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El proselitismo de la Iglesia primitiva

Daniel Iglesias, el 16.10.16 a las 2:50 PM
Es correcto rechazar un “proselitismo malo”, es decir el intento de atraer a otra persona al grupo religioso propio por motivos mundanos, por ejemplo, para aumentar el poder y el prestigio del grupo o de uno mismo. Pero no es correcto rechazar el proselitismo sin más, si por proselitismo se entiende (como se entendió tradicionalmente en la Iglesia Católica) el esfuerzo para atraer a otros a la fe cristiana, a fin de hacerlos partícipes de sus frutos de conversión y salvación. La Iglesia edificada por Nuestro Señor Jesucristo ha practicado siempre ese proselitismo bueno y santo, querido por Dios.

Siendo el hombre un ser racional, no es extraño que la misión universal de salvación confiada por Jesucristo a su Iglesia contenga una dimensión de enseñanza doctrinal, que implica la necesidad de explicar, demostrar, discutir y refutar. Esto se aprecia claramente en el último y solemne mandato misionero de Jesús.

Mateo 28,16-20: “Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo».”

La Iglesia primitiva cumplió desde el principio ese mandato de Jesús, como se ve en el discurso de San Pedro en Pentecostés (para abreviar, omito las argumentaciones bíblicas):

Hechos 2,14-41: “Entonces, Pedro poniéndose de pie con los Once, levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. (…) Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre Él. (…) Por eso, todo el pueblo de Israel debe reconocer que a ese Jesús que ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías».Al oír estas cosas, todos se conmovieron profundamente, y dijeron a Pedro y a los otros Apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?». Pedro les respondió: «Conviértanse y háganse bautizar en el nombre de Jesucristo para que les sean perdonados los pecados, y así recibirán el don del Espíritu Santo. Porque la promesa ha sido hecha a ustedes y a sus hijos, y a todos aquellos que están lejos: a cuantos el Señor, nuestro Dios, quiera llamar». Y con muchos otros argumentos les daba testimonio y los exhortaba a que se pusieran a salvo de esta generación perversa. Los que recibieron su palabra se hicieron bautizar; y ese día se unieron a ellos alrededor de tres mil.”

También San Esteban, el primer mártir cristiano, intentaba convencer a otros de la verdad de la fe cristiana, lo que a la postre lo llevó a la muerte.

Hechos 6,8-11: “Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y signos en el pueblo. Algunos miembros de la sinagoga llamada «de los Libertos», como también otros, originarios de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de la provincia de Asia, se presentaron para discutir con él. Pero como no encontraban argumentos, frente a la sabiduría y al espíritu que se manifestaba en su palabra, sobornaron a unos hombres para que dijeran que le habían oído blasfemar contra Moisés y contra Dios.”

Algo semejante hizo San Pablo inmediatamente después de su conversión en discípulo de Cristo, lo cual atrajo sobre sí muchos ataques y persecuciones.

Hechos 9,19-30: “(…) Saulo permaneció algunos días con los discípulos que vivían en Damasco, y luego comenzó a predicar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que oían quedaban sorprendidos (…) Pero Saulo, cada vez con más vigor, confundía a los judíos que vivían en Damasco, demostrándoles que Jesús es realmente el Mesías. (…) Desde ese momento, empezó a convivir con los discípulos en Jerusalén y predicaba decididamente en el nombre del Señor. Hablaba también con los judíos de lengua griega y discutía con ellos, pero estos tramaban su muerte. Sus hermanos, al enterarse, lo condujeron a Cesarea y de allí lo enviaron a Tarso.”

Los Hechos de los Apóstoles nos muestran que la argumentación apologética era una herramienta habitual en la obra misionera de San Pablo.

Hechos 17,1-34: “(…) Llegaron a Tesalónica, donde los judíos tenían una sinagoga. Pablo, como de costumbre, se dirigió a ellos y discutió durante tres sábados, basándose en la Escritura. Explicaba los textos y demostraba que el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos. «Y el Mesías, afirmaba, es este Jesús que yo les anuncio». Algunos se convencieron y se unieron al grupo de Pablo y de Silas, lo mismo que un gran número de adoradores de Dios, de paganos y no pocas mujeres influyentes. (…) Esa misma noche, los hermanos hicieron partir a Pablo y a Silas hacia Berea. En cuanto llegaron, se dirigieron a la sinagoga de los judíos. Como estos eran mejores que los de Tesalónica, acogieron la Palabra con sumo interés, yexaminaban todos los días las Escrituras para verificar la exactitud de lo que oían. Muchos de ellos abrazaron la fe, lo mismo que algunos paganos, entre los cuales había mujeres de la aristocracia y un buen número de hombres. (…)

Mientras los esperaba en Atenas, Pablo sentía que la indignación se apoderaba de él, al contemplar la ciudad llena de ídolos. Discutía en la sinagoga con los judíos y con los que adoraban a Dios, y también lo hacía diariamente en la plaza pública con los que pasaban por allí. Incluso, algunos filósofos epicúreos y estoicos dialogaban con él. Algunos comentaban: «¿Qué estará diciendo este charlatán?», y otros: «Parece ser un predicador de divinidades extranjeras», porque Pablo anunciaba a Jesús y la resurrección. (…) Al oír las palabras «resurrección de los muertos», unos se burlaban y otros decían: «Otro día te oiremos hablar sobre esto». Así fue cómo Pablo se alejó de ellos. Sin embargo, algunos lo siguieron y abrazaron la fe. Entre ellos, estaban Dionisio el Areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.”

El celo misionero de San Pablo era tan ardiente que no excluía a nadie de su intento de persuadir de la verdad del cristianismo.

Hechos 19,8-10: “Pablo fue luego a la sinagoga y durante tres meses predicó abiertamente, hablando sobre el Reino de Dios y tratando de persuadir a los oyentes.Pero como algunos se obstinaban y se negaban a creer, denigrando el Camino del Señor delante de la asamblea, Pablo rompió con ellos. Luego tomó aparte a sus discípulos y dialogaba diariamente en la escuela de Tirano. Así lo hizo durante dos años, de modo que todos los habitantes de la provincia de Asia, judíos y paganos, tuvieron ocasión de escuchar la Palabra del Señor.”

La dimensión apologética de la misión de la Iglesia no fue exclusiva de San Pedro, San Pablo y San Esteban, sino una característica típica de la primera evangelización. La vemos también, por ejemplo, en Apolo, un predicador cristiano menos conocido.

Hechos 18,24-28: “Un judío llamado Apolo, originario de Alejandría, había llegado a Éfeso. Era un hombre elocuente y versado en las Escrituras. (…) Desde que llegó a Corinto fue de gran ayuda, por la gracia de Dios, para aquellos que habían abrazado la fe, porque refutaba vigorosamente a los judíos en público, demostrando por medio de las Escrituras que Jesús es el Mesías.”

También hoy es necesario que los católicos demos las razones de nuestra esperanza, al proponer y defender la verdad de nuestra fe, con serenidad y respeto (cf. 1 Pedro 3,15-16). No debemos claudicar en esa misión, ni mucho menos denigrar a quienes la llevan adelante.

Ing. Daniel Iglesias Grèzes

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