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Tarjeta roja al Rito Antiguo, y el juego se vuelve más desagradable

Por Sandro Magister

A pocos días después de su publicación aún es pronto para medir los efectos del Motu Proprio Traditionis custodes con el que el papa Francisco ha prohibido prácticamente la Misa en el rito antiguo, es decir, si las nuevas disposiciones ayudarán a que la Iglesia esté más unida o, por el contrario, la dividirán más todavía.
A la vista de las reacciones, la hipótesis más probable es esta última, como sugiere también el profesor Pietro De Marco en su cortante comentario ya publicado en Settimo Cielo.
La unidad de la Iglesia era también el objetivo del anterior motu proprio de 2007, el Summorum Pontificum de Benedicto XVI, que había liberalizado la celebración de la Misa en el rito antiguo, considerándola como la segunda forma “del único y mismo rito romano”, que podía celebrarse tanto en la modalidad “ordinaria” generada por el Concilio Vaticano II, como en la “extraordinaria” del nunca derogado Misal de 1962.
Pero ahora el papa Francisco ha establecido que el rito romano tiene una “única expresión”, la que sigue al Vaticano II. La Misa en el rito antiguo no ha sido prohibida, sino enviada a la extinción. Los que ahora la celebran sólo podrán seguir haciéndolo con la autorización previa de su obispo y con muchas más limitaciones. Mientras que los nuevos sacerdotes que quieran celebrarla deberán obtener también el permiso de la Santa Sede. En cuanto a los grupos de fieles amantes del rito antiguo ya no se les permitirá formar otros nuevos.

Lo que más angustiaba a Benedicto XVI era ver que “en muchos lugares no se celebraba de una manera fiel a las prescripciones del nuevo misal, sino que éste llegó a entenderse como una autorización e incluso como una obligación a la creatividad, lo cual llevó a menudo a deformaciones de la Liturgia al límite de lo soportable”.

Para Francisco, por el contrario, lo que más le “entristece” es “un uso instrumental del 'Missale Romanum' de 1962, cada vez más caracterizado por un creciente rechazo no sólo de la reforma litúrgica, sino del Concilio Vaticano II, con la infundada e insostenible afirmación de que traicionó la Tradición y la 'verdadera Iglesia'”.

De hecho, la controversia actual sobre el rito es análoga a la controversia sobre la interpretación del Vaticano II. Los que leen este Concilio como una ruptura inaceptable de la tradición católica también rechazan la renovación de la liturgia generada por el mismo Concilio. Mientras que, por el contrario, Benedicto XVI escribió, en la carta que acompaña a Summorum pontificum: “En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial”.

Para el papa Joseph Ratzinger, “las dos formas de uso del rito romano” no eran ni alternativas ni opuestas. Por el contrario, podían y debían “enriquecerse mutuamente”. Como él mismo mostró constantemente al mundo en el acto de celebración.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que, de hecho, la gran mayoría de los fieles católicos permanece ajena a esta controversia. Para ellos, la Misa “antigua” de la que oyen hablar es, si acaso, la Misa en latín, la lengua que el Concilio Vaticano II no abolió en absoluto, sino que estableció que lo quería conservar como idioma propio de la liturgia, aunque moderada por el uso de las lenguas nacionales, especialmente en las lecturas.

Además, en realidad, las lenguas nacionales se impusieron y el latín desapareció prácticamente de la liturgia, después de haberse convertido durante siglos en su idioma sagrado.

En vano, personalidades como Jacques Maritain, Jorge Luis Borges, Giorgio De Chirico, Eugenio Montale, François Mauriac, Gabriel Marcel, Harold Acton, Graham Greene, Agatha Christie y muchos otros apelaron a Roma en 1966 y 1971 para salvar el latín en la liturgia.

Para muchos, se trató de una variación puramente lingüística. Pero no es así, como muestra en la siguiente reflexión, el cardenal Walter Brandmüller, de 92 años, ex presidente del Comité Pontificio de Ciencias Históricas, extraída de un artículo que publicó en 2002 en la revista alemana Die Neue Ordnung, titulado “¿Nacionalismo o universalismo litúrgico?”.

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EL IDIOMA LITÚRGICO NO ESTÁ SÓLO HECHO DE PALABRAS
por Walter Brandmüller

Hasta el Concilio Vaticano II se realizaron 67 (¡!) ediciones del Misal latino-alemán del benedictino Anselm Schott. A través de ese libro, generaciones de católicos aprendieron a conocer, vivir y amar la liturgia de la Iglesia. Pese a ello, los que se oponen hoy al latín como idioma litúrgico siguen objetando incansablemente que, aparte de los pocos que saben latín, nadie lo comprende.

Este argumento tiene una historia, al menos desde el Iluminismo. Pero casi al mismo tiempo Johann Michael Sailer, considerado una de las figuras más importantes en la superación de los excesos del Iluminismo en la Alemania católica, también se enfrentó al mismo argumento.

Ciertamente, también Sailer quiere una liturgia en alemán. Pero al mismo tiempo considera que en el fondo la cuestión de la lengua litúrgica no es decisiva, ya que “la Misa tiene una lengua fundamental, una lengua materna, que no es ni el latín ni el alemán, ni el hebreo ni el griego; en resumen: no es una lengua hecha de palabras”.
Sailer identifica este lenguaje fundamental de la Misa en la expresión total de la religión. Lo dijo en 1819, pero el suyo sigue siendo un punto de vista muy moderno; hoy se habla de comprensión total, que es mucho más que la mera comprensión racional y que, en comparación, penetra en capas más profundas del hombre. Si la celebración litúrgica se experimenta en la vida y en todo el aspecto exterior del hombre como la auténtica expresión total de la religión, entonces, sostiene Sailer, el idioma ya no es tan importante. Más bien, es mucho más importante que “quien quiera reformar la función religiosa pública empiece por formar sacerdotes iluminados y santos".

La verdadera comprensión global de la liturgia -y esto se aplica también a la realidad en su conjunto- no es sólo un proceso intelectual. Al fin y al cabo, la persona no está formada sólo por la razón y la voluntad, sino también por el cuerpo y los sentidos. En consecuencia, aunque no se entienda cada uno de los textos de una liturgia celebrada en lengua sagrada -excluyendo, por supuesto, las lecturas bíblicas y la homilía-, todo el acontecimiento - el canto, el mobiliario, los ornamentos y el lugar sagrado, siempre que den expresión adecuada a la celebración - toca la dimensión más profunda del hombre de un modo mucho más directo de lo que pueden hacerlo las palabras comprensibles. A diferencia de la época de Sailer, esto es mucho más fácil hoy en día, ya que quienes asisten a Misa ya conocen la estructura del rito y los textos que se repiten en la liturgia, por lo que cuando asisten a una Misa en latín saben bastante bien de qué se trata.

Por lo tanto, que se deba rechazar el latín como lengua litúrgica porque no se entiende no es un argumento convincente, sobre todo porque, a pesar de todas las dificultades que conlleva la traducción, la liturgia en lengua vernácula no debe ser abolida. Sólo que, como dice el Concilio Vaticano II, tampoco se debe abolir el latín.
Por otro lado, ¿cuál es la situación de la “participatio actuosa”, es decir, la participación activa de los fieles en la celebración litúrgica? El Concilio prescribe que los fieles deben ser capaces de cantar o recitar las partes que les corresponden también en latín. ¿Es demasiado pedir? Si se piensa en lo familiar que son las palabras de los textos del Ordinario de la Misa, no debería ser difícil reconocerlas detrás de las palabras latinas. ¿Y cuántas canciones inglesas o estadounidenses se cantan y entienden de buen grado, aunque estén en un idioma extranjero?

En definitiva, la “participatio actuosa” significa mucho más que un mero hablar y cantar juntos: es más bien hacer propia, por parte del cristiano que participa en el servicio, la misma disposición íntima del sacrificio al Padre, en la que Cristo se dona al Padre. Y para ello es necesario, en primer lugar, lo que Johann Michael Sailer ha definido como el idioma fundamental de la Misa.

En este sentido, el Misal en latín también es necesario desde el punto de vista práctico: el sacerdote que viaja a países cuya lengua no conoce debe poder celebrar la Santa Misa también allí, sin verse obligado a hacer acrobacias lingüísticas indignas de una liturgia. También es bueno recordar los casos cada vez más numerosos en los que sacerdotes provenientes de India, África, etc., prestan servicio en parroquias alemanas. En lugar de una pronunciación imperfecta de la lengua alemana, sería preferible un latín pronunciado correctamente, como forma más adecuada a la liturgia. En resumen: hay que desear que el Misal Romano en latín esté presente en todas las iglesias.

Publicado originalmente en italiano el 20 de julio de 2021, en repubblica.it/…sso-al-rito-antico-e-la-partita-si-fa-piu-cattiva/

Traducción al español por: José Arturo Quarracino