Nuestra Señora Aparecida - Santuario Mariano Más Visitado del Mundo

Ni Lourdes, ni Fátima, tampoco Medjugorje. Poco conocido fuera del país, el santuario basílica de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, situado en la ciudad de Aparecida, Brasil, es el santuario mariano más visitado del mundo, recibiendo entre 12 y 13 millones de visitantes anuales. De hecho, se encuentra entre los lugares turísticos más visitados del mundo: entre el Golden Gate Park, en San Francisco (EE UU), con 13 millones de visitantes y Disneyland París (11,2 millones de visitantes), o la basílica del Sacré-Coeur (Francia), con 10,5 millones de visitantes. Comparada aún con otras ciudades, la pequeña Aparecida, con 40.000 habitantes, recibiría más visitantes que Estambul (11,8 millones), y algo menos que Dubái, con 13,2 millones de visitantes (datos de 2016-2017).

Interior de la basilica (foto: gobierno del estado de Sao Paulo)

Una área de más de un millón de metros cuadrados

Situada entre São Paulo (a 170 km.) y Río de Janeiro (a 264 km.), recibe entre 150.000 y 200.000 peregrinos sólo el 12 de octubre, día dedicado a la fiesta de Nuestra Señora de Aparecida. Con una superficie de 12.000 m2 (sólo el templo), es la tercera iglesia más grande del mundo, y mayor que las catedrales de Milán (11.700 m2) o Sevilla (11.520 m2). El santuario tiene capacidad para 45.000 personas sentadas o 70.000 en total, contando los alrededores; y 300.000 en masas al aire libre.

El complejo del santuario tiene una área de más de 1,3 millones de metros cuadrados, y alberga un centro comercial con 380 tiendas y restaurantes, 900 baños, un hotel de 15 plantas con 330 habitaciones, un helipuerto, establos para los caballos de los peregrinos y el mayor aparcamiento de América Latina (285.000 metros cuadrados), con capacidad para 2.000 autobuses y 3.000 automóviles. Esta estructura es mantenida por 2.000 empleados, sin contar los voluntarios que ayudan en los periodos de mayor afluencia.

Una devoción iniciada hace 300 años

Hasta 1822, Brasil era una colonia de Portugal. Con el descubrimiento de oro en la región de Minas Gerais (sureste de Brasil) a principios del siglo XVIII, luchas, a veces sangrientas, agitaban a los exploradores del metal precioso de esa región.

En junio de 1717, Pedro de Almeida e Portugal, Conde de Assumar, llegó a Brasil para gobernar la Capitanía de São Paulo y Minas, que sumaba un área de más de 2.500.000 km2 (mayor que el territorio de México o Arabia Saudí).

La capilla del santísimo sacramento

Ante los disturbios en Minas a causa de las minas de oro, Pedro de Almeida e Portugal decidió viajar al lugar de los desórdenes. En su camino, pasaría por la región de Guaratinguetá (donde hoy está Aparecida) entre el 11 o el 12 de octubre de 1717. El ayuntamiento ordenó entonces a los pescadores que presentaran todo el pescado que pudieran conseguir para ofrecer un banquete en honor del gobernador.

Entre otros, Domingos Martins Garcia, João Alves y Felipe Pedroso salieron a pescar en sus canoas, recorriendo un largo tramo del río sin capturar ningún pez. En un punto determinado, João Alves echó la red, sacando el cuerpo de una estatua de Nuestra Señora, sin cabeza, y, echando de nuevo la red más abajo, sacó la cabeza de la misma Señora. La imagen encontrada tenía 38 cm de altura y, debido a que había permanecido sumergida en las aguas del río durante mucho tiempo, era de color marrón. Nunca se descubrió quién la había arrojado al río.

La estatua de Nuestra Señora Aparecida

Continuando con la pesca, a partir de entonces las capturas fueron tan abundantes que, temiendo naufragar por la gran cantidad de peces que llevaban en las canoas, los tres pescadores regresaron a sus casas, asombrados por este éxito. Entonces limpiaron la imagen con mucho cuidado, y comprobaron que representaba a Nuestra Señora de la Concepción, a la que la gente empezó a llamar sin demora "Señora Aparecida", por haber aparecido en las aguas. Felipe Pedroso conservó la imagen en su casa durante varios años; finalmente, decidió regalársela a su hijo Atanasio, quien, movido por su fe, levantó un pequeño oratorio donde colocó la venerable efigie; Fue allí donde la gente del vecindario comenzó a reunirse los sábados por la noche para rezar el santo rosario y practicar sus devociones.

Una vez, durante una de estas prácticas, sucedió que, aunque la noche fuera muy tranquila, las velas que iluminaban la imagen de la Señora se apagaron de repente. Los fieles, que deseaban volver a encenderlas, se sorprendieron al comprobar que, sin la intervención de nadie, se volvieron a encender.

La capilla de las velas (foto: Márcio Chagas)

El mismo hecho se repitió en otras ocasiones, y el párroco de Guaratinguetá, el padre José Alves Vilela, se enteró. El sacerdote decidió entonces construir una capilla más grande para la estatua, capaz de satisfacer el creciente número de devotos de la Virgen, que multiplicaba las gracias y los beneficios sobre los fieles.

Entre los milagros que provocaron mucho fervor entre el pueblo, se cuenta el de un esclavo fugitivo, ocurrido hacia 1790, que era conducido de vuelta a la hacienda por su señor. Al pasar por la capilla, pidió rezar ante la imagen. Mientras el esclavo rezaba, la cadena se cayó de repente, dejando intacto el collar que le sujetaba el cuello. La cadena sigue colgada hoy en la pared del mismo Santuario como testimonio y recordatorio de que María Santísima tiene la suprema autoridad para desatar las ataduras de los pecadores arrepentidos. Aquel caballero, conmovido por el milagro, liberó al esclavo y lo acogió en su casa.

La cadena del esclavo, expuesta en el museo del santuario

Reconocimiento pontificio

La basilica antigua

La pequeña capilla, al quedarse pequeña por la afluencia de devotos y peregrinos, dio paso, en 1743, a un santuario situado en el punto más alto de la región, que más tarde se convertiría en la ciudad de Aparecida. Le sucedió un templo mucho más grande, consagrado el 8 de diciembre de 1888 por el obispo de São Paulo. El Papa León XIII, en 1895, autorizó la celebración de la fiesta de Nuestra Señora Aparecida el primer domingo de mayo. El 2 de marzo de 1906, el Papa Pío X concedió la celebración de la misa y el oficio dedicados a Nuestra Señora Aparecida, y el 29 de abril de 1908, el santuario recibió el título de Basílica Menor.

El 16 de julio de 1930, el Papa Pío XI proclamó a Nuestra Señora Aparecida como Patrona principal de Brasil. Al año siguiente, el 31 de mayo, la imagen de la Virgen fue llevada desde Aparecida a Río de Janeiro (entonces capital de Brasil), donde recorrió en procesión el centro de la ciudad. Finalmente, en presencia del Presidente de la República, de las autoridades civiles y militares, del episcopado brasileño y de una multitud de fieles, el Cardenal-Arzobispo de Río de Janeiro pronunció el acto de consagración de todo Brasil a Nuestra Señora Aparecida.


En 1980 se inauguró una nueva basílica en la parte baja de la ciudad, cerca del río donde se encontró la imagen, y conectada a la antigua basílica (en la parte alta) por una pasarela de 389 m de largo y 35 m de altura. Es la actual basílica, alrededor de la cual se construyó todo el complejo ya descrito al principio de este artículo.

La pasarela conectando las dos basilicas (foto: Ana Paula Prada)

La devoción a la Virgen Aparecida sigue creciendo. Hasta hoy se reportan milagros y favores de orden físico obtenidos por la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida en su Santuario. La Sala de las Promesas, también conocida como "Sala de los Milagros", recibe aproximadamente 19 mil ex votos al mes, y en octubre esta cifra alcanza los 30 mil. Pero más que las curaciones físicas, lo que más importa allí son los numerosos casos de conversión espiritual y de curación interior conseguidos gracias al patrocinio de María Santísima.

La "sala de los milagros"

Video: recorrido a pie por el santuario



Esta es una serie de artículos sobre santuarios marianos menos conocidos en el mundo. Estos son los otros artículos de la serie:
Kuravilangad, el Santuario Mariano Más Antiguo del Mundo