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P. Pérez-Soba: Iglesia y Cristo, matrimonio y divorcio

P. Pérez-Soba: Iglesia y Cristo, matrimonio y divorcio

Luis Fernando, el 12.09.15 a las 11:09 AM

El P. Santiago Martín, Fundador de los Franciscanos de Marían, ha vuelto a entrevistar -en Magnificat TV- a un defensor de la fe católica, el P. Juan José Pérez-Soba, que figura entre los firmantes del manifiesto pidiendo que se corrija el punto 137 del Instrumentum Laboris del próximo Sínodo.

Entre las muchas cosas interesantes que explica el P. Pérez-Soba, hay una sobre la quequizás no se ha reflexionado lo suficiente en los últimos meses. Se basa en lo que San Pablo explica acerca de la relación entre el matrimonio y la relación entre Cristo y la Iglesia:

“Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne". Gran misterio es éste, pero yo lo digo en relación a Cristo y a la Iglesia.
Efesios 5,31-32

Como bien nos cuenta el sacerdote y teólogo, Cristo trae el último y definitivo pacto, dentro del cual figura su unión esponsal con su Iglesia. Una unión cuya perdurabilidad no depende de la voluntad humana sino de Dios. De igual manera, la unión matrimonial entre hombre y mujer, una vez sellada por Dios, no puede depender solo de la voluntad de los contrayentes sino de ese sello divino inquebrantable. De tal manera que aquellos que pretenden, de forma abierta o encubierta, romper ese sello, tienen tantas razones como las que pudiera tener quienes quisieran -¿lo quieren?- poner fin al Nuevo Pacto de Cristo, que no es renovado precisamente en la Eucaristía, memorial y actualización incruenta de su sacrificio en la Cruz.

Es penoso que se pretenda usar el sacramento de la Eucaristía, esencia del Nuevo Pacto irrevocable entre Cristo y su Iglesia, como la puerta ancha que lleva a la condenación, como puerta de aceptación del quebranto del sacramento matrimonial, imagen de dicho Nuevo Pacto. Algo así haría estallar a la Iglesia en pedazos, si tal cosa fuera posible.

No en vano en el libro de Hechos leemos lo que San Pablo dice a los presbíteros de Éfeso:

Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo.
Ef 20,28

El ataque contra el sacramento del matrimonio es un ataque frontal contra la Iglesia de Cristo, porque pretende convertir en papel mojado el Nuevo Pacto (o Alianza), al que san Pablo equipara precisamente con la unión matrimonial.

Es más, el hecho de que muchos miembros de la Iglesia cometan “adulterio espiritual” -o sea, pecado mortal- no cambia la naturaleza ese pacto. La infidelidad del hombre no anula la fidelidad de Dios de la misma manera que la infidelidad de unos cónyuges no anula la naturaleza del sacramento del matrimonio. Aceptar la validez de otras uniones posteriores a la sacramental, sean reconocidas civilmente o no, es llamar a Cristo mentiroso y negar lo que el Espíritu Santo inspiró a san Pablo.

No estamos hablando, por tanto, de un pecado más. La aceptación del adulterio, vía admisión de los adúlteros a la comunión, afectaría a la esencia misma de la concepción que la Iglesia tiene sobre su relación con Cristo. Por no hablar de lo que también enseñó San Pablo:

En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Huid de la fornicación. Todo pecado que un hombre comete queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis?
1 Cor, 16-19

Si el apóstol dice eso de la fornicación, igual o más lo diría del adulterio, que es una versión agravada de aquel pecado. Quienes contraen matrimonio ante el Señor no se pertenecen ya más a sí mismos, sino que son el uno para el otro y ambos para Dios. Y aunque el pecado les pueda separar temporalmente, la unión ante Dios permanece intacta.

La Iglesia, igualmente, no se pertenece a sí misma. No puede hacer lo que le plazca en relación con el don de la Revelación que ha recibido de Dios. No puede ir contra las palabras de Cristo. Y no puede, ni mucho menos, profanar lo más sagrado que Cristo le ha dejado, la Eucaristía, para aprobar uno de los pecados más graves que se pueden cometer. Y ni les cuento lo que implicaría hacer tal cosa en nombre de la misericordia divina, convirtiendo a Dios en cómplice, en vez de purificador, del pecado.

Os recomiendo que veáis el vídeo completo (el P. Pérez-Soba lo explica mejor que yo), aunque en este post haya querido hacer énfasis solo en este punto concreto.

Paz y bien,

Luis Fernando Pérez Bustamante

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