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EL CONCILIO VATICANO II INICIÓ LA PASIÓN DE LA IGLESIA.

"El concilio de los malhechores me ha asediado"[1] - Jean Vaquié

Concilium malignantium obsedit me” Ps. XXI, 17

"El Concilio hizo mucho hincapié en una Iglesia dialogante, no solamente con el mundo moderno, sino con las otras confesiones cristianas, con las grandes religiones monoteístas y con todas las demás religiones. Una Iglesia que dialoga, escucha y aprende". [2]

Quisiéramos mostrar aquí que el XXI Concilio ecuménico, conocido como Vaticano II, viene profetizado, e incluso esquemáticamente descrito, en el salmo XXI de la Vulgata. Este salmo contiene esta singular expresión: “Concilium malignantium obsedit me”, que significa: “El concilio de los malvados ha puesto sitio en torno mío”. El salmo y el concilio vienen así colocados bajo el mismo símbolo numérico, particularidad que ya nos indica una correspondencia.

El salmo XXI es uno de los primeros en haber sido comentado porque contiene, enunciadas de antemano por el salmista, algunas de las palabras pronunciadas por Nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Pero hasta nuestra época, la expresión “Concilium malignantium” no había llamado especialmente la atención porque el Concilio que designa aún no había tenido lugar. Las profecías no se vuelven enteramente ciertas sino después de su realización.

Este venerable salmo ha sido objeto de una exégesis ya clásica que no sólo no tenemos intención de cuestionar, sino que nos va a proporcionar un sólido fundamento que nos permitirá proponer una ampliación de su sentido tradicional.

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I. LA INTERPRETACIÓN CLÁSICA

Examinemos en primer lugar la exégesis clásica del salmo XXI, puesto que nos va a servir de base para nuestra interpretación complementaria. Escuchemos el autorizado juicio emitido por el P. Fillion, profesor de Sagrada Escritura en el Instituto Católico de París en los años 1900:

“Este salmo siempre ha sido infinitamente caro a la Iglesia. Y es que la belleza y el vigor con los que se expresa son auténticamente insuperables cuando describe, por una parte, los más estremecedores misterios de la vida del Mesías, las humillaciones y sufrimientos de la Pasión, y por otra, el glorioso misterio de su Resurrección. La duda no cabe en este punto, siendo unánime la tradición eclesiástica, y más basándose en varios pasajes del Nuevo Testamento en que vemos tanto a Nuestro Señor Jesucristo aplicarse a sí mismo este salmo, como a los Apóstoles y Evangelistas aplicárselo en diversos pasajes.

La precisión con que se cumplió en los hechos ha sido tan impactante, que un escritor antiguo pudo escribir que podíamos considerar este salmo tanto una profecía como un verdadero relato histórico: ¡Ut non tam prophetia quam historia videatur!
Todos los comentadores advierten que el salmo XXI se divide en dos partes. La primera profetiza las brutalidades que debían caer sobre el divino Crucificado. Constituye un canto de lamentación. La segunda parte (desde el versículo 23 hasta el final) anuncia la Resurrección y el Reinado del Señor a la vez que la gloria de la Iglesia. Se trata realmente de un canto de triunfo. Esta separación en dos “cantos” tan opuestos en su espíritu, dentro de un mismo salmo ha sido puesta de relieve desde hace mucho y permanecerá como una de las bases de nuestro razonamiento.

Empecemos por el examen de la primera parte, que acabamos de calificar como “canto de lamentación”. Los más antiguos comentadores de la Sagrada Escritura no han dejado de reconocer en el salmo XXI, la profecía de la PASIÓN FÍSICA de Nuestro Señor Jesucristo, profecía que debía realizarse bajo los mismos ojos de los evangelistas, y que probaba la “mesianidad” de Nuestro Señor.

Reproduciremos aquí la traducción castellana de la primera parte del salmo XXI, (hasta el v. 23). Podrán así recurrir a ella para situar en su contexto los versículos que vayamos citando y comentando más particularmente.

Al Maestro de coro. Según ‘‘la cierva de la aurora”. Salmo de David.
Dios mío, Dios mío, miradme, ¿Por qué me habéis abandonado? La voz de mis pecados aleja de mí vuestra salvación.
Dios mío, a Vos grito durante el día, y no me oís; durante la noche, y no me lo imputarán por locura.
Pero Vos habitáis en vuestro santuario, O alabanza de Israel.
Nuestros padres han esperado en Vos; han esperado, y los habéis liberado.
Gritaron hacia Vos, y fueron salvados; esperaron en Vos, y no fueron confundidos.
En cuanto a mí, soy un gusano y no un hombre; el oprobio de los hombres y el deshecho del pueblo.
Todos los que me ven se ríen de mí; de sus labios sale el insulto, agitando la cabeza.
Esperó en el Señor, que lo libere; que lo salve, si lo ama.
Vos sois el que me habéis sacado del vientre de mi madre; Vos sois mi esperanza desde el tiempo en que tomaba el pecho.
Al salir del seno, sobre vuestras rodillas fui a parar; desde que salí de las entrañas maternas, Vos sois mi Dios.
Nos os retiréis de mí, porque la tentación está próxima, y no hay nadie que me socorra.
Muchos toros jóvenes me han rodeado; esos animales me han asediado.
Han abierto sus fauces contra mí, como león rugiente y devorador.
Me he derramado como el agua, y todos mis huesos se han dislocado. Mi corazón se ha vuelto como cera fundida en medio de mis entrañas.
Mi fuerza se ha secado como un madero, y mi lengua se me ha pegado al paladar; me habéis conducido al polvo del sepulcro.
Porque una jauría de perros me ha rodeado; una banda de malhechores me asaltó. Han traspasado mis manos y mis pies.
Han contado todos mis huesos. Me han considerado y contemplado.
Se han repartido mis ropas, han echado a suertes mi túnica.
Pero Vos, Señor no alejéis de mí vuestro socorro; acudid en mi defensa.
Librad, O Dios, mi alma de la espada, y mi Única del poder del perro.
Salvadme de la boca del león, y librad mi debilidad del cuerno de los unicornios.


Empecemos enumerando los pasajes del Salmo XXI que profetizan las diversas fases del Sacrificio del Calvario. Limitémonos a los cuatro versículos más característicos: Los vv. 2, 7, 16 y 19.

V. 2 Tras el título que constituye el primer versículo, es el versículo 2 el que señala verdaderamente el comienzo del salmo. Contiene la famosa exclamación de Nuestro Señor que fue su última palabra sobre la Cruz antes de entregar el espíritu. “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me habéis abandonado?”

La elección de este pasaje por Nuestro Señor, en un momento tan solemne nos invita a considerar todo el conjunto del salmo con la mayor atención. Se trata incontestablemente de un salmo privilegiado.

V. 7 “Pero yo soy un gusano y no un hombre…”

Nada en particular viene aquí anunciado, pero el sacro escritor sintetiza el conjunto de las humillaciones de las cuales el Redentor está siendo objeto desde su arresto hasta su muerte. No se trata aquí de un Mesías triunfante, sino de un Mesías sufriente.

V. 16 “Mi lengua se me ha pegado al paladar”

El salmo hace aquí alusión a la terrible sed que asaltaba a los crucificados, que se manifiesta en la extrema sequedad de la garganta. Otro salmo es aún más preciso en su predicción: “…y en mi sed, me abrevaron con vinagre” (Ps LXVIII, 22).

Cuando Nuestro Señor pronunció su célebre “sitio”, tengo sed, tenía en vista el cumplimiento de las Escrituras en lo que a Él tocaba, como nos lo hace ver el evangelista san Juan: “Tras esto, Jesús, sabiendo que todo estaba cumplido, dijo, para que se cumpliera la Escritura, Tengo sed. (Jn XIX, 28) Es entonces cuando le presentaron la esponja empapada de vinagre.” Se ve que estos dos salmos asociados habían profetizado ese episodio destinado a tanta celebridad una vez cumplido en la realidad.

V. 19 “Se han repartido mis ropas, echaron a suertes mi túnica”.

Este episodio, tan característico él también, tras haber sido predicho por el salmo 21, viene referido históricamente por San Marcos, por San Lucas, y sobre todo por San Juan, (XIX, 23-24), que es el más completo y el más explicativo:

“Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestimentas, de los que hicieron cuatro partes, una para cada soldado, y también su túnica. Pero como era inconsútil, toda de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron los unos a los otros: No la desgarremos, sino echémosla a suertes, a ver a quién le toca. Esto era para que se cumpliera la palabra de la Escritura que dice: “Se han repartido mis vestimentas, han echado mi túnica a suertes. Eso es lo que hicieron los soldados”.

Tales son los principales pasajes del salmo 21 que con mayor precisión profetizan la crucifixión del Justo. Sin embargo, este mismo salmo contiene otros pasajes, tan indudablemente proféticos como los anteriores, pero menos precisos. Queremos referirnos a los otros cuatro versículos 13, 14, 17, y 21. Se les ha podido relacionar con la Pasión física de Cristo sin abusar de la interpretación del texto. Aquí tenemos una primera interpretación comúnmente admitida y que vamos a mencionar enseguida. Primero, los pasajes:

V. 13. “Toros jóvenes (vituli) me han rodeado; toros grasos (tauri) me han asediado.
V. 14. “Han abierto su boca sobre mí, como león devorador y rugiente”.
V. 17. “Porque una jauría de perros (canes) me han rodeado; una banda de malhechores (concilium malignantium) me ha asediado”.
V. 21. “Libra mi alma, O Dios, de la espada, y mi única (Únicam meam), del poder del perro.

Veamos en primer lugar cual es la interpretación clásica de esos cuatro versículos, tomada del P. Fillion:

Dice: “Esos versículos nos trazan un vivísimo cuadro de los enemigos del Mesías y de su crueldad. “vituli” designa a los toros jóvenes, y “tauri pingues” (los fuertes de Basán en los LXX), señalan a los toros criados en los ricos pastizales de la provincia de Basán, situada al pie del monte Hermón, en el que las aguas del Jordán tienen su fuente, en el noreste de Palestina. Esos animales, medio salvajes, tienen por costumbre colocarse en círculo alrededor de todo objeto nuevo o extraordinario, a poco que pueda atraer su atención, y atacarlo con sus cuernos.

En cuanto a los perros (canes) del v.17, representan, según el P. Fillion, la turba cruel de los que asisten al proceso de Jesús, sigue el cortejo hasta el Gólgota, y observa durante horas la agonía de Cristo. Esa gente se comportaba como los perros famélicos que vagan por las noches de las aldeas orientales.

En la prolongación de ese mismo significado, la expresión “concilium malignantium” del v. 17 designa, según Fillion y muchos otros intérpretes, una banda de malhechores sin piedad, encarnizada en su intento de hacer sufrir y a humillar al Justo.

Pasemos al v. 21: “Libra a mi Única del poder del perro.”

Fillion traduce “Mi Única” como designando la vida temporal, dando por motivo que una vez perdida, ya no se puede sustituir por nada, y que por consiguiente, es única. Pero si seguimos su interpretación, o la de otros que traducen por “alma”, ya no se entiende bien la exclamación de Nuestro Señor. Muy diferente será la interpretación que más abajo daremos de este texto: “Únicam Meam”.

En este sistema interpretativo, corrientemente aceptado, se considera que los “vituli”, los “tauri”, y los “canes” son los enemigos de Nuestro Señor ejercitando su hostilidad sobre el mismo Calvario, lo que por otra parte permite el texto: “Circumdederunt me”, “super me os suum”. El pronombre “me” designa evidentemente la persona de Cristo. Queda pues probado que la exégesis clásica es enteramente aceptable. Sólo decimos que no lo dice todo, y que vamos a intentar completarla.

II. PROFECÍA DE LA PASIÓN MÍSTICA DE LA IGLESIA

Nos parece que los cuatro versículos 13, 14, 17 y 21 se aplican no sólo a la Pasión física del Verbo Encarnado, sino también a la Pasión mística de la Iglesia.

Pensamos que las lamentaciones del Crucificado, profetizadas desde los tiempos de David por el salmo 21, no se refieren sólo a las afrentas, sevicias y brutalidades que han sido inflingidas a la persona de Jesucristo. Esas mismas lamentaciones se extienden igualmente a las pruebas que debe sufrir la Iglesia contemporánea del XXI Concilio. Y ello, porque esa Iglesia, próxima al fin de los tiempos, se ve objeto de un eclipse aparente, verdadera muerte física que las Iglesias de edades pasadas no han tenido que experimentar.

Es lógico pensar que si la Iglesia de los Gentiles aparece en la parte triunfal del salmo, como lo veremos dentro de un instante, nada impide que reconozcamos su presencia también en estas lamentaciones, ya que a ello nos invita el propio texto.

Pero en ese caso, algunos términos latinos de la Vulgata van a recibir una interpretación más amplia que la comúnmente aceptada. Los asaltantes del Cristo en cruz van a convertirse también en asaltantes de la Iglesia. Vamos a tener que dar un nuevo sentido a los términos (sobre todo, toros y perros) que designan a esos asaltantes de la Iglesia.

He aquí los nuevos significados que nos parecen explicar más satisfactoriamente el texto:

1. Examinemos primero cuál es el significado que conviene conferir a “vituli” y a “tauri pingues”. ¿Cuáles son esos toros, jóvenes o adultos, de los que tratan los vv. 13-14?

Designan a hombres relacionados con el ofrecimiento de los sacrificios, bien sean éstos los sacrificios figurativos de la Ley Antigua, bien el Sacrificio de la Ley Nueva, el del divino Redentor. Esos animales figuran a los sacerdotes, porque los sacerdotes están instituidos en una y otra ley para ofrecer la víctima. El toro es el animal emblemático del sacerdocio, porque el toro es el más imponente de los animales susceptibles de ser ofrecidos como víctimas. El toro alado es el animal simbólico de San Lucas, que es el evangelista que nos presenta más especialmente a Jesucristo ejerciendo su oficio de Pontífice Universal. El toro es el emblema sacerdotal.

Los toros jóvenes, “vituli”, representan a los sacerdotes. Los “toros fuertes”, tauri pingues, representan a los obispos, revestidos de la plenitud del sacerdocio. Preguntémonos ahora qué papel desempeñan los toros en los vv. 13-14 en que vienen nombrados. Ese papel es doble. Nos dicen que “asedian”, y también que “abren la boca”.

En primer lugar, asedian. Dos verbos describen esta acción: “circumdederunt” y “obsederunt”. Son dos verbos que tienen más o menos el mismo significado. Ambos quieren decir “embestir” en el sentido fuerte del término, es decir, cumpliendo hasta el fin la acción expresada por el verbo. Significan pues los dos: invadir, ocupar lo que previamente ha sido rodeado y asediado.

Pero los “vituli” y los “tauri pingues” no se contentan con asediar y ocupar, Nos dicen también: “Abrieron la boca contra mí”, es decir, contra Cristo, en el Pretorio, primero, y luego en el Calvario. Pero “abren la boca” también muchos siglos más tarde, contra la Iglesia, que estaba destinada a sufrir a manos de los sacerdotes del nuevo Sacerdocio lo mismo que Cristo tuvo que sufrir de parte del antiguo sacerdocio de Aarón.

¿Y cómo abren la boca? Los toros, jóvenes o viejos, es decir, sacerdotes u obispos, son descriptos rugiendo como leones. Ello quiere decir que hablan con fuerza, con la intención de ser escuchados y obedecidos. Pero no basta a esos leones con rugir. Son también leones rapaces (rapiens), leones que devoran la presa contra la que previamente rugieron. Hablan, pero también quieren apropiársela.

¿Cómo no reconocer en ese verbalismo, en esa invasión y ocupación, la prodigiosa actividad parasitaria de todos esos conciliábulos de expertos, sacerdotes y obispos, que han rodeado al Concilio Vaticano II, y que han acabado por hacerse los dueños (circumdederunt)?. No hablamos aquí de las comisiones regulares, sino de todas las reuniones secretas que se celebraron con el fin de influir en estas primeras. Esos conciliábulos han sido tan “pontificantes” que los editorialistas del momento les dieron de común acuerdo el nombre que mejor les cuadra: PARA-CONCILIO.

2. Consideremos ahora los “canes” del v. 17. Éstos no son sacerdotes. Son laicos. El texto nos dice antes que nada que han rodeado al Justo (circumdederunt me). Pero han hecho mucho más que rodearlo. Constituyen en torno suyo, como sugiere fuertemente el salmista, una asamblea deliberante que lo asedia: “CONCILIUM MALIGNANTIUM OBSEDIT ME”: “el concilio de los malvados o malhechores me ha asediado”. Asedió a Cristo en el Gólgota, cierto, pero no menos cierto, también ha asediado a la Iglesia en el Concilio Vaticano II.

Porque la locución “concilium malignantium” es visiblemente superlativa. Designa, ciertamente, la informe turbamulta que sigue a Cristo hasta el Calvario. ¿Pero acaso no designará, con mucha más razón y precisión, a esos organizados y prolongados consejos que hemos dado en llamar el para-concilio?

Los “canes” laicos han venido a engordar las filas y fuerzas del para-concilio, esos perros representan globalmente a todos los agentes mediáticos, a todos los “observadores” masónicos, soviéticos, judíos, musulmanes u orientales que han rodeado el Concilio con la misión de pesar sobre él en un sentido favorable al sincretismo, de modo que la religión del Verbo Encarnado fuera igualada como una más de las “grandes religiones” que deben repartirse el mundo, en el seno del consabido PLURALISMO.

Concilio y para-concilio funcionaron maravillosamente. Han realizado una verdadera obra conjunta de bicameralismo De hecho, no hubo sino un solo Parlamento religioso, con dos Cámaras, en que los mismos temas eran debatidos. Una Cámara Baja lanzaba las ideas de reforma, y una Cámara Alta aprobaba las que le parecían más oportunas. Es ese Parlamento asediado e invadido el que nos designa el salmista con el nombre de “concilium malignantium”.

3. El v. 21, bajo el mismo número que el salmo y el Concilio, nos va a permitir conformar el conjunto de ésta nuestra interpretación. El Crucificado pide a Dios que libere su alma de la espada y su única del poder de los perros: “Erue a framea, Deus, ANIMAM MEAM, et de manu canis, UNICAM MEAM”. Los intérpretes modernos demuestran cierto malestar ante este versículo, sobre todo a la hora de encontrar una interpretación convincente para “unicam meam”, que traducen por “mi vida temporal”, traducción no demasiado satisfactoria, como hemos visto.

Existe, sin embargo, una antiquísima interpretación que nos parece mucho más juiciosa, y de la que encontramos una expresión particularmente autorizada bajo la pluma de Bonifacio VIII. El 18 de Noviembre 1302, el Papa Bonifacio VIII dirige al Rey de Francia Felipe IV la Bula conocida como Bula "UNAM SANCTAM”. El Papa reúne argumentos para enseñar al rey de Francia que la cabeza de la Iglesia no puede ser doble, puesto que su Jefe, Cristo, tampoco es doble. La Iglesia representa el Cuerpo Místico de Cristo y es única. He aquí cómo lo expresa Bonifacio VIII:

“Debemos reconocer una sola Iglesia, santa, católica y apostólica. Fuera de esta Iglesia, no hay salvación ni perdón para los pecadores. […] Ella representa un solo cuerpo místico, del cual Cristo es la cabeza, siendo Dios cabeza de Cristo. En esta Iglesia, hay un solo Señor, una sola Fe, un solo Bautismo”.

Evidentemente, el Papa va a sostener su argumentación con las citas escriturísticas habituales cuando se quiere probar la “Nota” de Unidad. Recordará primero la unidad del arca de Noé:

“En los tiempos del Diluvio, sólo hubo un arca de Noé, prefiguración de la Iglesia única, y todo lo que estaba fuera sobra la tierra quedó destruido”.

Luego Bonifacio VIII invoca el salmo XXI y su versículo 21:

“Veneramos también a la Iglesia como única porque el Señor ha dicho a su profeta (aquí por salmista): “O Dios, salvad mi alma de la espada, y MI ÚNICA de la mano de los perros” (Ps. XXI, 21).

No queriendo olvidar ninguna de las pruebas de la unicidad de la Iglesia, el Papa prosigue:

“Él ha rogado por Su alma, es decir, por Sí mismo, a la vez Cabeza y Cuerpo, porque la ÚNICA designa aquí el cuerpo, es decir, que ha nombrado a la Iglesia, a causa de la unidad del Esposo, de la fe, de los sacramentos y de la caridad de la Iglesia. Ésta es la TÚNICA sin costuras del Señor, que no fue repartida, sino echada a suertes. Esta Iglesia, una y única, no tiene sino un cuerpo, una sola cabeza, y no dos cabezas como si fuera un monstruo, a saber, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro y el sucesor de Pedro”.

No cabe ninguna duda de que, para Bonifacio VIII, la expresión “unicam meam” del v. 21 designa a la Iglesia. Y de que esta interpretación le parece suficientemente segura, tanto como para utilizarla como prueba escrituraria en un razonamiento teológico particularmente importante, puesto que se trataba de defender las prerrogativas de la Santa Sede.

He aquí confirmada la orientación que habíamos tomado en nuestra exégesis. En la primera parte del salmo 21, (que habíamos calificado como “canto de lamentación”), no es arriesgado ver, tras la profecía mayor de la PASIÓN FÍSICA de Nuestro Señor, la profecía menor de la PASIÓN MÍSTICA de la Iglesia.

Así, el “CONCILIUM MALIGNANTIUM” del v. 21 puede sin dificultad ser considerado como un episodio paroxístico de la Pasión de la Iglesia. De ahí se sigue indudablemente que es el Concilio Vaticano II el que viene designado en el salmo 21, bajo el término “Concilio de los malvados (o malhechores)”. Como para extrañarnos de que haya dado frutos tan amargos…

III. UNA GRAN ESPERANZA

Hemos visto cómo Jesús, en el salmo 21, pide la liberación de “Su Única”, es decir, de su Cuerpo Místico, Su Iglesia. Es precisamente esa liberación la que nos va a ser descrita en la segunda parte de este salmo XXI.

A partir del v. 23 hasta el fin, asistimos al triunfo de Cristo sobre todos sus enemigos, a los que antes nos hemos referido. Es también el triunfo de la Iglesia, explícitamente invocado en el v. 26: “Apud te laus mea in ECCLESIA MAGNA…”: “Os dirigiré mi alabanza en la gran asamblea”.

Los diez últimos versículos del salmo XXI nos aportan una gran esperanza y consuelo, a nosotros, sumidos en la grandilocuente, tumultuosa y catastrófica estela del “Concilium malignantium”. Las lamentaciones del Crucificado se han convertido de repente en un canto de gloria para Él y para Israel. Podemos pensar que lo mismo ocurrirá en el caso de “Su Única”. El salmo XXI invita a esperar que el doloroso eclipse de la Iglesia en los tiempos del XXI Concilio, cederá su lugar a un hermoso rayo de sol. Para bien comprender esto, debemos recordar que la Iglesia constituye el “Israel del Nuevo Testamento”.

APÉNDICE

Reproducimos ahora los diez últimos versículos del salmo XXI, del que tendremos así el texto completo:

Anunciaré Vuestro Nombre a mis hermanos; os alabaré en la gran asamblea.
Vosotros que teméis al Señor, alabadle; toda la raza de Jacob, glorificadle.
Que Le tema toda la Casa de Israel, porque no ha despreciado ni olvidado la súplica del pobre, y no ha apartado de mí Su rostro, sino que ha hecho caso cuando gritaba hacia Él.
Os dirigiré mi alabanza en la gran asamblea, cumpliré mis votos en presencia de los que le temen.
Los pobres comerán y serán saciados, y los que buscan al Señor Lo alabarán, sus corazones vivirán por los siglos de los siglos.
Todas las extremidades de la tierra se acordarán del Señor y se convertirán a Él; y todas las familias de las naciones Lo adorarán en Su presencia.
Porque el Reino pertenece al Señor, y Él dominará a las naciones.
Todos los ricos de la tierra comieron y adoraron; todos los que descienden en la tierra se prosternarán ante Él.
Y mi alma vivirá para Él, mi descendencia Le servirá.
La posteridad que vendrá será anunciada al Señor, y los cielos anunciarán Su justicia al pueblo que nacerá, y que El Señor ha hecho.


IMPORTANTE CONFIRMACIÓN

Hemos considerado el salmo XXI como el anunciador de dos profecías complementarias, una conocida desde la Antigüedad, relativa a la Pasión física de Nuestro Señor, mientras que la otra estaba reservada para estos tiempos, en que se está desarrollando la Pasión mística de Cristo, en su santa Esposa, la Iglesia. Nuestra posición se ve notablemente fortalecida por un pasaje sumamente explícito del “Catecismo del Concilio de Trento”.

Los redactores de este documento, revestido de gran autoridad doctrinal, han comentado, uno tras otro, todos los artículos del Símbolo de Nicea-Constantinopla, una de las más importantes expresiones de nuestra Fe. Cuando llegan al artículo noveno, “Creo en la Santa Iglesia Católica”, se expresan así:

“… Siguiendo la observación de San Agustín, los profetas han hablado más clara y ampliamente de la Iglesia que de Jesucristo, porque preveían que habría muchos más errores voluntarios e involuntarios sobre este punto que sobre el misterio de la Encarnación.”

De este modo, poniendo en evidencia la parte eclesiástica de la profecía contenida en el salmo XXI, (sin perjuicio de su parte propiamente mesiánica), no hemos hecho sino aplicar la enseñanza contenida en el Catecismo del Concilio de Trento.

[1] Artículo escrito en mayo de 1991. Traducción realizada por Fray Eusebio de Lugo O.S.H. y vista en el portal español Amor de la Verdad: moimunanblog.com

[2] LA IGLESIA QUE QUISO EL CONCILIO VATICANO II | Archidiócesis de Sevilla

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No lo creo. Con todo respeto, esta historia me parece totalmente disparatada. Pero, incluso si fuera verdadera, nada cambiaría respecto a quién ha sido Montini: el hereje modernista que, en complicidad con su mentor, el masón Roncalli (JOHN XXIII WAS A MASON.), se propuso destruir la Iglesia, adaptándola al mundo moderno y transformándola de raíz, destruyendo su sagrada liturgia y los rituales de los sacramentos, inficionando su doctrina y su praxis con el ecumenismo gnóstico y luciferino... En 1960, mucho antes del supuesto "reemplazo", esto era lo que decía este hombre impío: « ¿Acaso el hombre moderno no llegará un día, a medida que sus estudios científicos progresen y descubran leyes y realidades ocultas bajo el rostro mudo de la materia, a prestar oídos a la maravillosa voz del espíritu que palpita en ella? ¿No será ésa la religión del mañana? El mismísimo Einstein previó la espontaneidad de una religión del universo. » Fuente: Francisco, Teilhard de Chardin y el panteísmo. - Tomado de un viejo escrito: Pablo VI ya tiene su lugar en los altares, en la bienaventurada compañía de los « neo-santos » conciliares Juan XXIII y Juan Pablo II. El concilio y todas sus reformas están pues « canonizados » junto a ellos. Imposible de ahora en más poner en tela de juicio las doctrinas revolucionarias del ecumenismo, la colegialidad y la libertad religiosa. La revolución conciliar, a falta de toda legitimidad fundada en la Tradición, en el Magisterio y en las Sagradas Escrituras, se canoniza a sí misma, explicando que, puesto que sus autores y sus continuadores son « santos », sus principios subversivos y destructores del dogma, de la fe y de la moral también han de ser tenidos por tales. Y aceptados con piadosa reverencia y sumisión filial.
Quien así no lo hiciere, anathema sit. Quien se atreviese a poner en entredicho la vulgata masónico-humanista del « neo-beato » Giovanni Montini, sea arrojado a las tinieblas exteriores. Quien se mostrase reticente a aceptar la « santidad » de aquel que confesaba públicamente su profunda simpatía por el « humanismo laico y profano » sea considerado un energúmeno recalcitrante, un paria de la sociedad y un peligroso y detestable integrista, sin cabida en el aquelarre ecuménico conciliar ni en el « panteón de las religiones » de Asís. Se vuelve más necesario que nunca recordar las palabras exactas empleadas por Pablo VI durante el discurso de clausura de la cuarta y última sesión del CVII, el 7 de diciembre de 1965:
« El humanismo laico y profano ha aparecido, finalmente, en toda su terrible estatura y, en un cierto sentido, ha desafiado al Concilio. La religión del Dios que se ha hecho Hombre, se ha encontrado con la religión -porque tal es- del hombre que se hace Dios ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Podía haberse dado, pero no se produjo. La antigua historia del samaritano ha sido la pauta de la espiritualidad del Concilio. Una simpatía inmensa lo ha penetrado todo. El descubrimiento de las necesidades humana -y son tanto mayores, cuanto más grande se hace el hijo de la tierra- ha absorbido la atención de nuestro sínodo. Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de las cosas supremas, conferidle siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros -y más que nadie- somos promotores del hombre[1]. »
Ese es el espíritu del concilio. Y el de Pablo VI. Ese es también -¿acaso hace falta aclararlo?- el espíritu del Anticristo, el del « hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios, haciéndose pasar por Dios. » (II Tes. 2, 3-4)
Y ése es igualmente el lenguaje del falso profeta, el de la autoridad religiosa prevaricadora, quien lo secundará y le allanará el camino en su conquista del poder mundial, tal y como lo describe San Juan en su visión escatológica: « Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. » (Ap. 13, 11). Prosigamos con el discurso de Pablo VI:
« ¿Y qué ha visto este augusto Senado en la humanidad, que se ha puesto a estudiarlo a la luz de la divinidad? Ha considerado una vez más su eterna y doble fisonomía: la miseria y la grandeza del hombre, su mal profundo, innegable e incurable por sí mismo y su bien que sobrevive, siempre marcado de arcana belleza y de invicta soberanía. Pero hace falta reconocer que este Concilio se ha detenido más en el aspecto dichoso del hombre que en el desdichado. Su postura ha sido muy a conciencia optimista. Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno[2]. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige, no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas, sólo invitación, respeto y amor[3]. El Concilio ha enviado al mundo contemporáneo en lugar de deprimente diagnósticos, remedios alentadores, en vez de funestos presagios, mensajes de esperanza: sus valores no sólo han sido respetados sino honrados, sostenidos sus incesantes esfuerzos, sus aspiraciones, purificadas y bendecidas[4]. »

[1] Conclusion of the II Vatican Council: Speech at the last public session (December 7, 1965) | Paul VI
[2] Afecto y admiración por la sociedad moderna, revolucionaria, naturalista, laica, apóstata y anticristiana. ¡Y pensar que hay quienes se empeñan en explicarnos doctamente que el CVII es un « nuevo pentecostés » en la vida de la Iglesia! Pentecostés del espíritu luciferino, ciertamente…
[3] Pero si no reprobaron absolutamente nada de nada, ¡qué manera tan indecente y descarada de mentir y de engañar a la gente! Es difícil imaginar algo más desagradable e indignante que todas estas patrañas empalagosas, tan falsas como mendaces, utilizadas con el único propósito de justificar el proyecto modernista de « reconciliar » la Iglesia con el mundo moderno, apóstata y anticristiano, surgido de la revolución iluminista de 1789.
[4] Obra maestra de verborragia falaz de parte del « Santo Padre » Montini, principal responsable de todo este desquicio -junto al « Papa Bueno » Roncalli-, el notorio modernista recientemente canonizado por los destacados servicios prestados a la causa del mundialismo masónico y por haber efectuado el indispensable aggiornamento de la Iglesia para ponerla en sintonía con la modernidad laica, naturalista y apóstata… No, la misión de la Iglesia Católica no es, no ha sido ni será jamás la de « respetar y honrar » los valores mundanos, inspirados por el Maligno, Príncipe de este mundo, sino proclamar la revelación divina para que la sociedad sea transformada por los valores evangélicos y vivificada por la gracia divina emanada de la Redención, operada por Jesucristo en el altar de la Cruz. Servir a Dios, siendo fiel a su misión divina de rendirle gloria salvando el mayor número posible de almas, ésa es la única razón de ser de la Iglesia, y no el mendaz y espurio ideal naturalista, humanista y masónico que preconiza la iglesia conciliar de « servir al hombre ». Por « deprimentes diagnósticos », entiéndase pedirle al mundo que renuncie a Satanás y a sus pompas, que rechace el pecado y se convierta a Jesucristo. Por « funestos presagios », la saludable advertencia de la amenaza del infierno y de la condenación eterna para quienes así no lo hicieren. Por « remedios alentadores », el ecumenismo y el diálogo interreligioso, poniendo de relieve todo lo que de « santo y verdadero » (¡Sic! Cf. Nostra Aetate n° 2) se halla en las falsas religiones, para tranquilizar la conciencia de quienes están fuera del Arca de Salvación. Finalmente, por « mensajes de esperanza », debe comprenderse la salvación universal del género humano, incluyendo a los ateos, como se complace en anunciar a diestra y siniestra Francisco en su incontinente pseudo magisterio mediático…
solodoctrina
Estamos en la más grande encrucijada de la historia de la Iglesia con un grupo masónico de Cardenales que impuso a su payaso Bergoglio en el Papado y hay gente que está preocupada en atacar al Concilio Vaticano II. Objetivamente, funcionales a Bergoglio y su team. Porque aunque miren, no ven; aunque oigan, no escuchan ni entienden.
Super Omnia Veritas
Bergoglio no hace sino aplicar las herejías modernistas del CVII, al igual que todos sus predecesores, a partir de Roncalli. La continuidad histórica de los "papas conciliares" en la profesión, la promoción y la práctica del ecumenismo modernista es un hecho perfectamente verificable. Focalizarse exclusivamente en el último avatar de esa funesta asamblea -por chocante que pueda ser el personaje …Más
Bergoglio no hace sino aplicar las herejías modernistas del CVII, al igual que todos sus predecesores, a partir de Roncalli. La continuidad histórica de los "papas conciliares" en la profesión, la promoción y la práctica del ecumenismo modernista es un hecho perfectamente verificable. Focalizarse exclusivamente en el último avatar de esa funesta asamblea -por chocante que pueda ser el personaje-, sin atreverse a remontar hasta la causa de los males presentes es, justamente, ser funcional a los enemigos de la Iglesia. Le sugiero informarse al respecto: 1. APOSTASÍA EN EL VATICANO. - 2. Benedicto XVI: ¿Doctor de la Iglesia? - 3. Juan Pablo II profesaba la herejía de la salvación universal. - 4. CRÓNICAS DE UN FALSO PROFETA. - 5. El Vaticano prepara la religión del Anticristo. - 6. "2013-2022: Nueve años con Francisco"