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ALIMENTO PARA EL CAMINO. Esforzaos no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna... (Jn 6) No basta iniciar el camino; es preciso recorrerlo hasta el final. Es un trayecto …Más
ALIMENTO PARA EL CAMINO.

Esforzaos no por el alimento que perece,
sino por el que perdura hasta la vida eterna
...
(Jn 6)
No basta iniciar el camino; es preciso recorrerlo hasta el final. Es un trayecto largo, y a veces difícil, y necesitamos recuperar energías a diario.

Narra el libro de los Reyes cómo el Profeta Elías realizó un viaje a través del desierto que duró cuarenta días, con la energía que le proporcionó una sola comida enviada por el ángel del Señor.
Cuando Elías supo que Jetsabel le perseguía para matarlo, tuvo miedo y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Anduvo por el desierto una jornada de camino, y después descansó bajo una retama. Tan cansado estaba que se deseó la muerte. No podía más, se encontraba sin fuerzas para continuar. Entonces, dijo:
¡Basta ya, Señor! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!
Se quedó dormido bajo la retama, pero un ángel lo tocó y le dijo:
—Levántate y come.
Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y se volvió a acostar. Llegó por segunda vez el ángel del Señor, lo tocó y le dijo:
—Levántate y come, porque te queda por andar aún un largo camino.
Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb
(1 Rey 19).
Nosotros tenemos nuestro propio Horeb, el Cielo, donde también nos espera el Señor. Y, con frecuencia, notamos que nos faltan fuerzas. «Conocía el Maestro que el camino de nuestra vida es largo; que a la fatiga del cuerpo se unen otras dificultades y peligros; le constaba que nosotros, sus discípulos, abandonados a nuestros solos recursos, no podríamos llegar al término de esa senda. Y se quedó a nuestro lado para ayudarnos a superar todos los obstáculos, sosteniéndonos como alimento de nuestras almas»1. Ecce panis angelorum... He aquí el pan de los ángeles, hecho alimento de los caminantes..., canta la liturgia2.
Aquella comida era imagen y símbolo de la Eucaristía, sacramento que fortalece nuestra debilidad en cada día de marcha por esta tierra, donde nos encontramos como peregrinos y con no pocos peligros. Sin este alimento nos sería muy difícil alcanzar la meta. Es el pan de nuestra peregrinación3.
También nosotros, cada día, oímos, como Elías: come, porque te queda un largo camino por recorrer.
A la Sagrada Comunión en los primeros tiempos del Cristianismo se la llamó precisamente Viático, por la analogía entre este sacramento y el viático o provisiones que los romanos llevaban consigo para el camino. Más tarde se reservó el término Viático para designar el conjunto de auxilios espirituales, de modo particular la Sagrada Eucaristía, con que la Iglesia pertrecha a sus hijos para la última y definitiva etapa del viaje hacia la eternidad. La consigna sine viático ne exeant, que no se marchen hacia la otra vida sin estas provisiones, se mantuvo con firmeza en la Iglesia desde los primeros tiempos. En el testimonio de la muerte de san Ambrosio, en el siglo iv, se dice que «apenas recibió el cuerpo del Señor, expiró, y se llevó consigo tan buen viático para el camino».
El Espíritu Santo nos impulsa en lo hondo de nuestro corazón a tratar a Jesús con esmero, a desear vivamente que llegue el momento de acercarnos a recibirle; contaremos hasta las horas... y los minutos que faltan para tenerlo en nosotros. Acudiremos al Ángel Custodio para que nos ayude a prepararnos bien, a dar gracias. Nos dará pena que corra tan deprisa ese tiempo en que Jesús Sacramentado permanece en el alma después de haber comulgado. Santa Teresa del Niño Jesús nos cuenta cómo preparaba su alma para la comunión:
«Me imagino a mi alma como un solar, y pido a la Santísima Virgen que quite de él los escombros que pudieran impedir estar limpio. Luego le suplico que levante Ella misma una amplia tienda digna del cielo, que la adorne con sus propios aderezos. Después invito a todos los ángeles y santos a que vengan a dar un magnífico concierto. Creo que, cuando Jesús baja a mi corazón, está contento de verse tan bien recibido y yo también estoy muy contenta.
»Nada de esto impide, sin embargo, que las distracciones y el sueño vengan a veces a visitarme. Pero cuando salgo de la acción de gracias, viendo lo mal que la he hecho, tomo la resolución de permanecer todo el día en una continua acción de gracias...»4.
Durante el día es lógico que nos acordemos con nostalgia de aquellos momentos en que tuvimos a Jesús tan cerca, y esperemos, impacientes, que llegue la nueva oportunidad de recibirle. ¡No permitamos que se metan la rutina ni la dejadez, ni la precipitación en estos instantes, que son los más grandes de la vida del hombre! El Cielo y la tierra se unen en nuestra alma, pues «quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad»5.
No tengamos prisa después de comulgar. ¡Nada es más importante que saborear esos minutos con Él! Nada es tan provechoso.
1.- J. Echevarría, Itinerarios de vida cristiana, Ed. Planeta, Barcelona, 2001.
2.- Secuencia Lauda, Sion, Salvatorem.
3.- Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1392.
4.- Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrito A, folio 80-r.
5.- Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, 18.
Cfr. El día que cambié mi vida

Para poder hablar de Dios, lo primero es Hablar con Dios y querer escucharle : Nueva Evangelización
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