Dios de los ejércitos.
Él es el Rey de la gloria.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.
HIMNO
Pues busco, debo encontrar;
pues llamo, débenme abrir;
pues pido, me deben dar;
pues amo, débeme amar
aquel que me hizo vivir.
¿Calla? Un día me hablará.
¿Pasa? No lejos irá.
¿Me pone a prueba? Soy fiel.
¿Pasa? No lejos irá:
pues tiene alas mi alma, y va
volando detrás de él.
Es poderoso, mas no
podrá mi amor esquivar;
invisible se volvió,
mas ojos de lince yo
tengo y le habré de mirar.
Alma, sigue hasta el final
en pos del Bien de los bienes,
y consuélate en tu mal
pensando con fe total:
¿Le buscas? ¡Es que lo tienes! Amén.
SALMODIA
Ant. 1.
También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Salmo 38
SÚPLICA DE UN ENFERMO

La creación fue sometida a la frustración..., pero con la esperanza de verse liberada. (Rm 8, 20)
I

Yo me dije: vigilaré mi proceder,
para que no se me vaya la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el impío esté presente.
Guardé silencio resignado,
no hablé con ligereza;
pero mi herida empeoró,
y el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.
Señor, dame a conocer mi fin
y cuál es la medida de mis años,
para que comprenda lo caduco que soy.
Me concediste un palmo de vida,
mis días son nada ante ti;
el hombre no dura más que un soplo,
el hombre pasa como pura sombra,
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.
Ant. También nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la redención de nuestro cuerpo.
Ant. 2. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
II
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda?
Tú eres mi confianza.
Líbrame de mis iniquidades,
no me hagas la burla de los necios.
Enmudezco, no abro la boca,
porque eres tú quien lo ha hecho.
Aparta de mí tus golpes,
que el ímpetu de tu mano me acaba.
Escarmientas al hombre
castigando su culpa;
como una polilla roes sus tesoros;
el hombre no es más que un soplo.
Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto;
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplaca tu ira, dame respiro,
antes de que pase y no exista.
Ant. Escucha, Señor, mi oración: no seas sordo a mi llanto.
Ant. 3. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
Salmo 51
CONTRA LA VIOLENCIA DE LOS CALUMNIADORES

El que se gloría, que se gloríe en el Señor. (1Co 1, 31)
¿Por qué te glorías de la maldad
y te envalentonas contra el piadoso?
Estás todo el día maquinando injusticias,
tu lengua es navaja afilada,
autor de fraudes;
prefieres el mal al bien,
la mentira a la honradez;
prefieres las palabras corrosivas,
lengua embustera.
Pues Dios te destruirá para siempre,
te abatirá y te barrerá de tu tienda;
arrancará tus raíces
del suelo vital.
Lo verán los justos, y temerán,
y se reirán de él:
«Mirad al valiente
que no puso en Dios su apoyo,
confió en sus muchas riquezas,
se insolentó en sus crímenes.»
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en su misericordia
por siempre jamás.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de tus fíeles:
«Tu nombre es bueno.»
Ant. Yo confío en la misericordia del Señor por siempre jamás.
V. Mi alma espera en el Señor.
R. Espera en su palabra.
PRIMERA LECTURA
Año II:

De la carta a los Filipenses 2, 12-30
TRABAJAD POR VUESTRA SALVACIÓN

Hermanos míos queridos, si siempre me habéis obedecido, cuando estaba presente, mucho más ahora que estoy ausente. Trabajad por vuestra salvación con respeto y seriedad. Porque es Dios el que obra en vosotros haciendo que queráis y obréis movidos por lo que a él le agrada. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones, a fin de que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha, en medio de esta generación mala y perversa, entre la cual aparecéis como antorchas en el mundo, presentándole la palabra de vida para orgullo mío en el día de Cristo, ya que no habré corrido ni me habré fatigado en vano. Y si mi sangre fuese derramada como libación sobre el sacrificio y ofrenda de vuestra fe, yo me alegraría y me congratularía con todos vosotros. También vosotros alegraos y congratulaos conmigo.
Espero en Jesús, el Señor, enviaros en breve a Timoteo. Así cobraré nuevos alientos al enterarme de vuestras cosas. No tengo a ningún otro que comparta tanto mis sentimientos y que se preocupe tan sinceramente de todo lo vuestro. Todos los demás buscan sus intereses personales, no los de Cristo Jesús.
De vosotros son conocidas las pruebas que él ha dado, porque, como un hijo al lado de su padre, ha estado conmigo al servicio del Evangelio. A éste, pues, espero enviaros en seguida, apenas vea clara mi situación; y confío en el Señor que también yo podré ir pronto.
He creído necesario enviaros a Epafrodito, hermano, colaborador y compañero mío de armas, que, delegado por vosotros, me ha atendido en mi indigencia. Estaba él suspirando por veros a todos, y muy preocupado porque a vosotros había llegado la noticia de que había caído enfermo. Y de hecho estuvo a punto de morir, pero Dios tuvo misericordia de él, y no sólo de él, sino también de mí, para que no tuviese yo penas y más penas. Así que, os lo envío con toda premura, para que, al verlo de nuevo, os alegréis, y con esto quedaré yo con menos tristeza. Recibidlo, pues, en el Señor, con toda alegría; y tened en mucha estima a hombres como él. Por la obra de Cristo se puso en peligro de muerte, exponiendo su vida para suplir la asistencia que vosotros mismos no me podíais prestar.
Responsorio 2Pe 1, 10. 11; Ef 5, 8. 11
R.
Poned más empeño en consolidar vuestra vocación y elección. * De este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
V. Caminad como hijos de la luz y no toméis parte en las obras infructuosas de las tinieblas.
R. De este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
SEGUNDA LECTURA
De las Homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro de Josué
(Homilía 4, 1: PG 12, 842-843)
EL PASO DEL JORDÁN

En el paso del río Jordán, el arca de la alianza guiaba al pueblo de Dios. Los sacerdotes y levitas que la llevaban se pararon en el Jordán, y las aguas, como en señal de reverencia a los sacerdotes que la llevaban, detuvieron su curso y se amontonaron a distancia, para que el pueblo de Dios pudiera pasar impunemente. Y no te has de admirar cuando se te narran estas hazañas relativas al pueblo antiguo, porque a ti, cristiano, que por el sacramento del bautismo has atravesado la corriente del Jordán, la palabra divina te promete cosas mucho más grandes y excelsas, pues te promete que pasarás y atravesarás los mismos aires.
Oye lo que dice Pablo acerca de los justos: Seremos arrebatados entre nubes al encuentro del Señor por los aires, y así estaremos siempre con el Señor. Nada, pues, ha de temer el justo, ya que toda la creación está a su servicio.
Oye también lo que Dios promete al justo por boca del profeta: Cuando pases por el fuego, la llama no te abrasará, porque yo soy el Señor tu Dios. Vemos, por tanto, cómo el justo tiene acceso a cualquier lugar, y cómo toda la creación se muestra servidora del mismo. Y no pienses que aquellas hazañas son meros hechos pasados y que nada tienen que ver contigo, que los escuchas ahora: en ti se realiza su místico significado. En efecto, tú, que acabas de abandonar las tinieblas de la idolatría y deseas ser instruido en la ley divina, eres como si acabaras de salir de la esclavitud de Egipto.
Al ser agregado al número de los catecúmenos y al comenzar a someterte a las prescripciones de la Iglesia, has atravesado el mar Rojo y, como en aquellas etapas del desierto, te dedicas cada día a escuchar la ley de Dios y a contemplar la gloria del Señor, reflejada en el rostro de Moisés. Cuando llegues a la mística fuente del bautismo y seas iniciado en los venerables y magníficos sacramentos, por obra de los sacerdotes y levitas, parados como en el Jordán, los cuales conocen aquellos sacramentos en cuanto es posible conocerlos, entonces también tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te recibirá Jesús, el verdadero sucesor de Moisés, y será tu guía en el nuevo camino.
Entonces tú, consciente de tales maravillas de Dios, viendo cómo el mar se ha abierto para ti y cómo el río ha detenido sus aguas, exclamarás: ¿Qué te pasa, mar, que huyes, y a ti, Jordán, que te echas atrás? ¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros; colinas, que saltáis como corderos? Y te responderá el oráculo divino: En presencia del Señor se estremece la tierra, en presencia del Dios de Jacob; que transforma las peñas en estanques, el pedernal en manantiales de agua.
Responsorio Sb 17, 1; 19, 20; Sal 76, 20
R.
Grandes, en verdad, e inescrutables son tus juicios, Señor; * engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste.
V. Te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas.
R. Engrandeciste a tu pueblo y lo glorificaste.
Primera lectura
1R 18,20-39

Que este pueblo sepa que tú eres Dios y que has convertido sus corazones.
Lectura del primer libro de los Reyes.
EN aquellos días, el rey Ajab dio una orden entre todos los hijos de Israel y reunió a los profetas de Baal en el monte Carmelo.
Elías se acercó a todo el pueblo y dijo:
«¿Hasta cuándo van a estar cojeando sobre dos muletas?
Si el Señor es Dios, síganlo; si lo es Baal, sigan a Baal».
El pueblo no respondió palabra. Elías continuó:
«Quedo yo solo como profeta del Señor, mientras que son cuatrocientos cincuenta los profetas de Baal. Que nos den dos novillos; que ellos elijan uno, lo descuarticen y lo coloquen sobre la leña, pero sin encender el fuego. Yo prepararé el otro novillo y lo pondré sobre la leña, también sin encender el fuego. Ustedes clamarán invocando el nombre de su dios y yo clamaré invocando el nombre del Señor. Y su dios que responda por el fuego, ese es Dios».
Todo el pueblo acató:
«¡Está bien lo que propones!».
Elías se dirigió a los profetas de Baal:
«Elijan un novillo y prepárenlo ustedes primero, pues son más numerosos. Clamen invocando el nombre de su dios, pero no pongan fuego».
Tomaron el novillo que les dieron, lo prepararon y estuvieron invocando el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo:
«¡Baal, respóndenos!».
Mas no hubo voz ni respuesta. Brincaban en torno al altar que habían hecho.
A mediodía, Elías se puso a burlarse de ellos:
«¡Griten con voz más fuerte, porque él es dios, pero tendrá algún negocio, le habrá ocurrido algo, estará de camino; tal vez esté dormido y despertará!».
Entonces gritaron con voz más fuerte, haciéndose incisiones con cuchillos y lancetas hasta chorrear sangre por sus cuerpos según su costumbre.
Pasado el mediodía, entraron en trance hasta la hora de presentar las ofrendas, pero no hubo voz, no hubo quien escuchara ni quien respondiese.
Elías dijo a todo el pueblo:
«Acérquense a mí», y todo el pueblo se acercó a él. Entonces se puso a restaurar el altar del Señor, que había sido demolido. Tomó Elías doce piedras según el número de tribus de los hijos de Jacob, al que se había dirigido esta palabra del Señor:
«Tu nombre será Israel».
Erigió con las piedras un altar al nombre del Señor e hizo alrededor una zanja de una capacidad de un par de arrobas de semilla. Luego dispuso leña, descuartizó el novillo y lo colocó encima.
«Llenen de agua cuatro tinajas y derrámenla sobre el holocausto y sobre la leña», ordenó y así lo hicieron.
Pidió:
«Háganlo por segunda vez»; y por segunda vez lo hicieron.
«Háganlo por tercera vez» y una tercera vez lo hicieron.
Corrió el agua alrededor del altar, e incluso la zanja se llenó a rebosar.
A la hora de la ofrenda, el profeta Elías se acercó y comenzó a decir:
«Señor, Dios de Isaac y de Israel, que se reconozca hoy que tú eres Dios en Israel, que yo soy tu servidor y que por orden tuya he obrado todas estas cosas.
Respóndeme, Señor, respóndeme, para que este pueblo sepa que tú, Señor, eres Dios y que has convertido sus corazones».
Cayó el fuego del Señor que devoró el holocausto y la leña, lamiendo el agua de las zanjas.
Todo el pueblo lo vio y cayeron rostro en tierra, exclamando:
«¡El Señor es Dios. El Señor es Dios!».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 16(15),1-2a.4.5 y 8. 11 (R. 1)

R. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.
V. Protégeme, Dios mío,
que me refugio en ti.
Yo digo al Señor: »Tú eres mi Dios». R.
V.
Se multiplican las desgracias
de quienes van tras dioses extraños;
yo no derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios. R.
V.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.
V.
Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.
Aclamación
R.
Aleluya, aleluya, aleluya
V. Dios mío, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad. R.
Evangelio
Mt 5,17-19

No he venido a abolir, sino a dar plenitud
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No crean que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad les digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Palabra del Señor.

Pistas para la Lectio Divina
Mateo 5, 17-19: Aprender a hacer en Jesús la voluntad de Dios. “No he venido a abolir sino a dar cumplimiento”
Autor: Padre Fidel Oñoro CJM
Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la América Latina (CEBIPAL) del CELAM
Quien hace la experiencia de las “bienaventuranzas” es un hombre nuevo en el Reino de Dios predicado y llevado a cabo por la persona de Jesús, en Él tiene ahora un nuevo corazón. El discípulo comienza a centrarlo todo en Jesús.
Pero la vivencia de la radical novedad del Reino puede llevarlo a pensar que la “la Ley y los Profetas” quedan abolidos (Mateo 5,17ª). Pues bien, esto es exactamente así, sino como dice Jesús: “No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (5,17b).
La frase “la Ley y los Profetas” es una forma de designar técnicamente la Biblia Hebrea (para nosotros es gran parte del Antiguo Testamento), esto quiere decir que indica toda la primera parte de la revelación de Dios. La “Ley” es el criterio de vida por excelencia para el pueblo que ha hecho Alianza con Yahvé. Los “Profetas”, en cuanto defensores de la Alianza, fueron intérpretes de la Ley.
Cuando Jesús dice que vino a “dar cumplimiento” de “la Ley y los profetas”, está afirmando que en Él está visible todo lo que la Ley y los Profetas intentaron decir. Lo que Dios le ha querido revelar a su pueblo tiene su punto culminante en la persona de Jesús. Por eso, digámoslo así, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento no hay contradicción sino una línea continua, siempre ascendente.
La mirada se coloca entonces en todas las acciones de Jesús en el evangelio, porque fue allí donde “le dio cumplimiento” al querer de Dios. Ya la primera acción de Jesús en el Evangelio de Mateo había sido programática al respecto cuando, a orillas del Jordán, le dijo a Juan: “conviene que cumplamos toda justicia” (3,15).
En las palabras siguientes de Jesús se profundiza en la manera como se da “cumplimiento” a la Ley y los profetas:
(1) Por parte de Dios, Él mantiene firme su Palabra y nos ofrece un camino para que ésta se realice plenamente (“que todo suceda”, 5,18)
(2) Por parte del hombre, la Palabra de Dios alcanza su cumplimiento en él en la medida en que la lleve a la práctica y sean enseñadas (“observar y enseñar”, 5,19).
Dios es el primero que pone en práctica la Ley en su Hijo Jesús. La “justicia” primera es la de Dios. Y esta justicia –según el evangelio de Mateo- se llama Jesús. Por eso en lo que sigue inmediatamente no se hablará explícitamente de la “enseñanza de Jesús” (sólo hasta 7,24) sino del “cumplimiento de la Ley”, sencillamente porque este orden de ideas, es lo mismo.
Dios: La Palabra se hace realidad
“Os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda” (5,18).
Todo lo que la ley quiere que “suceda”, hasta los signos gráficos más pequeños de la lengua hebrea con que está escrita “la Ley y los Profetas” -que es la “yod” (se escribe como una humilde “coma”) y un pequeño detalle de la caligrafía (se le llama “keráia”)- Jesús lo realiza en su propia vida y de esta manera le ofrece a quienquiera que le siga la posibilidad de aprender en él a hacer la voluntad de Dios.
El evangelio poco a poco irá desvelando que de qué manera el “cumplimiento” está en la praxis de Jesús. La síntesis de lo que quieren la Ley y los Profetas finalmente será el amor misericordioso (ver 22,34-40; 12,7).
De esta forma la “Ley” sigue siendo inquebrantable, pero por otra parte no se comprende plenamente sino en la interpretación que le da Jesús.
En consecuencia, porque Jesús le dado su máxima expresión a todo el valor que tienen “La Ley y los Profetas”, todos tenemos la posibilidad de vivir la Palabra de Dios en su seguimiento y, así, ésta mantendrá su vigencia hasta el fin del mundo (“cielo y tierra pasarán antes de que pase…”).
El discípulo: La Palabra se hace vida
Dios cumple su Palabra, pero los discípulos también tienen que cumplirla, esto es, pasar de la teoría a la práctica. Todos los mandamientos, incluso los más pequeños, son obligatorios, ya que el hombre solamente se hace “justo” en la vivencia del querer de Dios.
Pero el discípulo no andará ansioso por los detalles, porque él vive la Ley desde una vida inspirada en la nueva “justicia” que enseña Jesús, una “justicia” que proviene del estar inmerso en la experiencia del “Reino” (ver las bienaventuranzas).
Para enfatizar esto, Jesús presenta la misma idea tanto en negativo como en positivo:
(1) “El que traspase…” / “el que observe”;
(2) “Será el más pequeño en el Reino…” / “será grande…”.
Jesús habla de “poner en práctica” pero también de “enseñar”. Como puede verse, el mundo educativo juega un papel importante en este contexto. Lo que vivimos a nivel personal y social es resultado de aprendizajes que hemos hecho, pero ¿qué es lo que nos han enseñado? ¿Quién nos lo ha enseñado? ¿Cómo nos lo ha enseñado?
Jesús aplica la misma lógica del compromiso con la Palabra al compromiso con la correcta educación que consiste en el aprendizaje del evangelio en cuanto cumplimiento perfecto de “la Ley y los profetas”.
El discípulo que pone en práctica la Palabra, ya es de por sí un buen maestro y con la más eficaz de las didácticas: el testimonio. Pero no hay que olvidar que delante de él va Jesús. Cuando Jesús dice que ha venido a “dar cumplimiento”, ¡Qué maravilla! ¡Él mismo hace lo que enseña!
Estar en la escuela de Jesús es aprender su praxis.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
1. ¿Un cristiano puede permitirse despreciar o minusvalorar el Antiguo Testamento? ¿Qué argumentos tiene para su respuesta?
2. En contraparte: ¿Qué pasaría si leyésemos el Antiguo Testamento sin llegar al Nuevo? ¿Qué tipo de espiritualidad viviríamos?
3. ¿Qué darle “cumplimiento” a la “Ley y los Profetas”?
4. La “lectio divina” tiene como finalidad ayudarme a pasar de la teoría del texto a la puesta en práctica de la Palabra de Dios en mi vida. ¿Cómo la estoy haciendo? ¿Se la estoy enseñando a otras personas?
“Tú mes has colmado, Corazón bondadoso, de tus gracias y favores; que todos los actos de mi corazón sean de amor y de alabanza a ti” (San Juan Eudes, “Llamas de amor”)

Francisco Fernández-Carvajal Hablar con Dios
10ª semana. Miércoles
LAS GRACIAS ACTUALES
— Necesidad de la gracia para realizar el bien.
— Las gracias actuales.
— Correspondencia.
I. La naturaleza humana perdió, por el pecado original, el estado de santidad al que había sido elevada por Dios y, en consecuencia, también quedó privada de la integridad y del orden interior que poseía. Desde entonces el hombre carece de la suficiente fortaleza en la voluntad para cumplir todos los preceptos morales que conoce. Obrar el bien se hizo difícil después de la aparición del pecado sobre la tierra. Y «esto es lo que explica la íntima división del hombre –enseña el Concilio Vaticano II–. Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas»1.
La ayuda de Dios nos es absolutamente necesaria para realizar actos encaminados a la vida sobrenatural. No es que nosotros seamos capaces de pensar algo como propio, sino que nuestra capacidad viene de Dios2. Además, tras el pecado de origen esa ayuda se hace más necesaria. «Nadie por sí y por sus propias fuerzas se libera del pecado y se eleva sobre sí mismo; nadie queda completamente libre de su debilidad, o de su soledad, o de su esclavitud»3; todos tenemos necesidad de Cristo modelo, maestro, médico, liberador, salvador, vivificador4. Sin Él nada podemos; con Él, lo podemos todo.
Aunque la naturaleza humana no está corrompida por el pecado de origen, experimentamos –incluso después del Bautismo– una tendencia al mal y una dificultad para hacer el bien: es el llamado fomes peccati o concupiscencia, que –sin ser en sí mismo pecado– procede del pecado y al pecado se inclina5. La misma libertad, aunque no ha sido suprimida, está debilitada.
Entendemos así, a la luz de esta doctrina, que nuestras buenas obras, los frutos de santidad y apostolado, son en primer lugar de Dios; en segundo término –muy en segundo término–, resultado de haber correspondido como instrumentos, siempre flojos y desproporcionados, de la gracia. El Señor nos pide que tengamos en cuenta siempre la pobreza de nuestra condición, evitando el peligro de una fatua vanidad. Porque a menudo –afirma San Alfonso María de Ligorio–, «el hombre dominado por la soberbia es un ladrón peor que los demás, porque roba no bienes terrenos, sino la gloria de Dios (...). En efecto, según el Apóstol, por nosotros mismos no podemos hacer obra buena, ni siquiera tener un buen pensamiento (cfr. 2 Cor 3, 5) (...). Y ya que esto es así, cuando hagamos algún bien, digamos al Señor: Te devolvemos, Señor, lo que de tu mano recibimos (1 Cron 29, 14)»6. Esto hemos de hacer con cualquier fruto que nos encontremos en las manos: ofrecerlo de nuevo a Dios, pues bien sabemos que lo malo, la deficiencia, es nuestra; la belleza y la bondad son de Él.
II. Como observamos en las páginas del Evangelio, los encuentros de aquellos hombres y mujeres con Cristo fueron únicos e irrepetibles: Nicodemo, Zaqueo, la mujer adúltera, el buen ladrón, los Apóstoles... La acción de Dios ya había preparado lentamente aquellas almas para que se abrieran al Señor en el momento oportuno; así mismo, tras ese encuentro singular y determinante, la gracia de Dios les acompañará, buscando y realizando en sus almas nuevas conversiones, nuevos progresos. Otros personajes no correspondieron, total o parcialmente, a la luz de Dios. Nuestros encuentros con Cristo también han sido irrepetibles y únicos, como los de estas gentes que le hallaron en tierras de Galilea, junto al lago de Genesaret, en Jerusalén o en un pueblo cualquiera a su paso por Samaria. Jesús está igualmente presente en nuestro vivir, y también recibimos, por la bondad de Dios, mociones y ayudas para acercarnos a Él, para acabar con perfección un trabajo, para hacer una mortificación o un acto de fe, para vencernos por amor de Dios en algo que nos cuesta...: son las gracias actuales, dones gratuitos y transitorios de Dios que en cada alma desarrollan sus efectos de una manera particular. ¡Cuántas hemos recibido nosotros cada jornada! ¡Cuántas más recibiremos si no cerramos la puerta del alma a esa acción callada y eficacísima del Santificador!
Con la gracia, Dios otorga a cada hombre, a cada mujer, no solo la facilidad para realizar el bien, sino incluso la misma posibilidad de realizarlo, porque las criaturas no somos capaces de cumplir –con nuestras solas fuerzas– los mandamientos y hacer otras obras sobrenaturalmente buenas. Sin Mí, nada podéis hacer7, dijo terminantemente el Señor. Y San Pablo enseña que la salvación no es obra del que quiere, ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia8, de una constante e infinita misericordia. ¡Bien experimentado lo tenemos!
El Espíritu Santo nos ilumina para que conozcamos la verdad, nos inspira y nos mueve, antecediendo, acompañando y perfeccionando las buenas acciones. Dios es el que obra en vosotros, por efecto de su buena voluntad, no solo el querer, sino el ejecutar9. Sin embargo, la gracia no suprime la libertad, pues somos nosotros quienes queremos y actuamos.
Hemos de pedir al Señor la sabiduría práctica de apoyarnos siempre en Él y no en nosotros, de buscar en Él la fortaleza y no en la habilidad de nuestra inteligencia o en otros recursos personales; hemos de escuchar a menudo, en la vida práctica, la amorosa advertencia del Maestro: sin Mí, nada podéis hacer. En la vida sobrenatural seremos siempre principiantes, empeñándonos con la docilidad y aplicación de un niño que en todo necesita de sus mayores. San Francisco de Sales ilustra con este ejemplo la delicadeza del amor de Dios por los hombres: «Cuando una madre enseña a andar a su hijito, le ayuda y le sostiene cuanto es necesario, dejándole dar algunos pasos por los sitios menos peligrosos y más llanos, asiéndole de la mano y sujetándole, o tomándole en sus brazos y llevándole en ellos. De la misma manera Nuestro Señor tiene cuidado continuo de los pasos de sus hijos»10. Así somos nosotros delante de Dios: como niños pequeños que no acaban de aprender a andar.
A nosotros nos toca corresponder, manifestar nuestra buena voluntad, comenzar y recomenzar, siendo sinceros en la dirección espiritual, teniendo el examen particular (ese punto en el que luchamos de una manera especial) bien concreto. Nuestras jornadas se resumirán frecuentemente en: pedir ayuda, corresponder y agradecer.
III. Dios trata a cada alma con infinito respeto y, por eso, porque Él no fuerza nuestra voluntad, el hombre puede resistir a la gracia y hacer estéril el deseo divino. De hecho, a lo largo del día, quizá en cosas pequeñas, decimos que no a Dios. Y hemos de procurar decir muchas veces a lo que el Señor nos pide, y no al egoísmo, a los impulsos de la soberbia, a la pereza.
La respuesta libre a la gracia de Dios debe hacerse en el pensamiento, con las palabras y los hechos11. No basta la sola fe para cooperar adecuadamente: Dios pide el esfuerzo personal, las obras, las iniciativas, los deseos eficaces... Aunque Nuestro Señor, con su Muerte en la Cruz, nos mereció un tesoro infinito de bienes, sin embargo estas gracias no se nos conceden todas de una vez; y su mayor o menor abundancia depende de cómo correspondemos. Cuando estamos dispuestos a decir al Señor en todo, atraemos una verdadera lluvia de dones12. La gracia, el amor a Dios, nos inunda cuando somos fieles a las pequeñas insinuaciones de cada jornada: cuando vivimos el «minuto heroico» por la mañana y procuramos que nuestro primer pensamiento sea para el Señor, cuando preparamos la Santa Misa y rechazamos las distracciones que pretenden alejarnos de lo que importa, cuando ofrecemos el trabajo...
Nadie podrá decir que ha sido olvidado o desamparado por Dios, si hace cuanto está a su alcance, porque el Señor concede su auxilio a todos, también a quienes están fuera de la Iglesia sin culpa propia13. Es más, el Señor, infinitamente misericordioso y paciente, ha procurado una y otra vez, de mil maneras distintas, la vuelta de quien se marchó con la herencia y ahora se encuentra en una lamentable situación. Cada día sale a esperarle y mueve su corazón para que reemprenda el camino que conduce a la casa paterna. Y cuando encuentra correspondencia a sus gracias se vuelca en ayudas y bienes, y le anima a subir más y más.
Si, en esta oración personal, encontramos que nos cuesta corresponder, sigamos este consejo: «Ponte en coloquio con Santa María, y confíale: ¡oh Señora!, para vivir el ideal que Dios ha metido en mi corazón, necesito volar... muy alto, ¡muy alto! (...)»14. Y cerca de María siempre encontramos a José, su esposo fidelísimo, que tan bien y con tanta prontitud supo realizar lo que Dios, a través del Ángel, le iba manifestando. A él podemos acudir a lo largo del día, para que nos ayude a oír con claridad la voz del Espíritu Santo en tantos detalles y en ocasiones tan pequeñas, y seamos fuertes para llevarla a la práctica.
Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?

Salmo 76
RECUERDO DEL PASADO GLORIOSO DE ISRAEL

Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan. (2 Co 4, 8)
Alzo mi voz a Dios gritando,
alzo mi voz a Dios para que me oiga.
En mi angustia te busco, Señor mío;
de noche extiendo las manos sin descanso,
y mi alma rehúsa el consuelo.
Cuando me acuerdo de Dios, gimo,
y meditando me siento desfallecer.
Sujetas los párpados de mis ojos,
y la agitación no me deja hablar.
Repaso los días antiguos,
recuerdo los años remotos;
de noche lo pienso en mis adentros,
y meditándolo me pregunto:
¿Es que el Señor nos rechaza para siempre
y ya no volverá a favorecernos?
¿Se ha agotado ya su misericordia,
se ha terminado para siempre su promesa?
¿Es que Dios se ha olvidado de su bondad,
o la cólera cierra sus entrañas?
Y me digo: ¡Qué pena la mía!
¡Se ha cambiado la diestra del Altísimo!
Recuerdo las proezas del Señor;
sí recuerdo tus antiguos portentos,
medito todas tus obras
y considero tus hazañas.
Dios mío, tus caminos son santos:
¿qué dios es grande como nuestro Dios?.
Tú, ¡oh Dios!, haciendo maravillas,
mostraste tu poder a los pueblos;
con tu brazo rescataste a tu pueblo,
a los hijos de Jacob y de José.
Te vio el mar, ¡oh Dios!,
te vio el mar y tembló,
las olas se estremecieron.
Las nubes descargaban sus aguas,
retumbaban los nubarrones,
tus saetas zigzagueaban.
Rodaba el fragor de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida.
Tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas:
mientras guiabas a tu pueblo, como a un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.
Ant. Dios mío, tus caminos son santos: ¿qué dios es grande como nuestro Dios?
Ant. 2. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.
Cántico IS 2,1-10
ALEGRÍA DE LOS HUMILDES EN DIOS

Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes. (Lc 1, 52-53)
Mi corazón se regocija por el Señor,
mi poder se exalta por Dios;
mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
no hay roca como nuestro Dios.
No multipliquéis discursos altivos,
no echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe;
él es quién pesa las acciones.
Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor;
los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos no tienen ya que trabajar;
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras que la madre de muchos se marchita.
El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente entre príncipes
y que herede un trono de gloria;
pues del Señor son los pilares de la tierra,
y sobre ellos afirmó el orbe.
El guarda los pasos de sus amigos,
mientras los malvados perecen en las tinieblas,
porque el hombre no triunfa por su fuerza.
El Señor desbarata a sus contrarios,
el altísimo truena desde el cielo,
el Señor juzga hasta el confín de la tierra.
Él da fuerza a su Rey,
exalta el poder de su Ungido.
Ant. Mi corazón se regocija por el Señor, que humilla y enaltece.
Ant. 3. El Señor reina, la tierra goza.
Salmo 96
EL SEÑOR ES UN REY MAYOR QUE TODOS LOS DIOSES

Este salmo canta la salvación del mundo y conversión de todos los pueblos. (S. Atanasio)
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono.
Delante de él avanza fuego
abrazando en torno a los enemigos;
sus relámpagos deslumbran el orbe,
y, viéndolos, la tierra se estremece.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria.
Los que adoran estatuas se sonrojan,
los que ponen su orgullo en los ídolos;
ante él se postran todos los dioses.
Lo oye Sión, y se alegra,
se regocijan las ciudades de Judá
por tus sentencias, Señor;
porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses.
El Señor ama al que aborrece el mal,
protege la vida de sus fieles
y los libra de los malvados.
Amanece la luz para el justo,
y la alegría para los rectos de corazón.
Alegraos, justos con el Señor,
celebrad su santo nombre.
Ant. El Señor reina, la tierra goza.
LECTURA BREVE Rm 8, 35. 37
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado.
RESPONSORIO BREVE
V. Bendigo al Señor en todo momento.
R. Bendigo al Señor en todo momento
V. Su alabanza está siempre en mi boca.
R. En todo momento.
V. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R. Bendigo al Señor en todo momento.
CÁNTICO EVANGÉLICO
Ant.
Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.
Cántico de Zacarías Lc 1, 68-79
EL MESÍAS Y SU PRECURSOR
Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas.
Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres,
recordando su santa alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.
Para concedernos que, libres de temor,
arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días.
Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.
Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén
Ant. Sirvamos al Señor con santidad todos nuestros días.
PRECES
Oremos a nuestro Señor Jesucristo, que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, y digámosle confiados:
Escúchanos, Señor.
Quédate con nosotros, Señor, durante todo el día:
que la luz de tu gracia no conozca nunca el anochecer en nuestras vidas.
Que el trabajo de este día sea como una oblación sin defecto,
y que sea agradable a tus ojos.
Que en todas nuestras palabras y acciones seamos hoy luz del mundo
y sal de la tierra para cuantos nos traten.
Que la gracia del Espíritu Santo habite en nuestros corazones y resplandezca en nuestras obras
para que así permanezcamos en tu amor y en tu alabanza.
Se pueden añadir algunas intenciones libres.
Terminemos nuestra oración diciendo juntos las palabras del Señor y pidiendo al Padre que nos libre de todo mal: Padre nuestro
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Envía, Señor, a nuestros corazones la abundancia de tu luz, para que, avanzando siempre por el camino de tus mandatos, nos veamos libres de todo error. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.
V. El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.