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La Santa Misa : Rito de Comunión

La Misa no es solamente el perfecto acto de adoración por medio del sacrificio de la Cruz, sino que en el colmo del amor por nosotros, Dios se nos da en alimento. “Mi Carne es verdadera comida, Mi Sangre es verdadera bebida”, había dicho Jesús (Juan 6, 55). No es posible, ciertamente, imaginar nada más grande, nada más sublime; ¡comernos a nuestro Dios! Con razón dijeron los judíos:“duras son estas palabras” (Juan 6, 60). No imaginaban la manera tan sencilla y elegante con la que Cristo cumpliría su promesa de darse en alimento. Es una lástima que los protestantes, aún después de la Ultima Cena, hayan tomado la misma incrédula posición.

Pero hay que tener en cuenta que la Comunión no es opcional como muchos creen. Nuestro Señor muy claramente condiciona la salvación eterna, a la aceptación de su don y la frecuentación de este Sagrado Misterio (Juan 6). El católico que no acostumbra, o no puede comulgar, pone en entredicho su salvación. Comulgar con cierta regularidad y frecuencia (¿por qué no diariamente o al menos cada domingo?) Es condición indispensable para resucitar a la gloria.

1. El Padrenuestro
¡Da comienzo el rito de la Comunión, con la recitación de la única oración que Jesús nos enseñó. Tratados enteros existen comentando tan excelente oración. Tan solo nos referiremos M Folleto E.V.C. 621, en el que el Sr. Obispo de Tampico, Mons. Rafael Gallardo, nos entrega una serie de preciosas reflexiones.

2. Rito de Paz
La Paz es mencionada en la Misa en repetidas ocasiones. Evidentemente se trata de la Paz que solo Cristo puede dar
“no la paz que da el mundo” (Juan 14, 27) pero debemos sanar todas las disensiones, rencillas, envidias, desuniones, venganzas, guerras, pues todo eso es absolutamente antievangélico.

Por eso, recordando la palabra del Señor que nos exige hacer las paces con nuestros enemigos y perdonar como Él nos perdona, antes de presentar nuestra ofrenda en el altar, la Misa actual ha repuesto el rito de Paz que antiguamente se usaba. En un sencillo gesto de amistad, como darse la mano, debe manifestarse el deseo de reconciliarnos con todo el mundo y la decisión de perdonar cualquier ofensa que hayamos recibido. Sólo así podremos acercarnos correctamente a la Sagrada Comunión.En esta época de especial violencia, es verdaderamente genial de nuestra Iglesia el que nos demos este gesto de PAZ.

3. Comixtión
Después de partir la Hostia, el sacerdote deja caer en el cáliz una partícula del Cuerpo de Cristo. Esta acción, pasa desapercibida para muchos y sin embargo es muy bella. Tiene el significado de que tanto el Pan como el Vino consagrados, no son sino una sola cosa: Cristo. Antiguamente se acostumbraba poner en el cáliz una partícula consagrada el día anterior, significando la unidad del sacrificio a través del tiempo.Jesucristo no permaneció muerto: habiendo resucitado, su Cuerpo y su Sangre se han reunido nuevamente.

4. Cordero de Dios
Por tres veces la comunidad se dirige a Jesús con las palabras pronunciadas por San Juan Bautista cuando lo conoció personalmente. Dios se encarnó precisamente para quitar el pecado del mundo y darnos su Gracia.

5. Señor, yo no soy digno
Ahora recordamos las palabras llenas de fe y de respeto que el Centurión dijo al saber que Cristo intentaba ir a su casa. ¿Quién es digno de tal visita? Pero a pesar de nuestra indignidad pecadora, obedecemos al mandato del Señor y nos atrevemos a tomar su Cuerpo, confiados en que tanto por el Acto Penitencial, como por el Sacramento de la Reconciliación, Dios nos ha perdonado y hecho menos indignos de comulgar.

6. Comunión
El momento sublime ha llegado y el sacerdote al presentarnos la Eucaristía nos pide un último acto de fe. Ante la Hostia Consagrada cuyas apariencias no han cambiado en nada, debemos declarar en voz clara que creemos firmemente que es el Cuerpo de Cristo, ¡y Dios entra en nosotros!
Podemos comulgar con una sola especie o con las dos dependiendo de las circunstancias concretas. Toca al sacerdote juzgar la oportunidad y el modo de acuerdo con las normas establecidas por la Congregación de la Sagrada Liturgia de la Santa Sede.

Sobre todo en estos casos se impone el uso del platillo de la Comunión, porque puede acontecer que la Sangre de Cristo caiga al suelo. ¡Con cuánto cuidado debemos tratar los Sagrados Misterios!
Podemos también, en el caso de comulgar con una sola especie de pan, recibir el Cuerpo del Señor en la propia mano, pero tengamos sumo cuidado de no dejar caer partículas de la Hostia, o pedir así la Comunión con un dejo de orgullo o familiaridad indebida. Pensemos que nadie, ni el Santo Padre, merece tener a Cristo en sus manos.

7. Oración después de la Comunión
Haciendo eco a la oración Colecta y a la oración sobre las Ofrendas, ésta recoge los sentimientos de la asamblea unificándolos al hecho que acabamos de realizar, la perfecta Comunión con Cristo Sacramentado.

8. Bendición y despedida
La Misa termina con estos dos actos, pero nuestra oración no necesariamente debe terminarse. Se impone un momento íntimo de diálogo con el Señor, realmente presente en nuestro interior. Es el momento de una Acción de Gracias ya sea muy persona lo tomado de las hermosísimas oraciones compuestas por los grandes santos para el caso. Ejemplo de ellas pueden ser las de San Ignacio de Loyola, las de Santo Tomás de Aquino o las de San Buenaventura.
¡Hay tanto que agradecer al Señor! ¡Hay tanto que pedirle! No debemos desaprovechar la oportunidad de un sabroso y prolongado coloquio con Nuestro Señor.
Conclusión

Podemos concluir citando las palabras del Concilio en el documento
Sacrosantum Concilium: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote y de Su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”.

Conociendo lo que es la Santa Misa, es incomprensible la actitud de aquellos que asisten tan solo “cuando les nace” como para hacerle a Dios un favor. Tampoco es congruente aquel que asiste pero no comulga, pretextando “que no se ha confesado” porque vivir en pecado mortal, es una locura.
La Iglesia siempre ha considerado la Misa dominical como de “precepto”, es decir, obligatoria. Es la
Aplicación concreta del Mandamiento de la Antigua Alianza: “Santificarás las Fiestas”. El domingo sustituyó al sábado judío, porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y cuando el Espíritu Santo descendió sobre el Colegio Apostólico en Pentecostés. El domingo es el día del Señor y a El debe dedicarse.

Un católico instruido, jamás deberá considerar la Misa como una obligación; es por el contrario, un inmenso privilegio reservado a los cristianos. Muchos cristianos han comprendido la excelencia del Sacrificio Eucarístico y no se contentan con adorar a Dios los domingos sino que asisten a Misa y comulgan lo más frecuentemente posible, hasta diariamente. Viven las palabras del salmista.
“Sediento estoy de Dios, del Dios que me da la Vida” (Salmo 42, 2), ¡dichosas tales almas!
Ana Gracia
Pero hay que tener en cuenta que la Comunión no es opcional como muchos creen. Nuestro Señor muy claramente condiciona la salvación eterna, a la aceptación de su don y la frecuentación de este Sagrado Misterio (Juan 6)
Ana Gracia
palabras del Concilio en el documento Sacrosantum Concilium: “Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo Sacerdote y de Su Cuerpo, la Iglesia, es acción sagrada por excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia”.
Un comentario más de Ana Gracia
Ana Gracia
La Misa no es solamente el perfecto acto de adoración por medio del sacrificio de la Cruz, sino que en el colmo del amor por nosotros, Dios se nos da en alimento.