es.news
156

George Weigel, “Memoria, Identidad y Patriotismo”

El segundo volumen de mi biografía de San Juan Pablo II, The End and the Beginning, se benefició inmensamente de los recursos del Instituto Polaco de Conmemoración Nacional (IPN, por su sigla en polaco), que fue instituido después de la revolución de 1989, para preservar registros relacionados con la experiencia polaca bajos los nazis y bajo el régimen comunista. Documentos obtenidos del IPN por historiadores polacos me ayudaron a pintar un cuadro detallado de la guerra que durante cuarenta años los comunistas llevaron a cabo contra Karol Wojtyla, desde los días en los que él era un joven sacerdote, pasando por su episcopado en Cracovia, hasta la primera década como papa Juan Pablo II.

Así, como beneficiario de los archivos del IPN, un amigo de Polonia de toda la vida y agradecido beneficiario del más alto premio que otorga ese país por mis contribuciones a la cultura polaca, estoy profundamente preocupado por el nuevo “proyecto legal del IPN” firmado como ley el pasado mes de febrero. Porque esta ley determina que el IPN —presumiblemente un archivo para investigación— se convertirá ahora en una agencia de monitoreo del pensamiento, del habla y de la escritura. De acuerdo con una ley tan vagamente redactada como para invitar al abuso, parece que el IPN debe señalar los casos en que alguien habla públicamente o escribe sobre la participación polaca en el Holocausto del judaísmo europeo, habla y escritura que han sido declarado ilegales en el proyecto de ley del IPN. La sanción por tales transgresiones es de tres años de prisión (irónicamente, la sentencia dictada por un tribunal vienés contra David Irving, el odioso negador del Holocausto).

Simpatizante como soy de algunas de las críticas del actual gobierno polaco a la Unión Europea, y por mucho que acojo con beneplácito sus esfuerzos por fortalecer la vida familiar, no puedo extender mi simpatía a esta ley gravemente desacertada, Digo desacertada porque hace del IPN algo ominosamente parecido al “Gran Hermano" de Orwell; desacertada, porque podría promover falsificaciones de la historia mientras se criminaliza el decir la verdad; desacertada, porque desvía la atención de los 6.000 rescatistas polacos homenajeados en el Memorial del Holocausto de Yad Vashem, en Jerusalén; desacertada, porque vuelve a despertar los estereotipos que muchos de nosotros hemos trabajado durante décadas para borrar; desacertada, porque exacerba las tensiones en un país donde (como Estados Unidos, por desgracia), la supervivencia de los más estridentes parece estar a la orden del día.

Nadie debe dudar de que toda Polonia sufrió terriblemente durante la segunda guerra mundial. El veinte por ciento de la población de 1939 estaba muerta en 1945, incluyendo 3 millones de judíos. Otro millón doscientos mil personas habían sido "transferidas" a Siberia y a sus campamentos del Gulag. Los nazis enloquecidos capturaron a 200.000 niños polacos y los llevaron a Alemania. Al final de la guerra, no había una sola estructura de más de dos pies de altura en la capital polaca, a la que Hitler había ordenado arrasar en represalia por el levantamiento de Varsovia de agosto de 1944. En las secuelas inmediatas de la guerra, héroes polacos de integridad intachable fueron asesinados judicialmente por los nuevos ocupantes estalinistas del país, porque sus convicciones democráticas podían representar una amenaza para consolidar el gobierno comunista.

En los últimos años, se han hecho progresos reales para erradicar del vocabulario mundial términos ofensivos tales como los "campos de exterminio polacos", dado que polacos, alemanes y otros han trabajado juntos para dejar en claro que esos fueron campos de exterminio nazis. Más aún, ahora se celebra la herencia judía de Polonia: en festivales culturales masivos como el que se celebra todos los veranos en Cracovia, y sobre todo en un nuevo museo magnífico de historia del judaísmo polaco en Varsovia, uno de los mejores museos históricos en el mundo. Además, el difunto arzobispo Jozef Zycinski, de Lublin, siguiendo el ejemplo de Juan Pablo II, lentamente pero con cuidado, creó un diálogo judeo-cristiano en Polonia, para que se pudieran limpiar y purificar los recuerdos, y forjó una nueva relación entre católicos y judíos.

A la luz de todo esto, y más, el proyecto-ley del IPN parece un grave error. En los años ochenta, Polonia ofreció al mundo un modelo inspirador de revolución no-violenta impulsada moralmente. Desde 1989, Polonia ha sido el modelo político y económico para las transiciones post-comunistas. Polonia y sus amigos lograron presentar el caso al mundo respecto a la verdad completa de las indescriptibles atrocidades que ocurrieron allí durante la segunda guerra mundial. Ahora esto.

¿Y en nombre de qué? La identidad nacional es algo valioso, pero sólo puede guiar a un verdadero patriotismo cívico si aborda la historia en forma honesta. Rusia es un excelente ejemplo de un país acosado por una historia nacional plagada de falsedades históricas. Los polacos, conformados por toda clase de personas, no deberían querer seguir ese ejemplo.

George Weigel es un distinguido miembro del Centro de Políticas Públicas y Ética, de Washington D. C., donde tiene a su cargo la cátedra William E. Simon en Estudios Católicos.

Publicado originalmente en inglés el 28 de marzo de 2018, en www.firstthings.com/…/memory-identity…

Traducción al español por: José Arturo Quarracino