Kevin Angel

Evangelio según San Juan 18, 1-40. 19, 1-42. (25/03/2016)

Viernes Santo de la Pasión del Señor
Tu cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del árbol de la cruz ha venido la alegría al mundo entero. (Antífona de la Adoración de la Cruz)
¿Qué pensaría el Padre al ver a su Hijo clavado en la cruz? La Escritura nos sugiere que, quizá, diría algo así:
“He engendrado un solo Hijo, pero ahora, gracias a su muerte y su resurrección, he adoptado a muchísimos hijos e hijas de todo pueblo, lengua y nación (v. Hebreos 2, 10-11). Hijos míos, su padre humano, Adán, se alejó de mí y prefirió la muerte espiritual. Pero ahora él y toda su descendencia pueden tener vida nueva. Lo que ustedes heredaron fue la separación de Dios, pero ahora todos los que creen en mi Hijo Jesús tienen una nueva herencia. Ahora, en él, ustedes son coherederos de la vida celestial y eterna (v. Romanos 8, 14-17). En él ustedes heredan todo mi amor, mi sabiduría, mi misericordia, mi poder sanador y mi paz.
“Antes ustedes estaban agobiados por el peso de la culpa y no podían librarse. Pero gracias a la Sangre de mi Hijo, la culpa de ustedes ha sido lavada y borrada (Hebreos 9, 14; Romanos 6, 4). Ustedes vivían sin esperanza y esclavizados por el pecado, el miedo, el afán de placeres pasajeros (Efesios 2, 12), el odio y la ira; pero ahora son libres porque son hijos míos (Romanos 6, 17-18; 8, 21).
“Mi Hijo resucitó de las tinieblas del sepulcro y reclamó su justo lugar en el trono celestial. Él es el árbol de la vida que rechazaron Adán y Eva, pero ahora él los llama a ustedes a comer de sus frutos y recibir la vida (Juan 15, 1-7; Apocalipsis 2, 7). Todos los que buscan la comunión conmigo, la reciben sólo a través de él. Su nombre será exaltado, venerado y bendecido eternamente por encima de todo otro nombre. Toda rodilla se doblará y toda lengua proclamará que Jesucristo, mi Hijo, es el Señor (v. Filipenses 2, 9-11).”

“Padre Santo, concédenos contemplar la plenitud de la gloria de tu Hijo y comprender la eficacia de la cruz para que vivamos en la libertad de tus hijos, y conozcamos el gozo que sólo viene de la cruz. Danos, Señor, la gracia necesaria para adorar a Jesús como nuestro Salvador, venerar su cruz y alabar su resurrección, todos los días de nuestra vida. Amén.”

Kevin Angel

Evangelio según San Juan 5, 31-47. (10/03/2016)

Cuando alguno de nosotros afirma que Jesús es el Señor lo hace como resultado directo de la obra reveladora del Espíritu Santo que desea convencerlo de esta verdad.
No se debe a que seamos buenos ni sumamente inteligentes ni a que creamos mucho en Cristo; por el contrario, creemos porque Dios ha actuado en nosotros y ha vivificado la fe en nuestro corazón. Esto es lo que significa lo que Jesús dijo: “El Padre, que me ha enviado, da pruebas a mi favor.” De hecho, Dios no ha dejado jamás de dar testimonio de la majestad de Jesús ni de la redención que él ganó para nosotros.
¿Cómo es que Dios da testimonio de Cristo y nos lleva a creer en él? No tiene que ser mediante manifestaciones espectaculares. Ninguno de nosotros ha visto el cielo abierto ni a Jesús en forma física, al menos eso pensamos, pero de todas maneras creemos. ¿Por qué? Porque hemos experimentado la presencia del Señor en situaciones ordinarias pero de un modo evidente e innegable.
Día tras día, Dios nos manifiesta su presencia dulce y poderosa de maneras sencillas y sutiles, pero, si no ponemos atención, las podemos pasar por alto. Sin embargo, mientras más nos acostumbremos a dedicar tiempo al Señor —en la oración privada, en Misa, frente al Santísimo o leyendo la Sagrada Escritura— mejor podremos percibir las mociones del Espíritu Santo; comenzaremos a detectar su amor en el servicio que prestan los sacerdotes, que trabajan incansablemente en nuestras parroquias muchas veces sin que nadie les agradezca, escucharemos la voz suave y casi imperceptible del Señor en las palabras consoladoras y reconfortantes de algún amigo en tiempos de adversidad; reconoceremos la mano de Dios cuando nos sintamos inspirados a orar por algún enfermo o hablarle a alguien que obviamente no conoce al Señor.
En muchas circunstancias del diario vivir, Dios trabaja dando testimonio de su Hijo y nos ofrece sus bendiciones y su amor. Si usted no cree haberlo experimentado conscientemente, pídale al Señor que le abra los ojos hoy para que vea las numerosas personas y situaciones que dan testimonio de la salvación que Jesús obtuvo para usted en la cruz.

“Jesús, Señor mío, abre mis ojos para que yo reconozca las muchas maneras en que prodigas tu amor sobre mí y los míos; luego, abre mis labios, te lo ruego, para alabarte y darte gracias.”

Kevin Angel

Evangelio según San Lucas 4, 24-30. (29/02/2016)

Jesús es el médico divino a quien prefiguraron los profetas Elías y Eliseo en el Antiguo Testamento. La lectura de hoy nos hace recordar que Eliseo fue enviado a Israel como sanador y médico, pero el que recibió la curación no fue un judío, sino un general sirio, Naaman.
Uno de los efectos del pecado es rechazar a Dios y su obra. En el amanecer de la historia, el poder del pecado se desencadenó sobre el mundo; la humanidad quedó profundamente infectada por el pecado, que nos predispuso a todos a desobedecer a Dios y rechazar el plan de su amor. Podemos comparar el pecado con la lepra que azotó Israel durante la época de Eliseo. La lepra es una enfermedad que desfigura y carcome el cuerpo e impide entender el amoroso plan de Dios para sus hijos. El Señor envió a los profetas Elías y Eliseo como instrumentos de curación, pero en lugar de ser aceptados con gratitud, lo que encontraron fueron desconfianza, incredulidad y rechazo.
De modo similar, Jesús es el médico divino y la perfecta revelación del plan de Dios para devolver la salud física y espiritual a la humanidad; sin embargo, él fue igualmente rechazado, odiado y despreciado. Dios envió a Jesús para curarnos, pero nosotros tenemos la libertad de aceptarlo o rechazarlo. Aun cuando constantemente enfrentamos la disyuntiva de aceptar o rechazar a Cristo en lo que hablamos y hacemos, el Señor desea sanarnos de todo el daño y la confusión que ha causado el pecado en nuestra relación con Dios y con el prójimo.
Es importante recibir la curación que el Señor obra en sus fieles, especialmente la sanación espiritual, pero muchas veces la curación física también es importante. De ese modo, él puede actuar libremente en nuestra vida, pero hay que dejar de lado las ideas preconcebidas acerca de lo que debe hacer Dios y simplemente permitirle actuar en nosotros con toda libertad. Como médico experto, Jesús sabe perfectamente cómo tratarnos; sabe lo mucho que el pecado nos priva de nuestra dignidad de seres humanos e hijos de Dios, por eso su diagnóstico es preciso y veraz, pero al mismo tiempo rebosa amor y compasión.

“Cristo, mi Salvador, me arrepiento de rechazar a veces la obra que tú deseas realizar en mi corazón. Ayúdame, te ruego, a someter mi mente y mis deseos a tu voluntad y concédeme la gracia de amarte y aceptarte de todo corazón.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 16, 13-19. (22/02/2016)

La Cátedra del Apóstol San Pedro
En esta fiesta, la Iglesia reflexiona sobre la importancia de la enseñanza de San Pedro y sobre lo esencial que es la fe en Cristo para esta enseñanza. La fidelidad de Dios es eterna y el Señor ha mantenido sus promesas y su alianza de generación en generación, a pesar de la infidelidad, la rebeldía, la traición y la idolatría de su pueblo. Esta alianza encuentra su pleno cumplimiento en Cristo y en su Iglesia. Jesucristo, nuestro Señor, selló el inicio de la Nueva Alianza fundando su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles, con Pedro, “la Roca”, como cabeza visible en el mundo, es decir, el Papa. Y el Señor ratificó esta “alianza nueva y eterna” instituyendo la Sagrada Eucaristía, memorial de su Pasión redentora, el pacto de Dios con los hombres que fue sellado con su Sangre preciosa para la remisión de los pecados de todos.
Cuando Jesús les preguntó “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”, la respuesta de Pedro fue producto de la inspiración divina: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.” Fue el conocimiento interior prometido por Dios para todos aquellos con quienes estableció la Nueva Alianza.
La buena noticia para nosotros es que Pedro no siempre fue el líder inspirado que aquí vemos. Al principio de su discipulado cometió muchos errores, como también los cometemos nosotros, pero tuvo un mérito muy valioso que ojalá todos lo tuviéramos: Amó entrañablemente al Señor Jesús y fue dócil a la inspiración del Espíritu Santo. Con el correr de los años, su apostolado se fue perfilando claramente, y su carácter se fue forjando en el crisol de la persecución y el sufrimiento; sólo el amor y la fidelidad a Cristo le permitieron llegar hasta el final. Por eso, ahora, al escuchar la lectura de su primera carta, vemos que finalmente llegó a ser, no sólo un cristiano maduro y sabio, sino el primer Papa de la Iglesia.
Así pues, si todos nos mantenemos unidos a Cristo y nos dedicamos a la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la recepción de los Sacramentos y el servicio al prójimo, todos podemos llegar a ser también cristianos sabios y maduros.

“Padre amado, te pedimos por el Papa Francisco que hoy ocupa la Cátedra de San Pedro. Bendice su ministerio y sostenlo en la verdad, mientras él pastorea el rebaño y lo lleva hacia tu Reino eterno.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 5, 43-48. (20/02/2016)

El Señor sabe cómo somos y cuáles son nuestras luchas y aspiraciones, pero lo que él desea es llevarnos más cerca de su perfección.
Reflexionando sobre lo que dijo Jesús, de “amar a los enemigos,” San Cipriano, en el siglo III d.C., alentaba a sus feligreses a poner atención a cómo se relacionaban los unos con los otros. Tomemos en serio sus palabras hoy y pidámosle al Espíritu Santo que nos libre de toda división, celos y orgullo:
“Si quieres alcanzar los premios del cielo, despójate de toda mala intención y refórmate en Cristo. Tienes que quitar las espinas y los abrojos de tu corazón para que la semilla del Señor produzca una cosecha abundante, de manera que la amargura que se ha depositado en tu corazón sea diluida por la dulzura de Cristo. Al recibir el sacramento de la cruz, deja que el madero que figuradamente endulzó el agua en Mara actúe en la realidad para ablandarte el corazón.
“Ama a los que odiabas; muéstrate servicial con aquellos a quienes solías envidiar. Imita a los buenos, o al menos alégrate con ellos en su virtud; en lugar de impedirles el paso, únete a ellos con el vínculo de la fraternidad. Porque solamente se te perdonan los pecados cuando tú has perdonado a los demás, y luego Dios te recibirá en paz.
“Si quieres que tus pensamientos y obras sean dirigidos desde lo alto, has de considerar las cosas que son divinas y rectas. Piensa en el paraíso, al que Caín no puede entrar porque mató a su hermano por envidia; piensa en el ámbito celestial, al que Dios admite sólo a quienes tienen el corazón y la mente claramente definidos. Considera que sólo los que abogan por la paz pueden llamarse hijos de Dios; y que estamos bajo los ojos de Dios, siguiendo adelante con la vida y la conversación con Dios mismo, que todo lo observa y lo juzga. Y si ahora deleitamos a Quien nos ve por nuestras acciones, y deseamos siempre agradarle, nos mostramos dignos de su favor y al final lo contemplaremos en toda su gloria.”

“Señor, dame fuerzas para quitar todo rencor y mala intención de mi corazón. Quebranta la dureza de mi ser por el fruto de tu cruz, para que yo no desee otra cosa que complacerte a ti en lo que diga y haga por mis hermanos.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 5, 20-26. (19/02/2016)

“Pero yo les digo… ” (Mateo 5, 22)
¿Quién ha podido vivir como nos indica el Señor, aparte de los apóstoles y grandes santos? En realidad, ninguno de ellos podría haberlo hecho si no hubiera sido por el Espíritu Santo. Eran tan humanos como cualquiera de nosotros, y tampoco tenían poderes especiales. La diferencia es que llegaron a ser héroes por su fidelidad al Señor y su docilidad a la obra transformadora del Espíritu Santo. Pero Dios tuvo que trabajar en ellos para que crecieran en rectitud y santidad, tal como tiene que hacerlo con nosotros.
Pensemos en San Pedro. En la última cena dijo que estaba dispuesto a morir con Jesús, pero esa misma noche ¡negó conocer al Señor! Pedro era impulsivo y lleno de nobles ideas, pero cuando llegó la hora de la prueba falló, porque sus ideas no eran más que buenas intenciones desprovistas de todo poder. Sin embargo, cuando el Espíritu Santo vino sobre él y lo llenó de gracia y poder, quedó transformado y finalmente pudo morir por Jesús como había prometido. Pero este cambio no se produjo de la noche a la mañana; fue un proceso de años, de un continuo decir “no” a la carne y “sí” al Espíritu de Dios que habitaba en él.
Lo mismo sucedió con todos los demás santos. En el siglo XVI, San Ignacio de Loyola fundó la Compañía de Jesús, la Orden de los Jesuitas, pero no sin antes haber sido un joven soldado idealista que disfrutaba de una buena batalla. En una guerra, fue herido en una pierna y quedó cojeando toda la vida. Pero tras una larga convalecencia Dios despertó en él un hambre por las cosas del cielo. Estos santos, como todos los demás santos de la historia, son ejemplos de la transformación que Dios realiza hasta en las personas más testarudas y difíciles.
Alegrémonos, pues, de llevar en nuestro interior el poder de Dios, que nos capacita para hacer mucho más de lo que podemos pedir o imaginar y para llegar a ser santos. Recibamos de buena gana al Espíritu Santo, para que seamos transformados día tras día y aprendamos a ser dóciles a la Palabra de Dios.

“Gracias, Espíritu Santo, por habitar en mi corazón. Gracias por tu presencia en mí para que yo sepa depender de ti, de tu fortaleza y tu gracia para ser un cristiano fiel y obediente.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 25, 31-46

“Cuando venga el Hijo del hombre…” (Mateo 25, 31)
La confusión es parte de la condición humana desde la caída del hombre. Como resultado, la humanidad ha tenido siempre la tendencia a complicar las cosas. Consideremos, por ejemplo, que la ley de Dios consistía en diez mandamientos básicos; sin embargo, para la época de Jesús, la ley de Moisés había evolucionado tanto que era un código sumamente elaborado.
Pero Jesús nunca fue complicado. Él podía aclarar, simplificar y resumir la ley aún más: Amar a Dios por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo. Precisamente por tener acceso directo a la mente de Dios, por medio del Espíritu Santo, el Señor siempre era capaz de llegar a la esencia del asunto. Esto se ve claramente en el caso del juicio final. Jesús dijo que cuando las ovejas sean separadas de los machos cabríos, tal acción no dependería de sutilezas doctrinales; simplemente se formarán dos grupos: los que se salven y los que no se salven, según la respuesta que den a una simple pregunta: ¿Me amaste lo suficiente como para amar y servir a los demás en mi nombre?
En uno de sus sermones, San Cesáreo de Arles (c. 470-542) dijo: “¿Qué clase de hombres somos, que queremos recibir cuando Dios da, pero no queremos dar cuando él nos pide? Cuando un pobre tiene hambre, es Cristo que está en necesidad: ‘Tuve hambre y no me diste de comer.’ Entonces, si quieres la firme esperanza del perdón de tus pecados, no desprecies al pobre miserable. Cristo tiene hambre ahora, hermanos, en todos los pobres; lo que él reciba en la tierra, lo devolverá en el cielo.
“¿Qué es lo que buscan ustedes cuando vienen a la iglesia? ¡Misericordia, por supuesto! Entonces, sean compasivos en la tierra, y a cambio recibirán la misericordia celestial. Un pobre te la pide a ti y tú se la pides a Dios. Él quiere un poco de comida; tú quieres la vida eterna. Dale al mendigo lo que tú esperas recibir de Cristo… Entonces, cuando vengas a la iglesia, da limosna a los pobres de acuerdo a tus medios.” (Sermones, 25)

“Amado Señor, sé que puedo dar testimonio de tu obra salvadora por la manera en que vivo cada día. Concédeme, Señor, sencillez de corazón para recibir tu gracia y aprender a amar al prójimo como a mí mismo.”

Kevin Angel

Evangelio según San Lucas 5, 27-32. (13/02/2016)

Todo ser humano, cualquiera sea su condición, es capaz de entregarse completamente a Dios; hasta el pecador más empedernido, al verse frente a la condenación, puede cambiar e iniciar una vida nueva.
Esto lo vemos en la práctica cuando el Señor fue a cenar en casa del publicano Leví, aunque ese proceder era escandaloso para los jefes religiosos. Poniendo en práctica el consejo del profeta de no acusar ni levantar calumnia, Jesús aceptaba a todos y trataba de llevarles el amor sanador de su Padre (Isaías 58, 9).
Jesús no se inquietaba tanto por los pecados de Leví, sino por el deseo que éste tuviera de aceptar su mensaje y cambiar de corazón. La conducta pecaminosa de Leví no lo desanimó, porque jamás había evitado a los “impuros” o pecadores; jamás sentía temor de que éstos le fueran a manchar su propia pureza y jamás condenaba a los pecadores señalándolos con el dedo; más bien, les hablaba con amor y les brindaba la pureza del Evangelio.
Por lo general, cuando vemos la conducta pecaminosa de otras personas, reaccionamos haciéndoles el vacío. Cuántos de nosotros hemos evitado alternar con personas de conducta cuestionable con el fin de “dejar en claro” nuestra posición, o dejado de invitar a casa a personas cuya vida inmoral nos incomoda. Muchos continuamos abrigando rencores y negándonos a relacionarnos con quienes han pecado en contra nuestra. Sin embargo, hemos de preguntarnos si esas actitudes han servido para que estas personas, a quienes hemos tratado de impresionar, se conviertan al Evangelio.
Jesús nos dio ejemplo de qué actitud debemos tener en estos casos. Sin haber comprometido jamás la verdad ni sugerir que uno pudiera pasar por alto las leyes de Dios, trató a todos con misericordia y respeto, fueran cuales fueran los pecados que llevaran consigo.
Lo que tenemos que hacer es aprender a salir de nosotros mismos y amar a los demás como lo hizo Jesús. No juzgue a las personas; solamente demuéstreles el amor de Cristo y se sorprenderá de lo poderoso que resulta el efecto que su actitud puede tener en ellas. No hay nadie que no pueda ser conducido a la rectitud de vida mediante el amor y la fidelidad de Dios.

“Espíritu Santo, concédeme un corazón humilde y compasivo, para demostrar bondad y paciencia con los demás, especialmente los que se han alejado de ti.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 9, 14-15. (12/02/2016)

Las prácticas penitenciales, como el ayuno, eran muy importantes para los discípulos de San Juan Bautista que, sorprendidos, le preguntaron a Jesús por qué sus seguidores no ayunaban.
Jesús respondió que no era lógico que lo hicieran mientras él, el Novio, estuviera con ellos; pero que llegaría el momento en que él se iría, entonces sería hora de ayunar. Las palabras “llegará el momento” (Mateo 9, 15) denotaban que habría tribulaciones entre el tiempo de la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús y el tiempo en que Cristo volvería en gloria a juzgar a los vivos y a los muertos. Entonces ciertamente convendría ayunar.
En la Didajé, un documento cristiano muy antiguo, se decía que los judíos ayunaban en privado los días lunes y jueves, mientras que los cristianos del siglo II debían ayunar los miércoles y viernes, en recuerdo de la pasión de Cristo. Los cristianos primitivos entendieron que el ayuno era una manera de humillarse ante Dios (Isaías 58, 3-9) y que esta práctica los fortalecía en la oración (Tobit 12, 8; 2 Crónicas 20, 3).
¿Por qué conviene ayunar ahora en el siglo XXI? Cuando Jesús nos llama a la conversión y al arrepentimiento, lo que desea principalmente no es ver una obra exterior, sino una conversión interior del corazón. El Catecismo de la Iglesia Católica contiene comentarios útiles acerca de la manera en que este arrepentimiento y conversión podrían manifestarse:
La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres de la Iglesia insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración y la limosna, que expresan la conversión de uno en relación a sí mismo, a Dios y a los demás. Junto a la purificación radical que opera el bautismo o el martirio, citan, como medio para obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos que uno realiza para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo, la intercesión de los santos, y la práctica de la caridad “que cubre multitud de pecados” (1434).

“Concédenos, Señor, tu gracia durante estos días de penitencia cuaresmal, para que a nuestras prácticas externas corresponda una verdadera renovación del espíritu. Por nuestro Señor Jesucristo (Oración colecta, Misa del día).”

Kevin Angel

Evangelio según San Lucas 9, 22-25. (11/02/2016)

Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. (Lucas 9, 23).
El sufrimiento y la adversidad son aspectos de la vida humana que no podemos evitar, y esta es la experiencia personal de todos. ¿Quién no ha pasado por dolores físicos o emocionales, incomprensiones, desilusiones e incluso enfermedades y tragedias? Todos los hemos experimentado. Pero cuando el Señor nos invita a “morir a nosotros mismos”, no se refiere tanto a esos padecimientos, sino a aceptar y hacer la voluntad de nuestro Padre celestial.
El Señor dice que la vida cristiana es como el grano de trigo, que debe morir para renacer y dar fruto, y nos promete que si nos unimos a él en su muerte, el Padre celestial nos acepta y nos cuida. Pero no hay que esperar decisiones u oportunidades realmente extraordinarias para poner en práctica esta forma de “morir”. Cada vez que tomamos pequeñas decisiones de cumplir la voluntad de Dios, morimos a nosotros mismos. Las cosas que podemos hacer para parecernos más a Cristo son orar con fidelidad, ser bondadosos con los demás, meditar en la Palabra de Dios, reconocer las faltas cometidas, arrepentirnos y recibir los sacramentos. Cuando actuamos de esta forma, empezamos a morir a nosotros mismos y recibimos la ayuda generosa que nuestro Padre celestial nos concede gozosamente.
Cada día tenemos que optar por la vida o la muerte, por seguir los caminos de Dios o dejarnos arrastrar por la corriente del mundo (v. Deuteronomio 30, 15-17). Cada día, si nos disponemos a recibir todo lo que Dios quiere darnos, el Espíritu Santo estará con nosotros para fortalecernos y consolarnos.
Aceptemos, pues, esta llamada de Dios y la libertad que ella trae consigo. Si día tras día decidimos vivir para Cristo en cada situación y morir a nuestro egoísmo y arrogancia, empezaremos a profundizar en la unión con Jesús. Además, nuestro Padre celestial nos fortalecerá y alentará a cada paso que demos. Aceptemos, pues, su voluntad y su providencia imitando a Jesús y entrando en la plenitud de su Reino.

“Padre mío, ¡te amo porque no me pides algo imposible, y me das la fortaleza de tu Espíritu a medida que me pongo en tus manos! Ahora, reconfortado con tu amor, quiero amarte más plenamente y aceptar de corazón tu voluntad para mi vida.”

Kevin Angel

Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18. (10/02/2016)

Miércoles de Ceniza
Una vez más llegamos al umbral de la Cuaresma, época de nuevas bendiciones y gracia de Dios, tiempo en el cual debemos cambiar de conducta para comenzar a experimentar la vida nueva que Cristo ganó para todos sus fieles. La gracia abundante y el amor que nos comunica el Espíritu Santo nos transforman para que lleguemos a experimentar una existencia alegre, productiva y satisfactoria, que es verdaderamente el inicio de la vida gloriosa que nos espera en el cielo.
Pero si queremos experimentar esta nueva vida de Dios, debemos empezar por tomar la decisión de renunciar a los hábitos de pecado que tal vez hemos mantenido por mucho tiempo. San Agustín (354-430) decía que “Muchos pecados pequeños, si no se les hace caso, son como diminutos granos de arena, pero cuando la arena se acumula y se amontona, pesa y aplasta.”
Las palabras de San Agustín son simplemente una reflexión sobre lo que Jesús había enseñado a sus discípulos acerca del valor y la práctica de la limosna, la oración y el ayuno. Jesús señaló que las obras espirituales deben hacerse con el fin de demostrar amor y verdad y que emanen de un conocimiento del amor y la providencia de Dios.
Y estas son precisamente las prácticas espirituales que nos propone la Iglesia para la Cuaresma, porque nos ayudan a centrar la atención en el sacrificio redentor de Jesucristo, nuestro Señor, y recibir la gracia de Dios. Estas prácticas son el ayuno, la oración y la limosna. El ayuno total se hace hoy Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y eso significa comer sólo una comida completa al día que no contenga carne y dos comidas parciales que juntas equivalgan a no más de una comida completa. Los demás viernes de Cuaresma se hace abstinencia, es decir, no se come carne.
Aparte de esto, nos conviene dedicar más tiempo y atención a la oración personal, la lectura de la Sagrada Escritura, especialmente los relatos de la pasión, crucifixión y resurrección del Señor. Debido a que la Cuaresma es un tiempo especial de examen de conciencia, reconocimiento de las faltas cometidas y arrepentimiento, conviene también ir a la confesión sacramental.

“Señor y Salvador mío, en esta Cuaresma, me comprometo a renovar mi entrega a ti, para recibir la vida nueva que tú nos prometiste.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 7, 1-13. (09/02/2016)

“Queremos obras y no palabras.” Esto es algo que comúnmente se dice para confrontar a alguien que se jacta de sus realizaciones, especialmente si no las ha demostrado con pruebas concretas.
Si la escena del Evangelio entre Jesús y los fariseos volviera a suceder el día de hoy, bien podía Jesús haberles dicho lo mismo a sus detractores. Estos fariseos conocían bien todas las reglas y normas para ser buenos judíos, pero no llegaban a ponerlas en práctica en el diario vivir de una manera que complaciera a Dios. Se preocupaban tanto de mantener limpios los utensilios que usaban para el culto que no se percataban de que Dios quería que también se purificaran el corazón y se arrepintieran de sus faltas.
Jesús les hizo ver esta situación señalando que algunos judíos buscaban detalles de la ley para eximirse de atender a sus padres ancianos. ¿Cuántas veces hemos caído nosotros en la misma trampa? ¿Tal vez hemos criticado en silencio a nuestros propios padres por tener hábitos que nos molestan? ¿O no les hemos demostrado el amor ni el respeto que ellos merecen? El amor, en su esencia misma, pasa por alto las imperfecciones de los demás, para que nuestro hogar sea una morada digna del Espíritu de Cristo, donde todos se sientan amados y apreciados.
Así pues, te invitamos hoy a que pongas en práctica lo que te dicta la fe. Si dices que amas a Cristo, no dejes de reservar un tiempo de tranquilidad, libre de interrupciones, para dedicarte a orar y darle la alabanza y el honor que merece el Señor. Si dices que eres empresario, profesional o trabajador cristiano, no dejes de tratar a tus empleados, subalternos o compañeros con respeto y dignidad. Si dices que amas a tu familia, busca una manera de demostrarles tu amor en la práctica, especialmente si has tenido diferencias con alguno de tus seres queridos. No seas como uno de esos fariseos, que honraban a Dios con los labios, pero no de corazón. ¡Que la autenticidad de nuestras palabras se demuestre claramente en nuestras acciones!

“Jesús mío, hoy quiero poner en práctica la fe que profeso, es decir, hablar, pensar y actuar según lo que sinceramente creo. Ayúdame a respetar a mis padres y tratar a toda mi familia, y también a mis amigos y conocidos, con amabilidad y buen ánimo, te lo ruego Señor.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 6, 53-56. (08/02/2016)

De toda aquella región acudían a él. (Marcos 6, 55)
El Evangelio de hoy nos permite percibir cuánto anhela Jesús tocar el corazón de su pueblo y salvarlo. Nos imaginamos que Jesús pasaba por los poblados y aldeas de Galilea y que, al llegar a una ciudad, el gentío lo reconocía y pronto le llevaban a los enfermos, los cojos, los inválidos y “le rogaban que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.”
¡Qué admirable que el Señor no pusiera condición alguna para recibir su toque sanador, y la mayoría de las veces esa curación física significaba también una sanación espiritual!
Cristo vino a librar al ser humano de todos los males causados por el pecado, por eso la curación es una demostración visible de que el Señor quiere salvar a toda la humanidad. Esto se ve claramente cuando uno considera el mensaje del Evangelio en su totalidad. El ministerio de Jesús está centrado en su pasión y su muerte en la cruz, porque allí se entregó por amor para salvarnos. Por eso, el sacrificio redentor es la obra más sublime de Cristo y las muchas curaciones físicas que hizo durante su ministerio terrenal fueron señales de esa salvación.
Lo importante es que, sea cual sea la forma en que Jesús actúe en nuestra vida, nosotros debemos acudir a su lado, como las multitudes de Genesaret, para pedirle que nos cure y nos salve así como sanó a aquellos enfermos. Es decir, para recibir la salud completa tenemos que reconocer nuestra necesidad y confiarnos humildemente y con fe en su toque sanador; así el Señor actuará poderosamente en nuestra vida.
Hay quienes piensan que no quieren “molestar” a Jesús con sus peticiones y necesidades; otros dicen que el Señor ya sabe lo que necesitan y por eso no piden. Pero analizando íntimamente lo que pensamos en el interior veremos que esas actitudes denotan falta de fe y confianza en que el Señor realmente nos ama y desea salvarnos. El Señor nos dice muchas veces que seamos insistentes, que pidamos, busquemos y llamemos a la puerta, porque así recibiremos lo que buscamos.

“Amado Jesús, te proclamamos Sanador y Salvador nuestro. Te pedimos, Señor, que nos cures el alma y el corazón, para que también sane nuestro cuerpo y así mantengamos siempre fija la mirada en ti.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 6, 30-34. (06/02/2016)

Jesús vino al mundo principalmente a librar a los humanos de la ignorancia y el pecado. Durante todo su ministerio terrenal, se vio rodeado de multitudes pero, con gran compasión y comprensión, se dio el tiempo necesario para “enseñarles muchas cosas” (Marcos 6, 34). En efecto, no fue sino hasta que les había dado alimento para el corazón y la mente, es decir, el mensaje del Evangelio, que empezó a preocuparse de sus necesidades físicas y les dio de comer pan y pescado; pero incluso éste fue un momento de enseñanza, porque el pan era una prefiguración del banquete de la Sagrada Eucaristía.
En la Santa Misa vemos que la Liturgia de la Palabra viene antes de la Liturgia de la Eucaristía, porque no hemos de aproximarnos a la mesa del Señor sino hasta tener el corazón y la mente llenos de su verdad. ¡Qué importante es poner atención a la proclamación de la Palabra de Dios y reflexionar detenidamente en lo que nos dicen las Sagradas Escrituras! Naturalmente experimentar el amor de Dios es algo vital, pero es nada más que una parte de la ecuación. Los humanos tenemos intelecto, emociones y voluntad, y si no nos preocupamos de alimentar el alma, no seremos capaces de doblegar eficazmente la naturaleza caída propia de la condición humana, porque no sabremos percibir la acción de Dios en nuestro corazón y en el mundo. De manera que no basta saber que el Señor está allí, también es preciso saber cómo actúa y someter nuestra vida a sus enseñanzas.
¿Deseas recibir la paz de Cristo? ¿Quieres verte libre de los pecados que te mantienen atrapado? Sumérgete de lleno en la Palabra de Dios para conocer la sabiduría divina; pídele al Espíritu Santo que te abra la mente cada vez que vas a Misa, y no te olvides de colocar la Biblia en un lugar visible de tu casa, para recordar que cada día debes alimentar tu espíritu. Sé ocurrente, creativo y mantente alerta; haz lo que sea necesario para leer el texto sagrado todos los días y aplicarlo en tu vida práctica. Recuerda que todos los días el Maestro está esperando a que le abras la puerta de tu corazón.
“Señor y Dios mío, te pido que me llenes cada día más de tu divina sabiduría y no permitas que me desvíe siguiendo sendas torcidas y pecaminosas.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 6, 14-29. (05/02/2016)

¡Qué extraordinario fue el testimonio de vida de Juan el Bautista que lo confundieron con el Salvador del mundo! Piense especialmente en el tiempo que Juan dedicaba a la oración, la meditación profunda en la Sagrada Escritura y en la libertad y el gozo que experimentaba al practicar el arrepentimiento. ¡Así fue como pudo llevar a tanta gente a creer en la misericordia de Dios!
Por esta relación tan personal que tenía con el Altísimo, Juan pudo reconocer que Jesús era el Mesías prometido y el enviado por Dios a bautizar con el Espíritu Santo. Así se dio cuenta de que, por muy importante que él fuera, su bautismo no era nada más que una preparación para este Bautismo más importante que Jesús ofrecería, es decir, la inmersión completa en el Espíritu y la vida misma de Dios, una inmersión que desencadenaría el poder divino para vivir tal como vivió el Mesías.
Ahora bien, así como Dios llamó y envió al Bautista, también nos llama y nos envía a cada uno de sus fieles a preparar el camino para que muchas personas más tengan la gloriosa experiencia de conocer y recibir a Cristo en su vida, y el Señor sabe que solamente podemos cumplir este cometido si hacemos lo posible por imitar a Jesús, como lo hizo Juan, y si confiamos en el poder transformador del Espíritu Santo.
Para el Bautista, esto significó orar con fe y devoción y arrepentirse de corazón de cualquier falta o error, pero también implicó una inquebrantable decisión de obedecer la llamada de Dios lo mejor posible; significó dejar de lado sus propios planes y razonamientos y disponerse a seguir la guía de Dios, por radical que ésta fuera.
Es posible que todo esto parezca un poco exagerado, pero en realidad no lo es, especialmente si lo comparamos con todo lo que hemos recibido de Dios. Cuando hacemos nuestra parte, el Espíritu Santo hace la suya, y nos ayuda a crecer en la fe, confiar cada día más en Dios e imitar a Jesús en nuestra forma de actuar y de relacionarnos con los demás.

“Espíritu Santo, Señor mío, ven y haz tu morada en mi corazón. Transfórmame y enséñame a ser como Jesús, para que muchos sepan lo maravilloso y amoroso que es nuestro Dios. Ven, Espíritu Santo, y ayúdame a ser portador de Cristo para la salvación de quienes no te conocen.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 6, 7-13. (04/02/2016)

“Ungían con aceite a los enfermos y los curaban.” (Marcos 6, 13)
En este versículo pareciera que los apóstoles no tuvieron más que éxito en su ministerio, que cada persona por la cual ellos rezaron se sanó. Pero sabemos que no fue así, basta con recordar que en una ocasión no pudieron expulsar al demonio que atormentaba a un joven (Marcos 9, 14-29).
¡Pero esta es una magnífica noticia! Los discípulos eran parecidos a nosotros, que somos seres humanos limitados, cuyas oraciones no siempre reciben respuesta y que también cometen errores. Tal vez pensamos que nunca seremos capaces de hacer lo que ellos hicieron, pero ni siquiera ellos tuvieron éxito todo el tiempo. Esto es muy alentador para nosotros.
Los éxitos y errores de los apóstoles demuestran que ellos no eran diferentes de nosotros. A veces rezaron por alguien para que sanara y nada pasó. Nosotros también podemos rezar por alguien para que sane y no ver ningún cambio, ni siquiera con el paso del tiempo. A veces, se enfrascaban en discusiones egoístas entre ellos mismos y a nosotros también a veces nos cuesta muchísimo perdonar a alguien que nos ha causado un gran mal. Pero no importa, porque incluso los apóstoles que Jesús seleccionó personalmente tenían las mismas luchas.
Con todo, Dios quiere que sigamos orando por sanación y tratando de perdonar. Recordemos que el Señor le dijo a Pedro que no tenía que perdonar siete veces cuando su hermano lo ofendiera repetidamente, sino “hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 22). Cualquiera sea nuestra situación, Jesús nos dará la gracia de no dejar de seguirlo. Y a menudo, sin siquiera saber cómo, veremos que su gracia está actuando en otras áreas de nuestras vidas, reconfortándonos y fortaleciéndonos.
Así, pues, ¡siga trabajando! Intente, insista y aprenda de sus errores. Convénzase de que usted ha sido escogido de antemano para tener parte en su herencia, de acuerdo con el propósito de Dios mismo (v. Efesios 1, 11). Usted pasará por tribulaciones y tentaciones, pero si sólo piensa en lo que viene después y da un paso a la vez, verá cómo va avanzando. Esto es lo que hicieron Pedro, Juan y todos los demás y ¡mire usted lo que pasó con ellos!

“Amado Jesús, gracias por el ejemplo de la fe de tus apóstoles. ¡Derrama tu gracia sobre mí, Señor, para que pueda vivir para ti!”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 6, 1-6. (03/02/2016)

“Todos honran a un profeta, menos los de su tierra” (Marcos 6, 4)
Fue Jesús el sábado a la sinagoga para enseñar. Como lo hacía en otros lugares, anunció la buena nueva de que el Reino de Dios había llegado al mundo. Como era de esperar, los presentes se quedaron asombrados por su sabiduría y porque ya habían oído de los milagros que había realizado en otros lugares y de cómo había dominado fuerzas tan poderosas como el mar, los vientos tempestuosos, los demonios, la enfermedad y hasta la muerte misma.
Pero ¿por qué no aceptaban su poder sanador los vecinos que lo habían conocido por tantos años? Hasta Jesús “estaba extrañado de la incredulidad de aquella gente” (Marcos 6, 6). ¿Cuál era su dilema? ¿Por qué no podían aceptar que Dios actuara tan poderosamente a través de este vecino que todos conocían desde niño? La respuesta, al igual que en todos los otros casos, es la falta de arrepentimiento y la dureza del corazón. Los nazarenos se sintieron ofendidos en su orgullo y se negaron a admitir que necesitaban la sanación que Cristo les ofrecía.
Jesús se alegra cuando reconocemos que él es el Señor y que nosotros somos meros mortales pecadores. Él aceptó el castigo que merecíamos nosotros para poder tener parte en su propia vida y espera que cada uno de nosotros acepte esa vida de todo corazón. Es cierto que es posible vivir sin entregarse al Señor, pero ¿qué tipo de vida es esa? Vacía e inútil. ¿Por qué? Porque no llegamos a conocer al Amor que nos creó y que nos sostiene hasta este mismo día. Sin Cristo, permanecemos separados de la Vida que fue clavada en la cruz para librarnos de la esclavitud del reino de las tinieblas.
Este pasaje de San Marcos nos desafía a ver si nuestra fe en el Señor es profunda o no. ¿Somos capaces de confiar en que Él actuará eficazmente en nuestra vida? Jesús nos invita a depositar toda nuestra fe en él. En la Escritura leemos que todos los que creyeron en su amor poderoso fueron sanados, librados y protegidos. Pidámosle nosotros también al Espíritu Santo que nos lleve a la verdad completa y nos conceda una fe firme.

“Espíritu Santo, enséñanos a darnos cuenta de lo mucho que necesitamos creer confiadamente y esperar en el amor de Dios. Perdona, Señor, nuestra incredulidad. Por tu gracia, capacítanos para aceptar sin reservas la vida plena que Jesús ganó para nosotros.”

Kevin Angel

Evangelio según San Lucas 2, 22-40. (02/02/2016)

La Presentación del Señor
El Espíritu Santo… le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. (Lucas 2, 26)
Ha habido ocasiones en algún hospital en que, por error, entregan un bebé recién a otra familia, no la suya. Es raro que suceda, especialmente ahora que muchos hospitales han adoptado procedimientos especiales para evitar estos riesgos, pero los errores siempre suceden. ¡A veces, ni siquiera los padres pueden saber con certeza, en una sala llena de recién nacidos, cuál es el suyo!
Entonces pensamos en el dilema que tenía el pobre Simeón. Se había pasado años en el Templo esperando a un bebé especial que nunca había conocido, y no tenía la menor idea de cómo luciría. Todo lo que sabía era que él no moriría antes de que sus ojos se hubieran posado sobre el Mesías de Israel.
Con todo, Simeón no estaba en realidad una situación desesperada. Tenía un auxiliador secreto que le podría indicar quién era el Mesías aunque hubiera muchos bebés en el Templo; por eso mientras observaba los rostros de la gente que entraba esperando ver al Prometido, sabía que el Espíritu Santo le indicaría cuál era el Niño correcto. Y así esperaba y observaba con paciencia.
El Espíritu Santo hace para nosotros lo mismo que hizo para Simeón hace tanto tiempo, pero lo hace en una escala mucho más grande. En esa ápoca, le ayudó a Simeón a descubrir al Mesías en la faz del Niño. Pero hoy, nos ayuda a ver a Cristo en los ojos de cada persona que encontramos; nos ayuda a ver la dignidad y el valor de todo ser humano, porque todos ellos llevan la imagen y la semejanza de Cristo.
Ya sea el pequeño bebé que llora durante la Misa el domingo, el vecino solitario calle abajo, el compañero de trabajo cuyas opiniones políticas son ofensivas, o el cajero amable en el mercado… cada uno de ellos refleja al Señor de una manera u otra; cada uno de ellos es una revelación única de quién es Dios y cómo actúa. Y eso significa que cada uno de ellos es digno de respeto. Pidamos al Espíritu Santo que nos abra los ojos para ver a Cristo hoy.

“Señor, ayúdame a examinar las caras de la gente que vea hoy y enséñame a valorar a cada persona sabiendo que lleva la imagen y semejanza de Dios.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 5, 1-20. (01/02/2016)

“Cuéntales lo misericordioso que ha sido el Señor contigo” (Marcos 1, 19)
En el Evangelio de hoy seguimos los pasos de Jesús, que nos llevan a la región de los gerasenos, al otro lado del lago. Allí, un endemoniado le sale al encuentro. Marcos lo describe crudamente: vive en los sepulcros, sin contacto con el resto de la sociedad, excluido de toda vida social; le han atado muchas veces con grilletes y cadenas, pero siempre las rompe y se hiere a sí mismo con piedras filosas. Es un hombre que sufre, atormentado por una fuerza interior que lo domina, sin darle descanso y procurando destruirlo.
Jesús reconoce que este hombre está atormentado por espíritus inmundos y le pregunta cuál es el origen de su mal: ¿Quién eres? El nombre “Legión” evoca las hordas invasoras de las tropas romanas; la violencia y la dominación por la fuerza, una guerra que encadena a este hombre en una situación infrahumana. No será fácil sanear su vida, pues los demonios no dan paso a razonamientos lógicos. Por fin, a la orden de Cristo, los malos espíritus salen del hombre y se introducen en una piara de cerdos, que espontáneamente se arroja al precipicio y se ahoga en el mar.
Pero los pobladores del lugar se atemorizan y le piden a Jesús que se aleje de ellos; ven al que fue salvado, pero la fuerza de la acción de Dios les atemoriza, les incomoda y no se deciden a pedir su propia liberación. A muchos se les ocurre que hay que cerrar las puertas a la salvación y prefieren quedarse como están, porque la presencia de la santidad les incomoda, porque les exige cambiar y dejar los hábitos desordenados.
¿Será que tenemos miedo a la luz y la libertad? ¿Nos parece tan grande el precio de la salvación que preferimos quedarnos como estamos? Sólo el hombre que fue liberado y que recupera su dignidad comprende el ofrecimiento gratuito de Cristo y se siente tan agradecido que desea seguir al Señor dondequiera que vaya. Pero Jesús le propone más bien que se quede con los suyos y allí proclame con su propio testimonio la buena nueva del Reino, las maravillas que hace la misericordia de Dios.

“Amado Jesús, a veces me siento encadenado por malos hábitos, temores y dolores físicos; líbrame, Señor, de toda atadura para conocer la libertad y poder adorarte y alabarte todos los días de mi vida.”

Kevin Angel

Evangelio según San Marcos 4, 35-41. (30/01/2016)

“¿Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” (Marcos 4, 38)
Se desató una fuerte tormenta y las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. ¿Qué habrías hecho tú si fueras uno de los discípulos que iban en aquella pequeña barca zarandeada por las olas y azotada por el vendaval? ¿Habrías mantenido la fe pese a semejante peligro?
A veces, las pruebas que nos toca pasar son tan grandes que nos parece imposible soportar un minuto más. En ocasiones como ésas, aunque la razón nos diga que Dios está siempre allí, las emociones nos indican que nos encontramos completamente solos. Todo lo que vemos es que nuestra “barca” de problemas se llena de agua y está a punto de hundirse.
Jesús les dice a los apóstoles que allí es donde empieza la fe. Cuando hay muchas preguntas sin respuestas y nada visible que nos sirva de apoyo, entonces es cuando podemos decidir: dejar que las circunstancias nos arrasen y nos abrumen, o confiar en el amor tierno y misericordioso de Dios, que nos ha prometido que jamás nos abandonará.
¿Qué tormentas te hacen perder la fe en Dios? ¿Cómo reaccionas tú cuando la duda o la inseguridad te zarandea como un vendaval? ¿Qué harías tú si corrieras el peligro de perder tu casa, quedarte sin trabajo o si a tu esposa o a un hijo tuyo le diagnosticaran una enfermedad grave? ¿Recurrirías primero a Jesús consciente de que él está todavía en la barca de tu vida?
Nuestro Padre celestial quiere darnos una fe inquebrantable; una confianza tal en su protección que seamos capaces de superar todo tipo de pruebas o peligros. Naturalmente, seguiremos teniendo las reacciones humanas normales pero, en lo profundo del corazón, encontraremos aquella paz firme y estable que nos sostendrá contra viento y marea.
La próxima vez que pases por pruebas y dificultades graves de peligro, ira o duda, pon en acción tu fe en Cristo. Acude a él sin demora; pon la situación en sus tiernas y poderosas manos y pídele fortaleza y sabiduría para saber qué hacer. Así, en medio de la tormenta, experimentarás la paz del Señor.

“Jesús santo, ¡ayúdame a tener más fe! Enséñame a confiar en ti hasta en las situaciones más increíbles, y concédeme, Señor, la paz y la confianza de que estás siempre conmigo y mi familia, incluso en los momentos más difíciles de mi vida.”