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Amor y responsabilidad. Un clásico sobre el amor humano entendido como plenitud de las relaciones interpersonales del hombre y la mujer. Juan Pablo II fue un enamorado del amor humano. Amor y …Más
Amor y responsabilidad.

Un clásico sobre el amor humano entendido como plenitud de las relaciones interpersonales del hombre y la mujer. Juan Pablo II fue un enamorado del amor humano. Amor y responsabilidad es el fruto de su reflexión a partir de su trato con los jóvenes "que me planteaban no tanto cuestiones sobre la existencia de Dios, como preguntas concretas sobre cómo vivir, sobre el modo de afrontar y resolver los problemas del amor y del matrimonio". Por eso, responde a cuestiones como: ¿Qué es el amor? ¿Qué relación hay entre afectividad y sexualidad? ¿La castidad es una virtud positiva o un comportamiento represivo? ¿Qué es el pudor? ¿Tienen sentido las relaciones sexuales antes del matrimonio? Al mismo tiempo es un libro de gran originalidad y profundidad filosófica. Karol Wojtyla establece un nuevo paradigma para entender la sexualidad: integrarla en el marco de las relaciones interpersonales del hombre y de la mujer, regidas por la norma personalista, que establece que la única actitud adecuada ante la persona es el amor. La unión de un brillante planteamiento con una ejecución sólida ha convertido a esta obra en un clásico de la reflexión antropológica sobre el amor, imprescindible para quien desee entender los porqués de esa realidad tan exaltadora y existencial.
Angelo Lopez
Muchas respuestas a estas interrogantes, pueden encontrarlas en este maravilloso libro de; JOSE MARIA IRABURU El matrimonio en Cristo . www.gratisdate.org
Angelo Lopez
¿La Castidad es una virtud positiva o un comportamiento represivo?
La castidad
Aversión a la castidad
Generalmente las virtudes -veracidad, laboriosidad, generosidad, etc.- suelen gozar de gran prestigio, aunque no siempre sean fielmente practicadas. En cambio, como habréis podido observar, la virtud de la castidad no sólo es lesionada con frecuencia, sino que para muchos es algo despreciable, …
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¿La Castidad es una virtud positiva o un comportamiento represivo?

La castidad

Aversión a la castidad

Generalmente las virtudes -veracidad, laboriosidad, generosidad, etc.- suelen gozar de gran prestigio, aunque no siempre sean fielmente practicadas. En cambio, como habréis podido observar, la virtud de la castidad no sólo es lesionada con frecuencia, sino que para muchos es algo despreciable, e incluso algo dañino, lo mismo para la persona que para la convivencia social. Unos piensan que puede perjudicar la salud psíquica o somática, y dicen: «Un joven ha de satisfacer sus necesidades sexuales». Otros ven en la castidad un cierto valor, pero admiten su función sólamente fuera de la relación amorosa entre el hombre y la mujer. Otros culpan a la castidad de todos los excesos del puritanismo, cuando parece más lógico culpar al puritanismo de las hipocresías y errores del puritanismo. Y tanto unos como otros ven en ella la principal enemiga del amor. ¡Qué errores tan grandes!
La aversión a la castidad procede de una falta de lucidez en la razón, y la raíz de tal ceguera viene a su vez de la flaqueza de la voluntad. En efecto, la búsqueda de un valor elevado exige siempre de la voluntad un mayor esfuerzo. Y el hombre entonces, para verse eximido de tal esfuerzo, y para no tener que averzongarse después de los valores que le faltan, recurre a desacreditar estos valores. Así actúan aquéllos que, apartando su vida del cuadro objetivo de valores, se rigen sólamente por un cuadro subjetivo de placeres.
Pero la verdad de las cosas es sumamente obstinada. La ley natural que rige moralmente a los seres libres puede ser ignorada, negada, retorcida, pisoteada, falsificada, pero no puede ser destruída: ella responde a la verdad universal del ser humano. Y siempre encuentra personas que la reconocen, e incluso que la propugnan.

Miseria de la lujuria

Todo aquel que no se cierra a la verdad puede llegar a conocer que el erotismo, cuando está abandonado a su propio impulso y domina a la persona, es capaz de arruinar al hombre, deshumanizándole progresivamente, y haciéndole capaz de las mayores bajezas. La lujuria es uno de los vicios que más degradan al hombre, y que más sufrimientos acarrea a la humanidad.
Esto, como ya véis, es de experiencia elemental. El lujurioso podrá alardear de sus pecados sexuales, pero la verdad es que la lujuria le está humillando profundamente, pues nada humilla tanto al hombre como ver su voluntad esclavizada a la pasión. Podrá alegar que él quiere libremente el erotismo vicioso, pero no es cierto, pues en realidad no es capaz de no quererlo. Y esto no puede menos de producir en él un sentimiento de vergüenza, pues hasta el hombre más depravado sabe que su dignidad humana reside fundamentalmente en la realidad de su propia libertad.

El deseo carnal

En contraposición a la castidad, que es un verdadero amor-libre, que nace de la persona y llega a la persona, el deseo carnal, abandonado a sí mismo, pone en marcha un proceso automático, grosero, en el que la voluntad personal apenas tiene más poder que el de hacerse cómplice de unos impulsos que en modo alguno podría dominar. En efecto, el deseo carnal, despertada la sensualidad ante el atractivo sexual de un cuerpo, busca el querer de la voluntad, o su consentimiento al menos, para pasar a la posesión del objeto. Dejando entonces a un lado todos los demás valores espirituales y personales, el deseo carnal, desintegrado del amor verdadero, muestra toda su ciega crueldad hacia la persona, y destituyendo en su ávida tendencia al sujeto, lo reduce a objeto; ignorando la persona, no tiende sino al cuerpo. No da más de sí.
Hasta cierto punto, la afectividad es una protección natural de la persona contra la crueldad del deseo carnal. Sin embargo, la afectividad no proporciona una protección suficiente ante la avidez del deseo, pues fácilmente se ve arrastrada por éste. El afecto, sin duda, puede ayudar mucho a vivir la castidad y a perfeccionar el amor, pero por sí mismo no es capaz de conseguir todo esto, si no recibe el concurso decisivo de la voluntad, pues sólo ésta es verdaderamente capaz de vivir la castidad y de crear el amor. Sólo la voluntad puede realizar la plena entrega amorosa de la persona.

Egoísmo de los sentidos y egoísmo de los sentimientos

El egoísmo excluye el amor verdadero, aunque puede admitir en la vida concreta ciertos compromisos y simulaciones. Él, por sí mismo, como es evidente, no puede dar de sí la perfección de un amor recíproco, pero puede alcanzar un arreglo bilateral de egoísmos encontrados. Como busca principalmente el placer propio, y éste es en sí mismo intransitivo, puede a lo más desear el placer del otro, en cuanto parte o condición del suyo propio.
Pero está abocado necesariamente al conflicto de intereses, y no puede durar. Este amor-egoísta -expresión contradictoria- suele presentar su falsificación en dos versiones principales:
-El egoísmo de los sentidos, que busca el placer del erotismo en el cuerpo, y trata a la persona como un objeto. Es abiertamente malo, y apenas admite un disfraz. Si la otra persona lo admite como amor auténtico, es porque también ella está afectada por el egoísmo de los sentidos, y no quiere conocer -más aún, quiere no conocer- la verdad de la otra persona.
-El egoísmo de los sentimientos, en cambio, es más engañoso, pues consigue fácilmente disfrazarse, como si fuera un amor delicado y sincero. Parece afirmar: «Lo que expresa un sentimiento auténtico, es siempre un amor auténtico». Por otra parte, más que el placer físico, pretende la satisfacción de afectos y sentimientos propios. Y así «juega con los sentimientos del otro». Puede dar lugar a formas de egoísmo extremadamente crueles. Y en sí mismo es ciertamente falso: cualquiera sabe que puede darse un sentimientoauténtico que no esté arraigado en un amor genuino. Ya tenemos, a estas alturas, las herramientas mentales suficientes para entender esto claramente.
Pues bien, la castidad libra al hombre de una y otra forma de egoísmo. Libra siempre de ejercerlo, y también muchas veces de padecerlo. Guarda al hombre en la objetividad de la verdad, y le libra de estas formas descritas de egoísmo disfrazado y dañoso.

El amor culpable

Todo esto nos lleva a concluir que existe realmente un amor culpable, contra lo que muchos creen. La expresión, eso sí, es paradójica, pues si el amor es sinónimo de bien, no se entiende cómo en algún momento pueda ser culpable. Pero es que estamos ante un juego de palabras hecho con trampa. Sucede que el amor culpable no es amor, sino sólo una ficción del mismo. Y en cuanto nos salimos de la verdad, toda ignominia moral es posible.
El amor culpable sacrifica la persona al placer de los sentidos o de los sentimientos, e ignora de este modo el valor supremo de la persona humana, dejando a un lado toda norma moral objetiva. La cosa es clara: sólo la castidad puede crear el amor perfecto.

La continencia

La continencia expresa la condición libre de la persona humana. Los movimientos sensuales y emotivos, más o menos intensos según el temperamento de las personas, forman parte de la naturaleza humana, sin duda alguna. Pero también pertenece a la naturaleza del hombre que esos movimientos sean moderados e integrados bajo la guía de la razón y de la voluntad libre de la persona. Un hombre a merced de sus deseos o de sus repugnancias sensibles es una caricatura de la persona humana. Debe ser bastante tonto y bastante débil, si normalmente su inteligencia y su voluntad se ven desbordadas por los impulsos de la sensualidad. Esa persona, es preciso reconocerlo, se parece bastante a un animal, y poco a un hombre verdadero.
La continencia nace en el hombre de la necesidad de defenderse contra la dictadura de la sensualidad, que atenta contra la libertad de la persona, y que, abandonada a sí misma, todo lo estropea, con perjuicio propio y ajeno. No debe el hombre consentir que en él se produzcan sucesos importantes al margen del gobierno de su libertad.
Por otra parte, la continencia no atrofia la sensualidad, sino que la purifica y eleva, integrándola en el alto nivel libre de la persona; de este modo es como la sensualidad se hace más perfecta y profunda, más intensa, estable y duradera, en una palabra, más humana. Pero ahora hablaremos al tratar de la castidad, que implica la continencia, pero que es aún más alta que ésta.

La virtud de la castidad

Comprenderéis mejor la virtud de la castidad si conseguimos, en primer lugar, precisar bien el significado de los términos hábito y virtud. No hablo aquí del hábito-costumbre, que por la repetición de actos se contrae, muchas veces incluso al margen de la voluntad de la persona, y que en ocasiones viene a limitar su libertad. Tampoco me refiero al hábito-vestido. Trato aquí del hábito en su sentido filosófico más propio, según el cual el hábito es una aptitud adquirida para producir ciertos actos con facilidad y perfección. Dada la plasticidad del ser humano, la persona puede, en efecto, perfeccionarse indefinidamente, adquiriendo hábitos intelectuales (por ejemplo, discurrir con lógica), hábitos motores (como tocar el piano o nadar), y hábitos morales (como lo son las virtudes). Y todo el conjunto de los hábitos adquiridos y desarrollados dan la fisonomía propia de la persona.
Según esto, las virtudes llegan a formar en el hombre como una segunda naturaleza. Cuatro son los virtudes morales más importantes: la prudencia que perfecciona el discernimiento práctico de la razón, la justicia que hace buena y sana la voluntad, y por último la fortaleza y la templanza, que ordenan y perfeccionan todo el mundo de los sentidos, sentimientos y afectos.
La templanza, que ordena y modera en el corazón del hombre la inclinación al placer, no es la más alta de las virtudes, pero es imprescindible, ya que sin ella se degradan todas las demás virtudes. En efecto, no puede el hombre ejercitar las virtudes más altas -la sabiduría, la religiosidad, la generosidad, la solidaridad fraterna- si está a merced de susfilias o de sus fobias sensibles. Sin la templanza el hombre no es libre, y sin libertad no puede ejercitar las virtudes. Gracias a ella, en cambio, todos los movimientos sensuales y afectivos son sujetados cuando son malos, y son integrados al más alto nivel personal cuando son buenos y oportunos.
Pues bien, la castidad pertenece a la virtud de la templanza, y perfecciona en el hombre todo el dinamismo de su tendencia sexual y amorosa. Es por tanto una fuerza positiva, una virtud de la persona. Ya hemos visto que virtus significa en latín fuerza, y en este sentido las virtudes son como músculos espirituales. Por tanto, es un hábito queinclina positivamente a la persona hacia el bien honesto que le es propio, dándole facilidad y seguridad para conseguirlo, y que al mismo tiempo pone en la persona unarepugnancia hacia el mal contrario.
Por eso entender la virtud de la castidad como una represión negativa, como un freno ciego que rechaza las tendencias sexuales hacia el subconsciente, donde esperan la ocasión de explotar, mientras enferman al hombre y le debilitan, es complementamente falsa. La castidad no es eso.
Esa concepción denota una ignorancia profunda acerca de la virtud en general. Pensemos en otras virtudes distintas de la castidad. La laboriosidad inclina al hombre hacia el trabajo, y pone en él una repugnancia consecuente hacia el ocio indebido. La austeridad inclina al hombre hacia los objetos funcionales, bellos y suficientes, y le hace sentir disgusto hacia en medio de un lujo injusto e inútil. Pues bien, de modo semejante, la castidad inclina positivamente al bien honesto, y produce en la persona repugnanciacreciente hacia lo deshonesto. Por ejemplo, un esposo profundamente casto, de tal modo tiene el corazón centrado por el amor en su esposa, que, como no sea de un modo accidental y superable, no siente normalmente inclinaciones adúlteras, y tendría que hacerse una gran violencia para irse tras otra mujer, por atractiva y accesible que fuera.
Aunque muchos no llegan a creerlo, quizá por falta de experiencia, las virtudes son realmente una forma de ser personal, son inclinaciones positivas, consciente y libremente adquiridas por la persona. En este sentido, vivir según las virtudes no implica represión ninguna, ni tampoco exige normalmente grandes esfuerzos. Ejercitar las virtudes sólo cuesta esfuerzos, a veces muy notables, cuando se están adquiriendo, es decir, cuando apenas se poseen todavía; o cuando sufren la violencia de una fuerte tentación. Pero normalmente las virtudes se viven con facilidad y con gozo.

Por otra parte, la castidad crece por actos intensos, como ocurre en todas las virtudes. Cualquier hábito -tocar el piano, por ejemplo-, ejercitado con imperfección y desgana, no mejora con el ejercicio, sino que se va deteriorando. Son únicamente los actos intensos, aquéllos en los que la persona, procurando la perfección, compromete su mente y corazón, los que de verdad perfeccionan el hábito que los produce. Por eso la castidad es virtud que muchas veces se desarrolla con ocasión de las tentaciones, mediante los actos intensos que son precisos para rehuirlas o enfrentarlas victoriosamente.

El esplendor de la castidad

Ya sabemos que la castidad no es la más grande de las virtudes, por supuesto, pero también sabemos que es una de las más hermosas, es decir, una de las que más embellecen espiritual y aun físicamente al ser humano. Podemos recordar aquí algunos de sus aspectos más atractivos.

La castidad es amor, pues purificando el atractivo amoroso de motivaciones egoístas y modalidades groseras, une realmente a las personas de manera profunda y estable. Es ella la que integra, bajo la guía del entendimiento y de la voluntad, todas las tendencias sensuales y afectivas -que, abandonadas a sí mismas, serían destructivas-. Es, pues, ella la que perfecciona el amor, y hace posible la vinculación profunda, pacífica y durable entre dos personas. Según esto, la castidad no sólamente no daña al amor, sino quedenuncia y niega el amor falso y desintegrado, aquel pseudo-amor que, sin más base que el placer, no alcanza el nivel de las personas, ni llega a unirlas verdaderamente entre sí.
La castidad da libertad al hombre, y facilitándole un dominio real sobre sí mismo, le permite obrar desde la persona, y llegar de verdad hasta la persona amada. Sólo la acción libre es digna del hombre y expresiva del verdadero amor. Y la castidad es libertad. En efecto, la persona casta es libre, pues es dueña de sí misma, y como se auto-posee, es la única que de verdad puede darse al otro. Por eso sólo en la castidad puede haber amor real, pues sólo en ella hay libertad real.

La castidad ennoblece el cuerpo y su sexualidad, integrando sus valores en el alto nivel de la persona y del amor. De este modo es precisamente la castidad la que salva el deseo sensual, y no sólamente no lo destruye, sino que lo hace duradero, integrándolo en el amor vgenuino. Insisto: la castidad no sólamente no mata el deseo, sino que lo profundiza y lo salva de su inestabilidad congénita, dándole permanencia, y fijándolo por el amor en la persona.
La castidad no desprecia al cuerpo, pero lo hace humilde, es decir, verdadero, despojándolo de falsas grandezas ilusorias. El cuerpo humano, ante la grandeza de la persona y ante la calidad espiritual del amor, debe mantenerse en la humildad, dejando a un lado toda arrogancia y toda pretensión vana de protagonismo.
La castidad no daña la salud del hombre, sino que le libera de muchas lacras corporales y de muchos lastres y empobrecimientos psíquicos. Siendo en el hombre la agresividady la sexualidad dos tendencias muy fuertes ¿por qué es sano y recomendable que el hombre controle su agresividad y es en cambio insano y peligroso que domine su sexualidad? Éstos, los que así dicen, tendrán que pensar, por ejemplo, que si se enciende la agresividad entre dos novios, lo sano es que la repriman, y que no se acometan a patadas y estacazos, por mucho que les apetezca hacerlo; pero que si en esos mismos novios se enciende la sexualidad, lo sano es que se dejen llevar por el impulso, pues refrenarlo podría resultar para ellos altamente traumático. Escuchad a vuestra propia conciencia, y ella os dirá que para poder creer en tal sofisma hace falta despedirse de la verdad y adentrarse decididamente por el camino de la mentira.
Es, por lo demás, un dato de experiencia que no pocos hombres y mujeres, jóvenes o viejos, solteros, casados o viudos, perfectamente castos, gozan de longevidad y de gran equilibrio psicosomático. ¿Esos hombres y mujeres, en cambio, abandonados a la lujuria, son ejemplos tan indudablemente saludables?
En fin, la castidad es una forma de la caridad, una forma de respeto profundo a nuestro hermano, y por eso ella nos da así acceso real a las personas, permitiéndonos conocerlas y quererlas de verdad. «Los limpios de corazón verán a Dios», dice Jesús (Mt 5,8). Y podríamos añadir aquí: «Los limpios de corazón verán al prójimo».
Sólo ellos.
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Angelo Lopez
¿Qué es el pudor? Si sobre la castidad habéis oído con frecuencia muchas mentiras y calumnias, tantas o más, acompañadas de ridiculaciones y desprecios, habréis captado en referencia alpudor. Para muchos insensatos el pudor sería un sentimiento morboso que todavía se da en personas de dudosa salud psíquica y moral. Pero ya veréis, si ponéis en ello un poco de buena voluntad, que la verdad es …Más
¿Qué es el pudor? Si sobre la castidad habéis oído con frecuencia muchas mentiras y calumnias, tantas o más, acompañadas de ridiculaciones y desprecios, habréis captado en referencia alpudor. Para muchos insensatos el pudor sería un sentimiento morboso que todavía se da en personas de dudosa salud psíquica y moral. Pero ya veréis, si ponéis en ello un poco de buena voluntad, que la verdad es muy otra.
El pudor y la vergüenza

El pudor está en relación con el sentimiento de vergüenza. La Biblia afirma que el hombre primero, antes del pecado, no se avergonzaba de su desnudez corporal. «El hombre y su mujer estaban desnudos, sin avergonzarse de ello» (Gén 2,25). Pero después del pecado, que trastorna profundamente todo su ser psicosomático, el hombre es consciente de que en su íntima esfera de la sexualidad se producen ciertas turbulencias de las que siente vergüenza, pues ve que apenas puede dominarlas, que escapan en buena medida del dominio de su voluntad. En efecto, «se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron» (3,7). Y según la Escritura, el Creador aprueba esta actitud del hombre pecador, y la confirma: «Yavé Dios les hizo al hombre y a la mujer unas túnicas de pieles, y los vistió» (3,21).
Esta interpretación del misterio del pudor es maravillosamente verdadera. Sin embargo, lógicamente, es incompleta, y exige ulteriores desarrollos. No se puede vincular simplemente el impudor a la desnudez. Puede darse, en ciertas regiones, una desnudez púdica; y por el contrario, una persona bien vestida puede hablar, mirar, sonreir, y mantener actitudes abiertamente impúdicas. Ya véis, pues, que es necesario el complemento de otros argumentos para penetrar más el misterio del pudor.

El pudor y la intimidad

El pudor es un sentimiento de protección de la intimidad personal. La persona posee una interioridad y una corporalidad que, ambas, pertenecen a su misterio personal como algo propio y exclusivo, y que sólo libremente manifiesta a otras personas de su elección. El pudor, pues, tiende a guardar un equilibrio constante entre privacidad ycomunicación.
Concretamente, el pudor sexual oculta las partes corporales de más clara significación sexual, sobre todo a las personas del sexo opuesto. Sin embargo, fijáos en la naturaleza exacta de este ocultamiento, que normalmente es físico, pero que a veces es un ocultamiento de modalidad exclusivamente psicológica. En efecto, como vimos, no se identifican impudor y desnudez, o pudor y vestido. En una tribu primitiva, en donde lo normal sea la desnudez, una mujer que se cubriera parcialmente con ciertas prendas delicadas occidentales podría resultar impúdica. Y otra, en cambio, que se mantuviera en la normal desnudez, sentiría gran vergüenza si fuera despojada de un cierto cordoncillo femenino que en aquella tribu es llevado por toda mujer honesta.

Manifestación y ocultamiento

La persona es por sí misma libre, dueña de sí, inalienable, inviolable, y por eso mismo se manifiesta o se oculta según su elección. Esta autopertenencia natural de la persona halla una de sus expresiones en el fenómeno del pudor sexual. Los animales no experimentan el pudor, ni tampoco los niños, cuya personalidad está todavía en estado incipiente. El pudor, por tanto, es algo que pertenece exclusivamente a la persona humana, y que se desarrolla con el crecimiento de ésta.
La persona intuye siempre, aunque no siempre de modo consciente, que puede ser apreciada por otros en cuanto exclusivo objeto de placer. Por eso la necesidad espontánea de ocultar los valores sexuales es una manera de procurar que se descubran los valores de la persona. Adviértase además en esto que el pudor no sólamente protege el valor de la persona, que no acepta descubrirse a cualquiera, sino que revela su valor, y precisamente en relación con los valores sexuales ligados a ella. Dicho en otras palabras, la persona -la persona en cuanto tal- es más atractiva en el pudor que en el impudor. Y concretamente, por lo que al vestido se refiere, la persona se expresa con mayor elocuencia en el lenguaje no-verbal del vestido que en la desnudez, que por sí misma es muda. En una playa masiva, miles de personas quedan ocultas en su anónima desnudez.
Existe, por otra parte, un pudor natural acerca de la unión sexual, por el cual el hombre y la mujer procuran sustraerse a miradas ajenas, que observarían el acto captando sólamente sus manifestaciones corporales. Y es que el mismo pudor que tiende a encubrir los valores sexuales para proteger el valor de la persona, tiende igualmente a ocultar el acto sexual para proteger el valor del amor mutuo.
A esta razón ha de añadirse otra, que ya he apuntado antes. De tal modo el hombre es consciente de la dignidad de su libertad, que experimenta una cierta vergüenza natural en todo acto que escapa al dominio pleno de su voluntad. Y en este sentido, el ocultamiento del acto sexual viene determinado por el mismo impulso que lleva al hombre, por ejemplo, a ocultarse -o al menos a ocultar su rostro- cuando se ve dominado por un llanto incontenible.
Todo esto nos hace comprender que, sin duda alguna, el pudor es algo natural, es algo que nace de la misma naturaleza humana, aunque, como ya hemos indicado con algunos ejemplos, puede tener, en los modos íntimos o externos de experimentarlo, formas muy diversas, sujetas en gran medida a influjos socioculturales.

El pudor femenino y el masculino

El pudor femenino suele darse en modo ambivalente. Por una parte, la mujer tiende a ser especialmente pudorosa, como medida instintiva de defensa ante la sensualidad más agresiva del hombre, y para suscitar así la valoración de su propia persona. Por otra, al ser ella más afectiva que sensual, experimenta menos la necesidad de ocultar su cuerpo, en cuanto objeto de placer. En este sentido, algunas mujeres hay que, más que impúdicas, parecen tontas.

El pudor masculino surge con motivaciones semejantes, pero también diversas. Siendo el hombre más consciente de su propia sensualidad, tiene pudor de su propio cuerpo, porque siente vergüenza de la manera como puede reaccionar en presencia de la mujer.

El pudor en el amor conyugal

Así las cosas, es obvio que el sentimiento de vergüenza se ve absorbido por el amor cuando las personas se unen en la recíproca donación conyugal. Como vimos, el pudor constituye una defensa natural de la persona, que quiere ser apreciada por sí misma, en una valoración que, por supuesto, incluye los valores sexuales. Pues bien, cuando en una pareja se da el amor mutuo conyugal, desaparecen las defensas naturales del pudor, pues ya no tienen razón de ser. Es decir, cuando las personas son conscientes de que por el amor han hecho donación y aceptación mutua de sí mismas, no queda ya lugar para el pudor: son ya «una sola carne».
En este sentido, las relaciones sexuales entre los esposos no son una forma de impudor legalizada gracias al matrimonio, sino que son naturalmente conformes a las exigencias interiores del pudor. Incluso los novios más pudibundos llegan a comprender rápidamente en el matrimonio lo que dice la Escritura: «Y vio Dios que era muy bueno cuanto había hecho» (Gén 1,31).
Ahora bien, según lo dicho, no es aceptable que la vergüenza sea vencida por cualquier amor, pues esto es precisamente lo que el pudor genuino trata de evitar. Como ya hemos visto, el amor de los sentidos o el amor del sentimiento, aunque sea auténtico y recíproco, no se identifica con aquel amor de la voluntad que, integrando el sentimiento, es capaz de impulsar una donación real y mutua de las personas. Y por eso es preciso decir que el verdadero pudor sólamente acepta ser vencido por el verdadero amor. Precisamente la facilidad con que una persona pierde la vergüenza ante cualquier situación erótica sensual-afectiva, es signo claro de impudor y desvergüenza.
Y aún conviene afirmar otra verdad: es falso que sea imposible o morboso el impudor entre los esposos. Una persona, incluso, puede mostrarse indecente consigo misma. «Todo es lícito, pero no todo conviene» (1Cor 10,23).

La naturalidad del pudor

Algunas concepciones, tan ingenuas como falsas, llevan a ver como natural el impudor de ciertos hombres primitivos. El vestido, por ejemplo, según esto, sería una desviación maligna de lo natural. Más aún, el pudor sería un sentimiento morboso, anti-natural. Ya vimos, sin embargo, que no se identifica sin más desnudez e impudor, y que el cordoncito de aquella mujer desnuda y primitiva significa mucho en el lenguaje no-verbal del pudor. En todo caso, es testimonio común de los etnólogos que el sentido del pudor existe, más o menos desarrollado, en los pueblos más primitivos, aunque sus modalidades concretas puedan resultarnos desconcertantes.
Pero aun concediendo que en esta humanidad primitiva apenas exista, como sucede en los niños, el sentimiento del pudor, tendremos que reconocer que tal situación no designa el estado de naturaleza, y que más bien el impudor ha de ser entendido como un subdesarrollo en los valores naturales humanos. De hecho, en esos hombres y mujeres primitivos se aprecia a veces que apenas tienen conciencia de su propia personalidad individual: se consideran como una célula de la tribu, que, ella sí, es un ente personal -a no ser que la condición personal de la tribu quede asumida de modo exclusivo en el totem tribal-. Habrá, pues, que esperar -y que procurar- que estos hombres, desarrollando más la conciencia psicológica y moral de su propia personalidad individual, despierten del todo al sentido del pudor, pues éste es un sentimiento natural y exclusivo de la naturaleza humana.
Por todo esto, el impudor moderno significa una disminución en los valores naturales de personas y pueblos. Es, como en tantas otras cuestiones, un retroceso -exigido por quienes se dicen progresistas- hacia formas de vida humana más groseras, menos evolucionadas. En efecto, los que propugnan el empobrecimiento humano del impudor -con un celo, realmente, digno de mejor causa- trabajan contra la naturaleza del hombre, degradan la dignidad de la persona humana, y procuran difundir un analfabetismo que haga ininteligible el lenguaje del pudor.

Relatividad de las formas del pudor

Algunos hay que quieren legitimar el impudor alegando la relatividad de las normas del pudor: «El pudor es una mera convención social arbitraria, pues lo que ayer era inadmisible, hoy se ve como lícito, y lo que aquí se rechaza, es admitido en otras partes por gente honesta. Ya se ve, pues, que es algo completamente relativo, que conviene dejar a un lado».
Ahora bien, la variedad indudable de las modalidades del pudor -según condicionamientos de clima, cultura, tradición- no prueba en modo alguno que el mismo pudor/impudorsea algo relativo. No prueba que ese sentimiento sea ajeno a la naturaleza del hombre, y que sólo sea causado por convenciones sociales históricas. También existen muchas lenguas diferentes, y lo que aquí se dice de un modo, allí se dice de otro; pero deducir de ahí que el lenguaje humano no existe, o que, ya que es algo meramente convencional y relativo, debe ser ignorado o suprimido, parece una conclusión un tanto excesiva.
El lenguaje del pudor es una realidad evidente de la especie humana, y la variedad innumerable de sus dialectos, en los diferentes pueblos y épocas, lo único que demuestra es eso: que es una realidad innegable de la naturaleza humana. El impudor, destruyendo la belleza de este lenguaje del pudor, tan humano, significa retroceder de la palabra humana al gruñido del animal. Presentando al hombre y a la mujer como objetos principalmente eróticos, el impudor tiene siempre algo de lastimoso, y llega a veces a lo ridículo.

La mala antropología del impudor

El impudor denota un cierto dualismo antropológico completamente falso, según el cual el cuerpo no es propiamente el hombre, sino algo que le pertenece en forma externa y accidental. Cuando una persona, en este sentido, no se identifica con su propio cuerpo, y como que se extraña de él, puede mostrarlo -darlo a la vista- o entregarlo -darlo al tacto- sin que por eso ella misma se muestre o se dé. Esta moderna devaluación del cuerpo, señalada por varios psicólogos actuales, y muy frecuente en la antigüedad, vacía el pudor de sentido, trivializa completamente el acto sexual -que no vendría a ser mucho más que, por ejemplo, tomar una buena ducha-, y explica muchas degradaciones presentes de la vida sexual: «Yo puedo prestar mi cuerpo a quien me plazca, pues al entregarlo, no me entrego yo personalmente».
Hay en todo esto una inmensa ignorancia de la verdad del hombre. La persona humana es unión substancial entre alma y cuerpo. El hombre, la mujer, no sólo tiene un cuerpo, sino que es su cuerpo, aunque no sólo sea ello. Esta antropología es la única que puede dar una fundamentación adecuada al pudor sexual y a toda la moral referida a la vida sexual.

La pornografía

Hablando de estas cuestiones, no es posible olvidar la indecible miseria de la pornografía, que es el impudor en el arte, en la publicidad o en otros medios de expresión social. Acentuando el sexo en la presentación del cuerpo humano y del amor, lo disocia de toda referencia a los valores personales, y busca principalmente excitar la sensualidad del espectador o del consumidor. Es pues, evidentemente, una tendencia perversa, frecuentemente motivada por el interés económico. El arte, sin duda, tiene el derecho y aún el deber de reproducir el cuerpo humano, lo mismo que el amor del hombre y de la mujer, diciendo sobre ello toda la verdad y nada más que la verdad. Pero así como el arte verdadero dice la verdad sobre el sexo y el amor, la pornografía es un arte falso, una belleza miserable, una expresión que deshumaniza y degrada al hombre.
Angelo Lopez
¿Qué es el amor?
La palabra amor
La palabra amor, como tantas otras del lenguaje humano, es equívoca, y puede significar muchas realidades diversas, incluso contradictorias entre sí. Por eso, si de verdad queremos saber qué es el amor, no podremos contentarnos con las cuatro tonterías que acerca de él se dicen muchas veces. Por el contrario, hemos de tomarnos la molestia de analizar atentamente …
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¿Qué es el amor?
La palabra amor

La palabra amor, como tantas otras del lenguaje humano, es equívoca, y puede significar muchas realidades diversas, incluso contradictorias entre sí. Por eso, si de verdad queremos saber qué es el amor, no podremos contentarnos con las cuatro tonterías que acerca de él se dicen muchas veces. Por el contrario, hemos de tomarnos la molestia de analizar atentamente lo que significa esa palabra tan preciosa, pues el amor designa la realidad más profunda de Dios y del hombre, y nos da la clave decisiva para entender el misterio natural del matrimonio.

La atracción

El atractivo está en el origen del amor. Viene a ser un amor naciente, ya en alguna medida amor, aunque imperfecto. En él se implican varios elementos:
-Conocer. Sin conocimiento, no hay amor. No puede amarse lo que no se conoce, ni puede amarse mucho lo que se conoce poco. Si una hermanita vuestra os dice que está locamente enamorada de un muchacho con el que todos los días se cruza en la calle al ir a la escuela, vosotros os reís y pensáis que sí, que está un poco loca. ¿Cómo va a haber un amor profundo si no le conoce personalmente, ni sabe su nombre, ni su modo de ser ni nada, como no sea su figura corporal?
-Querer. El atractivo implica el querer de la voluntad. Nadie puede atraernos (=traernos hacia sí) sin el querer, o el consentimiento al menos, de nuestra voluntad.
-Sentir. La esfera de la afectividad, el juego de los sentimientos, tiene parte muy importante en este amor naciente. Por la afectividad, más que conocer a una persona, la sentimos. Incluso una persona puede atraernos sin que sepamos bien por qué: tiene un no sé qué que nos atrae.
Pues bien, daos buena cuenta de esto: es una persona la que resulta atrayente. Una persona. Podrá atraernos sobre todo por su belleza, su cultura, su bondad, o aquello que nosotros más valoremos en ella, según nuestro modo de ser. Pero, al menos, no podría hablarse de amor si la atracción se produjera haciendo abstracción de la persona.
Y esto debe ser tenido muy en cuenta por las mujeres coquetas -o por sus equivalentes masculinos-, pues si ante todo procuran atraer por sus valores físicos, pondrán con ello un grave obstáculo para que pueda formarse el verdadero amor, que sólamente se afirma como una vinculación decididamente interpersonal.
Otra observación importante. Un fuerte componente afectivo puede falsear la atracción y debilitarla, al menos si se alza como factor predominante, pues tiende entonces a establecer ese amor inicial sobre bases falsas e inestables. La afectividad, cuando vibra desintegrada de la razón y de la voluntad, abandonada a sí misma, suele ser muy poco objetiva. Puede llevar a ver en la persona amada cualidades de las que carece. Por eso la atracción afectiva, cuando se constituye en impulso rector de la persona, puede conducir al desengaño, e incluso puede transformar el atractivo primero en una aversión profunda, nacida de un corazón decepcionado. Y aunque esto -yo creo que lo entendéis perfectamente- es así, sigue siendo opinión común que el amor consiste sobre todo en la verdad de los sentimientos. Eso es falso. Un amor no es verdadero cuando, desentendiéndose de la verdad de la persona, se afirma casi sólamente en la verdad de los sentimientos que ella nos inspira. Es éste un amor destinado al fracaso. Y si no, al tiempo.
Ésta es la verdad: si la atracción sensible y afectiva ha de hacerse pleno amor, ha de centrarse más y más en la persona. La misma persona amada ha de llegar a ser el valor supremamente atractivo, respecto del cual todos los otros valores en ella existentes han de cobrar una importancia accesoria, por grande que sea. Por eso os decía que quien pretende atraer sobre todo por su belleza corporal o por otras cualidades accesorias -dinero, saber, poder, prestigio social, etc.-, está procurando con infalible eficacia, sin saberlo, hacer vano y débil el amor que intenta suscitar en la otra persona.

El deseo

El amor-atracción está relacionado con el amor-deseo, que es un amor interesado, en el mejor sentido de la expresión. El hombre y la mujer son seres limitados, y por el amor interesado del deseo tienden a completarse en la unidad. No hablamos aquí del mal deseo de la concupiscencia, en el que una persona es deseada como un medio para apagar la propia sed. Hablamos de un amor verdadero, que no es sólo deseo sensual, aunque también lo incluya, sino que llega a la persona: «Te quiero, porque tú eres un bien para mí». También Dios debe ser amado por el hombre con este amor.
¿Qué relación entre afectividad y sexualidad?
Instinto y voluntad
Entendemos por instinto una manera espontánea de actuar, no sometida a reflexión. Y en este sentido el instinto sexual es una orientación natural de las tendencias del hombre y de la mujer.
En la acción instintiva se eligen los medios, se impulsa la acción concreta, sin una reflexión consciente y libre sobre su relación con el fin pretendido. Por eso esta manera de proceder, que es propia de los animales, no es el modo propio de obrar del hombre. En efecto, la acción humana, al ser el hombre un ser racional y libre, se produce cuando la persona reflexiona y elige conscientemente los medios en orden al fin que pretende. Por eso cuando un hombre se deja arrastrar por sus instintos -al comer, al huir, al seguir bebiendo, al apropiarse de un bien ajeno y atractivo, etc.-, renuncia a actuar humanamente, es decir, libremente. Y en este sentido, el hombre, como tiene una viva conciencia de su propia libertad, mira con recelo cuanto pueda amenazar su libre autodeterminación. Y por eso entre el instinto sexual y la voluntad libre del hombre hay, sin duda, un cierto conflicto, alguna tensión.
Ahora bien, el hombre, por su misma naturaleza, es capaz de actuaciones supra-instintivas, también en el campo de lo sexual. Y con esto quiero decir que la persona es capaz de actuar de modo que el instinto no sea destruído, sino más bien es integrado en el querer libre de la voluntad. Por lo demás, si así no fuera, si fuera natural al hombre dejarse llevar por la mera inclinación del instinto, la moral en general, y concretamente la moral de la vida sexual, no existiría, como no existe en el mundo de los animales.
¡Pero el hombre no es un animal! Es una persona, consciente y libre.
La tendencia sexual de la persona
Toda persona es por naturaleza un ser sexuado, y ello determina en el hombre y en la mujer una orientación peculiar de todo su ser psíquico y somático. ¿Hacia dónde se dirige esta orientación?
1.-Hacia el otro sexo. Otra cosa sería la perversión del homosexualismo. Un análisis cuidadoso de la estructura psico-fisiológica del hombre y de la mujer nos lleva al convencimiento de que uno y otra se corresponden mutuamente de un modo perfecto y evidente. Por eso ha de decirse -dejáos de tópicos retroprogresistas- que quienes afirman que la homosexualidad es tan natural como la heterosexualidad, sin duda alguna -y ellos lo saben-, mienten.
2.-Hacia «una persona» del otro sexo. Las peculiaridades sexuales, tanto anímicas como corporales, no existen en abstracto, sino en una persona concreta. La tendencia sexual, por tanto, se dirige a una persona concreta del sexo contrario. Si así no fuera, y se dirigiera crónicamente sólo hacia el otro sexo, sin más, ello indicaría una sexualidad inmadura, más aún, desviada. Por eso Gregorio Marañón considera a Don Juan un hombre tremendamente inmaduro, capaz de enamorarse de cualquier mujer.
Pues bien, si os fijáis bien, podréis observar en lo dicho que la inclinación sexual humana tiende naturalmente a transformarse en amor interpersonal. Y aquí apreciamos un fenómeno típicamente humano, pues el mundo animal se rige sólo por el instinto sexual; no conoce el amor. Los animales están sujetos al instinto, es decir, en ellos el impulso sexual determina ciertos comportamientos instintivos, regidos sólo por la naturaleza.
Los hombres, en cambio, por su misma naturaleza, tienen el instinto sujeto a la voluntad. Quizá el instinto actúa en el nacimiento del amor, pero éste no se afirma decididamente si no interviene libre y reiteradamente la voluntad de la persona. Habremos, pues de afirmar, en este sentido -con el permiso de los autores de novelas rosa y de culebronestelevisivos-, que el ser humano no puede enamorarse sin querer, inevitablemente, contra su propia voluntad. Es la persona humana la que voluntariamente sella el proceso del enamoramiento, pues éste, aunque quizá iniciado por el instinto, no puede cristalizarse establemente sin una sucesión de actos libres, por los que una persona va afirmando laelección amorosa de otra persona.
Sexualidad humana: amor y transmisión de vida
Puede darse amor entre dos personas, sin atracción sexual mutua. Y puede darse atracción sexual, sin que haya amor. Pues bien, sólo la sexualidad realmente amorosa es digna de la persona humana; es decir, sólo es noble y digna aquella sexualidad en la que firme y establemente una persona elige a otra con voluntad libre y enamorada. Y esto es lo propio del amor conyugal, por el cual un hombre y una mujer deciden mutuamente amarse.
Por otra parte, recordemos que hay en el hombre dos tendencias fundamentales: el instinto de conservación y la inclinación sexual.
-El instinto de conservación, buscando alimentos, evitando peligros, etc., procura conservar el ser humano, y es así, en el mejor sentido del término, una tendenciaegocéntrica.
-La tendencia sexual, por el contrario, procura comunicar el ser humano, en primer lugar hacia el cónyuge, y en seguida hacia el hijo posible; y es, pues, así una tendencia en sí misma alterocéntrica.
Por eso una interpretación meramente libidinosa de la sexualidad, asociada históricamente a la anticoncepción, que disocia radicalmente amor y posible transmisión de vida, pervierte la tendencia sexual, dándole aquella significación puramente egocéntrica, propia del instinto de conservación. Es el amor verdaderamente conyugal, abierto a la vida nueva, el que da al amor sexual su grandiosa significación objetiva. Es el amor que transforma a los esposos en padres, en padres de unos hijos que son a un tiempo confirmación y prolongación de su propio amor conyugal.
Religiosidad del amor sexual
Si no estáis ciegos, es decir, si reconocéis que todo ser del mundo visible es un ser contingente, que no tiene en sí mismo la razón de su existencia, sino que necesita continuamente ser sostenido en ella por Otro, tendréis que concluir que Dios crea continuamente, manteniendo cada día en la existencia las criaturas que él ha creado.
Y demos otros paso más, acercándonos al misterio de la criatura humana. El nacimiento en el mundo de un nuevo ser humano constituye algo absolutamente nuevo, que no sería posible sin la intervención personal de Dios. Ese nuevo espíritu del hombre nacido no puede proceder meramente de la unión sexual física entre el hombre y la mujer. Es Dios quien crea directamente el alma humana, espiritual e inmortal, y es Él quien la une sustancialmente al cuerpo embrional en el momento mismo de su concepción en el seno materno.

Esta inefable religiosidad, esta misteriosa sacralidad del acto sexual ha sido intuida desde siempre, aunque oscuramente, en todos los pueblos y culturas, y es conocida aún más claramente -como lo veremos más adelante- a la luz de la Revelación cristiana.