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La homosexualidad devasta a la Iglesia, pero no se habla más de ella

Por STEFANO FONTANA

Llega la Carta del Papa al pueblo de Dios, la cual confirma un dato ahora inequívoco: la Iglesia de hoy no quiere hablar más de la homosexualidad, el tema está formalmente excluido de la predicación. Si observamos en torno debemos constatar que todos, en la Iglesia, desde hace tiempo han dejado de evaluar moralmente la homosexualidad y directamente evitan hablar de ella. El tema ha desaparecido de las homilías, de los discursos, de la prensa católica. La expresión permanece en pie sólo en alguna iniciativa pastoral dirigida a incluir a las parejas homosexuales en el tejido eclesial, con modalidades expresivas que solamente saben de acogimiento y nunca de evaluación.

Finalmente llegó la Carta del Papa al pueblo de Dios, confirmando un dato ahora inequívoco: la Iglesia hoy no quiere hablar más de la homosexualidad, el tema está formalmente excluido de la predicación. En realidad, incluso en la Carta escrita por el papa Francisco difundida ayer [20 de agosto de 2018] y con respecto a la "devastación" de la Iglesia estadounidense provocada por el ejercicio de la homosexualidad en el clero, ni una sola palabra sobre ésta última. Sólo se habla de "abusos", como si se pudieran silenciar las habituales relaciones homosexuales de un cardenal con sacerdotes y laicos, dada la mayor edad y el consenso de los protagonistas. Como si no se hubiera comprobado ahora que es la homosexualidad la que provoca, difundiendo los abusos, y no los abusos que suscita la homosexualidad. Como si sólo los abusos, y no también la homosexualidad, son una forma de laceración de la conciencia que el papa Francisco denuncia en su Carta, ejemplificándola con un no mejor identificado "clericalismo" y sin atribuirla a la homosexualidad.

El escándalo que abrumó al cardenal McCarrick, que ha salpicado objetivamente muy cerca al cardenal Farrell, y que recientemente explotó con el informe sobre Pennsylvania, tiene por objeto el ejercicio de la homosexualidad en la Iglesia y nada más. Ejercicio de la homosexualidad que ha invertido en gran parte a la Iglesia estadounidense y que ha escalado muy alto en las jerarquías eclesiales y vaticanas. Pero frente a la devastadora situación que, repetimos, tiene por objeto la homosexualidad y nada más, se dice de todo, pero no que la homosexualidad es un desorden, un mal intrínseco, una violencia inadmisible, una práctica siempre gravemente inmoral, un pecado, la negación del plan de la creación. A la gravedad inaudita de la situación se suma la gravedad aún más inaudita del silencio, que de hecho encubre la gravedad de la situación, la esconde desviando la atención hacia otras cosas, importantes pero no centrales. ¿Cómo se podrá combatir al mal sin llamarlo así? ¿Y al evitar llamar mal al mal, ya no se es cómplice incluso sin hacer nada?

Si miramos a nuestro alrededor debemos constatar que todos, en la Iglesia, desde hace tiempo han dejado de valorar moralmente la homosexualidad e incluso evitan hablar de ella. El tema desapareció de las homilías, de los discursos, de la prensa católica. La expresión permanece sólo en alguna iniciativa pastoral dirigida a incluir a las parejas homosexuales en el tejido eclesial, con modalidades expresivas que sólo saben de acogimiento y nunca de evaluación. Me parece que durante el largo inter del caso Staranzano nunca he leído ninguna declaración del obispo de Gorizia que reitere la valoración negativa de la homosexualidad, expresada siempre por las [Sagradas] Escrituras y el magisterio de la Iglesia. En el caso del párroco veronés que estaba "casado" con su compañero, el obispo dijo y escribió cosas hermosas sobre el matrimonio y la familia, pero no confirmó expresamente la doctrina católica sobre la homosexualidad.

Todos callan sobre la homosexualidad, pero luego se permite al padre James Martin hablar de ella en el Encuentro de las Familias, en Dublín, y hablar de ella no sólo como un problema pastoral sino como una oportunidad para la vida de gracia. Nacen las protestas, hay cardenales que renuncian a participar, otros dicen que no participarán... pero no se toca al padre Martin. Entiendo que, por conveniencia política, algunos eminentes hombres de Iglesia que ahora están muy comprometidos y que se sientan en la presidencia de importantes dicasterios, quizás sean trasladados después de Dublín. Caso contrario, el fracaso sería demasiado. Pero el padre Martin podría ser eliminado del programa.

Es en este punto que el simple fiel de la Iglesia Católica elabora dos de sus ideas que resumen la situación. Lo primero que le parece evidente es que existe una fuerte presencia homosexual en la Iglesia, la segunda es que esta fuerte presencia trabaja para cambiar la doctrina de la Iglesia sobre la homosexualidad. Es para disipar esta hipótesis que se siente de manera urgente la necesidad que el Papa, cardenales y obispos llamen a la homosexualidad con su nombre, sin preservarlo en silencio bajo un vacío extremo.

Pero, se dirá, en el Catecismo y en otros mil documentos del Magisterio – además de san Pablo – la cosa se aclara, y para siempre. Es cierto, pero conocemos el clima teológico de hoy: no hablar más de la homosexualidad, ni hablar sin condenarlo y dentro de un contexto pastoral abierto y dialogante, con la intención de construir puentes y no muros, de concentrarnos en las cosas que unen y no en las que dividen, en la imposibilidad de juzgar porque sólo Dios juzga y otros eslóganes similares... significa dejar las puertas abiertas, permitir la aceptación de hecho sobre la cual después los teólogos construirán la aceptación de derecho, para lo que ya se está trabajando desde hace tiempo. En la Iglesia no se habla más de la homosexualidad, porque ahora se la entiende como una situación "imperfecta" que hay que aceptar y purificar, valorizando sus aspectos positivos. Pero ahora el silencio ya esconde una nueva doctrina.

Publicado originalmente en italiano el 21 de agosto de 2018, en lanuovabq.it/it/lomosessualita-…

Traducción al español por: José Arturo Quarracino