steack
255

Mons. Aguer : " El Papa no cesa de hacer daño. Su doblez, jesuítica y argentina, lo inspira en sus peores decisiones."

Sacerdotes denigrados,
sacerdotes cancelados


Varios sacerdotes que siguen con atención las enseñanzas del Papa Francisco me han manifestado su desazón y su pena porque han registrado la frecuencia con que Su Santidad denigra a los presbíteros. Los ha llamado “amargados (cara de bacalao), solterones, oficinistas de los sacramentos, ambiciosos, chismosos, trepadores…”, y otros calificativos denigrantes. Una falta de justicia y de caridad.

Hay miles de sacerdotes en el mundo; entre ellos no pueden faltar algunos a quienes les cabe algún epíteto de los que acumulan las acusaciones de Francisco. Pero las generalizaciones de éste en sermones, catequesis, y mensajes contradice la verdad, y lo que resulta escandaloso es que se apartan radicalmente de las afirmaciones del Concilio Vaticano II, que ha dedicado el Decreto Presbyterorum Ordinis a hablar del ministerio y la vida de los sacerdotes. Cito algunos pasajes de ese texto: “Configurados a Cristo Sacerdote por el sacramento del Orden, recibieron ciertamente la señal y el don de tan grande vocación y gracia para sentirse capaces y obligados, en la misma debilidad humana, a seguir la perfección según la Palabra del Señor: ‘Sean perfectos como es Perfecto el Padre que está en el Cielo’ (Mt 5, 48). Los sacerdotes están especialmente obligados a adquirir aquella perfección… porque son elementos vivos del Sacerdote Eterno para conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representan… Se ordenan a la perfección de la vida por las mismas acciones sagradas que realizan cada día, así como por todo su ministerio” (P.O 12). En el número siguiente el Concilio “exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que se esfuercen siempre hacia una mayor santidad; eso los hará más aptos para el servicio del Pueblo de Dios” (P.O 13). El ideal que recuerda el Concilio es la unidad y armonía de la vida, que procede de la imitación de Cristo en el ejercicio del ministerio; es la caridad pastoral, rasgo que distingue al sacerdote diocesano de los religiosos, a los que el Concilio les dedica el Decreto Perfectae caritatis. En Presbyterorum Ordinis se afirma, también, que de la unidad de vida proceden “el consuelo y una inmensa alegría” (P.O 14). Llama la atención la diferencia de esa perspectiva teológica y espiritual respecto de la mezquina perspectiva sociológica de Francisco en su denigración de los presbíteros. No se percibe esto en las enseñanzas de Juan Pablo II, y Benedicto XVI, que han honrado a los sacerdotes.

Otro aspecto a señalar es que las calumnias del Papa se dirigen frecuentemente a los sacerdotes más adheridos a la Tradición; los ha llamado “indietristas” porque “miran hacia atrás”, esto es: porque no siguen los “nuevos paradigmas” propuestos por el Sucesor de Pedro. Es así como abundan los “sacerdotes cancelados”, quienes son barridos como escoria del ejercicio del ministerio. El progresismo autoritario de Roma es imitado en todo el mundo. Como aquí, en la Argentina, en varias diócesis donde se ejerce la cancelación de presbíteros fieles a la Tradición, una Tradición dogmática y práctica.

El Papa no cesa de hacer daño. Su doblez, jesuítica y argentina, lo inspira en sus peores decisiones. Ahora también avanza contra los obispos: ha destituido a Mons. Joseph Strickland, obispo de Tyler (Texas, Estados Unidos), e intenta neutralizar a los mejores entre los Sucesores de los Apóstoles, imponiéndoles un coadjutor, o enviando una Visita Apostólica. Entre nosotros, en 2020, ha liquidado al excelente obispo de San Luis para reemplazarlo por un progresista, que bendice “en el Nombre del Padre y del Espíritu Santo”, soslayando al Hijo Eterno, nuestro Señor Jesucristo, para que los no cristianos que asisten a sus actos “ecuménicos” no se sientan molestos.

En Argentina crece el número de presbíteros cancelados, por la obediencia francisquista de un episcopado insignificante, que contempla impasible cómo la sociedad se descristianiza. Este alejamiento de los orígenes cristianos, heredados de España, comenzó entre nosotros a fines del siglo XIX. Y en los tiempos recientes muestra su vigencia social y cultural, ante la impotencia del catolicismo, al que la difusión del progresismo ha dado el golpe de gracia.

Debo reconocer un hecho paradojal, que muestra su carácter misterioso: el crecimiento de algunas parroquias fieles a la Tradición, donde los católicos, especialmente los jóvenes, gozan de una liturgia normal, abierta a una participación devota en el Sacrificio Eucarístico. He dicho “normal”, sin cosas raras, como debe ser y no suele ser en la medianía opaca del progresismo impuesto por la fantasía posconciliar. La existencia de este hecho potencia nuestra esperanza en la recuperación eclesial. La intercesión de la Madre de la Iglesia, a la que invocamos confiadamente, la protegerá.
+ Héctor Aguer
Arzobispo Emérito de La Plata.

Buenos Aires, martes 28 de noviembre de 2023.