vida nueva
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Rosa Mística

María protege y alimenta la Fe

María es ese gozo místico, la rosa mística que da paz al cristiano, una paz mística. Es la puerta del Cielo. Es la alegría del corazón, es la paz de la mente. María nos da la pureza, la paz y la alegría de un niño. Jesús dijo en la Cruz a Juan: Juan eh ahí a tu madre. En maría nos sentimos niños, nos volvemos niños, nos sentimos amados y protegidos por una madre.
La paz de un niño y su alegría es inmensa, es un estado de sentirse amado(a). Recuerdas aquellas épocas en las que eras niño(a), recuerdas como disfrutabas jugar; cantabas, corrías y jugabas sanamente con una alegría infinita y te gozabas y no querías que tu día acabara de tan inmenso gozo, era un mundo de color de rosa, estabas conectado(a) al Reino de Dios; pues ese gozo se fue desvaneciendo mientras nos convertíamos en adultos, mientras crecían las responsabilidades, y al convertirnos en adultos caímos en las tentaciones y en el pecado, lo cual fue llenando nuestra mente y nuestro espíritu de cosas malas, recuerdos malos que ensuciaron nuestra alma, y ese gozo y esa paz mística de cuando eramos niños se fue perdiendo.
Sin darnos cuenta y sin notarlo caímos gradualmente en el mundo de la oscuridad, el mundo del odio, de la revancha, de la humillación, del desprecio, del rechazo, del miedo, del engaño entre nosotros los seres humanos. Nos llenamos de ego, de vanidad, de odio. Nuestra alma se fue manchando, se fue infectando, se fue enfermando por una fuerza que penetró nuestra alma y fue deshaciendo la pureza, la inocencia, el amor, el gozo y la alegría que teníamos cuando niños, y ahora buscamos y anhelamos en silencio reconectarnos con aquella paz, con aquella pureza, con aquella alegría de múltiples colores y fragancias cuando eramos niños.
Al parecer la oscuridad siguió creciendo, invadiendo, contaminando y penetrando nuestro ser robándonos más el gozo, enfermando nuestra alma. Ahora pretendemos sustituir aquél gozo espiritual cuando eramos niños con los placeres de la carne, es una falsa alegría, es una falsa paz de la cual si nos percatamos, por eso empezamos a buscar desesperadamente lo que pueda rescatar aquella paz y alegría perdidas. Buscamos sentirnos conectados a aquella fuente de amor y gozo, pero los deseos desenfrenados de la carne, del sexo, de la vanidad, del ego y de la admiración y del poder nunca podrán satisfacernos ni reconectarnos con aquél amor, gozo y alegría perdidas, al contrario, estos falsos placeres, nos hunden más en la tristeza, nos hunden en un pozo oscuro del cual no podemos ver la luz, del cual nos sentimos atrapados y cada vez más perdidos.
La condición del alma sin este amor, cae en profunda tristeza y depresión, es un alma seca, sin vida, es un alma que nunca encuentra el gozo por más que llene su cuerpo de placer y de ego. Los ojos de la persona reflejan una falsa paz, una falsa alegría, un falso gozo, su alma está seca, sin agua, sin vida, está muriendo lentamente. Su sistema nervioso se va alterando, creando sustancias endógenas que envenenan su sistema, hay rigidez muscular, dolores difusos por doquier que se calman temporalmente con un analgésico pero regresan inexplicablemente. Todos los sistemas corporales empiezan a fallar y a envejecer y ni ningún antioxidante por más potente que sea puede detener este envejecimiento, esta sequedad; pues el alma que vive en oscuridad desconectada de la fuente de vida experimentará sequedad, envejecimiento de su cuerpo (Salmo 51.9,10). Es como una planta, si la planta no es nutrida, hidratada, se marchitará rápidamente y finalmente morirá, regresando al polvo, a la nada.
Jesús decía:
No sólo del pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4.4) Jesús es la fuente de vida eterna, el árbol de la vida (Jn 14.6).
El que beba del agua que yo le doy no tendrá sed jamás (Jn 4.14).
Nos hemos vuelto cuerpos errantes buscando satisfacer nuestros sentidos físicos, buscando los placeres del mundo, buscando ser admirados, buscando hacer dinero para engordar nuestras cuentas bancarias, buscando sentirnos poderosos por sobre encima de los demás, buscando ser servidos y halagados como reyes, buscando que nos respeten a costa de intimidar y hacer sentir menos a los demás, volviéndonos arrogantes, creyendo que nada ni nadie debe interponerse en nuestro camino, gozando de la vanidad de nuestros propios cuerpos aterrorizados por envejecer, por enfermarnos, por perder poder, fama y admiración, aterrorizados por morir. Nos angustia tener una cana, una arruga, nos aterroriza sentir el más mínimo dolor imaginándonos el comienzo de la más catastrófica enfermedad. Y es en esta angustia obsesiva y terror por envejecer y morir que buscamos todo tipo de remedios antienvejecimiento, todo tipo de antioxidantes, suplementos, cuidados, ejercicios y medicinas de vanguardia para evitar lo inevitable. Es una carrera en contra del envejecimiento y en contra del morir. Pero hay una fuerza espiritual oscura que por mucho que luchemos astutamente en contra de la muerte y del envejecimiento celular, que acelera este proceso de desgaste, de sequedad y de muerte (Romanos 6.23), esta fuerza invisible y destructiva, la cual ningún sofisticado e innovador tratamiento de salud puede combatir se llama “pecado”.
Por eso hay muchas personas que aunque prueban toda clase de tratamientos de salud inovadores, en lugar de levantarse, van para abajo, es como una fuerza que no les permite restaurarse al 100%, y luchan y luchan, pero esta fuerza los sigue arrastrando a la destrucción.
La condición del alma influye en la salud externa. Los pensamientos de ira, coraje, odio, resentimiento, tristeza, orgullo, soberbia, arrogancia, prepotencia, egoísmo y vanidad enferman y secan el alma y la manifestación física de ésta enfermedad del alma es el deterioro y envejecimiento prematuro. No sólo son estos pensamientos o conductas ajenas a la pureza y la voluntad de Dios sino seguir falsas creencias que desvían de la fuente de vida que es Jesús.
Creencias en vías falsas de espiritualidad que se convierten en el modus vivendi de los que se han alejado de la fuente de vida, son las que conducen a la muerte. Hay pecados graves, errores devastadores que cometemos que aborrece Dios como la lujuria (en todo tipo de expresión desde un simple albur hasta el adulterio o la perversión sexual), el aborto, la gula, la soberbia, el orgullo, la pereza, aceleran este deterioro físico.
Los placeres del mundo y de la carne son un espejismo, en nada edifican, en nada hacen crecer nuestro espíritu. En lugar de hacernos crecer nos conducen finalmente a la muerte. La persona así atiborrada de estos placeres que acumuló en su vida, se percata de la lamentable condición de su alma en el momento de morir, pues es en este proceso del morir en donde se revela la pobre, oscura y terrible condición de nuestra alma.
Ya habiéndose percatado el alma de su terrible y fatal condición busca desesperadamente arrepentirse de todo el tiempo desperdiciado en su vida. Desperdició la oportunidad de sembrar amor, de sembrar misericordia, de crecer en Cristo. Se preocupó más por combatir al mal que por sembrar amor. Se preocupó más por halagar a los demás, por ser halagado(a), admirado(a), respetado(a) que por sembrar una palabra de Fe, de misericordia, de amor. Se preocupó más por su diminuto mundo individual, su mundo de egoísmo y vanidad.
¿Qué o quiénes somos nosotros realmente?
¿Por qué desperdiciamos la oportunidad de sembrar amor y misericordia?
¿Por qué vivimos en revancha constante con nuestros semejantes?
¿Por qué competimos constantemente para tristemente demostrar que somos superiores a los demás?
¿De qué sirve, acaso crecemos espiritualmente?
¿Por qué nos engañamos a nosotros mismos, si después de morir seremos confrontados a la realidad y a la condición de nuestras almas?
¿Cómo podemos juzgar a un alma engendrada de un vientre, de una madre, por muy pecadora que sea?
¿Quiénes somos nosotros para juzgar a un niño o una niña que crecieron en condiciones que los orillaron a ser lo que son?
¿Acaso no somos ya victoriosos por tener un cuerpo, un alma, un espíritu, una voluntad?
¿Qué fue lo que ensució nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestro espíritu, para volvernos terribles y perversos?
¿Acaso no todos nacimos de una misma fuente, de una misma voluntad superior llamada Dios?
¿Acaso somos animales con pensamientos?
¿Acaso los animales creen en Dios?
¿Acaso las plantas, los insectos, los peces y toda fauna animal tiene el privilegio de creer en Dios, o de poder sembrar misericordia o una palabra de Fe? Ahora vez porque somos privilegiados…
¿Acaso no somos peor que animales compitiendo unos a otros por ser superiores, comiéndonos unos a otros (pisoteandonos y humillándonos)?
¿Acaso Dios nos dio la virtud de amar, de sembrar bondad, de perdonar, de sembrar misericordia sin ningún propósito?
¿Acaso Dios no ha sido misericordioso con nosotros?
Muchos se han perdido, se han manchado perdiendo su pureza, cayendo en la perversión, apagando la luz de su alma, endureciéndola, secándola, perdiendo éstas virtudes.
¿Acaso el amor es algo imaginario? Si no es así entonces, cómo nos atrevemos a creer que Dios es algo impersonal, sin voluntad propia?, o por el contrario ¿cómo podemos creer que Dios sólo espera a que nos equivoquemos para así juzgarnos y lanzarnos al lago de fuego entre los perdidos?
Dios es misericordioso porque él es amor, Dios es un ser pensante y tiene voluntad como nosotros, no es una fuente impersonal. Dios “es una persona”.
¿Acaso no es muy egoísta pensar que somos el resultado de millones de años de evolución?
¿Qué acaso hemos nacido de un chango?
¿Qué acaso el amor es la evolución de un instinto animal?
¿O acaso el perdón o la misericordia provienen de un instinto animal?
¿Qué no es absurdo pensar que somos un simple accidente de la naturaleza, producto de millones de años de evolución y de transformaciones radicales en el código genético?
¿Acaso un plátano ha evolucionado a ser un mejor plátano o a ser un ser pensante con emociones?
¿o porqué creer que los cocodrilos y demás reptiles son resultado de la involución remanente de los dinosaurios?
Somos polvo, somos barro, nacimos del barro, venimos de la nada. Solo una voluntad superior creadora pudo darnos forma, pudo darnos voluntad, consciencia y virtudes, porque él tiene estas mismas cualidades.
De la nada venimos, solo por amor fuimos concebidos, y sólo lo pudo hacer un Dios pensante, con voluntad propia. Un Dios amoroso.
¿y qué es lo que queda de nosotros después de morir?
¿Acaso creemos que tendremos el mismo cuerpo y la misma forma después de morir?
¿Acaso creemos que tendremos los mismos ojos, la misma cara, el mismo pelo, el mismo modelo de cuerpo pero solo que en espíritu?
En realidad nuestro cuerpo es sólo un envase, un vehículo, hecho del barro, hecho del polvo.
Y en éste envase habita nuestra alma y espíritu.
Al ser un Dios amoroso con voluntad y que sembró sus mismas virtudes en nosotros, ¿acaso no aborrecerá la maldad?
Dios al aborrecer la maldad, la oscuridad en nosotros, manifiesta entonces su justicia.
Entonces su juicio es en base a los pecados del ser humano. Pero Dios siempre mostrará su misericordia antes que su justicia mientras vivamos en esta tierra.
Jesús el hijo de Dios, el enviado, Dios mismo encarnado, el modelo sin mancha, es la prueba más grande de su existencia, de su amor, fue enviado para sacar nuestra alma del pozo oscuro de la perdición. Dios solo nos pide que creamos en él, en su mensaje, en su evangelio, en su palabra para sacarnos de esta perdición.
Jesús dijo: Dejen que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
En María hay misericordia, amor de madre, hay arrullo, consuelo. María nos muestra a su hijo, nos da a conocer el amor de su hijo tan inmenso.
María aboga por nosotros, su intercesión es grandísima, su amor por nosotros es inmenso. Solo debemos confiar en este amor de madre tan grande que no dejara que nadie se pierda.
Dejemos que María la Madre de Dios nos dirija por este valle de lágrimas, pues ella es nuestro refugio.
María es nuestra Madre, María era esa paz, gozo y alegría perdidos, María era aquella rosa mística de nuestra infancia, por eso ella es la puerta del cielo.