ADMONICIÓN AL BESAMANOS DE UN MISACANTANO EN SU PRIMERA MISA SOLEMNE Antes de terminar nuestra celebración, hay un rito propio de las primeras misas de los nuevos sacerdotes. Este consiste en besar …Más
ADMONICIÓN AL BESAMANOS
DE UN MISACANTANO EN SU PRIMERA MISA SOLEMNE

Antes de terminar nuestra celebración, hay un rito propio de las primeras misas de los nuevos sacerdotes. Este consiste en besar sus manos que fueron ungidas con el santo crisma por el obispo el día de la ordenación como un gesto de fe, de piedad y humildad.

Las personas mayores recordarán como se besaba habitualmente la mano del sacerdote para saludarlo, así como la correa o escapulario de los religiosos. ¿De dónde procede esta tradición y por qué todavía se mantiene en las primeras misas? ¿Por qué no hacerla nuevamente habitual al saludar a los ministros de Dios?

El beso siempre ha sido expresión de amor, aprecio, veneración, comunión desde la antigüedad. Besamos a quienes amamos y besamos lo que amamos, lo que apreciamos y tenemos en estima. En la misma Sagrada Escritura encontramos testimonios abundantes de esta forma de saludo y veneración que ha quedado presente en la liturgia cada vez que el sacerdote besa el altar y las cosas santas. El beso del sacerdote al altar significa la comunión del sacerdote con Cristo y su papel de mediador entre Dios y el pueblo. Al mismo tiempo, el beso es el gesto de amor por parte de la criatura que ama a su Señor y sus cosas.

Hoy somos invitados a besar las manos de un sacerdote, manos consagradas del santo crisma.

Besamos las manos de un hombre, pero al hacerlo queremos reverenciar y adorar a Dios, tres veces santo, que obra maravillas y quiso elegir con amor a algunos hombres de entre su pueblo santo para hacerlos participar del ministerio sacerdotal mediante la imposición de las manos.

En cada sacerdote, hay una historia de amor de Dios, que llama, que atrae hacia sí, que se entrega y a la que el joven sacerdote respondió con generosidad en su infancia y juventud. Entrega que ha ido madurando a lo largo de su formación sacerdotal en el seminario. Vocación que ha sido confirmada por la Iglesia el día de la ordenación.

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Queridos padres del nuevo sacerdote: enhorabuena. Con vuestra apertura a la vida y con vuestra fe habéis colaborado con Dios para que hoy la Iglesia se alegre por un nuevo sacerdote. Su vocación no es solo suya, vosotros formáis parte del “Sí” total que este nuevo sacerdote ha dado a Dios entregándose a él para ser imagen de Cristo sacerdote, víctima y altar. Como san José y la Virgen Santísima, tenéis también la altísima dignidad de ser padres de un sacerdote y la misión de cooperar con vuestro hijo en la salvación de las almas.

Tradicionalmente se le entregaba a la madre las cintas, bellamente adornadas con pintura o bordado, con las que las manos del neosacerdote fueron atadas tras ser ungidas por el obispo. Queridos padres, recordando aquel gesto, vuestro hijo quiere haceros la entrega de dos obsequios muy suyos, de las primicias de su ministerio.

Querido padre, guarda esta estola, signo de la autoridad del sacerdote, utilizada por tu hijo en su primera confesión y absolución. Ella te acompañará el día de tu entrada en el cielo, como recordatorio ante el trono de Dios, que le has entregado a tu hijo como sacerdote.

Querida madre, guarda el manutergio, impregnado del crisma con las que fueron ungidas sus manos el día de su ordenación. Este irá contigo en el momento de presentarte ante Dios porque entrarás en el cielo, como madre de un sacerdote.

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El sacerdocio es un misterio de amor, de elección, de predilección de Dios. Es misterio porque Dios es el que elige y el que concede el don de la vocación y de la perseverancia. Este Dios que se revela a los pequeños y humildes, y se esconde a los sabios y entendidos de este mundo. El sacerdote nunca puede salir del asombro y de la admiración de saberse mirado, escogido, consagrado, elevado a ministro de Dios. Asombro y admiración que se acrecienta al tener mayor conocimiento de uno mismo, de nuestra pequeñez.

Nuestro beso a las manos del sacerdote quiere ser la respuesta de asombro y de gratitud ante la bondad y humildad de Dios que se hace tan cercano, que viene a nosotros por medio del sacerdote.

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Jóvenes y niños: si escucháis la voz de Dios que os llama al sacerdocio, a consagraros a él, responded con generosidad. Él paga al ciento por uno, más la vida eterna. No tengáis miedo a decirle que “sí”, pues como decía su S.S. Benedicto XVI, de feliz memoria, “Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.

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Hoy somos invitados a besar las manos de un sacerdote, manos consagradas.

Y estas manos obran las obras de Dios. Así lo resume la iglesia en uno de sus prefacios: “Tus sacerdotes, Padre, renuevan en nombre de Cristo el sacerdocio de la redención humana, preparan a tus hijos el banquete pascual, guían en la caridad a tu pueblo santo, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus sacramentos.”

Así estas manos son las que derramarán agua sobre los niños en el bautismo, arrebatándolos de las manos del Maligno y haciéndolos hijos de Dios. Serán las manos que se eleven entre el cielo y la tierra trazando la señal de la santa cruz para perdonar los pecados de los arrepentidos, serán las manos que tomando un poco de pan y de vino realicen el mayor milagro que acontece bajo los cielos cada día en nuestro altares: que Dios obedezca a su sacerdote y se esconda bajos las apariencias sacramentales para ser alimento de vida eterna para sus hijos.

Estas manos consagradas que depositarán la sagrada Eucaristía en la lengua del comulgante como el pelícano que con su mismo pico se hiere para dar de comer a sus crías. Afirma el doctor angélico: Este Sacramento “no es tocado por nada que no esté consagrado; y, por eso, están consagrados el corporal, el cáliz y también las manos del sacerdote, para poder tocar este Sacramento. A ningún otro, por lo tanto, le es permitido tocarlo, fuera casos de grave necesidad:”

Manos santas, manos consagradas, manos que obran maravillas. Son las manos de un sacerdote, que ungirán a los enfermos para pedir a Dios la salud y la paz del alma, que cerrarán los ojos de los moribundos cuando dejen este mundo.

Manos santas, manos sacerdotales, que acariciarán a los niños, levantarán a los caídos, serán apoyo para los enfermos, los más débiles y ancianos. ¡Sí!, los preferidos de los sacerdotes serán los ancianos y los niños, los más pobres y los más necesitados.

Manos que siempre señalarán al cielo, llenando los corazones de esperanza en medio de las pruebas y dificultades de la vida, señalaran a lo alto, pues nuestra meta es la santidad, nuestra patria el cielo, nuestra felicidad vivir en Dios para siempre.

Manos consagradas para bendecir con la señal de la cruz, implorando de Dios que derrame sus gracias sobre sus hijos y sobre toda las cosas creadas. Manos consagradas para bendecir siempre, pero nunca para justificar o ser cómplice del pecado; porque estas manos han de señalar el cielo, pero también el peligro de una vida sin Dios, alejada de sus mandamientos, dominada por pecado, y con ello, la posibilidad del infierno. El sacerdote es profeta: ha de anunciar pero también denunciar; sin dejarse llevar por respetos humanos ni miedos a perder la propia fama y la misma vida. Así lo dice el Señor a Jeremías: “Te he puesto sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y derribes, para que construyas y plantes.».

Manos consagradas, que obran las obras de Dios, pero manos frágiles, pues son manos de hombre. Manos débiles, no exentas del error y de la equivocación.

Alguien dijo:

“Omnipotencia de Dios

con fragilidad de carne”:

eso es el Verbo encarnado

y el sacerdote, su imagen.

Nuestro beso es también un gesto de compromiso: de ayudar a nuestros sacerdotes, principalmente con nuestra oración y con nuestra caridad: rezando, ayudando, animando, ofreciendo una amistad desinteresada.

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Querido pueblo: El Señor ha estado grande con vosotros y habéis de estar alegres.

Un nuevo sacerdote, hijo de este pueblo, acrecienta el número de los siervos de Dios. Dios no dejará de bendeciros a vosotros, a vuestras familias y a sus instituciones.

Dios ha elegido a un hombre de vuestro pueblo para hacer las veces de Cristo en medio de su Iglesia y obrar en su mismo nombre al realizar los sacramentos.

El sacerdote ha de ser varón, porque el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. No es una cuestión de machismo, ni de ideología ni nada semejante. Es razón sacramental: así como el agua que limpia significa la gracia del bautismo, y el pan que alimenta se convierte en el Cuerpo de Cristo, así el varón es el que representa a Cristo Buen Pastor en medio de su Iglesia. Y ante aquellos que quieren cambiar la Iglesia, -modernizarla dicen-, y con ella la doctrina y la misma revelación; “la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, -enseñó S.S. Juan Pablo II- y esta doctrina debe ser considerada como definitiva por todos los fieles."

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En fin, nuestro beso a las manos del sacerdote es también una oración. Compadecidos como Jesús de la muchedumbre que anda errante como ovejas sin pastor y siendo conscientes de que la mies es mucha y los obreros pocos; pedimos insistentemente:

Señor, danos sacerdotes

Señor, danos santos sacerdotes.

Señor, danos muchos y santos sacerdotes.

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Querido sacerdote de Jesucristo:

Enhorabuena. Ad multos annos! Que la Virgen Santísima te guarde siempre bajo su amparo y te defienda de todos los peligros de esta vida. Como decía Padre Pío: Ámala y hazla amar. Experimentarás su amor materno que no nos abandona.

Dios, Autor de la Salvación, nos concede la habilidad de trabajar con destreza y cierto arte en las manos para colaborar en su creación y plasmar la belleza. Por la ordenación sacerdotal, él ha tomado tus manos como suyas, para que dibujes y bordes en las almas que te sean encomendadas la imagen perfecta de Jesucristo.

Besamos tus manos con todo afecto y reconocimiento: has sido constituido padre espiritual de las almas. Has renunciado a una familia aquí en la tierra, por ser padre espiritual de tus hermanos en la fe. Tu celibato será fecundo si dócil a la acción del Espíritu Santo dejas a él que obre y realice por ti la santificación de las almas. Sé padre compasivo y misericordioso con todos, ten siempre tus manos abiertas para acoger, animar, llenar de esperanza. Que todos vean en ti, en tu porte, en tu trato, en tus palabras y gestos, en tus obras y en tus sentimientos el reflejo de Dios que nos ama.

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El rito de besamanos está dentro de la celebración de esta primera santa misa solemne y se hace dentro de la iglesia. No perdamos este sagrado respeto y recogimiento y ya después fuera de la Iglesia tendremos ocasión de felicitar y abrazar al misacantano.