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Canonización del Cura Brochero: ¿realidad o fantasía? ¿misericordia o política?

Javier Olivera Ravasi, el 20.10.16 a las 12:02 PM

Canonización del Cura Brochero: realidad o fantasía? misericordia o política?

Andrea Greco de Álvarez

Se realizó la canonización del P.
José Gabriel del Rosario Brochero y Dávila, más conocido en la Argentina como el “Cura Brochero” o el Cura Gaucho. Murió el 26 de enero de 1914 ya hace más de cien años. El P. Leonardo Castellani en los años ’60 hacía notar que poca importancia se había dado al cumplirse el cincuentenario de su muerte y el centenario de su ordenación sacerdotal[1]. Y eso que, según la opinión de Castellani, sólo tres santos ha habido en nuestro país: el Cura Brochero, el Obispo Esquiú y la Beata Madre Antula.

Lo que me temo es que, aunque hoy sí se habla del Cura Brochero y se visita su Villa del Tránsito, rebautizada como Villa Cura Brochero, hay museos y souvenirs y… uno se queda pensando si estos recuerdos tienen que ver con el Brochero real. Los santos son arquetipos puestos a nuestra contemplación como ejemplos, arquetipos, modelos para nuestras vidas. Como expone el P. Alfredo Sáenz nuestro primer modelo es Cristo. Pero después de Cristo lo son aquellos que, “habiendo imitado a Cristo con espíritu magnánimo, participan más de cerca de su ejemplaridad. Nos referimos a los Santos. En cada uno de ellos se revela algún aspecto peculiar del Cristo polifacético. No deja de ser revelador el drama que representa para los protestantes su rechazo de la veneración de los santos.

Acertadamente señaló Jung que la historia del protestantismo es una historia de continua iconoclastia, y por tanto de divorcio entre la conciencia de los hombres y los grandes arquetipos. Advirtamos que no siempre los santos son modélicos porque sus virtudes y cualidades hayan resultado o resulten agradables al espíritu de una época determinada. Con frecuencia atraen a pesar de no coincidir con los gustos predominantes en una sociedad dada; más aún, atraen precisamente en el grado en que contrarían y corrigen los errores del tiempo en que vive el que los admira. Bien señalaba Chesterton: «La sal preserva a la carne, no porque es semejante a la carne, sino porque le es desemejante. De ahí que cada generación es convertida por el santo que más la contradice»[2].

La mera existencia de estas personas que son superiores por sus virtudes contradice el igualitarismo actual que pretende que todo es lo mismo.

El Cura gaucho de los retiros espirituales

¿Quién fue el Cura Brochero? La pluma del escritor Gustavo Martínez Zuviría nos dice que fue exclusivamente un apóstol, un ardiente evangelizador de los pobres, que hizo caminos, ferrocarriles y escuelas, que anduvo miles de leguas en su célebre mula malacara por abruptas serranías y desiertos impresionantes, «que hubiera mandado al diablo sus instrumentos de apostolado, en cuanto hubiera advertido que eso no servía a su único propósito: ganar almas para Dios». Y Hugo Wast da en la tecla al señalar que: «si no se ha penetrado la verdadera vocación de su vida, menos se ha advertido la extraña herramienta espiritual que utilizó. ¿A quién podría ocurrírsele que el mejor medio de convertir aquellos hombres y mujeres de las sierras, rústicos, recelosos, y a menudo analfabetos, fuesen los sutiles Ejercicios de San Ignacio? Este recurso heroico, que comienza con un encierro de ocho o nueve días para realizar severa penitencia y que es difícil de aplicar a la generalidad de las gentes, ni siquiera en las grandes ciudades, donde hay más inteligencia del asunto y predicadores expertos, y casas adecuadas, con las comodidades indispensables, Brochero lo implantó desde 1878 en El Tránsito, aldehuela prendida en la falda occidental de las Sierras Grandes, al otro lado de la Pampa de Achala, en una región que no se comunicaba con el resto del mundo sino por dificilísimos caminos de herradura»[3].

La primera tanda de Ejercicios en 1877, en la Casa de Retiros construida en las sierras con la contribución de todos, fue de 700 ejercitantes. Como escribe Daniel González: «Si este número de ejercitantes provoca fervor, júbilo y entusiasmo, ¡qué decir de las tandas siguientes!». Entre agosto y setiembre hubo cinco tandas, algunas de varones, otras de mujeres. El número de paisanos: cuatro mil. «¡Y la última tanda albergó a novecientos!». Y agrega el autor «Sólo Dios sabe cuántas almas se convirtieron en estos Santos Ejercicios, valiéndose para ello de su apóstol serrano»[4]. Se cuenta que al concluir las tandas de Ejercicios Espirituales, a menudo el Cura Brochero les decía a sus ejercitantes: «¡Bueno! Ahora vayan nomás y guárdense de ofender a Dios, volviendo a las andadas. Ya el Cura ha hecho todo lo que estaba de su parte para que se salven, si quieren. Si alguno se empeña y quiere condenarse, ¡que se lo lleven mil diablos!»[5].

En un mundo que reniega del esfuerzo y el sacrificio, que se escandaliza del silencio, de la oración y la penitencia, donde hasta dentro de la Iglesia se reniega de estos medios de apostolado ciertamente el Cura Brochero puede ser el Santo que nos convierta por contradecirnos… eso si conocemos al verdadero Brochero y no a una falsa imagen que no nos contraríe.

Conocer y procurar imitar al verdadero Cura Brochero debiera ser el primer homenaje a hacer con el nuevo santo.

Fariseos y Modernistas

Con este título el P. Castellani publicó un artículo acerca de la muerte del Cura Brochero donde hace una seria denuncia: «La Iglesia tiene una obligación: la caridad, puede equivocarse, fallar en varios modos, pero no puede ser inmisericorde, porque desaparece, deja de ser Iglesia. (…) El Padre Brochero fue un gran hombre de Iglesia, feo como él solo, pero de una gran vitalidad y de un gran carácter, se enfermó de lepra, y murió de eso, por hacer un acto de caridad con un leproso.

Cuando él mismo quedó leproso fue olvidado por su obispo, por el clero y naturalmente por los fieles. De no haber sido por una casualidad, hubiera muerto solo como un perro agusanado; y lo que es peor, desesperado. Estando en una tapera sin ya poder moverse, se “amoscó”, como dicen sus paisanos, es decir, la mosca verde le puso huevos en la nariz, la boca y la garganta se le llenaron de gusanos contra los que no tenía defensa. Un sacerdote extranjero que venía de viaje, se encontró con ese espectáculo y se detuvo a cuidarlo hasta su muerte. El cura Brochero era “cura", es decir miembro jerárquico de una sociedad espiritual, jerárquica, basada toda ella sobre el amor de los unos a los otros (…) Pero para él no hubo propiamente: ni jerarquía, ni espíritu, ni misericordia, ni prójimo y por lo tanto ni sociedad, había servido a la Sociedad en forma eminente, con toda su alma, pero ésta le falló (…) Dios no permitió que el Cura Brochero muriese desesperado. Un sacerdote forastero salvó el honor, de Dios, del género humano y un poco también de los sacerdotes… pero no salvó el honor del Obispo quien tenía obligación, quien debió haberlo atendido… La consagración episcopal consiste justamente en la imposición de una cantidad de nuevas obligaciones sacerdotales, no consiste en un opíparo regalo de derechos: si el obispo no recibió a conciencia sus obligaciones, no fue hecho obispo, si la recibió y no les hizo caso, más le valiera no haberlo hecho o incluso no haber nacido. Se olvidó del cura Leproso (…) jamás lo había percibido (…) excepto para reprenderlo porque “se metía en política” (…) eso sí: cuando estaba repodrido y desaparecido, se acordó de que tenía un santo en su diócesis, avisó a Roma, y pidió su canonización»[6].

Estamos en el año de la Misericordia, reconocer este fariseísmo inmisericorde que se aplicó al Cura Brochero debiera ser el segundo homenaje al santo, y los Obispos ocuparse de la salud espiritual y corporal del clero a su cargo… Eso es tener al santo como ejemplo.

No sea que se haga un uso político de su figura como otrora denunciara Castellani.

Dra. Andrea Greco de Álvarez

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